martes, 10 de mayo de 2011

Armamento medieval: La maza

El origen de la maza es muy remoto. Durante siglos, la maza fue un simple garrote endurecido a fuego y poco más. Ya en el siglo XI, se empezó a perfeccionar, dotandola de cabezas de bronce o plomadas para aumentar su contundencia. Ante caballeros protegidos por cotas de malla y yelmos contra los que una pica de infantería poco podía hacer, nada mejor para producir daños internos que un golpe propinado con un arma contundente. Pero los golpes dirigidos a la cabeza solían resbalar en las angulosas y pulidas superficies de los yelmos cónicos, por lo que hubo que dotar los nudos de pinchos o aristas para no ver desviado el golpe. Además, las aristas o púas de una maza producían heridas abiertas, mucho más temibles para el combatiente de la época debido al peligro de contraer una infección que, proseguida de una septicemia, acababa con la vida de cualquiera en pocos días.
La maza adquirió durante los siglos que nos ocupan una enorme difusión. Al igual que el martillo de guerra o el hacha, se convirtió en un arma ideal para el cuerpo a cuerpo tanto a caballo como a pie. Por su similitud con los cetros, hubo monarcas que crearon para su guardia personal cuerpos de maceros, siendo el vesánico rey don Pedro I de Castilla el primero que tuvo a su servicio una unidad dotada de este arma. Incluso hoy día es un privilegio otorgado en tiempos remotos el que haya corporaciones municipales que puedan hacer uso de maceros en actos oficiales, y hasta en los eventos más solemnes celebrados en las Cortes podemos ver tras el presidente del congreso dos señores que, vestidos con dalmáticas con las armas de España, portan sendas mazas como símbolo del poder regio.

Las mazas, como todas las armas que ya hemos visto, fueron también perfeccionándose a lo largo del tiempo, especialmente por el constante desarrollo del armamento defensivo que hacía cada vez más invulnerables a los combatientes. Igualmente y en función del rango de cada cual, usaban armas más o menos lujosas.
En la lámina de la izquierda podemos ver una maza del siglo XI. Es un mango con una cabeza cilíndrica de bronce o hierro con pinchos. Para impedir su pérdida se le ha dotado de un fiador para la muñeca. Como se puede ver, se trata de un arma bien simple: un asta de madera y una cabeza metálica. No había que ser especialmente diestro para manejarla, y cualquier hombre medianamente dotado de fuerza física podía propinar golpes demoledores con ella, cuando no mortales. Si golpeaban en la espalda podían partir la espina dorsal. En la cara podía machacarla sin problemas. Si era en el tronco, podía partir varias costillas que a su vez podían interesar un pulmón, o bien causar severas hemorragias internas o rotura de órganos. En fin, que podía hacerle a uno la pascua.
        
La lámina de la derecha corresponde a una maza de finales del siglo XIV. Su cabeza es redonda y va armada con púas en todo su contorno. Este tipo de maza no tuvo demasiada aceptación debido a que, como consecuencia de los golpes, solían desprenderse los pinchos, por lo que se volvió a la maza barrada, mucho menos problemática y fácil de fabricar. Además, basta ver su apariencia para deducir que este tipo de maza no era precisamente barato. Y si a un elevado precio unimos una durabilidad limitada, es lógico pensar que sus usuarios se decantasen por armas más resistentes. Y no ya por el precio, sino porque verse con el arma estropeada en pleno combate podía costarle a uno la vida.

En la lámina izquierda tenemos un ejemplo de maza barrada, en éste caso fabricada enteramente de hierro. Sus hojas son, como se ven, de forma prismática aunque sin adornos de ningún tipo. Se fabricaron mazas de este tipo con las hojas llenas de aristas, y bastante aguzadas por cierto. La cabeza de armas va rematada por una pequeña púa.
Este tipo de maza fue la que, indudablemente proliferó más. En los museos hay una diversidad inmensa de ellas, desde modelos básicos, sin adornos de ningún tipo, hasta piezas con primorosos cincelados que, no por ello, dejaban de ser efectivas. A los interesados en este tipo de maza les recomendaría visitasen la página web de la Colección Wallace, donde muestran unas cuantas verdaderamente soberbias.
Por lo demás, y a pesar de su apariencia, no eran armas muy pesadas. Su peso oscilaba entre los 1.100 y los 1.500 gramos, y su longitud alrededor del medio metro. Como en todas las armas de esta época, hay que recordar que muchas solían hacerse por encargo, adaptadas al gusto personal y a la fuerza física del que la iba a manejar.
También se elaboraron mazas esféricas totalmente lisas, con mango tanto de hierro como de madera. No tuvieron tampoco la difusión de las dotadas con cabeza barrada, que a lo largo del tiempo que permanecieron en uso fueron,  indudablemente, las que más aceptación tuvieron a todos los niveles.

En la lámina derecha podemos ver un ejemplo. El arma está toda ella forjada en una sola pieza de hierro. La empuñadura va estriada para mejorar el agarre, y lleva en su extremo inferior un orificio para un fiador para colgarlo de la silla de montar como para asegurarla en la muñeca.
Pero, como ya se ha dicho, estas mazas tenían el inconveniente de que, por la superficie redondeada de su cabeza, resbalaba sobre los yelmos o demás piezas metálicas que protegían el cuerpo, y no producían heridas abiertas, que eran complicadas de curar por ser desgarros y no cortes limpios. 
Durante toda la Edad Media, e incluso durante los siglos XVI y XVII, la maza fue el arma preferida de muchos combatientes para el cuerpo a cuerpo, y más si eran combates muy cerrados, donde apenas había espacio para manejar armas de más tamaño. Su manejo no precisaba gran destreza ni ser especialmente fuerte. Con una de ellas en la mano, un simple peón podía herir gravemente o matar a un hombre de armas y, quizás lo más importante, eran baratas y fáciles de fabricar por cualquier herrero si nos atenemos a los modelos más básicos.
Añadir como curiosidad que estaba totalmente prohibido solventar reyertas o peleas en las ciudades con armas de este tipo. La gente podía apuñalarse con dagas o espadas, pero no se permitía usar una maza por una malquerencia. Creo que es prueba de que sus efectos tenían peor arreglo que una puñalada.

        

Para las justas y torneos se fabricaron unas mazas diferentes, tal como se aprecia en la ilustración de la izquierda. Como se ve, tiene una empuñadura similar a la de una espada, pero en vez de gavilanes lleva un pequeño varaescudo para detener los golpes que pudieran ir hacia la mano. La empuñadura es de madera forrada de cuero, rematada por un pomo elaborado a base de tiras de cuero formando una bola, como esos llaveros que suelen vender en las guarnicionerías o en las tiendas de efectos navales. Su forma es como la de una cabeza barrada, pero mucho más larga. Estaban fabricadas de madera, a fin de ser contundentes, pero que no pudieran hacer daños irreparables. Iban provistas de un fiador para evitar su pérdida que se fijaba mediante una argolla al peto en vez de a la muñeca.






Fabricación

En función del mango, tenemos que podían estar fabricados de madera, hierro o bronce. Según su nudo o cabeza de armas, tendremos los siguientes tipos:

  • Cabeza esférica lisa
  • Cabeza esférica punzante
  • Cabeza barrada
  • Cabeza de enmangue cilíndrica punzante
  • Cabeza de enmangue barrada
Las barradas que, como hemos dicho, fueron las más habituales, se elaboraban de la siguiente forma:

Si observamos la foto de la izquierda, veremos una cabeza de enmangue barrada con mango de madera, o sea, el tipo habitual en la infantería. Su cabeza de armas no es más que un cubo de enmangue, un cilindro de hierro en el que va embutido el cuerpo principal de la maza, que se fabricaba partiendo de una lámina sobre la que se abrían unas ranuras en las que se iban encastrando las hojas. Estas, según vemos en el croquis de la derecha de la foto, eran forjadas con dos o más casquillos que se introducían en la lámina y se remachaban en ella, quedando ambas piezas sólidamente unidas. Lo habitual eran entre seis u ocho hojas. Una vez remachados, la pletina sería enrollada y soldada al cubo de enmangue, quedando así unido todo el conjunto. Como remate de la cabeza se le solía añadir un casquillo que actuaba como tapón para afianzar aún más la cabeza al cubo de enmangue, quedando soldado o remachado al mismo.
En las mazas que eran enteramente metálicas y con el mango macizo, las hojas debían necesariamente ir soldadas, lo que haría el proceso más caro. Un sistema similar al anterior debían seguir para unir los pinchos a las esferas metálicas de las mazas de cabeza redonda: una púa con forma de pirámide triangular o cuadrangular provista de un casquillo que sería embutido en la esfera y soldado. Obviamente, la sujeción del pincho no alcanzaría la solidez del sistema usado para las mazas barradas, motivo por el que se soltaban como consecuencia de golpear sobre superficies metálicas.


En cuanto a las cilíndricas de enmangue más primitivas, el método era el mismo que con las cabeza barradas. Como se ve en el croquis de la derecha, se trata de una lámina en la que se embutían las púas, que eran remachadas. Luego se enrollaba en forma de cubo y se les ponía el mango. Al tener estas mazas el mismo problema de debilidad que las esféricas, parece ser que se optó por fabricarlas de bronce por lo que, al ser todo una sola pieza salida de una molde de fundición, su solidez era mucho mayor.
Como dato curioso, añadir dos comentarios al respecto a modo de colofón. Uno es que las mazas eran las armas usadas por los clérigos. Sí, que nadie se sorprenda. Muchos obispos, abades o incluso papas iban a la guerra al frente de sus tropas. Recordemos sin ir más lejos al belicoso Julio II, o al papa Borja, que fue, antes que pontífice, gonfaloniero del ejército vaticano. Bien pues, como decía, era usada por los clérigos, al menos allá por los albores del milenio, debido a que con ella "no derramaban sangre cristiana". Mandaban a sus enemigos al otro barrio pero, eso sí, sin derramar sangre.
Y por otro lado, el uso de la maza resurgió en la Primera Guerra Mundial, fabricada de forma artesanal por las tropas de asalto. En éste caso, usaban mangos de granadas erizados de clavos, e incluso modelos más elaborados, posiblemente a nivel de unidad, con cabezas ferradas con púas. En las escuadras de strümtruppen del ejército imperial alemán, cuando salían de noche a dar golpes de mano en las trincheras enemigas, siempre solía ir un soldado portando en la mano derecha una maza y una pistola P-08 con cargador de caracol en la izquierda.
Bueno, con esto creo que queda el tema de las mazas más que claro. El que quiera saber algo más, que pregunte. He dicho.



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