jueves, 11 de agosto de 2011

Mitos y leyendas: Fernando III de Castilla y León, el Santo





Siempre he sentido cierta fascinación por este hombre, debo reconocerlo. Cuando, hace ya varios años, leí acerca de su vida pude comprobar que, muy lejos de la imagen estereotipada que se suele tener de él, fue un auténtico rey guerrero. Sí, de esos que se meten de lleno en la vorágine de la batalla soltando espadazos, no como otros que, desde una colina cercana, dirigían la matanza de turno como si de una partida de ajedrez se tratara. Pero lo que más me impresionó no fue eso, sino su desmedida ferocidad y su crueldad hacia sus enemigos, combinadas astutamente con destellos de magnanimidad según le convenía. Pero esto, en aquellos tiempos turbulentos, casi se puede decir que eran más una virtud que un defecto en un monarca que dedicó prácticamente la totalidad de su vida a la Reconquista, siendo de hecho el rey que más territorios y ciudades arrebato a la morisma. No voy a contar su vida de cabo a rabo, porque este no es sitio para eso. Tanto en la red como en papel hay multitud de datos biográficos suyos así que, el que quiera profundizar más en la vida y milagros de este monarca, que busque. Yo me limitaré a resaltar aspectos que suelen ser bastante desconocidos por la mayoría de la gente. Veamos algunos de ellos...

De entrada, algo que seguro no os habéis fijado. Como casi todos saben, a los reyes se les representa con el cetro y el orbe, símbolos regios por excelencia. Sin embargo, apenas hay iconografía de Fernando III en la que aparezca con dichos símbolos. Casi siempre lo veréis con el orbe y, en lugar del cetro, una espada. Da igual la época o el artista, casi empuñará su espada Lobera en lugar del cetro, lo que pone de relieve su condición de rey-guerrero. Abajo pongo varios ejemplos, incluido el escudo de Sevilla, ciudad de la que es patrón.




Quizás esa iconografía de tipo religioso, donde aparece con expresión de arrebato místico, sea la causa de que nos de esa impresión de rey un tanto pazguato y un tanto blandorro. Pero de eso, nada. Unos ejemplos:
Como decía, sus conquistas fueron innumerables. Las más significadas fueron Córdoba, Jaén, Sevilla, Murcia, Baeza, Lorca, Andújar, Martos, Úbeda, Cartagena, Medina Sidonia, Arcos, Priego, etc., y cuando murió en 1252 ya estaba tramando una expedición al norte de África, así como acabar con la taifa de Niebla. Granada aún no estaba en su lista negra por lo que digo a continuación.
Muchos emires musulmanes le rindieron pleito de homenaje, entre otros el mismísimo emir de Granada, Muhammad ibn Yusuf ibn Nazir al-Ahmar el cual, aparte de pagarle buenas alfardas para quitarle a Fernando las ganas de aparecer por sus tierras en pié de guerra, hasta le acompañó al cerco a Sevilla con 500 askaris. Eso le costó a al-Ahmar ser considerado por los sevillanos como un traidor, pero este, muy sensatamente, optó por parecer un alevoso a los ojos de los de su raza antes que ver sus dominios talados y sus ciudades arrasadas por la furia castellana.

Ciertamente, era un hombre bastante religioso, lo cual tampoco era raro en aquella época. De hecho, parece ser que fue educado por caballeros templarios. Cuando se sintió morir, ordenó que le vistieran con una sayal, símbolo de máxima humillación, y salió a duras penas de su lecho de muerte a recibir la comunión arrodillándose en el suelo con un dogal al cuello. Pero eso no quita que, en la guerra, fuera temible.
Por ejemplo, en las algaras sobre Jaén en 1225, a modo de preparación para una futura toma de la ciudad (no cayó hasta 20 años más tarde), tras poner sitio a Loja, esta ciudad resistió enconadamente hasta que, finalmente, pudo ser tomada al asalto. Como escarmiento, Fernando III no dudó en mandar pasar a cuchillo a los habitantes, alrededor de 14.000. Esa táctica era habitual en él: ser clemente con los que no ofrecían resistencia, pero implacable con los que no cedían. De hecho, a los dos días de la escabechina de Loja se presentó ante los muros de Alhama. No tuvieron ni que llamar a la puerta porque sus habitantes se habían largado a toda prisa, enterados de la masacre cometida hacía apenas dos días, dejando la ciudad desierta. 
Igualmente, en los preliminares del cerco a Sevilla, que comenzó en agosto de 1247, la villa de Cantillana opuso gran resistencia. Tras apoderarse de ella, acabó con los 700 supervivientes que quedaban con vida en toda la ciudad.
Sin embargo, en ese mismo contexto, la poderosa alcazaba de Alcalá de Guadaíra, tenida por inexpugnable y de vital importancia estratégica por ser la llave del Valle del Guadalquivir, se entregó sin darle al ejército castellano apenas tiempo de cercarla. Como muestra de magnanimidad, respetó al vecindario y sus posesiones. 
Su victoria más sonada, así como la empresa en que más empeño puso, fue apoderarse de la Ixbiliya andalusí, una ciudad riquísima, dotada de unas defensas prácticamente inviolables (más de 7 km. de muralla con antemuro, defendida por 166 torres), regada por el Guadalquivir, que además le servía de foso natural por su lado oeste, donde además contaba con los castillos de al-Farach y Tiryana como apoyo en su defensa, y una de las más ubérrimas comarcas de la Península: el Aljarafe, donde se dice había nada menos que 8.000 alquerías. La empresa, que obtuvo hasta bula de cruzada, atrajo a nobles y guerreros incluso de allende nuestras fronteras al husmillo de un botín como jamás se imaginó.
Fue tan sonada la cosa que, como está mandado, surgieron de ella multitud de leyendas protagonizadas por el monarca y algunos de sus más afamados magnates, como Garci Pérez de Vargas o el maestre de Santiago, Pelayo Pérez Correa. Una de ellas narra incluso como el rey, disfrazado de moro, se adentró en la ciudad para estudiar sus puntos flacos, a fin de intentar un asalto. Sus más allegados, al echarlo en falta en el campamento, intuyeron lo que había hecho e, igualmente disfrazados, entraron a buscarlo, teniendo que salir finalmente a espadazos por ser descubiertos. Esto, como es lógico, es una chorrada monumental, ya que un rey, por muy bragado que fuese, haría semejante tontería y más sabiendo que intentar asaltar una ciudad con semejante perímetro amurallado con las tropas de que disponía era simple y llanamente suicida. Sevilla cayó como caían ciudades semejantes: por hambre, por desesperanza, por miedo a un saqueo que acabaría en una masacre.
Otra tuvo lugar nada más comenzar el cerco. Era pleno verano y, como es de todos sabido, en Sevilla parece que el infierno sube a la tierra en esa época. Su hueste se moría de sed, así que subió al cerro de Cuarto, en lo que hoy es el término de Dos Hermanas, e invocó a la Virgen clamando:

"¡Valme, Señora, valme!, que si protegeis esta empresa, que bajo los auspicios del cielo, para honra de Dios y gloria vuestra, acometí un día, yo os ofrezco levantar aquí un santuario, de tan grande beneficio, depositando en el altar el primer trofeo que gane a los enemigos de la fe cristiana."

Al bajar del cerro dijo a su gente: "Si Dios quiere, agua aquí hoviere". Y la hubo, surgiendo un manantial que dio lugar a la que hoy se conoce como Fuente del Rey. Más me inclino a pensar que, como es lógico, dieron con la mentada fuente, o incluso la encontró el rey, vete a saber. Como es lógico, a sus pelotas les faltaría tiempo para darle al hallazgo un tinte milagroso, que eso de servir a un rey en contacto directo con Dios siempre vino muy bien para estimular la moral de las tropas y más, como en este caso, cuando aún no estaba completo el ejército, ya que las milicias concejiles estaban en camino y aún tardaron días en llegar. De hecho, Fernando III plantó su real en Tablada con apenas 300 hombres, casi todos caballeros de Santiago, para hacer frente a la poderosa guarnición de Sevilla. 


Cuando finalmente cayó la populosa urbe, fue inexorable con el destino de la población. En las condiciones de la capitulación fue absolutamente inflexible en ese punto: todos los vecinos debían abandonar la ciudad. No cedió ante las jugosas ofertas monetarias que le ofrecieron los emisarios de al-Saqqaf, valí de Sevilla. Lo más que hizo fue ofrecer escolta armada a los que quisieran irse a Jerez o a Granada, y poner ocho naves a disposición de los que optaran por largarse a Ceuta. Sin embargo, curiosamente, ofreció a al-Saqqaf y a su mano derecha, el arraez ibn Suayb ( los Axataf y Abenchoeb de las crónicas en las que se castellaniza sus nombres) los señoríos de Sanlúcar del Alpechin (actual Sanlúcar la Mayor) y Niebla, cuando estas cayeran en manos castellanas. Sin embargo, ambos declinaron la oferta y, bastante humillados por al derrota, se marcharon a África, a ponerse al servicio de Abu Zakariyya, el emir de Túnez. En fin, como vemos, no fue precisamente un santurrón o un meapilas. Antes al contrario, fue un monarca fiero en la batalla, cruel y desalmado cuando se le terció, pero además fue un rey cortesano, amante de la música, de las artes, de la caza y de las diversiones propias de su época y su rango. De sus dos mujeres tuvo nada menos que 15 hijos, así que en ese sentido tampoco perdió el tiempo, y eso que nunca gozó de una salud de hierro, arrastrando durante toda su vida diversos achaques. Murió en Sevilla un 30 de mayo de 1252, hacia medianoche. Su momia, metida en un sarcófago de plata en el altar de la Capilla Real de la catedral hispalense, se venera desde que fue canonizado por Clemente X en 1671, siguiendo a los altares a su primo hermano, Luis IX de Francia. Bajo el sarcófago hay un epitafio, compuesto por su hijo Alfonso, escrito en latín, castellano, árabe y hebreo, que dice así:



"AQUI YACE EL MUY ONRADO HERNANDO SEÑOR DE CASTIELLA, E DE TOLEDO, E DE LEON, E DE GALICIA, DE SEVILLA, DE CORDOVA, DE MURCIA, DE JAHEN, EL QUE CONQUISSO TODA ESPAÑA, EL MAS LEAL, EL MAS VERDADERO, EL MAS FRANCO, EL MAS ESFORZADO, EL MAS APUESTO, EL MAS GRANADO, EL MAS SOFRIDO, EL MAS HOMILDOSO, EL QUE MAS TEMIE A DIOS, EL QUE MAS LE FAZIE SERVICIO, EL QUE QUEBRANTO E DESTRUYO A TODOS SUS ENEMIGOS, EL QUE ALZO E ONRO TODOS SUS AMIGOS, E CONQUISSO LA CIUDAD DE SEVILLA, QUE ES CABEZA DE TODA ESPAÑA, E PASSO EN EL POSTRIMERO DIA DE MAYO, EN LA ERA DE MIL E CC E NOVENTA"


Solo dos observaciones. Los textos varían un poco en función del idioma. Y la fecha, 1290, está siguiendo la Era Hispánica al uso en la época, que iba 38 años por delante. Sin embargo, en el texto latino sí pone la que corresponde a la Era Cristiana: "...ANNO AB INCARNATIONE DOMINI MILLESIMO DUCENTISIMO QUINCUAGESIMO II." que viene a significar "... año del nacimiento del Señor de mil doscientos cincuenta y dos". Los textos en hebreo y en árabe llevan la fecha conforme a sus respectivos calendarios.
Bueno, con esto ya vale. Hala, he dicho...


No hay comentarios: