miércoles, 8 de junio de 2011

Armamento medieval: El yelmo V. La borgoñota

Como su nombre indica, parece ser que este tipo de yelmo provino de Borgoña.  La borgoñota aparece en los albores del siglo XVI, claramente inspirada en los antiguos yelmos romanos. De hecho, su similitud con la galea usada por los legionarios de la época imperial es notable.

La lámina de la izquierda es una buena muestra de ello. Se trata de una borgoñota de inicios del 1500, provista de una pequeña ala para proteger la nuca, y de dos amplias yugulares que defienden los lados de la cara, así como el cuello en caso de que un tajo resbalase por el lateral del casco. La visera fue la más peculiar innovación de las borgoñotas, inspiradas en la amplia nervadura frontal usada por las galeas romanas. Como aquella, estaba destinada a detener golpes de filo verticales y, además, proteger del sol los ojos. Sobre la calva lleva un crestón con el mismo fin de detener golpes de filo.
        






El modelo que aparece en lámina de la derecha es de mediados del siglo XVI. En éste caso, la protección para la nuca va articulada, y lleva tres crestones para reforzar aún más la calva contra golpes de filo. Obsérvese el preciso encaje de las yugulares con la visera.
A veces se recubrían con un forro de tela más o menos elaborada, cosa que, aparte de resultar más estética, protegía en cierto modo del recalentamiento del sol.










En la lámina izquierda vemos un modelo de la misma época que el anterior. En este caso, las yugulares tienden a envolver más la cara, y la visera forma parte solidaria del casco. En el colodrillo lleva un portaplumas que, como ya sabemos, era bastante útil para ser identificado tanto por amigos como por enemigos.
Esta borgoñota estaría completada por una gorguera que protegiese el cuello y la parte superior del pecho de su usuario. Obsérvese el cordón que bordea la visera que, aparte de resultar decorativo, reforzaba el fino canto de metal de la misma, lo que minimizaba la posible penetración de un arma de filo. A mediados del siglo XVI se crearon borgoñotas cerradas, destinadas a dar una protección completa a la cara, quedando la cabeza totalmente encerrada. Estas borgoñotas eran usada exclusivamente por jinetes.


En la lámina derecha vemos una de ellas. En este modelo, las yugulares quedan bloqueadas con el casco mediante unas presillas, y cerradas por delante por una bufa articulada. La visera está también articulada y puede ser subida a voluntad. Como se ve, las rendijas del visor ofrecen un campo de visión bastante aceptable para ser un yelmo cerrado. Tanto el cuello como la garganta quedan protegidos por una gorgera formada por launas articuladas a fin de dar cierta libertad de movimientos a la cabeza en sentido vertical.








En la lámina izquierda podemos ver el modelo más sofisticado de borgoñota cerrada. En vez de visera lleva un visor ranurado que puede subirse a voluntad tirando del tetón que se ve en el pico del mismo, lo que permitía un mejor campo visual manteniendo la cara protegida. Lleva como protección adicional una bufa rígida anclada a las yugulares mediante presillas. La gorgera, como en el modelo anterior, va articulada y no solo protege el cuello, sino la parte superior del pecho.  Su apariencia es muy similar a la de un almete, pero no debemos confundirlo. El almete no llevaba yugulares articuladas, sino que los laterales del casco eran parte solidaria del mismo. Este tipo de borgoñota fue muy usado con armaduras o medias armaduras para caballería pesada hasta el siglo XVII, cuando las armas de fuego relegaron definitivamente al olvido este tipo de protección.



Finalmente, en la lámina derecha podemos ver un tipo de borgoñota concebida para combatir a pié o en justas. A fin de mantener un nivel de protección facial aceptable y, sobre todo, disponer de un amplio campo de visión, las yugulares van provistas de unas barras que detendrían un tajo de espada o incluso un golpe de maza. Estas borgoñotas barradas se fabricaron a lo largo del siglo XVI.


Fabricación

Por lo general, el cuerpo principal era de una sola pieza, si bien también se elaboraban en dos mitades unidas a lo largo de la calva bajo el crestón. Como se ha visto en las láminas, podían llevar uno o tres.  Las yugulares iban unidas al casco por unas bisagras, pero no eran removibles como ocurría con los visores de los bacinetes. Por regla general, las borgoñotas destinadas a la guerra solían llevar unos acabados sobrios, si bien se conservan piezas primorosamente grabadas propiedad de nobles. También se elaboraron borgoñotas de parada decoradas según la moda, pudiendo ir pintadas, damasquinadas con oro, incrustaciones de bronce o incluso forradas de terciopelo, como ya comenté más arriba.
Así pues, las borgoñotas abiertas constaban de las siguientes piezas: calva, yugulares, visera, crestón o crestones y las launas destinadas a la gorguera. Todas las piezas iban unidas unas a otras mediante tiras de cuero remachadas. En el caso de las cerradas, hay que añadir a esas piezas la bufa que, como hemos visto, podía ser rígida o articulada en una o varias piezas, como las gorgueras.


Para colocar en la cabeza una borgoñota cerrada había que levantar el visor, ya que éste bloqueaba las yugulares. Luego se abrían estas liberando la presilla que las cerraba en la barbilla, se abrían hacia los lados y la borgoñota quedaba completamente abierta. En la lámina izquierda vemos un hombre de armas con una borgoñota. El visor está levantado, dejando la cara al descubierto. Se aprecia la presilla situada en el mentón que, una vez abierta, permitirá mover las yugulares y sacar la cabeza.
También se fabricaron borgoñotas para arneses de parada con elaborados grabados, incrustaciones, crestones con figuras alegóricas, etc., que solían ir casi siempre desprovistos de yugulares, como la que aparece en la foto inferior, perteneciente a Carlos I.
 El peso de las borgoñotas abiertas oscilaba entre los 1,3 y los 1,9 Kg., siendo como se ve más ligeros que los bacinetes debido al perfeccionamiento de las técnicas metalúrgicas, que permitieron fabricar piezas de menos grosor pero mucho más resistentes. Las borgoñotas cerradas superaban los 3,5 Kg. de peso.
Sólo resta concretar un detalle, y es que los modelos aquí descritos son los más representativos en cuanto a diseño. Si nos ponemos a bichear en la red o en museos y colecciones, tendremos tantas borgoñotas distintas como piezas podamos ver ya que, como he comentado en otras entradas, se fabricaban al gusto del consumidor en cuanto de detalles y/o decoración. Pero, al cabo, todas basadas en patrones similares a los detallados arriba.
Bueno, creo que no se me olvida nada... Hale, ya seguiremos, que quedan más yelmos por estudiar.