viernes, 29 de julio de 2011

PRO PATRIMONIUM II: Torre del Águila. Utrera (Sevilla)

La falta de civismo y la incultura palmaria que imperan en España tienen tintes verdaderamente patológicos. Por poner un ejemplo, siempre me he preguntado qué tipo de éxtasis místico produce romper los cristales de las ventanas en casas o fábricas abandonadas. Debe ser algo superior a un orgasmo cuádruple, porque no dejan uno entero. Cientos de cristales rotos a pedradas en un solo edificio implica, además, un esfuerzo notable que, si lo tradujéramos en algo provechoso, supondría un beneficio para el vándalo de turno.

Pero hay una actividad "lúdica" que me llama aún más la atención por parte de estos pedazos de carne bautizada (o sin bautizar, da lo mismo), y es su irrefrenable deseo de dejar constancia de su paso por los monumentos en forma de pintada. Es ilógica y contradictoria esa actitud, tanto en cuanto acceder a muchos de esos castillos supone un esfuerzo físico notable por estar en lugares aislados y, generalmente, bastante elevados. Además, requiere la inversión pecuniaria en un spray de pintura cuyo importe, si se lo dan a un pobre, tendría para un bocata de chopped y una lata de cerveza.

Una de estas muestras del fervoroso deseo de pasar a la posteridad, no por sus méritos intelectuales, sino por su barbarie, pude verlo en esta potente torre de vigía ubicada en el término municipal de Utrera, concretamente cerca de una pedanía famosa por haber nacido en ella la cachondeable secta herética del extinto anti-papa (es un honor para él llamarlo anti-papa, porque en realidad era un estafador y un jeta) Gregorio XVII, más conocido como el papa Clemente. Sí, los pamplinas de El Palmar de Troya. Les suena, ¿no?.

Bueno, pues cerca de esa población, sobre un cabezo de cierta altura y con una impresionante panorámica de su entorno, lo cual es justamente la intención a la hora de edificar una atalaya, tenemos la torre del Águila. Formaba parte de una línea defensiva que se conoció como la Banda Morisca, en la que una serie de fortificaciones situadas al sureste de Sevilla tenían como misión proteger el alfoz hispalense la de las algaras y aceifas procedentes de la koura de Ronda, cuando esta aún estaba en manos de los musulmanes. La torre del Águila enlazaba visualmente con otras atalayas, concretamente las torres del Bollo, de Lopera, de Troya y de la Ventosilla.

Un día, cámara en ristre, me personé allí para sacarle las fotillos de turno y, oh sorpresa, los viciosos del spray habían dejado su huella indeleble en sus venerables muros. He ahí un testimonio gráfico:


La foto muestra la cámara de la planta baja. Para que quedara constancia del paso por ella de varias acémilas dotadas en teoría de un coeficiente intelectual similar al de un macaco, dejaron escritos sus nombres en sus paredes. Gracias a dicho testimonio, Rafa, Vane, Belén, Antonio, Ismael y una tal Cristina que dejó su marca en un sitio más discreto, pero no por ello menos visible, han mostrado a la humanidad su infamante desprecio por el patrimonio cultural que es propiedad de todos. Han profanado unos muros con más de 600 años de historia. Han mancillado la historia. Por desgracia, estos actos vandálicos pasan desapercibidos y quedan impunes, entre otras cosas porque nadie vigila estos monumentos. Digo yo que, con tanto paro como hay, podrían pagar un estipendio razonable a algún lugareño para, al menos, controlar que estos botarates no nos leguen sus habilidades con el spray. Y no solo se dedicaron a bautizar paredes sino que, además, dejaron tirados en el suelo varias latas de refrescos, usadas obviamente para remojar sus ávidos gaznates tras el notable esfuerzo pictórico o, quizás, brindar por el buen resultado de la obra de arte.


Pero lo sorprendente no es que los nenes sean unos cafres, sino que sus progenitores lo son aún más. Los hijos se dedican a embadurnar paredes mientras los padres se dedican a expoliar materiales para presumir en sus casitas de haber usado sillería de postín, añeja, centenaria, piedras moldeadas por las manos de los hombres que trabajaron en la construcción de esa torre hace siglos. La torre del Águila fue un importante enclave estratégico hasta las caída del reino nazarí de Granada. Mientras que lo habitual en las atalayas era guarnecerlas solo en caso de peligro, esta contaba con una dotación permanente que, a finales del siglo XV, cuando tuvo lugar el empujón final de la Reconquista, llegó nada menos que a 24 hombres, que no es moco de pavo para una simple torre. Hay incluso constancia del envío constante de armas y bastimentos a la misma, lo que pone de relieve su importancia. Obviamente, debieron dejar la guarnición hasta nuestros días para poner freno al expolio a que la han sometido uno o varios energúmenos que ven más fácil despojar al edificio de sus sillares a golpe de palanca de uña que comprarlos a un cantero.


Y no solo han expoliado la sillería, sino hasta los ladrillos de la bóveda. Sí, ese agujero enorme no es para que entre luz, sino el resultado de ir eliminando hiladas de ladrillos de taco que cuestan unos pocos céntimos en cualquier alfar de la zona. Claro que los del alfar no tienen seis siglos a cuestas, pero estos últimos son además gratis. ¿Que puede haber sido un derrumbe? Ya...un derrumbe. ¿Desde cuando hay derrumbes tan minuciosos y simétricos y, además, no queda rastro de lo derrumbado en el suelo? No pude subir a la planta superior. También se han llevado los escalones. Sí, no es coña. Han desempotrado varios escalones y se los han llevado. Son sillares que deben pesar lo suyo y, además, en la estrechez de la escalera, sacarlos de su sitio debe suponer un esfuerzo bestial. Pero, claro, si el que pone el empeño es una mala bestia, tampoco le habrá costado demasiado. Además, eso de obtener piedras gratis es un acicate que estimula al máximo sus inopes intelectos, excesivamente proclives al latrocinio más desaforado.

Ni la guerra ni el paso de los siglos pudieron domeñar esta torre. Sin embargo, unos cuantos simios con aspecto humanoide están haciéndole más daño en mucho menos tiempo. Y lo que más de encoleriza no es ya la barbarie de cuatro tarados y ladrones, sino que las autoridades no hacen nada por evitarlo. Te pillan cogiendo una mata de tomillo en el campo, el cual puede ser devorado por una cabra o un conejo, y te meten una multa que te funden los ahorros. Sin embargo, a estos cavernícolas nunca los pillan. ¿Será que, además, tienen suerte? ¿O qué será, será...?

A este paso, el futuro de esta torre, como el de tantos monumentos, es más negro que el cielo tormentoso que se cierne sobre ella. 

Hale, he dicho.