sábado, 10 de septiembre de 2011

Artillería de plaza y sitio 1ª parte: Los morteros (Siglos XVII-XVIII)



Al hilo de la entrada anterior, he decidido empezar con la artillería en las piezas de plaza y sitio. Sí, ya sé que, en teoría, debería empezar con la bombarda; pero no estoy inspirado para bombardas, así que morteros al canto. Bueno, al tema...

Como ya he mencionado qué se yo la de veces, el mortero era un invitado de honor en todas las fortificaciones y asedios de la época que nos ocupa. En el caso de los sitiadores, les valía para que sus proyectiles pudieran sortear la enorme altura de los fuertes de la época. Su trayectoria parabólica permitía disparos de corta distancia que caían casi en vertical sobre los sitiados. Y a estos les venía de perilla para poder acertar en el interior de las trincheras de aproximación con que los sitiadores iban poco a poco acercándose a las obras exteriores a fin de iniciar el minado de las mismas, así como el emplazar morteros para poder machacar a la guarnición.
El proyectil por antonomasia del mortero era la bomba, una enorme esfera de hierro hueca rellena de pólvora y provista de una espoleta que, según su composición, tardaría más o menos tiempo en hacer detonar la carga interior. La bomba podía tener dos efectos, a saber: uno, estallar sobre el fuerte, esparciendo metralla en todas direcciones y diezmando a los que estuvieran bajo su radio de acción. Y por otro lado, debido a su gran peso, podían penetrar en edificios cuyos techos no estuvieran fabricados a prueba de bomba, estallando en su interior y produciendo una verdadera escabechina. Como ya se ha comentado, salvo los pañoles y casamatas, el resto de las edificaciones de los fuertes iban provistos de techumbres normales. Bajo ellas había almacenes, cuarteles, cocinas, cuadras, etc. Ya podemos imaginar el devastador efecto de una de estas bombas en un recinto cerrado, ¿no? En el caso de ser usada contra los sitiadores, la bomba permitía hostigar a las tropas que circulaban por las trincheras, fuera del ángulo de tiro de las piezas de tiro tenso o de la fusilería, o bien atacar a las fortificaciones de circunstancias fabricadas por estos o a sus posiciones de artillería, protegidas por gaviones, salchichones, fajinas, etc. (véase la entrada sobre expugnación castral al respecto).

El calibre de los moteros se deba en pulgadas. Pulgadas francesas porque, mira por donde, aquí se seguían las teorías y baremos del ejército francés hasta que, ya en el siglo XIX, se cambió el sistema y se pasaron a pulgadas españolas, más cortas que las francesas. Dicho esto, tenemos los siguientes calibres:

De 16 pulgadas, este sólo válido para los moteros pedreros, piezas ideadas para lanzar sobre el enemigo cestos de piedras.
De 14, 10, 9 y 6, estos para disparar bombas.

Estos calibres, en pulgadas hispanas, serían 19, 14, 12, 10 y 7. Y si pasamos estas medidas a centímetros tenemos 36,76, 27,09, 23,22, 19,35 y 13,54 cms. En cuanto a su peso, la bomba de 14 pulgadas (francesas) pesaba 72,22 kg., la de 10, 46 kg., y la de 9, 30,36 kg. En cuanto al peso de la pieza, para hacernos una idea, el pedrero de 16 pulgadas, que era el más gordo, pesaba la friolera de 1.288 kg. En la ilustración de la izquierda tenemos una bomba convencional. Como podemos ver, es un chisme bastante simple. La espoleta era un vástago de madera hueca que contenía una sustancia que, con la deflagración, se inflamaba y, como he dicho antes, en función de su composición tardaba más o menos en arder y, por lo tanto, en llegar a la carga. Dependiendo de la distancia a cubrir o si se deseaba que estallara en el aire, o bien con efectos retardados, se optaba por un tipo de espoleta u otro. También podía usarse una mecha convencional, con la longitud adecuada para tal fin.
Su forma de carga era la siguiente: la bomba era transportada junto a la pieza mediante unas parihuelas. Para poder manipularlas a la hora de cargarlas en el mortero, inicialmente iban provistas de unas argollas para, mediante dos palanquetas, suspenderlas en el aire. Luego se sustituyeron las anillas por unas muecas donde se agarraban las puntas de una especie de tenaza diseñada a tal fin y, finalmente, se adoptó el método que vemos en la ilustración: Una boquilla en cuya garganta se cerraba la tenaza.
La carga interior iba en función de los efectos que se desearan: si se querían fragmentos grandes, capaces de abrir boquetes en paredes o techos, se echaba menos pólvora. Si se quería una fragmentación mayor para matar o herir al personal, pues más carga. También podían ser incendiarias mediante la adición de un lanza-fuego
El proceso de carga en el arma era el siguiente: previamente, se introducía la carga de pólvora, generalmente ensacada, se comprimía mediante un taco de estopa o heno, y se introducía la bomba. A continuación, se metía por el oído del motero un punzón para romper la tela del saquete de pólvora, se cebaba y, mediante un botafuego o una mecha, se disparaba. Como es lógico, previamente se habían hecho los cálculos de puntería. En cuanto al alcance, dependiendo del tipo de mortero, el ángulo de elevación y la carga de pólvora, para hacernos una idea, digamos de oscilaba entre los 2.700 y los 3.400 metros, que no es moco de pavo para aquella época, y más considerando la enorme masa de los proyectiles.
En cuanto a las cargas de proyección, por poner un ejemplo, tenemos que un mortero cónico de 14 pulgadas precisaba de una carga de 5.060 gramos, mientras que uno cilíndrico del mismo calibre algo menos de la mitad: 2.415 gramos.

TIPOS DE MORTERO

En la ilustración de la izquierda tenemos un motero de plancha. Estos morteros salían de la fundición unidos a una base (plancha) que luego se fijaba sobre un afuste de madera. Como se ve, carecen de ruedas para su transporte. Así mismo, tampoco se podían hacer correcciones del ángulo de tiro, ya que estaban fijados a su base. Sólo se podían llevar a cabo correcciones de tiro en ángulo horizontal, desplazando la base mediante palanquetas. Por lo tanto, para regular su alcance había que jugar con la carga de pólvora, que en función de la misma se lograría más o menos distancia. Como vemos en el croquis en sección, su recámara tiene forma de pera, quedando separada del ánima por un tramo cónico donde iría el taco de estopa. La carga consiste en una bomba en la que vemos las anillas para su manipulación y, en rojo, la espoleta.


Este otro va montado sobre un afuste de bronce. Aunque queda firmemente asentado en el suelo, se le podían instalar ruedas para moverlo donde fuera preciso, ya que la cureña va provista de ejes. Al igual que el anterior, su recámara tiene forma de pera. La carga es la misma. Pero, a diferencia del tipo mostrado arriba, este si permite corrección de ángulo vertical al ir provisto de muñones. El asa que lleva en su parte superior era para mantenerlo elevado tirando de una soga mientras el cabo de cañón ajustaba la cuña que hacía de tope, alojada en la parte delantera de la cureña.



Finalmente, ahí tenemos otro, en este caso montado sobre un afuste con ruedas que eran removidas antes de ser emplazado. Era una cureña más habitual en la marina. Este tipo lleva la recámara cilíndrica, y se caracteriza por el abultamiento en su cuerpo central, destinado a resistir mejor las presiones de la deflagración de la pólvora. Así mismo, también va provisto de muñones que le permiten corrección de ángulo vertical. Delante del afuste se aprecia la cuña donde quedaba apoyada la pieza una vez hechos los cálculos de tiro. A la izquierda vemos, de color rojo, la espoleta y, a continuación, una bomba con su carga preparada, la espoleta y las anilla.

Pero el mortero, a pesar de su indudable eficacia, tenía un inconveniente que era, como alguno ya habrá supuesto, la imposibilidad de moverlo de un sitio a otro en caso de necesidad. En la artillería de plaza era un problema menor porque su emplazamiento estaba calculado para cubrir una determinada porción de terreno, y podía corregirse el tiro con facilidad. Pero en lo tocante a la artillería de sitio, era un verdadero problema arrastrar aquellas moles de más de una tonelada de peso por angostas trincheras de aproximación. Debido a ello, a finales del siglo XVII se creó una pieza que, manteniendo la posibilidad de tiro parabólico, permitiera moverla con facilidad, tanto a sitiadores como a sitiados. Eran piezas de menor calibre, más ligeras y más versátiles tanto en cuanto podían disparar una mayor diversidad de proyectiles, y no como los moteros, que estaban limitados a la bomba. Hablamos del obús. O mejor dicho, hablaremos, porque esta entrada concluye ya. Hale, he dicho...


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