martes, 1 de noviembre de 2011

Armamento medieval: La francisca

Creo que todo aquel que sea aficionado a estos temas habrá escuchado alguna nombrar esta peculiar hacha arrojadiza. Su aparición tuvo lugar en los albores de la Edad Media en tierra de francos, si bien su uso se extendió a los pueblos germánicos del norte, a los anglo-sajones e incluso a los visigodos. De hecho, en algunas necrópolis del norte de España se han encontrado cabezas de franciscas formando parte de ajuares funerarios de los guerreros godos que poblaban lo que actualmente son Cataluña y Álava.
Ya desde sus comienzos dio que hablar por su supuesta eficacia en los campos de batalla de la época. Procopio de Cesárea, un historiador bizantino del siglo VI, dejó constancia de ello en su "Historia de las Guerras", compuesta hacia el 550, con la siguiente descripción:

"Cada hombre porta espada, escudo y hacha. La cabeza de hierro de esta arma es gruesa, extremadamente afilada, y con un mango de madera muy corto. Ellos están acostumbrados a lanzar sus hachas a una señal en la primera carga, y destrozan los escudos del enemigo y matan a los hombres." 

El término francisca se lo debemos a Isidoro de Sevilla, el cual las denominó así por ser un arma típica de los francos. Sin embargo, según el obispo Gregorio de Tours, de origen galo-romano y contemporáneo a Isidoro, en su "Historia Francorum" las denomina como "securis". En todo caso, el nombre que ha prevalecido en el tiempo ha sido el del obispo hispalense.


En la foto de la izquierda podemos ver su morfología. La que vemos en primer lugar, a la izquierda de la imagen, es la tipología más común. Se trata de un arma dotada de una cabeza cuya parte superior tiene forma de S. El filo, más ancho que el resto de la cabeza, es curvado, y la parte inferior forma un acusado arco. El mango va embutido en un orificio de forma generalmente almendrada. En el centro tenemos una variante desarrollada por los vikingos denominada "skegox", que viene a significar "hacha barbada" debido a la prolongación inferior de su filo. Finalmente, a la derecha, tenemos otra variante, en este caso diferenciada por el cubo en enmangue que, además, sigue la línea de la cabeza del arma, quedando el filo bastante por encima del extremo de la empuñadura.


Su fabricación se realizaba partiendo de una pieza de hierro que, una vez dada la forma, era templada solo por la parte del filo, lo que abarataba mucho el coste de producción. En la ilustración de la derecha se pueden ver cuatro tipos diferentes que, sin embargo, tienen en común su pesado talón, o sea, la parte trasera de la cabeza. Esto tenía como finalidad compensar el peso del arma. Su peculiar morfología iba encaminada a favorecer el giro sobre su eje cuando era lanzada, lo cual no era precisamente nada fácil. Los guerreros que las usaban debían ser gente muy diestra en su manejo, teniendo que tener en todo momento muy en cuenta la distancia a la que se encontraba el blanco, así como la velocidad a la que avanzaba hacia él, de forma que tendría que imprimir más o menos fuerza en su lanzamiento, o soltarla en un determinado momento para que impactase de filo. En todo caso, aunque golpease con el talón, bastaría para producir una grave herida, y más si era en la cara. De cualquier modo, como norma básica se puede decir que el hacha completaba un giro cada 3,5 metros.


No era un arma pesada. Por los ejemplares que se han hallado en tumbas de la época, se calcula que el peso de su cabeza oscilaba entre los 300 y los 1.000 gramos, y tenían una longitud media de entre 18 y 20 centímetros. El mango solía tener unos 40 cm. de largo el cual, aunque en la foto de arriba se muestran rectos en todos los casos, parece ser que podían tener una leve curvatura para favorecer el lanzamiento y ganar energía en el mismo. Hay que tener en cuenta que hablamos de un hacha para ser manejada con una sola mano. Bueno, ya hemos visto su descripción. Pasemos a su forma de uso...

Todas las crónicas coinciden en dejar bien claro que era un arma ideada para ser lanzada en el instante previo al contacto con el enemigo para luego empuñar la espada. Al parecer, no era un arma idónea para golpear, quizás debido a su peculiar forma. La describen además como capaz de romper un escudo, si bien dudo mucho que eso fuera cierto por la sencilla razón de que un hacha de ese peso y lanzada por un hombre, lo más que haría sería clavarse en la madera más o menos profundamente, y poco más. Su peso y reducidas dimensiones no creo que inutilizasen el escudo como pasaba con el pilum o el angón que, aunque con un peso similar, por su longitud sí se convertían en un verdadero estorbo para el que los veía clavados en su escudo. Los cronistas de la antigüedad tenían a veces una irritante tendencia a exagerarlo todo y, en muchos aspectos, ciertos detalles de sus relatos son más que cuestionables. Recordemos que los escudos al uso en aquella época eran rodelas de madera forradas de cuero y con el canto reforzado por una tira de bronce o hierro. Y, además, un umbo metálico central para dar cabida a la mano que empuñaba la manija, también de hierro. Y en muchos casos, incluso con nervaduras de metal por su cara externa como refuerzo. Dudo muy mucho que un escudo así se rompa con un hacha semejante, cuando esos mismos escudos eran capaces de resistir el brutal golpe de un hacha danesa manejada con dos manos y una cabeza el triple de pesada que la de una francisca.

Sin embargo, mencionan algo que me llama la atención, y es que cuando chocaban contra el suelo, por su forma, el rebote era impredecible, desconcertando al enemigo porque no sabía donde iría a parar. Y como todos coinciden en especificar que las lanzaban al unísono unos metros antes de llegar al cuerpo a cuerpo, me pregunto si, en realidad, en vez de lanzarlas contra los escudos, cosa que creo era poco efectiva, las lanzaban contra las piernas del enemigo, o incluso contra el suelo, unos centímetros por delante. Eso sí debía hacer verdadero daño, mucho más que ver tu escudo con una hacha pequeña clavado en el mismo y que, con un manotazo o un golpe de espada, podía ser desclavada. Creo que todos alguna vez hemos cortado leña, usando para ello ambas manos, lo que supone una energía a la hora de clavar mucho mayor que si lanzamos una hacha pequeña con una mano. ¿Acaso ha sido difícil desclavar el hacha del tronco? ¿Acaso un escudo capaz de resistir decenas de tajos de espada iba a ser destrozado por un simple golpe con una hacha de medio kilo?

En definitiva, mi opinión es que la francisca se ganó su fama más por sus efectos psicológicos que reales. Lógicamente, ver caer sobre uno una lluvia de hachas debía ser bastante desconcertante, y más si iban dirigidas a las piernas. Quizás lo que pretendían con eso era que bajasen los escudos para proteger la parte inferior del cuerpo, de forma que una siguiente andanada los cogiese descubiertos. En cualquier caso, si en verdad hubiera sido un arma tan terrorífica como cuentan las crónicas, su vida operativa habría sido mucho más larga. Sin embargo, ya en el siglo VII se puede decir que desapareció del mapa, siendo las hachas convencionales y las de dos manos las que prevalecieron en los campos de batalla durante siglos.

Bueno, ya está todo dicho, así pues, he dicho...