sábado, 3 de mayo de 2014

Y los mosquetes, aún más letales


La ilustración muestra con toda claridad las mangas de mosqueteros distribuidas alrededor del cuadro de picas.
El empleo táctico de ese tipo de formación hizo a los Tercios los dueños de los campos de batalla europeos
durante dos siglos.

Bueno, tal como anunciaba en la entrada anterior, dedicada a los arcabuces, hoy le toca el turno a sus "hermanos mayores", los mosquetes. 

Al igual que vimos con los arcabuces, la etimología del mosquete también es un tanto enigmática. En este caso, Covarrubias también se tira al vacío afirmando que proviene de unos supuestos inventores moscovitas, o sea, el gentilicio de los que nacen en Moscú. Es evidente que se limitó a buscar una similitud fonética y luego se fue a confesar a Felipe II con la conciencia más limpia que la de un neonato. El Diccionario Militar de Almirante hila más fino afirmando que el término mosquete deriva del nombre de una antigua máquina de asedio que disparaba piedras y dardos y que se denominaba muscheta en latín bajo.  Sanuti, otro lingüista, afirma lo mismo diciendo que se trata de una BALISTÆ QVÆ MUSCHATÆ VVLGARITER APPELLANTVR, o sea, que era una balista que era denominada vulgarmente como muscheta. Así pues, parece que podemos tener cierta certeza de que se trataba en origen de un arma neurobalística o que, al menos, tomó el nombre de ella.

Visto el tema etimológico, pasemos a estudiar con detalle el arma en sí. A inicios del siglo XVI, el mosquete se usaba como arma de pivote para embarcaciones o para murallas. Esto quiere decir que se trataba de armas de fuego de enormes proporciones y gran calibre destinados a hacer fuego a grandes distancias. Eran verdaderos monstruos que, por su peso y longitud, solo se podían manejar bien apoyados en un pivote que se introducía en un orificio en la borda de los barcos, o bien apoyado en las murallas de las fortificaciones o en unos banquillos con tres patas como el que vemos en la ilustración de la derecha. Algunas cifras nos lo podrán más claro. Están extraídas de ejemplares que se conservaban en el antiguo Museo del Ejército de Madrid, así que ignoro si estarán expuestos en la insultante "solución museística" que han perpetrado en el alcázar de Toledo:

Mosquete de mecha con espiga para borda de galeras. Calibre 27 mm. 156 cm. de largo de cañón. 230 cm. de longitud total. 23,69 kg. de peso. 
Mosquete de mecha para muralla. Calibre 27 mm. 156 cm. de largo de cañón. 196 cm. de longitud total. 24,31 kg. de peso.

Como vemos, literalmente imposibles de manejar en un campo de batalla. Así pues, se redujeron tanto en tamaño como en calibre y peso para que, aunque fuera con la ayuda de una horquilla para apoyarlos a la hora de abrir fuego, pudieran ser utilizados por la infantería. De ese modo, el peso se pudo reducir hasta oscilar entre los 7 y los 9 kg., y la longitud hasta el metro y medio aproximadamente. El calibre fue lo que menos varió, quedándose entre 22 y 23 mm. por lo general. Sus mecanismos y apariencia eran los mismos que los de los arcabuces salvo en el tamaño que, como comento, era superior en los mosquetes. Solo se diferenciaba en la lejanía a un mosquetero de un arcabucero por la horquilla con que los primeros tenían que ayudarse para apuntar y disparar su arma.



El duque de Alba, con cuyo nombre aún
se amenaza a los nenes holandeses y belgas
si no se toman toda la papilla 
Fue don Fernando Álvarez de Toledo, III duque de Alba y martillo de herejes el que tuvo la idea de usarlos en campaña. El estreno de los mosquetes en los Tercios tuvo pues lugar en 1567, cuando nuestras tropas tenían que desplazarse a través del "Camino Español" desde el norte de Italia hasta los Países Bajos. Debido al constante acoso por parte de unidades de caballería que se dedicaban a hostigarlos durante el largo y penoso recorrido, el duque dotó a cada compañía de una escuadra de mosqueteros formada por quince hombres, los cuales iban en cabeza. De ese modo, cada vez que se veían venir una de esas partidas de caballería podían abrir fuego y ofenderles a una gran distancia y con demoledores efectos ya que un disparo de mosquete tumbaba a un caballo como si tal cosa. Y al jinete no es que lo tumbase, es que lo escabechaba allí mismo para que su alma de fanático hereje luterano partiera al terrible infierno de fanáticos heréticos para siempre jamás, amén y tal. Por cierto que, debido al gran peso de estas armas, se seleccionaba a los mosqueteros por su corpulencia y fuerza física. Además, gozaban de una ventaja de tres escudos sobre la soldada de un arcabucero.


Los accesorios para el manejo y carga del mosquete eran los mismos que para el arcabuz, salvo la horquilla que ya hemos mencionado. A la izquierda podemos verlos junto a un mosquete: en el centro aparece la horquilla, cuya longitud era de siete palmos (146 cm.). El cuerpo era de madera salvo las guarniciones formadas por la horquilla y el pincho, el cual se requería que fuese especialmente agudo para poder hincarlo en el terreno sin problema. Bajo la horquilla se observa un cordón a modo de fiador, el cual se pasaba por el brazo para no perderla durante la recarga. A la derecha aparece la bandolera con los "doce apóstoles" y la polvorera que, por lo general, se fabricaba de hojalata o latón. Además de estos pertrechos, se llevaba el consabido eslabón y el pedernal para encender fuego, un par de varas de mecha de repuesto y un canuto perforado de hojalata que se acoplaba en la mecha para protegerla del viento cuando aún no se había entrado en combate a fin de que no se gastara inútilmente. La provisión de pelotas que llevaba encima cada mosquetero era de 25 unidades guardadas en una bolsa de cuero. Estas pelotas eran más pesadas que las de un arcabuz: nada menos que 46 gramos de plomo del bueno de 20 mm. para los calibres más "modestos". Si hablamos de un mosquete de 23,8 mm., que equivaldría a cuatro pelotas por libra, nos ponemos en 115 gramos. Para despatarrar a un hipopótamo con sobrepeso, vaya...

En cuanto a sus mecanismos, también eran los mismos que el arcabuz, o sea, de mecha. Sin embargo, hacia finales del siglo XVI se empezaron a fabricar mosquetes provistos de llaves de rueda, un invento alemán creado hacia 1515 que eliminaba el engorro de la mecha. A la derecha podemos verla tanto montada en el arma como vista por su parte interna. El invento consistía en una rueda de acero dentado provista de un muelle como el de un reloj y que se giraba mediante una llave para tensarlo. En la patilla iba una mordaza en la que se fijaba un trozo de sílex o, mejor aún, de ágata. Al apretar el gatillo, el muelle se liberaba, la rueda giraba y arrancaba un chorro de chispas que prendía la pólvora del cebado, produciéndose el disparo. La idea era bastante buena salvo por un detalle: el proceso de recarga se alargaba demasiado, lo que era un evidente problema cuando se entraba en fuego. Los dos minutos que duraba la recarga de un mosquete de mecha ya eran demasiados, pero con la llave de rueda se alargaba mucho más así que este mecanismo quedó relegado a las pistolas, especialmente a las de herreruelos y reitres los cuales no tenían que recargar. Total, que se retomó la llave de mecha y no desapareció hasta que se inventó la llave de chispa en el siglo XVII, que esa sí facilitaba la recarga enormemente.

Escuadra de quince mosqueteros tal como la ideó el duque de Alba.
En caso de tratarse de un escuadrón serían nada menos que 27
mosqueteros o arcabuceros en fondo. En total, 81 infantes disparando.
En cuanto a su uso táctico, ya hemos hablado por encima de ese tema. Como ya sabemos, las formaciones de las unidades españolas se basaban en un cuadro de picas rodeado por tres filas de arcabuceros o mosqueteros en todo su contorno. La suma total de los efectivos de un escuadrón era de 189 picas -entre coseletes y picas secas-, y de 216 arcabuceros y mosqueteros, si bien cada vez se fueron imponiendo los segundos sobre los primeros. El frente que ofrecían era de tres mangas de 27 tiradores cada una, así que ya podemos imaginar sus efectos. Otra innovación de los Tercios fue el ir disparando por andanadas, de forma que se pudiera mantener el fuego contra el enemigo de forma constante. Para que nos entendamos, me refiero a eso que siempre sale en las películas pero llevado a cabo por ingleses, como si la idea hubiera sido de ellos. Pues una leche para los ingleses. 

Muralla de picas prácticamente insalvables para la
caballería. Protegidos por ellas, los mosqueteros disparaban
a su sabor, matando e hiriendo a jinetes y caballos
El invento fue español, y las caballerías de toda la Europa sufrieron en sus carnes sus efectos: cuando la carga se iniciaba, las picas enfilaban hacia el enemigo. Al haber tiradores en todo el contorno del escuadrón daba lo mismo por qué dirección viniesen ya que, en cualquier caso, se encontrarían en el mismo brete. Así pues, las picas protegían a los mosqueteros mientras estos se disponían para abrir fuego. Una vez que se ordenaba, la primera manga realizaba una descarga tras lo cual se retiraban hacia atrás, dejando paso a la segunda manga mientras que los de la primera recargaban a toda velocidad. Cuando la segunda manga disparaba, entraba en fuego la tercera, y luego nuevamente la primera. De ese modo, cuando los caballos coraza intentaban romper el cuadro se quedaban con un palmo de narices. Era simplemente imposible porque las picas no les dejaban avanzar y los disparos los derribaban bonitamente para ser luego rematados en el suelo puñetero a golpe de daga. En caso de que la carga la realizaran reitres e intentaran hacer una caracola, mientras ellos disparaban sus pistolas tenían que soportar descarga tras descarga hasta obligarlos a retirarse.  

En lo tocante a sus efectos, si ayer vimos que los del arcabuz eran terroríficos estos no se quedan atrás cuando se trata de un mosquete. Un buen ejemplo lo tenemos a la derecha si bien, aunque corresponde al siglo XVIII, la herida la produjo un mosquete aunque ya con llave de chispa. Se trata de la momia de Carlos XII de Suecia, el cual fue alcanzado por una bala de mosquete durante el cerco a la fortaleza de Fredriksten el 11 de diciembre de 1718. La foto de la izquierda muestra el descomunal orificio de entrada. La de la derecha el de salida que, aunque parezca más pequeño, no lo es si observamos las grietas en la piel momificada, que indican claramente cual fue la verdadera extensión de dicho orificio en estrella. Su tamaño aproximado lo he marcado con un círculo negro. Brutal, ¿no?

En esa otra podemos apreciar una bala de mosquete incrustada bajo la cabeza de un  fémur. Ese disparo debió llegarle de lejos porque, caso de haber sido realizado a una distancia relativamente corta, la bala habría partido el hueso y, ya puestos, la cavidad cotiloidea, que es donde se aloja la cabeza del fémur, y el ligamento iliofemoral. Para entendernos, le habría dejado la pierna un poco averiada. Pero la ausencia de callo óseo en el orificio da a entender que el dueño del fémur no debió vivir para contar ni del uno al diez, pobre hombre...


Y para terminar, un sobrecogedor disparo en plena boca. La bala se llevó por delante los incisivos de ambas mandíbulas y, por su posible trayectoria, debió alcanzar las cervicales produciendo al herido una muerte instantánea. Es similar, aunque posterior en el tiempo y el tipo de arma, a la que en su día vimos en el cráneo de un caballero italiano el cual murió literalmente apuntillado por un virote de ballesta que, como en este caso, le cercenó los dientes y se incrustó en la segunda vértebra cervical. En fin, algo bastante desagradable.

La proliferación de estas armas por toda Europa, así como el desarrollo de diversas tácticas para su mejor aprovechamiento por parte de los ejércitos alemanes, suecos, franceses, ingleses y, naturalmente, españoles, supusieron una verdadera catarsis que sembró de cadáveres los campos de batalla y de mutilados y/o tullidos las ciudades. Eso supuso entrar en la guerra moderna, donde ya no era siempre preciso mirar al enemigo a la cara o sentir su sangre salpicando la cara de su matador. En estas cuestiones, que por desgracia siguen siendo la norma en vez de la excepción, evolucionamos a una velocidad vertiginosa.

Algunas curiosidades curiosas de regalo


1. El sistema para calcular el calibre de estas armas, así como los arcabuces, era el mismo que se sigue actualmente para identificar el calibre de las escopetas, o sea, el número de balas de un determinado calibre que saldrían de una libra de plomo que, en España, equivaldría a 460 gramos. O sea, un calibre de a 10 significaría que se podrían fabricar diez pelotas de 1/10 de libra, o sea, 46 gramos. En milímetros equivaldrían a 20 mm.

2. Una forma de ocultar por la noche el brillo de las mechas encendidas que delataban su presencia era meter el extremo incandescente de la misma en un canuto fabricado con una caña.

3. La industria armera en España estaba concentrada en las Vascongadas, concretamente en las provincias de Vizcaya y Guipúzcoa. La población guipuzcoana de Placencia, que en el siglo XVI tomó el apelativo “de las Armas” por el establecimiento en la misma de un almacén real de armamento, alcanzaba una producción anual en aquellos tiempos de 12.000 arcabuces y 3.000 mosquetes.  

4. A finales del siglo XVII aún se solían denominar a los mosquetes con llave de mecha como “mosquetes vizcaínos” para diferenciarlos de los de llave de chispa.

5. A fin de disponer de más libertad de movimientos, tanto mosqueteros como arcabuceros dejaron de lado los típicos coseletes de la infantería, por lo que su único armamento defensivo se limitaba al morrión o capacete para la cabeza. Pero también estos yelmos fueron sustituidos poco a poco por el típico chambergo de ala ancha, mucho más adecuados para proteger los ojos del sol a la hora de apuntar, sobre todo cuando lo tenían de frente.

6. Además del arma de fuego portaban espada y daga. Pero, llegados al contacto con el enemigo, muchos optaban por usar el grueso tocho de madera de nogal, roble o cerezo de la culata para asestar tremendos golpes en los cráneos de los enemigos. Un culatazo en plena jeta propinado por un arma que pesaba sus buenos 10 kilos dejaban al que lo recibía con la nariz incrustada literalmente en el cerebro.

Ya está. Me piro a ver si pillo un puñetero mendrugo en la cocina, que es hora de cenar.


"...y que vengan formados en escuadrones, con balas en los cañones y con las cuerdas caladas" (D. Lope de Figueroa dixit). Llegado el momento, la primera manga de mosqueteros clavaba la horquilla en el suelo sembrado de cadáveres y regado con sangre,
apuntaban el mosquete vislumbrando como se aproximaban los enemigos entre el humillo de la mecha y
la reverberación del cañón recalentado e, impasibles, en el silencio más absoluto, aguardaban la orden de abrir fuego. Qué emocionante, carajo... ¿O no? 


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