jueves, 3 de abril de 2014

PLUMBATÆ, las espinas de Marte



No, no me ha dado por la astronomía, y mucho menos por la astrología. En realidad, ignoro si en la superficie de Marte hay espinas, púas o siquiera chinchetas. La cosa es que este Marte al que me refiero no es el planeta rojo tan de moda últimamente, sino al dios de la guerra de los romanos. Ya saben que los romanos tenían dioses para todo, incluyendo el papel higiénico, los artículos de higiene femenina e incluso el protector de la esencia sobaquera en forma de cilindro aromático con esencia de bosque lleno de arroyos de aguas prístinas y ninfas en pelota picada correteando por ahí.

Pero estas espinas de las que vamos a hablar eran en realidad unos dardos plomados usados por los legionarios romanos hacia el siglo IV y que ganaron gran popularidad como armamento arrojadizo. De hecho, estos dardos perduraron al menos hasta la primera mitad de la Edad Media. Bueno, al grano...

En la ilustración de la derecha podemos ver de qué va la cosa. Se trata de los PLVMBATÆ, o sea, los plomados o, mejor dicho, los dardos plomados que empezaron a proliferar en la época que he mencionado más arriba. En realidad, el invento no era romano ya que hay constancia de que en la antigua Grecia ya se lastraban las flechas para lograr más contundencia. Incluso Plinio el Viejo menciona que los árabes usaban PLVMBATIS SAGITTIS, o sea, flechas plomadas, para cazar aves de gran tamaño. En lo tocante al decadente ejército romano de la época, las referencias que tenemos acerca de estos dardos proceden de varias obras, a saber: DE REBVS BELLICIS, una obra anónima datada hacia los siglos IV-V, la obra de Flavio Vegecio Renato EPITOME REI MILITARI, escrita a finales del siglo IV y, finalmente, el STRATEGIKON escrito en el siglo VI por el emperador bizantino Mauricio. 


La denominación de estos dardos era precisamente la que da título a la entrada: MARTIOBARBVLI, palabro compuesto por MARTIO (Marte) y BARBVLI (espina o púa). Fue Vegecio el que nos legó estos datos en base a que los emperadores Diocleciano y Maximiano rebautizaron a dos legiones de la Iliria con los nombres de MARTIOBARBVLI IOVIANI y MARTIOBARBVLI HERCVLIANA, las cuales al parecer eran preferidas sobre cualesquiera otras debido a la gran destreza que tenían sus efectivos en el uso de estas armas. Hay cierta controversia con el tema de la denominación de estos dardos plomados, ya que en DE REBVS BELLICIS son denominados como PLVMBATÆ TRIBOLATAPLVMBATÆ MAMILLATÆ. Estas denominaciones obedecen simplemente a sus distintas morfologías.

La PLVMBATÆ TRIBOLATA era un dardo provisto únicamente de tres estabilizadores. No se conoce con exactitud la longitud de su asta ya que los ejemplares que han aparecido carecen de la misma por razones obvias. Así pues, solo tenemos las descripciones que nos aportan las obras arriba citadas. Por otro lado, los PLVMBATÆ MAMILLATÆ estaban desprovistos de estabilizadores y, según algunos estudiosos, deben su nombre de MAMILLATA (mama, teta) a los abultados lastres de plomo. O sea, que su denominación podríamos traducirla como dardos plomados tetudos o algo así. Sin embargo, algunos estudiosos como M. Bishop afirman que, en realidad, ambos dardos eran iguales y que el apelativo de MAMILLATÆ no hacía referencia a los lastres, sino a la forma de un determinado tipo de punta, redondeada como un pezón. En cualquier caso, el aspecto convencional de un MARTIOBARBVLI podemos verlo en la ilustración inferior:

Ahí tenemos lo que sería un PLVMBATA TRIBOLATA. La ilustración nos permite ver claramente como estaban construidos. Las puntas de hierro eran unidas a su asta mediante un cubo de enmangue o un pedúnculo. Para fijarlos, el plomo se vertía fundido en un molde justo en la unión de moharra y asta, lo que ahorraba trabajo y proporcionaba una sólida unión. Finalmente, se fijaban los estabilizadores pegándolos y encordándolos como vemos en el dibujo. El acabado de estas armas era muy burdo, buscando con ello una producción en masa y que fueran efectivos, pero sin más historias. Recordemos que los PLVMBATÆ MAMILLATÆ serían iguales, pero provistos de una punta, como se ha dicho, redondeada.

En el dibujo de la derecha podemos ver como sería el molde de marras. Un simple molde de dos valvas en el que se encajaban moharra y asta para, a continuación, cerrarlo, sujetarlo con una mordaza y verter el plomo fundido. Para evitar quemar la madera del asta sería suficiente con empaparla en agua previamente, ya que el plomo se solidifica en un instante y su temperatura de fusión es relativamente baja, alrededor de 300º. Otro método podría haber sido enrollar una lámina de plomo en el mismo lugar y, simplemente, fijarla con unos golpes de martillo. 

Los tamaños de las moharras oscilaban, al menos conforme a los ejemplares supervivientes, entre los 10 y los 27 cm. aproximadamente. En la ilustración de la izquierda podemos ver tres tipologías diferentes: la primera muestra una punta barbada montada sobre un vástago de sección cuadrangular. La siguiente, además de ser también barbada, está montada sobre un vástago de sección circular que ha sido retorcido a fin de que la fijación con el lastre sea más sólida. La última es la más simple: una simple punta romboidal, como si la hubieran recortado de una chapa sin más. Esto, junto a los demás ejemplares hallados, corrobora que, en efecto, eran armas elaboradas sin el más mínimo refinamiento y en las que solo se buscaba la economía y un funcionamiento correcto.

Su contundencia era manifiesta, ya que sustituyeron a los arqueros por la manifiesta efectividad de estos dardos. Según Vegecio, cada legionario portaba cinco de ellos en el reverso de su escudo, tal como vemos en la ilustración de la derecha. Al parecer, con el entrenamiento adecuado lograban lanzarlos todos en apenas unos segundos. Su uso táctico era bastante simple, pero demoledor: una cohorte formada de 70 hombres en fondo por ocho filas de profunda, lo que hacen 560 hombres, podían arrojar sus cinco MARTIOBARBVLI en apenas unos 20 segundos. Hagamos algunas multiplicaciones y obtenemos nada menos que 2.800 dardos volando por los aires y, por otro lado, si cada legionario estaba separado un metro de su compañero de cada lado, tendríamos un frente de 71 metros, lo que daría una densidad de 39 dardos por metro. O sea, una aplastante lluvia de dardos capaces de perforar un escudo y matar o herir tanto a hombres como a caballos sin problema.

De ahí que los MARTIOBARBVLI sustituyera el tradicional lanzamiento de PILA previo al cuerpo a cuerpo que había sido su principal maniobra ofensiva durante siglos. Según indica Vegecio, gracias al superior alcance de estos dardos era posible mermar bastante una carga enemiga o incluso llegar a pararla en seco ante la lluvia de proyectiles. Los VELITES situados en las últimas filas los arrojaban con un elevado ángulo de tiro, de forma que volasen sobre las cabezas de sus compañeros para, finalmente, caer casi verticalmente sobre los enemigos. Esto permitió pues variar de forma notable las tácticas de ataque de las legiones: en lugar del lanzamiento de los pesados PILA, se hacía lo propio con los MARTIOBARBVLI para, a continuación, arrojar los SPICVLÆ, una jabalina que sustituyó al PILVM, y, finalmente, meter mano a las espadas para llegar al cuerpo a cuerpo. Incluso se recomendaba hacer uso de ellos para arrojarlos dentro de fortificaciones, ya que un buen lanzador podía alcanzar unos 14 ó 15 metros de altura durante su trayectoria, de sobras para pasar por encima de cualquier muralla.

Al desconocerse la longitud del asta, en 1974 se realizaron una serie de pruebas con réplicas de algunos ejemplares cuyas astas les daban una longitud total de un metro. Los resultados fueron poco o nada estimulantes, ya que no lograron un alcance ni de 30 metros, y eso que incluso probaron a arrojarlos con la ayuda de un AMENTVM, una lazada de cuero o cuerda que permitía imprimir más energía al lanzamiento y cuya apariencia podemos ver en la ilustración de la derecha. Sin embargo, pruebas llevadas a cabo más recientemente dieron lugar a conclusiones totalmente opuestas: lanzando dardos de medio metros o menos, el alcance se alargaba hasta los 70 metros con un esfuerzo relativamente escaso. Sus cabezas plomadas, con un peso de entre unos 100 y 730 gramos, no solo tenían un alcance muy superior, sino también un poder de penetración muy relevante: la más pesada perforó una tabla de contrachapado de 10 mm. de espesor. Esto último concuerda más con lo manifestado por Vegecio en cuanto a que "podían herir a los hombres y caballos del enemigo antes de que estos llegaran a una distancia adecuada para lanzar sus armas". Y, al parecer, no solo eran válidos para herir a distancia sino que, en pleno cuerpo a cuerpo, eran lanzados a bocajarro contra el adversario o incluso los esparcidos por el suelo podían herir los pies de los mismos. 

Respecto a la forma de lanzarlos, según las pruebas realizadas, como mayor distancia se lograba era de abajo hacia arriba, tal como vemos en la imagen de la izquierda. Como podemos apreciar, en este caso el legionario lleva los MARTIOBARBVLI en el escudo si bien hacia el siglo V y a la vista de la probada eficacia de estas armas, se aumentó la dotación de las mismas por hombre, pasando a ser portadas en una pequeña aljaba que colgaba del cinturón. Como colofón, comentar solo que, ciertamente, la efectividad de los MARTIOBARBVLI debía ser terriblemente contundente. Por su ángulo de tiro y por las zonas más expuestas del enemigo, la mayor parte de las heridas solían producirse en el cuello y la cabeza. Imaginemos pues qué debería sentirse cuando una de esas burdas pero afiladas puntas barbadas, cuya extracción era imposible sin producir aún más daño que la misma herida y con un peso de medio kilo o más, clavada en plena jeta o en el pescuezo. Y para más inri, su peso tiraría del dardo hacia fuera, hincando aún más en la carne las barbas de la punta. Por mencionar una víctima ilustre de los MARTIOBARBVLI, en la batalla de AD DECIMVN, librada el 13 de septiembre de 533 entre las tropas de Flavio Belisario y el rey vándalo Gelimer, el sobrino de éste último cayó muerto a causa de un dardo plomado que le atravesó el yelmo alcanzándole el cerebro y, por ello, provocándole una muerte fulminante. 

Bien, estas eran las espinas de Marte. Tanto los ejércitos del decadente imperio romano de Occidente como el de Bizancio hicieron uso de ellos si bien, como ya sabemos, en el primer caso no sirvieron para detener su imparable declive. De todas formas, fue un arma muy eficaz, muy barata de construir y, por su simpleza, adecuada para una producción masiva. ¿Por qué pues se han hallado tan pocos ejemplares? Quién sabe... Quizás fueran recuperados los miles y miles de MARTIOBARBVLI que quedaban esparcidos en los campos de batalla a fin de reutilizarlos o de reciclar sus materiales, especialmente el plomo. 

En fin, ya está.

Hale, he dicho