sábado, 19 de abril de 2014

10 curiosidades curiosas sobre los galeones españoles



Los galeones, a pesar de su aspecto un poco rechoncho, fueron las naves que permitieron a España convertirse en un imperio como jamás viose y acrecentar los dominios de su católica majestad Felipe II hasta que no se pusiera el sol en ellos, lo cual era estupendo para estar siempre moreno. 

Así pues, hoy toca hablar de algo más apacible porque no estoy para muchos trotes. ¿No he dicho a vuecedes que llevo ya tres meses con un tendón del hombro roto? Bueno, pues dicho queda. Me está haciendo pasar un quinario el muy... En fin, que hoy tocan temas navales, que son como más relajantes tras la ardorosa entrada de ayer. Veamos pues...

1. A fin de protegerlos de la humedad y de la broma, el casco de los galeones era recubierto desde la quilla hasta la línea de flotación por una capa de lona embreada. A continuación se añadían finas láminas de plomo para, finalmente, recubrirlo todo con una capa de grasa de origen vegetal o animal. La obra muerta, o sea, la parte del casco que sobresalía del agua, era pintada por lo general con bandas negras alternada con ocres, amarillas, azules o rojas.

2. En el siglo XVI y principios del XVII, los galeones no tenían asignada una dotación de armamento embarcado fijo en el buque. Por el contrario, tanto las bocas de fuego como la pólvora y las municiones permanecían en los arsenales a la espera de ser embarcados en cada nave en función de la cantidad de piezas que necesitara según la travesía a realizar. Una vez retornados a puerto, tanto las piezas como las municiones debían ser devueltos a los arsenales.

3. Dependiendo de su tonelaje, variaba la cantidad de bocas de fuego y el tipo de las mismas, que solían ser, de menos a más cantidad, cañones, sacres, culebrinas y medias culebrinas. Los galeones entre 500 y 600 toneladas iban armados con 24 piezas, los de 700 a 850 toneladas, entre 30 y 40 piezas, y los más grandes, de 1.000 toneladas, unas 50 piezas. Como armamento ligero contra personal y para barrer las cubiertas enemigas de forma previa a los abordajes se usaban pequeños falconetes, cañones de pivote de retrocarga mediante una alcuza y que cargados con metralla (esquirlas de pedernal, clavos, etc.) hacían verdaderas escabechinas.

4. Los proyectiles usados, aparte de las típicas pelotas de hierro, eran balas enramadas, palanquetas, angelotes y balas rojas. Estas últimas eran pelotas normales puestas al rojo vivo en un hornillo antes de ser cargadas para provocar incendios en las naves enemigas. 

5. El número de tripulantes se obtenía mediante la proporción de un hombre por tonelada, si bien en caso de guerra se elevaba a un hombre y medio. A mediados del siglo XVI la proporción varió, disminuyendo la gente de mar a uno por cada 5,5 toneladas a fin de dejar sitio a la infantería de marina. A principios del siglo XVII se volvió a modificar, embarcando un marinero por cada seis toneladas y cuarto, y un infante de marina por cada cuatro toneladas. Estas cantidades eran, como cabe suponer, variables en función de la travesía. No era lo mismo partir en una misión de guerra, donde primaban los artilleros y los infantes de marina, que dar escolta a un convoy a las Indias o para transportar una carga y pasajeros que no formaban parte de los roles de la nave.

6. Durante los siglos XVI y XVII, la marina de guerra española tenía una peculiaridad única respecto a las demás armadas europeas, y es que el capitán del barco no tenía jurisdicción sobre la infantería de marina, la cual estaba al mando de su propio capitán. De ese modo, el capitán del barco era designado como capitán de mar, y mandaba sobre la marinería mientras que la tropa quedaba al mando de un capitán de guerra. Esta norma perduró hasta bien avanzado el siglo XVII.

7. Los galeones que venían de las Indias cargados de metales preciosos contaban con un oficial de tipo burocrático denominado maestre de plata, el cual era designado por la Casa de Contratación, ubicada en Sevilla, ya que esta ciudad tenía en aquellos tiempos el monopolio del comercio con las provincias de Ultramar. Es decir, todos los buques que salían y llegaban de las Indias lo hacían desde Sevilla, lo que convirtió esta ciudad en la más rica de la Hispania toda. Dicho privilegio lo mandó al garete el primer Borbón, el cual lo trasladó a la ciudad de Cádiz. Eso fue, a mi modo de ver, una memez ya que Cádiz, siendo población costera, era más vulnerable a los ataques de los ingleses y holandeses (Dios los maldiga), mientras que Sevilla, siendo un puerto fluvial, era cuasi inaccesible para los piratas esos.

8.Las necesidades fisiológicas se hacían en unos pequeños tabucos situados en la proa, a los lados del bauprés y denominados jardines. Con todo, muchos tripulantes vaciaban sus orinales en las sentinas, de donde salían emanaciones capaces de hacer perder el conocimiento a un rinoceronte.

9.La dieta de la armada española era mucho más saludable que la de otras marinas europeas, en las que el escorbuto era habitual. En los galeones españoles, por el contrario, era una enfermedad bastante rara. La ración por hombre y día consistía en 700 gramos de galleta o bizcocho, legumbres secas y medio azumbre de vino. Cuatro veces en semana se repartía carne en salazón previamente hervida mientras que los miércoles, viernes y sábados se suministraba pescado, también en salazón y hervido. En caso de combate inminente, se repartían raciones de queso para evitar encender fuegos a bordo. A todo ello se añadían cebollas, ajo, aceitunas, aceite y vinagre, lo que suponía un aporte de vitaminas que impedía la aparición del temido escorbuto. Para que luego hablen los guiris del ajo...

10. Como España siempre ha sido un país católico como Dios manda, cada barco llevaba su propio capellán el cual celebraba las llamadas "misas secas" en las que no se comulgaba a fin de evitar que, con el mareo, el personal acabase echando los bofes hostia incluida, lo cual estaba muy feo y no se podía consentir.

Bueno, ya está. Me piro a chutarme un Nolotil, que esto duele de cojones.

Hale, he dicho...