domingo, 26 de julio de 2015

Armeros medievales. Fabricando un almete




Arneses de guerra del siglo XVI. Con lo que costaba cada
uno de ellos habría para liquidar la maldita hipoteca de
un plumazo y hasta sobraría para un viajito.
A lo largo del siglo XV y durante la primera mitad del XVI, la evolución experimentada en las técnicas metalúrgicas permitió alcanzar la máxima perfección en la fabricación de armaduras en los principales centros armeros, especialmente los del norte de Italia y del sur de Alemania. La tecnología de aquella época permitió aligerar enormemente el peso de los arneses gracias a la obtención de aceros de cada vez más calidad, lo que suponía manufacturar piezas de escaso grosor mucho más resistentes que sus hermanas mayores de cien o doscientos años antes. De hecho, una armadura renacentista podía incluso detener un disparo de arcabuz, lo que convertía a su portador en un guerrero prácticamente invulnerable que solo podía ser liquidado si sus enemigos lograban derribarlo de su montura y meterle una pica de alabarda entre las rendijas de su carísimo arnés de guerra.

Los niveles de perfección de los
armeros de la época permitían
elaborar piezas fastuosas
Es cosa sabida en casi todos los aficionados a estos temas tan belicosos pero, sin embargo, lo tocante a su elaboración no suele ser un tema tan conocido así que dedicaremos esta entrada dominical a explicar de forma somera como se fabricaba un almete, tipo de yelmo que ya estudiamos en su día y que supuso la culminación en lo referente a la perfección de la defensa de la cabeza contra los trastazos propinados por los enemigos. El almete era una evolución del bacinete de pico de gorrión que ya vimos en una entrada anterior y, junto con las borgoñotas y las todenköpfe, fue el último yelmo de diseño medieval hasta la extinción de los mismos debido tanto al elevado precio de estos arneses como al hecho de que la masificación de armas de fuego en los campos de batalla los hizo prácticamente inútiles. 

No obstante, se convirtieron en unos yelmos tan representativos que aún siguieron apareciendo en los retratos de reyes, nobles y militares durante mucho tiempo, posados sobre una mesa junto al modelo como una especie de recuerdo del glorioso pasado de este tipo de armamento defensivo. Un buen ejemplo lo tenemos en la imagen de la derecha, correspondiente a un retrato de joven de Felipe V pintado por Joseph Vivien en 1700 en el que el monarca aparece armado con un arnés de guerra y apoyado sobre el almete del mismo, sosteniendo con la mano derecha la típica bengala como símbolo de mando. Y dicho esto, vamos al grano sin más dilación.


El batido para la obtención de chapa
lo realizaban entre el maestro y uno
o más ayudantes que golpeaban suce-
sivamente el metal.
Ante todo, debemos tener en cuenta una serie de detalles que nos permitirán hacernos una idea de lo enormemente laborioso que era fabricar una pieza de este tipo ya que, a fin de desviar los impactos dirigidos a la cabeza, su diseño conllevaba una gran cantidad de ángulos y curvas que requerían una gran destreza para darles la forma adecuada sin que la chapa se adelgazara demasiado y se rompiera. Del mismo modo, recordemos que en aquella época no existían aún las laminadoras, por lo que dicha chapa se obtenía a base de martillear durante horas y horas un trozo de hierro y con la dificultad añadida de que debía tener un grosor uniforme. O sea, que los documentales esos tan molones que vemos en Youtube en los que se fabrican réplicas de armaduras y tal no exponen el trabajo real que suponía la elaboración de una de ellas ya que estos artesanos modernos ya disponen de chapa perfectamente laminada, lo que supone un ahorro de mogollón de horas de trabajo agotador. Del mismo modo, los remaches y las pequeñas piezas que contenía cada yelmo debían ser forjadas una a una, así que estos vídeos nos pueden dar una idea aproximada del proceso de construcción, pero en modo alguno es 100% real. De hecho, muchos de estos artesanos recurren a fabricar las calvas de estos yelmos en dos mitades que luego unen con soldadura autógena mientras que en su época se fabricaban de una sola pieza.

Así pues, cuando un personaje de postín encargaba un arnés el armero procedía a tomarle las medidas como si de un sastre se tratase. En el caso de los yelmos, las dimensiones de la cabeza a considerar podemos verlas en el gráfico de la derecha. Al tratarse de una tipología que quedaba tan ajustada no era posible usar piezas elaboradas de antemano ya que una diferencia de apenas un centímetro en el diámetro de la cabeza o de la altura de la frente impedirían a su comprador usarlo con comodidad o incluso no poder ponérselo por estarle pequeño, o demasiado grande o simplemente porque los ojos no coincidían con las rendijas del visor. Una vez tomadas las medidas y concretado tanto el diseño como los detalles decorativos se procedía a la fabricación del yelmo que, por lo general, formaba parte de un arnés completo salvo que se tratase de reponer una pieza perdida o, simplemente, de actualizarlo por preferir su dueño usar un almete al tipo de yelmo que traía el arnés en su momento.

Una vez obtenida la chapa necesaria se moldeaba con las pequeñas bigornias y los contraestampados que vemos en la foto de la derecha. Estos accesorios se colocaban en el orificio cuadrado del yunque, y con ellos un maestro armero cualificado podía dar casi cualquier forma al metal. En cuanto a las perforaciones, se hacían en caliente con un punzón golpeando sobre el orificio redondo del yunque. Las rebabas se eliminaban a base de lima.

Dentro de las modas imperantes en la época, podríamos decir que básicamente se fabricaban almetes de dos tipos, uno de los cuales lo podemos ver a la izquierda. En este caso se trata del diseño alemán el cual consistía en un casco que cubría el cráneo, la nuca y los laterales del cuello como si de un bacinete se tratase al que se añadía una babera que protegía la parte inferior de la cara y el visor. Sin entrar en los detalles decorativos o en pormenores derivados del capricho del cliente, este almete se componía pues de tres partes que se completaban con las piezas que vemos en la hilera inferior.


A la derecha vemos la babera ya terminada y con los orificios necesarios para acoger las piezas que debe llevar. La pieza B servía para, como su nombre indica, mantener el visor alzado. Para ello, dicha pieza se encajaba en una muesca practicada en el visor para tal fin si bien este tipo de bloqueos no siempre se usaba. La pieza C, que iba remachada en el lugar marcado en el paso 2, era un resorte mediante el cual se bloqueaba el visor al bajarlo. Por ello, la pletina que forma la base de estas piezas debía ser de un acero flexible ya que su funcionamiento consistía en que al apretar el botón central retraía el tetón superior, liberando a este del orificio practicado en el visor para tal fin. En el paso 3 vemos la babera completa con sus accesorios remachados e incluyendo la pequeña aldabilla D que servía para cerrar el almete. Iba una en cada lado, y el cierre se efectuaba abrochando estas piezas en sendos bulones perforados que iban en los laterales del casco.

En la ilustración de la izquierda tenemos en el paso 1 el visor el cual ya tiene los orificios del ventalle, la ocularia del mismo, la ranura para el bloqueo de apertura en el canto inferior, el orificio para el bloqueo del cierre que vemos en el círculo rojo y, por último, el vástago que facilita subirlo o bajarlo con una mano enguatada en una manopla de hierro. En el paso 2 vemos la calva a la que solo hay que añadir el bulón perforado para abrochar la aldabilla que vimos anteriormente.

En algunos casos, el cliente deseaba que el visor no quedara fijado de forma permanente al yelmo por lo que se optaba por la solución que vemos a la derecha: se elaboraban sendas  bisagras, una de las cuales era montada en el casco, mientras que la otra se unía al visor, en ambos casos bien mediante soldadura o bien mediante remaches. Para instalar el visor en el almete bastaba unir ambas bisagras mediante un pasador de la misma forma que se hacía con los bacinetes. Esto permitía al combatiente retirar esa pieza cuando era necesario, especialmente a la hora de luchar a pie, que era cuando se precisaba de más campo visual. Por último, a la derecha vemos la pieza totalmente terminada. Los orificios que quedan libres son para la guarnición interior y para añadir una gorguera que sirviera de refuerzo en la unión del yelmo con el peto, protegiendo el cuello. En la imagen inferior podemos ver el aspecto del almete concluido y con el visor tanto abierto como cerrado. Como queda patente, solo una aguzada hoja introducida por la ocularia o un disparo a bocajarro podría matar al portador de este almete.


Prosigamos...

Una vez que el almete era terminado y bruñido, salvo que el cliente hubiese solicitado un acabado con cincelados o grabados al aguafuerte se le colocaba la guarnición. En la foto de la izquierda tenemos un ejemplo de su apariencia original, en este caso de un almete fabricado hacia 1530 en Insbruck y que fue propiedad de Jakob von Trapp. Según podemos apreciar, la guarnición se fabricaba con un tejido resistente- por lo general fustán- relleno a su vez de crin. Tanto la calva como los laterales estaban forrados con la guarnición de forma que la cabeza y parte de la cara quedaban resguardadas de roces producidos por el metal. 

En cuanto a los detallitos molones, pues podían ser de todo tipo: los grabados o cincelados mencionados más arriba, decoración en las cabezas de los remaches realizados mediante cincelado o acuñado, damasquinados con bronce dorado u oro si el cliente se lo podía permitir, etc. Para todo ello, los armeros de postín disponían de hábiles artesanos en plantilla capaces de elaborar este tipo de cosas sin problema y, en el peor de los casos, siempre podían enviarlos a maestros ajenos al taller que trabajaban por encargo. A la derecha vemos un ejemplo de uno de estos detalles: se trata del portaplumas que, en este caso, va fijado en la parte trasera izquierda del almete ya que, al ser de tipo italiano e ir cerrado justo por detrás, no podía colocarse en el lugar habitual.

El tipo italiano estaba formado por piezas distintas, las cuales podemos ver en la ilustración de la izquierda. La calva la componía un casquete que cubría solo la bóveda craneana, emergiendo por la parte trasera de la pieza una lengüeta donde se fijaban los laterales. Estas dos piezas se unían a la calva mediante las bisagras A, las cuales eran soldadas o remachadas a ambas partes. En la parte frontal llevaban un añadido que formaba una pequeña visera y que era unida a la calva mediante el remache que fijaba el visor a la misma de forma similar al ejemplo que vimos más arriba. En este caso, el sistema adoptado para abrir el yelmo era diferente ya que carecía de babera.

Lo podemos ver mejor en la foto de la derecha. Como se puede apreciar, los laterales se abrían a cada lado gracias a las bisagras, permitiendo meter dentro la cabeza. Esta tipología no solía disponer de gorgueras como vimos en el modelo alemán, sino que se fijaba en la base del yelmo un collarín de cuero del que pendía una gola de malla. Esto tenía sus pros y sus contras: la protección del cuello era inferior, pero a cambio permitía a la cabeza una mayor movilidad. No obstante, en muchos casos se le añadía como protección extra una bufa que se sujetaba mediante una o dos correas al casco. Para impedir que fueran cortadas se instalaba en la parte trasera del almete un pequeño varaescudo que, si han leído la entrada dedicada a estos yelmos, ya sabrán de qué va la cosa.

El tipo italiano tenía una ventaja añadida, la cual no era otra que ser más fáciles de fabricar al no tener que dedicar el tiempo requerido para la elaboración de la babera. En la ilustración de la izquierda vemos el proceso de fijación de cada pieza que, en este caso, contempla también que el visor sea removible para desmontarlo cuando fuese preciso. En muchos casos, los arneses de esta época iban acompañados de diversos accesorios para poder usarlos en justas y torneos además de en acciones de guerra. Esto implicaba un gasto extra, pero por otro lado obviaba la necesidad de adquirir un arnés para cada cosa.

La foto de la derecha nos muestra con todo detalle la calva de un almete de esta tipología. En la imagen central, dentro del círculo rojo está el orificio donde se fijaba el varaescudo. En el azul, los dos orificios donde entraban los tetones de los resortes de bloqueo del cierre. En cuanto al cierre delantero, se efectuaba también con uno de estos resortes.

A la izquierda vemos el almete ya terminado. En la parte delantera se aprecia el tetón del resorte de cierre, el cual sobresale del conjunto. Esta tipología ofrecía además un mejor campo de visión ya la ocularia no la formaban dos estrechas ranuras en el visor, sino el espacio que quedaba libre entre este y la visera del casco. Y, como siempre, esto tenía sus pros y sus contras: mejor campo visual a cambio de menos protección ya que por ahí no solo cabía la aguzada hoja de una daga testicular, sino incluso la de una espada. En fin, nadie dijo que la invulnerabilidad absoluta fuese posible.

Bueno, con lo explicado creo que habrá quedado más o menos claro el proceso de fabricación de este tipo de yelmos que, básicamente, sería similar para otros modelos. Afortunadamente han llegado a nuestros días multitud de ejemplares en un excelente estado de conservación que nos permiten estudiar su morfología a fondo, así como admirarnos de la indudable pericia de sus creadores. Como colofón dejo esa foto del que quizás sea el almete más conocido, un ejemplar que se conserva en el Museo Metropolitano de Nueva York. En este caso, el yelmo lleva añadida una bufa para justas y torneos, así como su varaescudo en el cogote. Fue fabricado hacia el tercer cuarto del siglo XV en Milán, en los talleres de los Missaglia. El yelmo pesa 3,6 kg. y la bufa 1,8 kg., pudiéndose apreciar sobre el crestón el orificio destinado al vástago que permitía colocar la cimera para lucirse en los torneos y pasos de armas de la época.

Bueno, para ser domingo ya me he enrollado bastante, así que sanseacabó.

Hale, he dicho

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