miércoles, 29 de julio de 2015

Asesinatos: Rasputín, 2ª parte


Rasputín echando una bendición. Su aspecto zarrapastroso debía invitar, más que a la piedad, a salir echando leches
de su presencia.
Bueno, prosigamos...

En la entrada anterior ya dimos cumplida cuenta del ominoso final que tuvo el Loco, así que nos toca ahora ver qué fue de sus matadores:

Yusúpov con su mujer y su única hija, Irina.
La foto corresponde a la época en que se
cometió el benéfico asesinato
Félix Felíxovich Yusúpov Según la tradición, cabecilla del complot que mandó al Más Allá al nefasto personaje pero, según vimos ayer, posiblemente aunó sus ansias homicidas con las del gran duque Dimitri Pavlóvich. En cualquier caso, el príncipe quedó bajo arresto domiciliario a la espera de la decisión del zar el cual, independientemente de que aprobara o no el crimen, sí tenía claras dos cosas: una, que Yusúpov estaba casado con su sobrina, por lo que pertenecía a la familia imperial y una cosa era proteger al depravado Rasputín y otra mandar apiolar a un pariente. Debemos tener en cuenta que en un país pseudo-medieval como Rusia, la aristocracia estaba en un estamento superior no ya por su mera condición nobiliaria, sino por el hecho de que atentar contra ellos era poco menos que ofender a Dios. Y por otro lado, en cuanto se supo que Yusúpov había acabado con el odiado personaje se convirtió en un héroe popular, por lo que era muy peligroso tomar medidas que, además, lo convirtieran en un mártir y más en este caso en que la popularidad del zar, y en especial la de la zarina, estaban bajo mínimos.

Yusúpov con su mujer Irina en su exilio parisino.
Por otro lado, toda la familia imperial se puso de parte de El Pequeño. La misma hermana de la zarina, Isabel Fiódorovna, le envió una sentida carta a su cuñado el zar alegando que el pobrecito Félix, tan blandito él, que no podía ni ver la sangre, se vio obligado a escabechar al malvado Rasputín por amor a su patria, y que era un verdadero héroe ruso por ello. Total, que el zar se vio en un brete sabiendo que Yusúpov era cuasi intocable, así que se limitó a exiliarlo a sus posesiones rurales, lo cual debió ser todo un alivio para nuestro hombre, que así se libraba de la quema y, sobre todo, del rencor de la zarina. 

Cuando los bolcheviques se hicieron con el poder, Yusúpov y su mujer pudieron poner tierra de por medio, iniciando un peregrinaje por diversas capitales europeas para, finalmente, asentarse en París, donde pasó el resto de su vida. Palmó en 1967, con 80 años.

Dimitri Pavlóvich con su mujer y su único hijo, Pavel, el
cual, tras el divorcio de sus padres en 1937 se marchó
con su madre a los EE.UU, donde sirvió como militar y
hasta fue alcalde de Palm Beach en tres ocasiones.
Dimitri Pavlóvich Románov Todas las circunstancias descritas para Yusúpov son igualmente válidas para el gran duque: era un miembro de la familia imperial, por lo que no podía ser tratado como un criminal cualquiera y, además, era el sobrino predilecto del zar. No obstante, y prueba de que aunque la leyenda dice que fue Yusúpov el artífice tanto del complot como el ejecutor de Rasputín, es evidente que los informes policiales que llegaron a manos del zar dejaban claro otra cosa, porque sino no es comprensible que saliera más perjudicado que su compinche. O sea, que el zar sabía perfectamente que fue su sobrino Dimitri, y no Yusúpov, el que en realidad había aliñado a tiros al depravado Rasputín. Por esa razón y a pesar de que toda la familia Románov se puso de parte de Dimitri Pavlóvich, el zar lo tuvo claro: desterró a su sobrino a la frontera persa. En este caso, Nicolás II fue inflexible e incluso hizo caso omiso de una misiva firmada por toda la familia imperial en la que estos intercedían por el bueno de Dimitri. 

El gran duque Dimitri con Olga Nikoláiyevna, cuyo
matrimonio frustró Rasputín. Si hubiese sabido el triste
final que tendría su amada Olga a manos de los comunistas,
quizás le habría estado agradecido al Loco porque él
habría acabado igual.
En todo caso, su destierro le vino de perlas ya que le permitió escapar a raíz de la revolución de 1917. De ese modo, mientras su familia era vilmente apiolada por los comunistas, nuestro hombre pudo llegar a París, meca de gran parte de la aristocracia rusa exiliada. Allí se casó con una tal Audrey Emery, una yankee forrada de pasta a la que, previamente, el gran duque Kirill Vladímirovich Románov, primo del extinto Nicolás II y cabeza visible de la familia Románov tras auto-nombrarse zar a raíz de la desaparición del legítimo monarca, concedió el título de princesa Románovskaya-Ilyinskaya. Tras una vidorra intensa de aristocrático seductor- llegó a tener como amante a Coco Chanel- murió de tuberculosis en Suiza en 1942 con apenas 50 años de edad.

Purishkévich vestido de uniforme
durante la Gran Guerra
Vladímir Mitrofánovich Purishkévich El desaforado y enérgico diputado monárquico tampoco salió mal parado. Su popularidad como político y el verse convertido en un héroe nacional, al igual que los demás conjurados, a raíz del asesinato, le libró de las iras imperiales. Aparte de eso, recordemos que se largó en su tren hospital junto a su médico Lazavert, por lo que puso una saludable distancia entre su persona y la airada zarina. 

Su ideología derechista lo convirtió en un enemigo de la revolución, como ya podemos suponer, y a raíz de la caída del zar dedicó sus esfuerzos a crear organizaciones clandestinas de ideología monárquica en un intento de restaurar la institución recién derrocada. En noviembre de 1917 fue capturado por los bolcheviques, siendo procesado por un tribunal revolucionario del que, quizás por su participación en el asesinato de Rasputín, no salió mal parado si tenemos en cuenta que los bolcheviques tenían una irritante tendencia a fusilar al personal por cualquier nimiedad. La cosa es que le cayeron solo once meses de trabajos públicos más cuatro años de cárcel con servicio comunal incluido. No obstante, sus buenas relaciones le permitieron ser amnistiado el 1 de mayo de 1918 bajo promesa de no meterse en más líos de política.

El tren hospital de nuestro hombre, que acabó recalando
en la frontera rumana tras salir a toda pastilla de
San Petersburgo después del asesinato.
Pero no era Vladímir Mitrofánovich hombre de quedarse apaciblemente sentado viendo pasar el tiempo, así que se unió a los rusos blancos de Kérenski y fundó un nuevo partido de corte anti-semita. Al final, de poco le valieron sus inagotables energías ya que estiró la pata en 1920 a causa de unas fiebres tifoideas en Novorossiysk, una ciudad costera a orillas del Mar Negro que era en aquella época el cuartel general de Anton Ivanóvich Denikin, un antiguo picatoste del ejército imperial reciclado en general blanco durante la guerra civil rusa.

En cuanto a los otros dos conjurados, poca información podemos encontrar, por lo que su relevancia histórica se limitó a su mera participación en el asesinato. El doctor Stanislav Lazavert, que en realidad era de origen polaco, se había alistado en el ejército ruso para servir como médico militar en el tren hospital de Purishkévich. Se sabe que falleció en París, por lo que obviamente pudo largarse de Rusia a tiempo. Y lo mismo podemos decir del teniente Sergei Mijáilovich Sukhotin. Solo sabemos que, además de que servía en el prestigioso Regimiento Preobrazhenski, debía tener 29 años en el momento del atentado. 

En fin, no salieron mal librados del crimen, sobre todo los dos principales conspiradores. En todo caso, de poco sirvió quitar de en medio a Rasputín ya que el pueblo estaba al borde de la rebelión por la pésima gestión de gobierno del zar y el odio acumulado durante siglos contra las clases dirigentes. Quizás si hubieran adelantado el asesinato unos años podría haberse enderezado la cuestión, o tal vez solo habrían alargado un poco más lo inevitable, y la presencia del nefasto Loco solo fue un clavo más en la tapa del ataúd que encerraría para siempre a los Románov.

ALGUNAS CURIOSIDADES CURIOSAS SOBRE RASPUTÍN

Rasputín con sus tres hijos cuando aún
era un simple campesino
1. Ante todo, el apellido. Aunque nosotros lo acentuamos en la I, en ruso el acento está en la U, o sea, que la verdadera pronunciación sería Raspútin. Este palabro tiene un significado nada edificante ya que proviene del término rasputa, el cual podemos traducir como persona inmoral o depravada, o sea, un rasputnyi, lo que ciertamente le venía de perlas a la vista de su lascivo carácter. No obstante, sus apologistas y demás pelotas se empeñaron en que, en realidad, Rasputín provenía de rasputitsa (época del año en que las carreteras se tornaban intransitable por el barro), o rasputia (encrucijada de caminos). 

2. Rasputín, a pesar de que suele aparecer en las fotos con una larga levita a modo de sotana, no era clérigo ni nada por el estilo. Aunque lo consideraban como un monje, este sujeto no era más que un mujik, o sea, un campesino. Desde que tuvo capacidad para trabajar, se limitó a ayudar a su padre Yefim Yákovlevich en las labores del campo y ser un currante más. De hecho, a los 28 años se había casado con Praskovia Fiódorovna Dubrovina, de 30 años, con la que tuvo cinco hijos, tres varones y dos hembras, de los que solo sobrevivieron tres: Dimitri, Matryona y Varvara.

Haciendo como que sabía leer.
3. Era un analfabeto de tomo y lomo. Aunque en algunas fotos posaba con un libro en la mano, en realidad no sabía apenas leer, y menos aún escribir salvo algunas palabras. Una de sus obsesiones era llevar un diario ya que, según veía en los miembros de la corte, todos tenían uno donde se contaban a sí mismos los pormenores cotidianos, así que él no podía ser menos. Obviamente, su diario no era más que un cúmulo de palabras escritas apuñalando el papel. Y aparte de sus carencias de tipo intelectual, tampoco dominaba el ruso ya que su lengua materna era un dialecto siberiano.

4. De los muchos motes que tuvo, los más conocidos fueron los de grishka, El Loco, y starets, anciano. El término starets era y es un tratamiento de respeto empleado con los clérigos ortodoxos. Por buscarle una comparación, sería como el reverendo o el venerable que usamos en España para referirnos a los curas, especialmente a los de cierto nivel o rango. Aparte de estos dos sobrenombres, en la correspondencia entre la zarina y el zar se referían a él como Nuestro Amigo.

Casa de Rasputín en Pokrovskoye, Siberia
5. Recibió de manos de la zarina enormes cantidades de dinero que, en teoría, debería haber dedicado a obras pías. Cuando lo liquidaron, sus herederos fueron a ver si tenía fondos en alguna cuenta bancaria ya que había trascendido que poseía unos 300.000 rublos; y cual no fue su sorpresa cuando les informaron que no solo no tenía ni un kópec en ningún banco, sino que encima se había pulido una verdadera fortuna en francachelas, borracheras, comilonas y, en fin, en los mil y un vicios que lo dominaban.

6. Según su hija Matryona, su peinado con la raya en medio y el pelo cubriéndole un poco la frente era debido al parecer a que tenía una especie de quiste o algo similar que se asemejaba a un cuerno emergiendo del cráneo. Obviamente, no era plan de ir de santón por la vida con un atributo diabólico en ciernes en la cabeza.

7. En cuanto empezó a ganar fama y dineros no tardó mucho en hacerse con una hermosa casa en Pokrovskoye, su pueblo natal. Y no solo la casa estaba muy por encima de lo habitual en un simple campesino, sino que incluso la decoró con mobiliario de categoría, y hasta se agenció un piano, que naturalmente nadie en su casa sabía tocar, y un gramófono para bailotear al ritmo de la música, cosa que al parecer le gustaba mucho.

8. Buena prueba de que Rasputín no era un monje, como se suele pensar, es que hay fotos suyas en las que aparece vistiendo la kosovorotka, la típica camisa rusa con el cuello cerrado y los botones en el lado. A la derecha tenemos un ejemplo en el que vemos al Loco rodeado por la zarina, sus nenes y la institutriz de los mismos, María Vishnyakova. Una de las cosas que más detestaba la nobleza era el hecho de que Rasputín tenía libre acceso a la familia imperial mientras que sus parientes y allegados tenían que pedir audiencia. Por cierto que, para no levantar suspicacias, cada vez que el místico acudía a palacio entraba por una puerta de servicio con la excusa de visitar a la institutriz, sorteando así el registro de visitas que había de cumplimentar si lo hacía por la puerta principal. De ese modo, sus contactos con la familia imperial permanecían en secreto.

La prole imperial con el tsarévich Alexei Nikoláyevich en el centro. La
hemofilia heredada de su madre fue la llave que permitió a Rasputín
incrustarse en la familia Románov y apoderarse por completo de la
voluntad de la zarina.
9. El tema del ignominioso apellido de Rasputín era motivo de preocupación en la zarina. Le irritaba sobremanera que el hombre que había sanado milagrosamente a su hijo hemofílico cuando todos los médicos lo daban por perdido fuese por la vida llamándose Grigori Yefímovich Depravado. Así pues, ordenó al conde Paul Beckendorff, Jefe de la Cancillería Imperial, que realizase las gestiones oportunas para cambiar el indigno apellido de su santón particular. El 22 de diciembre de 1906 fue renombrado legalmente como Rasputín-Novy (Nuevo) según petición personal del místico. Aunque el mismo zar en persona ordenó que desde aquel momento fuese llamado como Novy, la cosa es que ha trascendido hasta nuestros días el apellido original. En cualquier caso, tampoco veo mucha diferencia entre apellidarse Depravado a secas o Depravado Nuevo, la verdad...

Anna Alexándrovna Vyrubova, la más entregada
seguidora del malévolo santón. Pudo escapar de los
comunistas exiliándose a Finlandia, donde pasó
el resto de su vida.
10. Aunque, tal como indicamos en la entrada anterior, Rasputín fue enterrado en secreto en la catedral de Fiódorov, en Tsárkoye Seló, sus restos fueron profanados al comienzo de la revolución. Un tal capitán Klimov, acompañado por un destacamento, logró dar con la tumba, tras lo cual procedieron a exhumar el féretro de zinc en el que reposaba el Loco pensando que estaría lleno de joyas y objetos de valor. Pero lo único que encontraron dentro fue un icono que había sido depositado sobre el cadáver por Anna Alexándrovna Vyrubova, confidente y amiga íntima de la zarina que, al mismo tiempo, se había convertido en la más leal defensora y protectora de Rasputín. El icono estaba firmado en el reverso por la zarina, sus hijas y la misma Anna. 

11. A fin de borrar toda huella carnal del santón maléfico aquel, Kérenski ordenó que fuese llevado a otra parte y que fuera enterrado en algún lugar secreto. Así pues, cargaron el féretro en un camión y se lo llevaron a San Petersburgo, donde estuvo una temporada en la cochera de la antigua Cancillería de la Corte. Pero como no era plan de dejarlo allí para siempre rodeado de fastuosas carrozas, un día lo volvieron a cargar en un vehículo para enterrarlo en cualquier sitio a lo largo de la carretera de Vyborg, una ciudad situada a 130 km. al NO de San Petersburgo. Sin embargo, el vehículo se averió durante el trayecto, por lo que los encargados de dar tierra a Rasputín optaron por formar una pira, poner encima el pútrido cadáver y, tras rociarlo con gasofa, meterle un cerillo y cremarlo allí mismo. Finalmente esparcieron sus cenizas, así que nadie se moleste en buscar la tumba de Rasputín porque no existe.

Matryona Grigórievna de mocita, cuando
acompañaba a su padre a las reuniones con
la alta sociedad
12. La nieta de Yusúpov, Xenia, conoció durante un viaje en tren a la mujer del embajador de Holanda en Grecia. Se cayeron estupendamente y trabaron una buena amistad durante el trayecto. Al llegar a destino, la mujer del embajador, que era una de las hijas de Matryona Grigórievna Raspútina, le dijo a Xenia:

- Quiero revelarte una verdad amarga que puede que te desagrade. El hecho es que mi abuelo era Grigori Rasputín.

Xenia, que no había dicho a su contertulia su apellido real ya que usaba el de su marido, le replicó:

- Mi verdad quizás te desagrade aún más. Mi abuelo mató al tuyo.

No se sabe si a continuación se liaron a bolsazos o, simplemente, quedaron tan amigas. Total, tampoco tenían la culpa de las andanzas de sus respectivos abueletes.

En fin, ya está.

Hale, he dicho

El controvertido místico rodeado de sus seguidores y demás pelotas en una de las muchas reuniones que mantenía
con la alta sociedad y la aristocracia rusa. Como vemos, en esta foto tampoco iba vestido en plan monje, sino con la

indumentaria típica de los hombres rusos: camisa ceñida a la cintura, pantalones y botas altas.

No hay comentarios: