viernes, 22 de abril de 2016

Curiosidades. ¿Cómo es una armadura por dentro? Yelmos y golas


La imagen que todos solemos tener de una armadura de placas es la de un chisme con forma humanoide, muy pulido y repleto de remaches, o sea, algo más o menos similar a lo que vemos en la foto de la derecha. Esa en concreto es el famoso arnés que perteneció al emperador Maximiliano, el abuelo paterno de Carlos I y que, como muchos monarcas de su tiempo, se pirraba por coleccionar esas virguerías metálicas que costaban meses de trabajo y tanto dinero como para alimentar a un pueblo entero durante un año. Sin embargo, esas superficies bruñidas como espejos son la fachada al exterior ya que por dentro la cosa variaba un poco: señales del martilleado, cabezas de remaches, rebabas y bastantes trozos de cuero para permitir al "habitante" de la armadura tener un mínimo de capacidad de movimiento en el tronco. Así pues, y como es muy posible que muchos de los que me leen no hayan visto en su vida el interior de un arnés, pues ilustraremos esta entrada con imágenes adecuadas para que puedan hacerse una idea del aspecto que tenían y como estaban acabados.

Empecemos por la cabeza. En la foto la izquierda vemos el almete de un arnés de justa perteneciente al emperador Fernando II de Alemania, fabricado por Conrad Richter en 1555. Pesa "solo" 5,6 kilos de nada, y está fabricado con acero bronceado. La foto central nos ofrece una perspectiva del interior del almete, con la flecha señalando cual es la parte delantera del mismo. Las launas que conforman la gola, tanto por delante como por detrás, están unidas mediante gruesas tiras de cuero remachadas de forma que las cabezas exteriores de los remaches quedan ocultas por el solapado de cada una de las launas. Esto permitía mover la cabeza de adelante hacia atrás, lo que venía bastante bien a la hora de cargar contra el enemigo ya que así se tenía mejor visión a través de la angosta rendija de la ocularia. El movimiento hacia atrás impedía que en el momento del impacto le entrase una astilla o incluso la moharra de la lanza por ese mismo sitio. En cuanto a la guarnición interior,en este yelmo solo perdura la tira de cuero que la sujetaba la mismo, restando de ella apenas dos tiras. A la derecha vemos un relleno perteneciente a otro almete pero que bien podría servir para este. Como era habitual, estaba relleno de crin y paja bien prensados para amortiguar los golpes.

Esa otra foto presenta una babera perteneciente a una celada gótica. La imagen de la izquierda muestra una vista frontal de la pieza, mientras que la otra permite ver el reverso de la misma con el relleno de crin que protegía la parte inferior del rostro y la zona alta del cuello. El relleno es similar al que hemos visto en el párrafo anterior, y estaba fijado a la pieza en la parte central, quedando los remaches ocultos por las dos piezas movibles que están señaladas con sendas flechas. Si el fustán con que estaba fabricada la cubierta del relleno se manchaba siempre podía limpiarse, pero si se rompía o se desgastaba de alguna forma el único arreglo era cambiarlo por otro nuevo, para lo cual era necesario eliminar todos los remaches que sujetaban la pieza a la babera.

A continuación podemos ver el interior de una celada. En este caso, el remachado de la guarnición sí queda a la vista en forma de una hilera de cabezas alineada en todo el perímetro del yelmo. El interior, como se puede apreciar, es básicamente igual al de cualquier casco moderno, variando solo el material con que está fabricado. Aunque estos tipos de yelmos hacían innecesario el uso de cofias, era habitual usar una de lana o lino finos para enjugar el sudor y preservar de la suciedad la guarnición ya que, como hemos visto, cambiarla era un tanto complicado.

A continuación tenemos una borgoñota, en este caso parte de un arnés de guerra que perteneció a Jakob von Trapp. Fue fabricado en Innsbruck hacia 1530 por Michael Witz. Lo más significativo en este caso son las yugulares del yelmo, las cuales también están provistas de su correspondiente acolchado para salvaguardar la aristocrática jeta de su propietario de los mazazos y hachazos enemigos. Cabe destacar el cuidadoso acabado de estas guarniciones, que incluso daban cabida cómodamente a las orejas en las partes de las yugulares perforadas para permitir una mejor audición. 

Por último, echemos un vistazo a la apariencia de una gola. En la imagen de la derecha tenemos una de ellas vista por fuera. Por cierto, esas dos especies de antenas que lleva a los lados eran para sujetar la capa cuando tocaba ponerse de tiros largos. En la parte superior se aprecian los restos del relleno que protegía el cuello del combatiente que, recordémoslo, con este tipo de armaduras ya no solía llevar ningún tipo de protección adicional en la cabeza, por lo que era la misma armadura la que iba provista de los medios para impedir rozaduras además de amortiguar los golpes. Según vemos, estas golas estaban compuestas de varias launas que permitían mover el cuello como en el almete que vimos al inicio de la entrada. Sin embargo, había yelmos que cerraban bajo el mentón, dejando la defensa del cuello confiada a las golas, por lo que era preciso proveer a estas de piezas articuladas. A la derecha vemos el interior de una de ellas, con las launas unidas mediante tiras de cuero remachadas. Y, al igual que el almete al que nos hemos referido hace un momento, las cabezas de los remaches solían quedar ocultas por el solapado. En el círculo rojo se ve la muesca donde encajaba el tetón que permitía cerrar la gola, cuyas dos piezas giraban sobre un gozne en el lado opuesto. Este tetón, provisto de una pequeña lengüeta, pivotaba para efectuar un cierre fiable.

Bueno, mañana seguimos.

Hale, he dicho

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