lunes, 19 de septiembre de 2016

Curiosidades curiosas sobre los camilleros


Grabado que muestra al general Zumalacárregui tras ser herido durante el asedio a Bilbao en el contexto de la Primera
Guerra Carlista. La escasez de camilleros en aquella época obligó a evacuarlo en una peculiar parihuela formada por
un sofá y dos mosquetes. No sirvió de gran cosa la prisa que se dieron por trasladarlo a Cegama ya que palmó de una
septicemia dos semanas más tarde.

La perspectiva de saber que si uno caía herido en combate ya podía darse por muerto no debía ser especialmente agradable. Durante siglos, los probos ciudadanos que acudían a la llamada de las armas tenían muy claro que, o salían por su propio pie del campo del honor, o entregaban la cuchara allí mismo salvo que algún colega se apiadase de su lamentable estado y lo sacase a rastras  del matadero para poder reventar apaciblemente bajo un árbol o, con mucha suerte, recibir unos rudimentarios cuidados médicos en forma de cauterio, cataplasmas de hierbajos y poco más. Como ya vimos en una entrada que dedicamos a los albores de la sanidad militar, no fue hasta principios del siglo XIX cuando los mandamases empezaron a tomar conciencia de que eso de dejar a los heridos abandonados a su suerte no solo estaba muy feo, sino que influía negativamente en la psique del personal y, por ende, en la moral de unas tropas obligadas a combatir sin descanso durante meses y meses batalla tras batalla a raíz del empecinamiento del enano corso por apoderarse de todas las coronas europeas para repartirlas bonitamente entre su abundosa y advenediza familia.

Ambulancia de Percy. Los médicos y cirujanos viajaban
sentados a horcajadas en lo que era el tren artillero reciclado
como dispensario portátil.
No obstante y a pesar de que el solo hecho de poder ser evacuado ya suponía un alivio para los candidatos a palmar como héroes, tuvo que pasar bastante tiempo hasta que se creasen unidades destinadas a sacar del campo de batalla a los heridos para su inmediato traslado a los puntos de socorro más cercanos y, de ese modo, poder mantenerlos con vida para que siguieran dando guerra. Dichas unidades fueron creadas por Pierre-François Percy (1754-1825), un médico gabacho que alcanzó los más elevados honores tanto en su país como en otras naciones europeas por su buen hacer para aliviar el sufrimiento de los heridos. Una de sus geniales ideas consistió en adaptar los trenes de artillería capturados al ejército bávaro como ambulancias para transportar a primera línea grupos de médicos que, de ese modo, podían atender a los heridos más graves para su posterior traslado a retaguardia. Y, aún más importante tal vez, creó el primer cuerpo de camilleros propiamente dicho, los cuales formaban sus parihuelas con astas de lanzas. Además, en sus enormes morriones llevaban un paquete de primeros auxilios para estabilizar al herido dentro de sus posibilidades que, en aquellos tiempos, eran más bien escasas, las cosas como son.

Camilleros durante las guerras napoleónicas
A pesar del precedente creado por el doctor Percy, muchos ejércitos siguieron considerando la evacuación de heridos como algo prescindible o, en el mejor de los casos, secundario, quizás entre otras cosas porque no se habían visto sumergidos en guerras en las que se sufrieran miles de bajas en las pocas horas que duraba una batalla. Un ejemplo de esto lo tenemos en los ejércitos en liza durante la Guerra de Secesión, en los que al inicio de la contienda aún no existía un cuerpo de ambulancias como Dios manda y se encargaban de la evacuación de heridos los músicos, los cocineros, los conductores de carros y demás personal no combatiente. Como ya podemos imaginar, aquello era un desastre entre otras cosas porque los pífanos y tambores eran, conforme a los usos de la época, críos que apenas acababan de llegar a la adolescencia. Estos chavales no estaban ni física ni mentalmente preparados para semejante tarea, por lo que el traslado de los heridos se demoraba de tal forma que muchos que podrían haberse salvado estiraron la pata desangrados por no haber recibido atención médica a tiempo. 

Zuavos del ejército de la Unión practicando la evacuación
de heridos
El primero en organizar aquel caos fue el doctor Jonathan Letterman, cirujano jefe del Ejército del Potomac, el cual creó un cuerpo de ambulancias sumamente avanzado para su época, con vehículos provistos tanto de equipo médico como de provisiones de emergencia para los heridos. Además, organizó unidades de camilleros que eran entrenados en las diversas formas de trasladar a los heridos para que el movimiento no empeorara su estado además de nociones de primeros auxilios, colocación de torniquetes y el mantenimiento de las ambulancias así como la reposición y cuidado del material. El nivel de preparación y eficacia del cuerpo de camilleros del doctor Letterman llegó al extremo de, por ejemplo, ser capaces de evacuar más de 14.000 heridos durante la mañana del 3 de julio de 1863 en el contexto de la brutal carnicería de Gettysburg, que se saldó con un total de unas 52.000 bajas entre ambos bandos en apenas tres días.

Así pues, como hemos visto hasta ahora los camilleros no eran simples acarreadores de carne doliente, sino que eran concienzudamente entrenados para ello y, además, tenían nociones de medicina para estabilizar a los heridos y que aguantasen hasta su traslado a los hospitales de sangre. Naturalmente, en un ejército como el español, que entre guerras civiles y conflictos coloniales no tiramos todo el siglo XIX y el primer cuarto del XX dando guerra, pues también se formó un cuerpo de camilleros adecuado a las circunstancias. 

Muchos camilleros acababan como este inglés, aliñado en
plena faena por sus enemigos tedescos durante la Gran Guerra
Para hacernos una idea de lo complejo de su labor, debemos tener en cuenta algunos factores que, posiblemente, muchos hayan pasado por alto. En primer lugar, los camilleros debían ser seleccionados por su robustez y, sobre todo, su valor. Aunque no fuesen combatientes, salir de la seguridad de las trincheras en busca de un camarada herido en tierra de nadie sabiéndose objetivo de los tiradores enemigos requería unas dosis de testiculina bastante elevadas. Disparar contra los camilleros estaba considerado como una canallada, pero en las guerras se suelen obviar las cuestiones de tipo ético con tal de bajar la moral al enemigo, lo que se lograba haciéndoles ver que el que era herido lo tenía chungo porque no dudarían en abrir fuego contra todo aquel que intentase ayudarle, y saber que uno tenía todas las papeletas para recibir un balazo si salía en busca de un compañero herido tampoco era precisamente un acicate porque palmar como un héroe queda muy bien, pero prácticamente nadie se apunta a ello. 

Dos camilleros en Ifni. Obsérvese como lleva cada uno
un paso diferente.
Por otro lado, recibían de un capitán médico los conocimientos necesarios para manipular al herido sin que ello implicase rematarlo allí mismo. Así, eran adecuadamente instruidos en el manejo del caído en función de la herida, o bien si se observaba una fractura o una intensa hemorragia que implicase la inmediata colocación de un torniquete además de saber posicionar brazos o piernas para contener la sangría. Para todo ello recurrían al paquete individual de curas que llevaba cada soldado si bien cada camillero llevaba encima lo necesario para caso de necesidad. Y para que podamos ver que el tema de los traslados no era cosa baladí, una de las cosas en que se insistía más era en que, aparte de establecer las parejas por estatura para no desnivelar al herido, aprendiesen a iniciar la marcha y mantenerla con el paso cambiado y dando pasos cortos. De ese modo se producían menos oscilaciones que podrían lastimar al pasajero de la camilla, y más si el hombre tenía algún hueso roto o una fractura abierta que le produciría un dolor abrumador si lo movían lo más mínimo.

Tropas cristinas en el hospital de sangre creado en la ermita
de Santa Coloma durante la Primer Guerra Carlista. En
primer término podemos ver la camilla que seguiría en
servicio durante décadas
Curiosamente, la camilla empleada en el ejército español desde mediados del siglo XIX era bastante más avanzada que la de otros países ya que disponía de un cabecero que permitía al herido llevar la cabeza más elevada, lo que obviamente es más cómodo. Estas camillas estaban formadas por dos largueros o varas de madera de haya de 2,45 metros de longitud en la que se montaba el cabecero y los pies de la camilla, ambos fabricados de gruesa lona de color marrón provista de una jareta por donde pasar las varas. La anchura total era de 67 cm., y cuando no se empleaba se repartía entre los dos camilleros de la siguiente forma: uno llevaba una vara y el cabecero y el otro la otra vara y los pies de la camilla, siendo las piezas de tela enrolladas y transportadas a la espalda en un atalaje creado para tal fin. Como complementos tenían una manta y dos correas de cuero para facilitar a los camilleros el transporte, permitiendo colgar los extremos de las varas pasando dichas correas por los hombros. Las camillas se montaban al iniciarse el fuego, quedando aprestados para intervenir en el momento en que las circunstancias permitiesen acudir en socorro de los heridos y, si era preciso, se esperaba a la noche ya que se consideraba absurdo aumentar las bajas para intentar una evacuación de dudoso éxito. Además, debían tener previsto los elementos necesarios para intervenir en un campo de batalla contaminado con gas asfixiante o, peor aún, con vesicantes, para lo que debían estar equipados con máscaras anti-gas y trajes anti-iperita. Recordemos que estas porquerías eran sumamente dañinas, como ya se explicó en las entradas al respecto.

Además, se tenía en cuenta la hipotética desaparición o rotura de la camilla, para lo cual el personal recibía un adiestramiento que les permitía fabricar unas parihuelas de circunstancias con materiales que solía estar siempre a la mano. Uno de ellos lo vemos a la derecha, y consistía en algo tan simple como abrochar al revés la guerrera o el capote del herido de forma que el forro quedase hacia afuera. Luego se introducían dos fusiles por las mangas y ya tenían una eficaz parihuela para poder trasladar al herido al puesto de socorro. También se podían juntar dos o tres macutos y pasar dos fusiles, palos o lanzas que actuaban como varas por sus correas, añadiendo si era necesario cinturones o trinchas del atalaje. En fin, que llegado el caso los camilleros sabían sacar partido a cualquier cosa para no dejar a un camarada tirado en mitad del campo.

Pero no solo se empleaban camillas para la evacuación inmediata de los heridos en el mismo campo de batalla, sino que se utilizaban otros modelos para el traslado de los mismos desde los hospitales de sangre a retaguardia a lomos de mulos. En lugares de geografía muy abrupta y con unos caminos practicables solo para cabras, cuñados y poco más, no era posible aproximar las ambulancias a los puestos de socorro, por lo que los heridos debían ser evacuados a lomos de caballerías a lo largo de varios kilómetros. Para ello se diseñaron las curiosas camillas que vemos en las fotos de la izquierda: la de arriba permitía transportar dos hombres en posición de sentado, mientras que en la inferior vemos otra que podía llevar dos heridos tumbados. Obsérvese el armazón metálico que permitía cubrir a los heridos para preservarlos del mortífero sol rifeño. Y conste que incluso en semejantes circunstancias el traslado de heridos conllevaba un enorme riesgo ya que los rifeños, apostados en posiciones elevadas, no dudaban en abrir fuego contra los camilleros, los heridos y, naturalmente, los mulos, héroes anónimos implicados en guerras humanas que ni les iban ni les venían.

Camilleros evacuando heridos durante la Guerra Civil. Por
la posición de los dos que corren da la impresión de que los
están friendo a tiros. Hay que echarle cojones, ¿que no?
En fin, espero que estas curiosidades curiosas sirvan para dar a conocer un poco más a estos hombres que, quizás por su condición de no combatientes, no sean valorados como se merecen cuando la realidad es que gracias a su esfuerzo y su valentía han salvado ya millones de vidas desde su creación hace algo más de 200 años.

Hale, he dicho






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