sábado, 29 de octubre de 2016

Las ominosas muertes de algunos monarcas II


Ya en una entrada anterior dimos cuenta del final de algunos reyes que, contrariamente a los cánones establecidos, no tuvieron a bien palmarla de forma heroica en famosas batallas o, ni siquiera, a manos de algún chalado que escuchaba voces y se los cargaron en algún atentado de poca monta que les permitiera pasar a la posteridad como mártires. Lógicamente, la relación de monarcas caídos en el cumplimiento de sus funciones es casi tan exigua como la lista de políticos honestos, de forma que la mayoría de ellos pasaron del Más Acá al Más Allá como cualquier hijo de vecino. Así pues, como hoy es sábado, me invade una sensación de molicie inusitada y no estoy por darle mucho a la tecla, añadiremos algunos reyes más a la lista de fallecidos por muertes chorras e impropias de su elevada alcurnia. Veamos pues...

Enrique IV de Castilla



Sobre este controvertido monarca se ha dicho de todo y se han hecho multitud de conjeturas aparte de la impotencia que dio pie al nefando mote con que pasó a la historia. Abúlico, débil de carácter, con desviaciones sexuales de todo tipo, afeminado, misántropo y esquizoide son solo una ínfima muestra de la larga lista de las, reales o supuestas, taras con que ha sido catalogado a lo largo del tiempo. La realidad es que muy fino no debía carburar cuando, según decía Alonso de Palencia en su "Crónica de Enrique IV", 
"... cualquier olor agradable le era molesto y, en cambio, aspiraba con delicia la fetidez de la corrupción, y el hedor de los cascos cortados de los caballos, y el cuero quemado, y otros aún más nauseabundos."
Según Marañón, esta peculiar conducta es habitual cuando se padecen determinadas anormalidades sexuales, así que queda claro que este hombre no estaba del todo sano. 


Estatua orante de don Enrique en el
monasterio de Guadalupe (Cáceres). En
realidad, los restos están tras el retablo
mayor, en un nicho abierto en el muro
Sea como fuere, aunque siempre se barajó la posibilidad de un envenenamiento por parte de su media hermana Isabel, la verdad es que don Enrique no fue un hombre rebosante de vitalidad, empeorando su mala salud natural con una desmedida gula que le producía "mal de ijada", una enfermedad no del todo bien identificada pero que, al parecer, tenía todas las características de problemas hepáticos y renales. En fin, que estaba hecho una birria. La cosa es que hacia el final de sus días su carácter se tornó aún más taciturno, rehuyendo todo contacto con la gente y, por ende, con sus deberes como gobernante. Así, siendo desde siempre un apasionado amante de la caza y de montar a caballo por los inmensos bosques que rodeaban las ciudades en aquellos tiempos, solía largarse él solo a cabalgar durante horas, sin acompañamiento de ningún tipo de escolta. Un par de días antes de palmarla le sobrevino "un repentino y abundante flujo sanguíneo" acompañado de una cagalera atroz que le dejaron prácticamente sin fuerzas, sumándose a tan desagradables padecimientos un gran dolor en el costado. No obstante, quizás por sentir que se acercaba la hora de entregar la cuchara, aún tuvo energías para salir del alcázar de Madrid, donde residía en aquella época, para ir hasta El Pardo a darse un postrero garbeo a los que tan aficionado era. Sin embargo, tuvo que dar media vuelta porque ya no podía más. Volvió al alcázar y se postró en su lecho sin siquiera desvestirse, muriendo hacia la 11 de la noche del 11 de diciembre de 1474 sin molestarse en decir a los cortesanos que le apremiaban a ello a quién declaraba como heredera, si a su supuesta hija Juana o a su media hermana Isabel. Sus exequias no fueron ni remotamente dignas de un monarca ya que fue metido en un ataúd con la misma ropa que llevaba al morir, sin que nadie se dignara lavar y amortajar el cadáver según los usos de la época. Más tarde, no se sabe con exactitud en que fecha, fue trasladado al monasterio de Guadalupe para ser enterrado bajo el féretro de su madre, la reina María de Aragón, tal como había dejado ordenado. En fin, no tuvo un final muy regio el pobre...


Herodes Agripa



Ángel poniendo las peras a cuarto a Herodes,
por chulo
Este monarca judío tuvo, a mi modo de ver, una de las muertes más asquerosillas que se puedan imaginar ya que, según la tradición, estiró la pata comido por sus propios gusanos. En este caso colijo que se aprovechó una terrible enfermedad para aleccionar al personal y quitarles las ganas a los aspirantes a divos de ponerse a la altura de Dios. Ya sabemos que, en aquellos tiempos, los profetas y demás divulgadores de hechos extraordinarios aprovechaban la más mínima ocasión para demostrar a propios y extraños que todo aquel que osase ponerse a la altura de la deidad estaba listo. Por otro lado, los seguidores del naciente cristianismo detestaban a este sujeto por haber dado muerte al apóstol Santiago, o sea, Ya'akov hijo de Zebadyãh, y por haber enchironado a Pedro, nombre de guerra de Shim´on hijo de Yōnā. Como queda patente, Herodes tenía todas las papeletas para recibir un castigo de los buenos en forma de deceso horripilante.


Paciente con gangrena de Fournier.
Sin comentarios
La cosa es que, según relata Flavio Josefo, en su tercer año de reinado organizó un sarao en Cesárea en honor del emperador Calígula. Se vistió con una túnica plateada que, cuando hizo acto de presencia ante los invitados al evento, refulgía de tal forma de todos a una le hicieron la pelota de forma inicua afirmando que "en el pasado te hemos honrado como hombre, pero ahora te honramos con una naturaleza superior a la de cualquier mortal". Y como el tontaina de Herodes, en vez de rechazar la lisonja, se esponjó de gustito y se limitó a aceptar aquella blasfemia, pues enseguida le sobrevino un agudo dolor de barriga y tuvo que ser enviado a palacio a toda prisa, donde permaneció cinco días presa de horribles sufrimientos hasta que murió. Como vemos, Flavio Josefo no mencionó gusanos ni ninguna otra sabandija asquerosa, pero en los Hechos de los Apóstoles sí aparecen esos peculiares síntomas. Concretamente cuando recibió a los representantes de Tiro y Sidón vestido con gran pompa y largarles un discurso tan apasionado que los presentes exclamaron: "¡Voz de Dios, y no de hombre!". En esa ocasión tampoco rechazó el vil peloteo, por lo que en aquel momento un ángel lo hirió con un rayo, tras lo cual fue comido por los gusanos. La realidad es que, casi con seguridad, según afirman diversos patólogos que han analizado este tema, Herodes murió a causa de una gangrena de Fournier, un proceso infeccioso al parecer derivado de la diabetes y por el abuso de bebidas alcohólicas que se presenta en el tercio inferior del abdomen, los genitales y la zona perineal, lo que justificaría la descripción dada por Josefo. Esta enfermedad es tan horripilante que la sola visión de la foto de un paciente con este mal le quitan a uno las ganas de comer por lo menos media hora.  En fin, esas cosas pasan por ser un soberbio y tal. Más de un político debería acabar igual, ¿que no?


Fernando II de Aragón



El católico Fernando el Católico
en tiempos de su primer matrimonio,
cuando no precisaba de brebajes chungos
para cumplir como un machote
Conocido por propios y extraños por el sobrenombre de "el Católico", este personaje tuvo un final propio de comedia de Berlanga aunque parezca increíble: palmó a causa de un potaje afrodisíaco. Sí, tal como suena. Es como si un cuñado la espicha por ventilarse diez Viagras para asegurarse de que no pegará un gatillazo tras padecer lo indecible para ligarse a la vecina del 5º derecha que está como un queso. La cosa es que el católico monarca, que tras el deceso de su amada Isabel se había vuelto a casar con una gabacha 35 años más joven que él, andaba un tanto inquieto por fabricar un heredero para su corona aragonesa ya que, por cuestiones políticas que no vienen al caso, en aquel momento los derroteros de Castilla iban por otro lado. Su mujercita, Germana de Foix, también tenía un poco de prisa por verse convertida en reina madre ya que su augusto esposo, con 53 años a cuestas, no era precisamente un chaval, y menos en aquellos tiempos en que semejante edad era ya sinónimo de ancianidad galopante. Tres años y medio después del bodorrio, don Fernando, que había logrado engendrar un retoño, se vio nuevamente padreando si bien el infante murió nada más nacer, por lo que tuvo la necesidad imperiosa de llevar a cabo con renovado esfuerzo y aplicación todo lo necesario para preñar una vez más a su joven reina, que se veía de vuelta a Francia si su marido moría sin ella poder darle un heredero.


Lytta vesicatoria, el bicho asesino
La salud del católico monarca no andaba muy allá, que para eso era ya hombre de edad aventajada, y aunque con su anterior mujer Isabel había cumplido como Dios manda, aparte de los bastardos con que sembró el reino porque siempre había sido un picha brava, una andropausia feroz le debía tener más mohíno que un ciudadano con sobrepeso en clase de zumba o como se llame. Así pues y a la vista de como estaba el patio, optó por medios drásticos. Según los "Anales de la Corona de Aragón", obra del cronista Jerónimo Zurita y Castro, un "feo potaje que la Reina le hizo dar para más habilitarle, que pudiese tener hijos. Esta enfermedad se fue agravando cada día, confirmándose en hidropesía con muchos desmayos, y mal de corazón: de donde creyeron algunos que le fueron dadas yerbas (o sea, veneno)". 


Cripta de la catedral de Granada donde don Fernando espera
el Día del Juicio junto a su Isabel. A la Germana la mandaron
a que se buscase otro marido
Según parece, el ingrediente principal del dichoso potaje era la cantaridina, un alcaloide extraído de un insecto repelente de color verde llamado mosca española o cantárida. La cantaridina es un potente vasodilatador capaz de producir feroces erecciones, y aplicada como ungüento sensibiliza de forma notable la zona afectada lo que se traduce, por razones obvias, en una mejor estimulación del miembro viril, que se pone repentinamente contentito gracias a esa porquería. Pero, como todo en esta vida, la cantaridina tiene sus efectos secundarios, en este caso nada agradables ya que una sobredosis o un abuso continuado de la misma puede producir, y de hecho produce, el óbito del ansioso amante. Que se muere uno, vaya. Y eso es lo que le pasó al buen don Fernando, al que la noche antes de echarse a morir lo atiborraron bien de moscas de esas y al día siguiente le sobrevino un derrame cerebral que lo mandó a la fosa. Tanto se le dilataron las arterias que le reventaron sin más. Era el 23 de enero de 1516, y tenía 63 años. Sirva de aviso: esto pasa por tomar brebajes inapropiados a partir de ciertas edades, porque ya lo dice el refrán: viejo que casa con moza, o toca a cuerno, o a fosa, sino es a las dos cosas. Amén y tal.


Alejandro I de Grecia



Alejandro I de Grecia
Que un rey se muera de un atracón de Viagra medieval tiene un pase. Que se muera de un jamacuco derivado de padecimientos diversos también. Pero que se muera de un mordisco de un mono es totalmente impropio de la dignidad y el decoro que merece un monarca, qué carajo. Esta triste y a la par absurda historia dio comienzo un 2 de octubre de 1920, cuando este príncipe de los helenos se encontraba paseando por los jardines del palacio de Tatoi con su chucho, un pastor alemán por nombre Fritz (no se devanó los sesos buscando un nombre original al puñetero perro). De repente, dos macacos de Berbería que pertenecían a uno de los capataces de palacio se cabrearon y uno de ellos se abalanzó contra Fritz, que se enzarzó en una fiera batalla con el jodido mono. Cuando el buen rey intentó mediar en la disputa, el otro macaco, que debía ser un traidor además de anarquista y anti-monárquico, fue en ayuda de su colega y mordió a Alejandro en una pierna y en el cuerpo. Rápidamente acudió personal de palacio a arrestar a los monos y a socorrer al rey, el cual fue atendido por sus médicos sin querer darle más importancia al tema, si bien los alevosos macacos fueron ejecutados ipso-facto por intento de regicidio. Por cierto, los macacos de Berbería son los mismos que los llanitos tratan con tanto mimo en Gibraltar, así que no es raro que semejantes bichos sean tan traidores como sus cuidadores.


Reseña aparecida en el diario ABC del 26
de octubre de 1920 donde se informa del
deceso del monarca
Pero la cura que se le efectuó no debió ser todo lo profunda que requería la dentellada del maldito mono, porque por la noche ya se vio acometido por una tremenda fiebre que delataba la cruda realidad: una septicemia galopante había hecho acto de presencia, al parecer por la herida de la pierna. Durante los días consecutivos el estado del pobre rey empeoraba que era una cosa mala, sin lograr que la fiebre cediera o que aminorase el dolor que le producía la infección. Tras celebrar consultas, los médicos del monarca se plantearon amputar la pierna, pero no se atrevieron por aquello de que dejar cojo a un rey estaba muy feo. No obstante, colijo que si ya se había declarado una sepsis en toda regla de nada serviría cortar la pierna debido a que la infección se habría extendido por todo el torrente sanguíneo. En cualquier caso, nada podía hacerse ya que solo con penicilia, que aún tardarían 20 años en descubrir, o una naturaleza férrea como la de un elefante fisio-culturista podría salir del brete. El día 19 de octubre su estado era ya francamente preocupante. Había empezado a delirar sumido en un estado semi-comatoso a causa de la fiebre sin que ningún médico lograra detener lo que ya nadie podría parar. 


Un pariente del macaco asesino. Tiene
la dentadura de un mastín el
muy hideputa...
No obstante, su juventud aún le permitió resistir hasta el día 25 cuando, a las 4:30 de la tarde, ya no pudo más y se entregó. No deja de ser digno de reseñar la fortaleza del extinto rey ya que resistió nada menos que 23 días un proceso infeccioso que puede llevarse por delante a cualquier hombre sano en menos de una semana. Pero, en todo caso, el pobre Alejandro estiró la pata a destiempo porque un macaco maldito estaba en el sitio equivocado en el momento equivocado, lo que demuestra una vez más que el puñetero destino es inexorable, y que cuando tenemos marcados el día y la hora no nos libra nadie, por lo que la Parca le echó el guante al griego con apenas 27 años. Por cierto, este Alejandro era tío carnal de nuestra augusta reina doña Sofía (Q.D.G.M.A.), por ser ésta hija de su hermano menor, Pablo I de Grecia. 

Bueno, ya vale por hoy. Además, es hora de llenar el buche porque, como siempre afirmo categóricamente, SPIRITV SINE CORPORE FORTIS NIHIL ESSE.

Hale, he dicho

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