viernes, 21 de octubre de 2016

Revólver Nagant, un arma apolítica 2ª parte


Conocida imagen de un comisario del NKVD en actitud
amenazante, apuntando a la cámara con su Nagant  a modo
de recordatorio del destino que esperaba a todo aquel que
se negase a contribuir a la formación del excelso paraíso
comunista de la mano del padrecito Iósif
Prosigamos...

En la entrada anterior pudimos ver como se gestó este peculiar revólver, así como su particular sistema de funcionamiento mediante el sellado de la unión del tambor con el ánima del cañón. Ciertamente, los hermanos Nagant dieron un pelotazo histórico porque, además de Rusia, varios países adoptaron su diseño como arma reglamentaria incluyendo la misma Bélgica. Entre 1895 y 1898, su factoría de Lieja fabricó alrededor de 20.000 unidades hasta que, al término del contrato, la producción se trasladó a la Tulsky Oruzheiny Zavod, la fábrica de armas radicada en Tula que fue fundada por el zar Pedro I en 1712, donde se mantuvo en fabricación hasta 1945. Todos los Nagant manufacturados en Rusia salieron del arsenal de Tula salvo una cantidad producida en la fábrica de Izhevsh entre 1943 y 1945 a causa de la enorme demanda derivada de la Segunda Guerra Mundial. Por cierto que fue en esta fábrica donde el probo camarada Mijáil Timoféyevich Kaláshnikov diseñó su archifamosísimo fusil de asalto. En todo caso, durante los 45 años que duró la producción en Rusia se fabricaron alrededor de 2.600.000 revólveres, lo que no es moco de pavo.

Nagant de fabricación belga. Se puede apreciar como todas
las piezas tienen punzonados los números de serie del arma.
En cuanto a los Nagant, en 1896 liquidaron la empresa debido a que Emile quedó completamente ciego, por lo que Léon fundó una nueva entidad junto a sus dos hijos bajo el nombre de Fàbrique d'Armes Léon Nagant que, al poco tiempo, mandaron a hacer puñetas las armas para dedicarse a la manufactura de motores de vehículos. Es evidente que esta familia tenía un olfato fuera de serie para los negocios. El utillaje del revólver lo vendieron a Polonia- los rusos no lo necesitaban porque fusilaban hasta los tornillos-, donde se fabricó en la factoría de Random entre 1930 y 1935 bajo el nombre de Ng30. En cuanto a la fabricación en Tula, como ya podemos imaginar, los niveles de acabado decrecieron de forma notable. Fieles a su inamovible dogma de máximo rendimiento con el mínimo gasto, se llevaron a cabo diversas modificaciones para abaratar los costos. Dichas modificaciones iban desde la supresión del punzonado de cada pieza, norma habitual en las fábricas occidentales para mostrar que el ajuste final se había hecho a mano, al descenso de líneas en el cuadrillado de las cachas, pasando de 20 a 18 por cada 25 mm., o la eliminación del ovalillo lobulado por uno de estrella para impedir el giro del tornillo de apriete de dichas cachas. Sin embargo, a partir de 1925 se dejó de fabricar la versión de acción simple, quizás por aunar piezas y tiempo de fabricación.

Smith & Wesson con el armazón abierto, Obsérvense las
vainas ya percutidas a punto de ser expulsadas por la
estrella extractora
Pero el Nagant adolecía una serie de defectos que iban más allá del simple acabado que, aunque de inferior calidad, no por ello dejaba de funcionar satisfactoriamente. Su principal inconveniente residía en su sistema de recarga, anticuado desde antes de nacer este revólver. Recordemos que su antecesor, el Smith & Wesson nº 3, tenía un armazón basculante que, al abrirlo, impulsaba una estrella expulsora que a su vez eyectaba de un solo golpe las seis vainas servidas. Así mismo, rellenar el tambor era más fácil, sobre todo bajo el estrés de una situación de combate; bastaba un poco de adiestramiento para, empuñando los seis cartuchos con la mano derecha, ir introduciéndolos en las recámaras del tambor.

Sin embargo, la operación de recarga del Nagant era lenta como un purgatorio, y más si el dueño del arma se veía acosado a tiros por todas partes y se ponía nerviosillo. El número de operaciones necesarias solo para vaciar el tambor eran abrumadoras, la verdad. Vean, vean...

Paso 1: abrir el portillo lateral.

Paso 2: girar un cuarto de vuelta la varilla extractora y tirar de ella.

Paso 3: Girar el manguito de la varilla extractora y enfrentarla a una recámara.

Paso 4: empujar la vaina servida, tirar de la varilla y girar el tambor, proceso este que había que repetir siete veces y que se ralentizaba aún más que en un Colt Pacemaker porque este tenía un muelle en la puñetera varilla para agilizar un poco la recuperación de la misma, mientra que en el Nagant había que empujar y tirar, empujar y tirar, empujar y tirar... por lo que había que pedirle amablemente al enemigo que se fuera a tomar un café y a leer el periódico mientras uno recargaba a toda prisa. Una vez concluido el penoso e interminable proceso de descargar el arma había que: devolver la varilla extractora a su posición original, introducir los cartuchos uno a uno girando el tambor y, finalmente, cerrar el portillo. Y todo ello con los enemigos deseando hundirle 86 veces seguidas la bayoneta en la barriga al sufrido usuario de tan peculiar arma, de ahí que muchos oficiales tuvieran la sensatez y la precaución de conservar sus viejos Smith & Wesson para salvar sus miserables pellejos de pelotas zaristas reciclados en comunistas de toda la vida durante la guerra ruso-japonesa, la Gran Guerra e incluso la Segunda Guerra Mundial.

Otra modificación destinada a ahorrar mecanizados se llevó a cabo en el punto de mira. En la parte superior de la imagen de la derecha tenemos el tipo fabricado conforme al diseño original en Lieja. Como vemos, lleva dos cortes que debían costar un potosí porque, nada más comenzar la producción en Tula, fueron eliminados en favor de un punto semicircular como el que se ve en el centro de la foto. Pero este tipo de punto tiene un defecto, y es que produce brillos y dificulta la toma de miras cuando el cañón se calienta, lo cual sabrán los que estén habituados a disparar con armas cortas. De ahí que en 1912 se modificara nuevamente por el tipo que vemos en la parte inferior, un punto en rampa. Este punto es mucho más adecuado para apuntar como Lenin manda porque la parte más saliente del mismo proyecta una sombra sobre la rampa, eliminando de ese modo brillos molestos o reverberaciones producidas por un aumento de la temperatura. Pero, puntos aparte, el Nagant, por carecer de elementos de puntería regulables, estaba regulado de fábrica con el punto en blanco a 25 metros,  por lo que si el objetivo estaba a 50 metros el disparo impactaría unos 5 cm. más abajo, y si estaba a solo 10 ó 12 metros unos 4 cm. más arriba, o sea, que te dejaba listo de papeles sí o sí en caso de meterte un balazo en el esternón. Otra cosa es darle a un sujeto que corre como un gamo a más de 25 metros de distancia, naturalmente. Con todo, se recomendaba no abrir fuego hasta que se estuviera seguro de poder hacer blanco, que la munición era carísima y por cada cartucho malgastado se derramaba una lágrima por la impoluta jeta del zar y, posteriormente, por el curtido careto de ex-seminarista psicópata del padrecito Iósif. Para ello, se hacía especial hincapié en que se apuntase al estómago, el pecho o la cabeza, lugares estos donde, por lo general, una herida con arma de fuego es bastante chunga o incluso mortal. También se insistía en que el personal debía aprender a hacer fuego con la prontitud necesaria, debiendo vaciar el tambor en menos de 20 segundos. Menos de 20 segundos pero acertando en el blanco, como ya podremos suponer. De no hacerlo, el venerado zar o el padrecito Iósif se enfadaban y eso podía tener funestas consecuencias.

Un punto débil del Nagant era su larguísima aguja percutora. Esta pieza, con unas dimensiones como no se han visto en otros modelos, era especialmente proclive a partirse con una irritante frecuencia. Las agujas percutoras están dotadas de un temple muy duro para poder aporrear miles y miles de pistones sin inmutarse, pero esa dureza resta flexibilidad al material convirtiéndolas en piezas muy frágiles. En la figura A mostramos una vista en sección del martillo en la que se puede ver la mortaja donde se encastraba la aguja, la cual era retenida mediante un pasador. Esta mortaja permitía cierta holgura al percutor a fin de que durante su entrada por el orificio del armazón tuviera algo de movilidad y no se rompiera más de la cuenta. En la figura B tenemos el martillo ya completo. El gran número de roturas obligaba al personal a llevar encima una o dos de repuesto, pudiendo sustituir la pieza rota en un periquete sin necesidad siquiera de desmontar el martillo del conjunto del arma.

Bien, esta es, de forma un tanto resumida, la historia del Nagant ruso porque, está de más decirlo, para detallar cada versión según el país en que estuvo en servicio este revólver harían falta una docena de entradas más. No obstante, conviene señalar que en tiempos de la Rusia soviética se fabricaron algunas versiones bastante curiosas. Una de ellas la podemos ver en la imagen superior de la derecha. Se trata de un modelo con el cañón acortado para su uso como arma de servicio de policías de paisano, concretamente los simpáticos miembros de la GPU y sus no menos divertidos sucesores. Abajo tenemos una versión deportiva provista de cachas anatómicas y elementos de puntería regulables. Además de su calibre original se recamaró para disparar el .22 LR, calibre deportivo por excelencia. Obviamente, aunque el Nagant era un arma razonablemente precisa estaba a años luz de las armas de tiro olímpico y/o deportivo fabricadas en Occidente, pero como los soviéticos eran muy suyos preferían emplear esos chismes a los que un armero cualificado debería dedicar horas y horas para lograr afinarlo y darle un ajuste decente. Baste como referencia el hecho de que la presión del disparador en acción simple, siempre menos pesada que a doble acción, podía superar los 5 kg. Para hacernos una idea de qué supone un peso semejante podemos compararlo con la presión mínima permitida en la modalidad de grueso calibre: 1,35 kg.

Pero no podemos dar por concluida esta entrada sin mencionar un curioso chisme, el "dispositivo Bramit". No, no era un arma de destrucción masiva ideada por los perversos cerebros soviéticos, sino algo menos sofisticado pero no por ello menos puñetero. Bramit era el acrónimo de Bratya Mitiny, que dicho en cristiano significa hermanos Mitin, unos eximios camaradas bolcheviques que, en 1929, presentaron esa cosa tan rara que, aunque no lo parezca, era un silenciador. Pero no el típico silenciador a base de cámaras de expansión, sino algo más complejo. En todo caso, aunque inicialmente estaban destinados a equipar grupos de merodeadores en caso de conflicto, más tarde fueron empleados para asesinatos por las policías políticas soviéticas y como arma para sabotajes durante la Segunda Guerra Mundial.

Rata de túnel en Vietnam usando uno de los escasísimos
revólveres equipados con silenciador, en este caso un
Smith & Wesson
Pero antes de entrar en detalles conviene abrir un paréntesis para dar un par de explicaciones al respecto. Ante todo, deben vuecedes saber que los silenciadores no funcionan en los revólveres salvo que estos hayan sido diseñados para acoger estos dispositivos. La explicación es simple: los gases que salen entre el tambor y el cañón lo hacen a una velocidad superior a la del sonido, por lo que anularían el efecto supresor de las cámaras de expansión de un silenciador convencional. Por otro lado, salvo que, como hemos dicho, se haya diseñado un revólver para esta finalidad, esas armas tienen el punto de mira justo al final del cañón, por lo que es complicadillo mecanizarles el paso de rosca necesario para atornillar el silenciador de marras. Así pues, diseñar un supresor para un arma de este tipo sin que previamente haya sido ideada para ello es muy difícil por no decir casi imposible sin llevar a cabo una serie de mecanizados y modificaciones bastante caras. Pero, mira por donde, el sistema de sellado de gas del Nagant allanaba lo más complejo del camino, cosa esta que aprovecharon los hermanos Mitin para crear este peculiar chisme. Dicho esto, prosigamos.

A la izquierda hemos dado forma a un gráfico que nos permitirá comprender mejor el curioso funcionamiento de este supresor. En primer lugar tenemos el cartucho. No se trata del 7,62 x 38R convencional, sino que contiene un proyectil subcalibrado, posiblemente de calibre .22 o 6,35 mm. Este proyectil está dentro de una envuelta fabricada con un metal ligero, posiblemente aluminio, o sea, que lo que mostramos es lo que actualmente se conoce como un sabot, un proyectil envuelto en una camisa de la que se desprende al salir del cañón, logrando así una mayor velocidad ya que la carga de proyección sería la misma que cuando está armado un proyectil reglamentario. No obstante, en el caso que nos ocupa la carga también estaría modificada para impedir que la bala sobrepasase los 330 m/seg.- la velocidad del sonido- para que no soltase el estampido de rigor.

En cuanto al supresor en sí, era un cilindro conectado por la varilla extractora a los mecanismos del revólver, de forma que cuando este giraba lo hacía también el cilindro. ¿Que para qué giraba? Ahora lo veremos.

En este gráfico vemos como tras el disparo la bala y su envuelta avanzan por el cañón, aproximándose al agolletamiento que tiene el cilindro del supresor. Dicho cilindro tendrá tantos agolletamientos como recámaras el tambor, estando ambas piezas sincronizadas para girar al unísono tal como hemos dicho anteriormente. Hasta ese momento, el único ruido que se ha podido producir es el de la seca detonación del fulminante, similar a la de esos minúsculos petardos que usan los críos para dar la murga. El gas producido por la deflagración de la pólvora impulsa el proyectil sin hacer apenas ruido, encerrado herméticamente en el cañón del revólver.

Cuando la envuelta del proyectil llega al estrechamiento que hay al final del cilindro del supresor se detiene, dejando salir la bala sin que tenga lugar ningún escape de gas ya que, aún con la bala fuera del cañón, este aún sigue herméticamente cerrado. Finalmente, cuando el tambor retrocede en el momento en que soltamos el gatillo es cuando el gas puede salir, pero ya sin fuerza apenas y, naturalmente, sin hacer ruido. La envuelta se quedará dentro del cilindro, por lo que tras efectuar los siete disparos del tambor habría que extraerlos también además de las vainas servidas. Sí, era un coñazo, pero como se suponía que con siete tiros había de sobra para escabechar a cualquier enemigo del estado, pues tampoco tenían prisa por recargar. Por lo demás, aunque la potencia de esta munición no sería precisamente para tirar cohetes, bastaría para dejar en el sitio a cualquier desgraciado, y más si tenemos en cuenta que, cuando se usaba este tipo de artefactos, era a distancias muy cortas por no decir a bocajarro. Sea como fuere, la cosa es que el supresor rarito de los hermanos Mitin debía funcionar bien ya que les fue concedida la patente el 28 de febrero de 1931.

Posteriormente, los Mitin diseñaron otro supresor, en este caso conforme a los cánones habituales ya que el que hemos visto era demasiado complejo de manejar en situaciones de combate, a la hora de dar un golpe de mano en una trinchera enemiga o de sabotear cualquier instalación. Además, la munición debía ser la diseñada para ese silenciador, lo que limitaría su uso. El nuevo diseño podemos verlo en la imagen superior, y constaba de nueve arandelas de goma de 8 mm. de grosor en cuyos espacios intermedios se creaban cámaras de expansión. La fijación al cañón era mediante un engarce de bayoneta y, aunque permitía el uso de la munición troncocónica convencional del Nagant, esta se veía muy afectada por las turbulencias que se producían en las cámaras de expansión, por lo que la precisión era una auténtica birria incluso disparando a muy corta distancia. De ahí que hubiera que diseñar una nueva bala, puntiaguda en este caso, para que el rendimiento del silenciador fuese aceptable. Por cierto que conviene observar que, como comentamos anteriormente, el punto de mira quedaba anulado por el silenciador, lo que demuestra que solo se usaría para disparos a muy corta distancia. Aparte de eso, la vida operativa de este modelo era muy corta, de apenas 20 disparos debido a que el gas ardiente que salía por la boca del cañón achicharraba las arandelas de goma.

En fin, con esto daremos por concluida esta entrada no sin antes dejar constancia de una curiosidad curiosa. Se trata de una página del catálogo de la firma eibarresa "F. Arizmendi & Goenaga", que allá por los años previos a la Gran Guerra exportaban armas a la zona de los Balcanes, que en aquellos tiempos estaba tan calentita como para que un nacionalista tísico diese pie a que estallase la guerra. En el catálogo, correspondiente a los años 1913-14, se especifica que tenía doble resorte (?) y cañón de acero con rayado especial (?), detalles estos que no sé en qué leches consistían, la verdad. 

En fin, ya está. Espero que haya resultado del interés de vuecedes, amén.

Hale, he dicho

Fotograma de la película "Enemigo a las puertas" en la que un amable comisario del NKVD con un máster en relaciones
públicas intenta, Nagant en mano, convencer a la tropa que desertar está muy feo, y que el padrecito Iósif no ve con buenos ojos que los hijos de la santa madre Rusia se larguen dando la espalda al enemigo aunque los estén abrasando a tiros

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