martes, 24 de enero de 2017

Curiosidades: ¿Cómo se fabricaban las bombas de los morteros?



Litografía titulada "Un visitante inoportuno",  publicada en Londres en 1854. La escena muestra como una bomba
acaba de aterrizar en el campamento de los british en Sebastopol durante la Guerra de Crimea. Por la reacción del
personal salta a la vista que se les ha encogido el escroto de forma violenta por haberles interrumpido la merienda

Artilleros en pleno proceso de recarga de un mortero. A la izquierda se
ve como dos de los servidores acarrean una bomba
En una entrada anterior se explicaron los entresijos de la fundición de las balas empleadas en los cañones, la cual quedaría coja si no dedicamos otra a la fabricación de las granadas y las bombas, las primeras usadas por cañones y obuses mientras que las segundas estaban destinadas a los morteros una vez que se dieron cuenta de que era más efectivo usar este tipo de munición en lugar de enormes bolaños. Los proyectiles huecos, debidamente cargados con pólvora negra, estallaban gracias a unas básicas pero eficientes espoletas, fragmentándose en trozos de metralla más o menos grandes en función de la carga, si bien de ese tema ya hablaremos en otra ocasión. Hoy toca los métodos de fundición para estos proyectiles que, no lo olvidemos, estuvieron operativos hasta finales del siglo XX.

Bien, dicho esto y como no es plan de repetir lo mismo dos veces, conviene que echen un vistazo a la entrada sobre la fabricación de las balas ya que los rudimentos sobre las técnicas de fundición y los materiales empleados para elaborar los moldes eran los mismos que para los proyectiles huecos. Una vez se pongan al tanto del tema, proseguiremos. 

¿Ya? Vale, al grano pues...

El método empleado para la fundición de los proyectiles huecos varió con el paso del tiempo. Inicialmente, el espacio vacío era excéntrico respecto a la esfera que daba forma a la bomba o la granada, tal como vemos en la ilustración de la derecha. En la figura A podemos ver una bomba fabricada mediante el sistema antiguo con las paredes de la base más gruesas que las de la parte superior, lo cual producía una fragmentación irregular ya que la tendencia era que, al explotar, se rompiese por la parte más débil, dejando la base prácticamente entera lo que suponía una merma notable en sus efectos. De ahí que se acabara adoptando un sistema diferente (fig. B) que permitía fundir con un grosor uniforme salvo en la base, recrecida con dos finalidades: soportar mejor los efectos de la deflagración de la carga de pólvora y obligar al proyectil a caer siempre con la espoleta mirando hacia arriba, detalle muy importante cuando era de retardo ya que, de ese modo, no sufriría daños que la inutilizasen antes de explotar. Aparte de esto, la fragmentación era uniforme, obteniéndose cascos de metralla de tamaños similares.

Por otro lado, los moldes se configuraban de forma longitudinal al proyectil y no como vimos en los de las balas, perpendiculares. Este sistema, que podemos ver en la ilustración de la izquierda, daba lugar a piezas asimétricas, con excrecencias y cuyas rebabas que, como recordaremos, debían ser eliminadas a golpes de cortafríos, producían bombas de mala calidad, que no se ajustaban bien al ánima de las piezas y, además, muchas unidades desechables debido a que durante la operación de desbarbado se rompían a consecuencia de los martillazos propinados en los cortafríos. En fin, un churro de bombas, así que se decidió replantear todo el proceso de elaboración de moldes para producir ejemplares bien acabados, lo que se traduciría en mejor precisión y menos problemas a la hora de efectuar la carga de los mismos. 

Una aclaración antes de proseguir: este proceso era el mismo para las bombas y las granadas con una única salvedad, y es que mientras las bombas tenían su típica boqueta o las argollas para sujetarlas durante el acarreo desde los repuestos a la batería o el proceso de carga, las granadas eran simples esferas con un orificio en el que se ajustaba la espoleta. Por lo demás, como decimos, su manufactura era la misma. Como vemos en la figura de la derecha, estos proyectiles eran idénticos a las balas, pero huecos. Una vez colocada la espoleta, la granada se introducía en el cañón con la misma mirando hacia la boca del ánima de forma que la parte que quedaba apoyada al taco era la base. El hecho de carecer de boquilla o argollas se debía simplemente a que por su menor peso eran fácilmente manejables por los artilleros. Dicho esto, prosigamos.

Una vez desechado el anterior sistema de moldes se adoptó uno nuevo compuesto por tres cajas que, básicamente, era muy similar al que se mostró en la entrada de las balas. Las dos primeras cajas contendrán dos semi-esferas huecas, teniendo la superior un orificio previsto para acoger la boquilla de la bomba, que irá en la tercera caja. Así pues, las tres matrices, fabricadas de bronce, las podemos ver en el gráfico de la izquierda. Las figuras B y C son las dos semi-esferas que, al igual que con las matrices de las balas, tienen en una cruz del mismo metal para ayudar a extraerlas del molde de arena una vez terminado éste. Como se ve, están machihembradas para lograr un encaje perfecto y, por otro lado, en cada brazo de la cruz tienen un tetón y un orificio para asegurar mejor el encaje de ambas piezas. En la figura A vemos la boqueta y la espiga de hierro que hará que la parte superior del tercer molde pueda luego alojar el ánima, macho u ochete , que era el molde interior que veremos en seguida. Por último, en la figura A1 vemos la semi-esfera B con la boqueta y la espiga ya ajustadas.

Bien, a continuación se fabricaba el ánima. Según vemos en la figura A, se tomaba una espiga de hierro sobre la que se formaba una pelota de guita en forma de huso que sirviese de soporte a la masa de arcilla que se convertirá en el molde interno. En el extremo de la espiga vemos un ojal por el que pasará una chaveta para afianzar el conjunto al molde cuando llegue el momento. En cuanto a la mezcla arcillosa, para este trabajo debía ser un poco más pastosa de lo habitual para que no se desprendiese de la espiga durante todas las manipulaciones que vendrían a continuación. El ánima se torneaba con una tarraja provista de una pieza que le daba la forma exacta, lo cual se comprobaba con un compás antes de dar el molde por bueno. Su aspecto acabado lo vemos en la figura B, y era muy importante que estuviera perfectamente seco antes de proceder a la colada ya que, de lo contrario, la bomba resultante sería defectuosa, con el material débil y proclive a partirse al ser disparada o nada más tocar el suelo sin que llegase a estallar.


Por último se construía el molde que, como dijimos al principio, estaba formado por tres cajas. Cuando se retiraban las matrices de bronce se procedía al montaje de las mismas. En primer lugar se unían las cajas A y B, que contenían la boqueta y la semi-esfera superior y que recibían el nombre de pieza de barreta y macho respectivamente. Se introducía por el orificio de la caja A la espiga que sujetaba el ánima y se bloqueaba con la chaveta. A continuación se unían ambas cajas a la C, que contenía la base de la bomba y que por ello se llamaba culata de la caja. Previamente se habían previsto dos respiraderos en la parte superior y el bebedero, que este caso se colocaba en un costado coincidiendo con la junta de las cajas B y C. Con esto quedaba formado el molde que, en el caso de las bombas y las granadas, era para una sola pieza y no para dos, como vimos en la entrada de las balas. Por cierto, el bloqueo de las cajas del molde se efectuaba de la misma forma que los destinados a las balas, así que echen un nuevo vistazo a esa entrada por si lo han olvidado.

Una vez dejado enfriar tanto el molde como la colada se procedía a extraer la pieza.  A continuación se eliminaban los respiraderos y el bebedero a golpe de cortafrío para, posteriormente, comprobar si el calibre era correcto. Para ello, igual que vimos con las balas, se empleaba una vitola con el diámetro que debería tener la bomba y por la cual no debería pasar. Luego se comprobaba con otra vitola de 6, 9 o 12 puntos más (0'96, 1'44 o 1'92 mm.) , y en este caso sí debería pasar. Recordemos que estas tolerancias estaban encaminadas a saber la pérdida de calibre que tendría la bomba o la granada una vez desbastada. Por otro lado, había que eliminar los restos del arcilla y el núcleo de cordel del ánima, para lo que se recurría a ganchos y herramientas adecuadas hasta dejar el interior de la bomba completamente limpio y listo para recibir la carga. En la ilustración superior vemos el aspecto de la bomba ya terminada, momento en que sus dimensiones y los grosores interiores eran comprobadas con un compás curvo.

El peso de una bomba de 14 pulgadas de calibre era de 72'22 kilos, mientras que el del una de 10 era de 30'36, así que ya vemos como eran necesarios dos hombres para manipularlas durante la carga. En cuanto a las granadas, la de 7 pulgadas era de 10'12 kilos. Por otro lado, el enorme peso de las bombas nos hará comprender el interés que se tomaban en construir casamatas y reductos con las bóvedas a prueba ya que uno de esos chismes podía traspasar como si fuese mantequilla un tejado normal, estallar dentro del edificio y no dejar títere con cabeza. Finalmente, no queremos dejar de comentar que, según algunos tratadistas, las típicas bombas con boqueta que suelen ser las más conocidas eran precisamente las menos recomendables ya que, al parecer, era relativamente frecuente que dicha boqueta se partiera a causa de la presión ejercida por la tenazas que se empleaban para su manejo y que podemos ver en la ilustración superior. Así mismo, si los hombres que la usaban se despistaban un instante podían dejar caer la bomba, lo que no era precisamente para tomarlo a broma. De ahí que en muchos casos se prefiriera el sistema de asas y argollas, el cual facilitaba en gran medida tanto su manipulación gracias a las argollas que, colgadas de unos ganchos, hacían casi imposible que se cayese al suelo.

En fin, ya está. Hora de echar algo al buche.

Hale, he dicho

Litografía que muestra los efectos de las bombas disparadas contra Amberes por los gabachos durante el asedio a que
sometieron la ciudad en 1832. Como podemos imaginar, 72 kilos de hierro convertidos en pequeños fragmentos
incandescentes y cortantes como cuchillos debían ser enormemente enojosos

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