miércoles, 1 de febrero de 2017

Cascos con visor: el casco Dunand


Soldados convalecientes en el hospital de St. Dunstan que,
como vemos, han sido heridos en los ojos. Para evitar este
tipo de heridas se diseñaron multitud de protecciones
Como hemos visto en las entradas que se han ido dedicando a la introducción de cascos durante la Gran Guerra, la desmedida cantidad de heridas en la cabeza fue lo que espoleó a los mandamases para que las tropas pudieran conservar íntegros sus cráneos el mayor tiempo posible ya que, según concienzudos estudios llevados a cabo por los países en conflicto, un soldado con el cerebro perforado por una bala o un trozo de metralla causaba baja de forma inmediata y, salvo contadísimas excepciones, definitiva. Por otro lado, como suele pasar en todas las guerras, surgieron diversos ciudadanos que, bien por patriotismo, bien por ganas de forrarse o bien por las dos cosas, que ya sabemos que de estos conflictos bélicos los pelagatos salen millonarios y los millonarios multimillonarios, ofrecieron diseños de lo más pintorescos para impedir que las testas del personal quedaran averiadas a perpetuidad. La inmensa mayoría de estos proyectos, basados en borgoñotas o almetes medievales, fueron concebidos al parecer olvidando que la época de luchar con espadas había quedado atrás, y que las armas modernas requerían diseños más prácticos y menos rebuscados aún a costa de perder parte de su eficacia. De hecho, todos fueron desechados antes o después cuando las comisiones designadas por los estados mayores se convencieron de que una cosa era la estética y las supuestas bondades del producto y otra su viabilidad. Por cierto que, las cosas como son, mientras que los tedescos lo tuvieron muy claro desde el primer momento y no perdieron el tiempo ideando chorradas, los aliados manejaron bastantes prototipos a los que dedicaron inútilmente grandes cantidades de medios. 

Jean Dunand
Uno de estos diseños fue el propuesto por Jean Dunand (1877-1942), un probo escultor suizo especializado en el trabajo con metales y destacado impulsor del Art-Deco, campo este donde destacó especialmente, desarrollando una exitosa carrera profesional en Francia. El estallido de la guerra lo llevó a alistarse en el ejército francés, adquiriendo en 1922 la ciudadanía francesa y hasta fue nombrado caballero de la Legión de Honor, si bien sus méritos artísticos superaron ampliamente su afán por lograr que sus cascos fueran aceptados en el ejército. Al parecer, tanto empeño se debía a que un amigo íntimo suyo (otros dicen que su hermano) había perdido un ojo a causa de una bola de metrallero, así que el hombre se tomó muy a pecho eso de proteger los globos oculares del personal. Sin embargo, la gran cantidad de diseños destinados a impedir las heridas en los ojos no se correspondía con el número de bajas producidas por ceguera. De hecho, el número de ciegos era estadísticamente ridículo en comparación con otros tipos de lesiones ya que, por ejemplo, en el ejército canadiense solo tuvieron una veintena de casos de ceguera de un total de 150.000 hombres. Los british, con un ejército de tres millones de efectivos apenas llegaron a los 3.000 ciegos, un uno por mil, así que cabe suponer que el tema de los visores pudo estar encaminado más bien a cuestiones de tipo moral que por imperiosa necesidad. Del 12% de las heridas recibidas en la cabeza por las tropas aliadas, las que afectaban los ojos eran producidas en su mayoría por pequeñas esquirlas cuyos efectos podrían ser eludidos con un mínimo de protección, de ahí tal vez el empeño en producir cascos destinados a mantener a integridad de la visión del soldado.

La idea de Dunand consistía en un casco provisto de un visor removible que, en teoría, resguardaba la parte superior del rostro de las esquirlas de metralla. Obviamente, un disparo directo o un casco de metralla lo atravesaba sin problema pero, al menos, detedría o aminoraría notablemente los efectos de aquellas malévolas esquirlas que, en sí, eran una birria, pero una birria que aún conservaba la suficiente energía cinética como para dejarle a uno la jeta bastante deteriorada y, naturalmente, los ojos. El prototipo inicial podemos verlo en la imagen superior. Se trataba de una elaborada pieza totalmente hecha a mano por el mismo Dunand con una calidad y un acabado muy por encima de los niveles requeridos en cualquier ejército, pero ese detalle no es de extrañar considerando la vena artística de nuestro hombre. Básicamente, era un casco provisto de un ala trasera y una acusada protuberancia frontal que serviría de viseara cuando se desmontaba el visor. Esta pieza permitía, según él, un amplio campo visual gracias a las abundantes ranuras horizontales que cubrían toda la pieza y que, ciertamente, no ayudaban mucho a la solidez de la misma.


Como vemos en el gráfico de la derecha, el visor estaba unido al casco mediante un ojal encajado en un tetón de bronce. Bastaba hacer coincidir la muesca del ojal con el resalte del tetón para poder extraerlo fácilmente. Para fijarlo cuando estaba subido, el casco tenía prevista una protuberancia en la parte frontal superior, donde encajaría suavemente para, en caso de necesidad, bajarlo rápidamente con un simple manotazo. Como podemos ver, la pieza estaba cuidadosamente elaborada, y hasta el visor estaba rebordeado en todo su contorno para darle más solidez. Las ranuras estaban hechas por mecanizado, o sea, a base de fresa, y no mediante un troquel, que sería la forma más rápida de efectuar esa fase de la fabricación del casco, lo que conllevaría mogollón de horas extra de trabajo para dar término a cada unidad. El interior estaba formado por un fleje circular que permitía regular la talla del cabezón del usuario, y hasta se preocupó de dar forma a una pequeña y angulosa cresta en la parte superior, supongo que por la cosa estética porque no tenía utilidad alguna. Todo el casco, repetimos, estaba fabricado enteramente a mano, lo que solo sirvió posteriormente para mostrar sus limitaciones de cara a una producción en masa.


Sin embargo, y a pesar del empeño que Dunand puso para que el ejército francés se fijara en su proyecto, la cosa es que la aparición del Adrián en 1915 le cerró totalmente las puertas, y eso que el hombre no pidió ni un céntimo al gobierno para desarrollar su proyecto. No obstante, y a la vista de que los yankees andaban por aquella época planteándose también la adopción de un casco de acero, optó por ofrecerlo a los mandamases de la fuerza expedicionaria enviada por los Estados Juntitos en 1917 y, ciertamente, tomaron muy en consideración el proyecto, hasta el extremo de que se planteó la fabricación de 10.000 unidades para ser probadas aprovechando la excursión al Viejo Mundo y testar la eficacia del invento. Naturalmente, Dunand no se durmió en los laureles porque un contrato con los yankees podía suponerle ganar una fortuna, así que se dio prisa en patentar su invento, el cual por cierto ya lo había sido en Francia anteriormente, que una cosa es ser patriota y otra ser un primo que se dejase pisar la idea por otro. En las láminas superiores aparecen los gráficos explicativos de la patente presentada el 5 de junio de 1917, si bien no fue concedida hasta el 1 de febrero de 1921, hace hoy, curiosamente, 96 añitos de nada. Como añadido sobre el modelo original llevaba una escarapela metálica en cada lado sujetas por los tetones de la visera. En la descripción del proyecto, Dunand especificaba que el casco estaba fabricado de una sola pieza, y que su superficie estaba cuidadosamente estudiada para deflectar cualquier proyectil que impactase contra la misma. El peso total de cada ejemplar sería de 950 gramos si se empleaba chapa de 1 mm. de grosor, y el doble si era de 2 mm., deducción esta que no hacía falta ser un genio de las matemáticas para plasmarla en la puñetera memoria. Hasta yo, que soy un negado para dicha ciencia, he calculado del tirón que si usaban chapa de 3 mm. el peso sería de 2.850 gramos. Por cierto, observen la curiosa similitud del perfil del casco sin visor con el actual modelo de Kevlar del ejército norteamericano.


Vista lateral del modelo americano con
y sin visor. Se aprecia delante de la cresta
el resalte de fijación del mismo
Los yankees no perdieron el tiempo, y rápidamente encargaron la fabricación del casco a la firma Crosby & Co., una empresa dedicada a la estampación de metales radicada en Búfalo que puso en manos de sus expertos la elaboración de los troqueles y moldes para ello. Pero, tal como anticipamos, una cosa era hacer el casco a golpe de martillo y otra manufacturarlo a nivel industrial, y los expertos de la Crosby anunciaron desde el primer momento las dificultades que conllevaba el proyecto. En primer lugar, el material empleado por Dunand en sus prototipos era un tipo de acero más dúctil que la aleación de manganeso requerida por las especificaciones del ejército para darle más dureza al material. El acero al manganeso era menos flexible y nada más comenzar las pruebas vieron como se producían grietas e imperfecciones en la superficie debido a la morfología del casco. El problema estaba concretamente en tres zonas: los resaltes laterales para alojar el encastre del visor, la abultada visera y la inútil cresta superior, defectos de diseño estos que impedían la estampación a nivel industrial. El sufrido inventor sugirió eliminar la dichosa cresta, pero los resaltes laterales eran imprescindibles salvo que se rediseñase todo el casco, así que el ejército decidió rechazar el proyecto a principios de 1918.


Este revés no amilanó a nuestro eximio artista. Ante las pegas expuestas por los de la Crosby & Co. , en enero de aquel mismo año ya había contactado con una empresa francesa, la Compteurs et Material d'Usines a Gaz, la cual le aseguró que podría fabricar sin problema el modelo que vemos a la izquierda y que, como es notorio, es un nuevo diseño en el que se eliminaron las partes más problemáticas de cara a emprender una producción en masa.


Esta nueva versión, que en la foto de la derecha podemos ver con el escudo de los Estados Juntitos estampado en el frontal, ofrecía una superficie mucho más uniforme, habiéndose eliminado el abrupto desnivel de la visera y los aún más problemáticos resaltes laterales donde se encajaba el visor. También se suprimió la roseta, dejándose solo el tetón donde se encastraba dicho visor pero con el ángulo de extracción corregido. Solo conservaba la dichosa cresta, que por lo visto debía ser una obsesión del Dunand, pero con un perfil redondeado para que fuera viable su estampación ya que la del prototipo anterior ofrecía unos ángulos demasiado agudos para este fin. El material elegido sería un acero al manganeso fabricado en Inglaterra (Dios maldiga a Nelson) que, por sus características, se prestaba mejor a su manipulación que el empleado por los de la Crosby & Co.


A la izquierda tenemos una vista frontal del casco Dunand, y a la derecha
uno de los modelos de visor del Polack
Fueron enviados al Ordnance Department en USA un lote de ejemplares para pruebas junto con una nota de la comisión de la Fuerza Expedicionaria en la que se recomendaba la aceptación del modelo pero siempre y cuando el visor original fuese reemplazado por uno del casco Polack (ya hablaremos de ese otro día), un modelo de características similares diseñado para el ejército francés y que montaba un visor que, además de ser más fácil de fabricar, no adolecía de un defecto insalvable del modelo de Dunand, las ranuras. Al parecer, se hicieron pruebas de visión que dejaron claro que tanta ranura horizontal acababa produciendo mareos al soldado, sobre todo cuando miraba de arriba abajo. De ahí la sugerencia de adaptarle un visor Polack si bien, al cabo de tantos esfuerzos, la realidad es que la adopción de visores conllevaba un inconveniente de imposible solución, y no era otro que el peso añadido y la descompensación que este producía, tendiendo constantemente a inclinarse sobre el rostro del soldado con las molestias que ello suponía.


Pero, además, en lo tocante a la protección facial que tanto buscaban tampoco ofrecían nada que los hiciera verdaderamente válidos. De entrada, este casco no permitía llevar el visor bajado cuando se disparaba el fusil, por lo que este accesorio se convertía solo en un peso inútil encima de la frente. Y, por otro lado, su solidez estaba muy lejos de lo que sería deseable ya que fabricar un visor más robusto supondría un aumento intolerable en el peso total del casco. De ahí que, a la vista de las pruebas de resistencia efectuadas (foto de la derecha), no solo era posible atravesarlo de un balazo, sino que las mismas esquirlas de metal desprendidas del visor como consecuencia del impacto se convertían en una lluvia de minúscula metralla lanzada contra la cara. 


Prototipo de casco pesado para centinelas diseñado por
Dunand para el ejército francés 
Por todo ello, y a pesar de que Dunand diseñó alrededor de una docena de visores incluyendo modelos plegables, sus prototipos acabaron arrumbados en los cajones de los departamentos de suministros del ejército yankee. Sin embargo, curiosamente, tras rechazar el casco Dunand, estos siguieron desarrollando proyectos de cascos con visor, algunos de ellos literalmente copiados de modelos de yelmos renacentistas que, como podemos suponer, también se quedaron en agua de borrajas. Al final, los yankees optaron por lo más razonable, que fue adoptar el casco Brodie inglés hasta que años más tarde desarrollaron el famoso M1. 


En cuanto a nuestro hombre, como muestra de gratitud a sus esfuerzos fue encargado de fabricar un casco conmemorativo de la victoria que le sería entregado al mariscal Foch, comandante en jefe de las tropas aliadas, en 1921. El casco en cuestión, elaborado totalmente a mano con acero,  tenía forma de gallo portando una corona de laurel dorada. El gallo, para los que no lo sepan, es el bicho que simboliza a Francia. Tal como podemos apreciar en la foto de la derecha, eso de un casco con forma de pollo laureado se me antoja una horterada monumental, la verdad, pero de un gabacho se puede esperar cualquier cosa.

En fin, esto es todo. Jean Dunand se olvidó de la cosa bélica y siguió con sus fantásticas esculturas y sus elegantes bajorrelieves hasta su fallecimiento en junio de 1942.

Hale, he dicho

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