domingo, 16 de abril de 2017

Inventos artilleros. Volando puertas


Sí, ya sé que me prodigo poco en estas últimas semanas, pero es que los cambios de estación me atocinan de forma brutal. La llegada de la primavera no solo me altera la sangre, sino también el magín, y juro por mis augustas barbas que me noto tan falto de vida como el último galápago cuatricentenario de una isla perdida en el Pacífico. En todo caso y ya que hoy es Domingo de Resurrección, que menos que hacer un esfuerzo e intentar revivir un poco con esta entrada sobre curiosidades artilleras. Bien, vamos al grano que no estoy para mucho tecleo.

Convendrán conmigo en que la imagen de la derecha es hoy día bastante frecuente. Vemos escenas similares tanto en las pelis de acción como en las diversas operaciones policiales y militares que se llevan a cabo por todo el mundo para vulnerar los escondrijos donde alevosos terroristas y delincuentes de todo tipo se atrincheran mientras planean sus fechorías. Todos hemos visto hasta la saciedad como un experto en explosivos se acerca sigilosamente a la puerta, adosa un pequeño paquete o caja a la misma y, a continuación, una explosión más o menos gorda en función de lo poderosa que fuese la puerta la derriba, permitiendo la entrada en tromba de la unidad de asalto mientras que todos aúllan eso de "let's go, let's go!!", como si hiciera falta informar a sus colegas que era el momento de iniciar el ataque. En fin, chorradas de yankees...

Obviamente, la mayoría de los que me leen darán por sentado de que eso de volar puertas de forma controlada es un invento moderno, con pocas décadas a cuestas. Sin embargo, como ya hemos visto en algunas entradas dedicadas a inventos que ya estaban inventados, resulta que lo de echar abajo las puertas a golpe de explosivos es más antiguo que el hilo negro. Y no hablamos de derribarlas a cañonazos, lo cual es una obviedad, sino con ingenios creados ex profeso para tal finalidad. De hecho, hablamos de más de tres siglos, que ya es tiempo, así que esas virguerías para invadir de forma expeditiva las guaridas enemigas ya está más inventado que la quijada asnal matacuñados.

Como ya sabemos, a finales de la Edad Media y principios del Renacimiento se hacía uso de pequeños arietes diseñados para echar abajo las sólidas puertas de las fortificaciones de la época. En las obras de Kyeser, Vigevano, Valturio o las copias bajomedievales de Vegecio que han sido comentadas en diversas entradas ya pudimos ver como se llevaron a cabo diseños de todo tipo, más o menos sofisticados, cuya finalidad no era otra que poder manipular esos arietes en espacios reducidos y poder así abrir paso al resto de los compañeros que esperaban el éxito arietario para invadir con furia y denuedo el recinto asediado. Sin embargo, la proliferación de las armas de fuego puso complicado eso de aproximarse impunemente a una puerta. Antes de que los mosquetes y arcabuces se hicieran los dueños del cotarro, a lo más que se arriesgarían era a recibir un virotazo, lo que podría evitarse empleando manteletes que protegieran a los pocos hombres que manejaban el ariete. De hecho, incluso se diseñaron ejemplares como el de la lámina superior, en el que los servidores podían avanzar totalmente protegidos sin temor a ser convertidos en un acerico a base de flechazos. Pero esos ingenios no podían detener una bala, así que hubo que dar de baja los dichosos arietes y pensar en algo menos arriesgado porque el personal pasaba olímpicamente de ofrecerse voluntario para ese tipo de misiones. De ahí que, ya que la pólvora estaba dando tan buenos resultados a la hora de volar las murallas enemigas a base de minas explosivas, pues qué menos que idear la forma de adosar algún ingenio a las puertas de las fortificaciones para mandarlas a hacer gárgaras corriendo el mínimo de riesgos. Veamos de qué iba el invento en cuestión.

Lo que vemos a la izquierda es una especie de campana de bronce provista de dos ganchos cuyo cometido era unirla sólidamente a una plataforma sobre la que se asentaba. Esta campana, de la que había multitud de diseños en cuanto a tamaño y forma más o menos angulosa, tenía en su parte trasera o en un costado un fogón u oído donde se cebaba la carga, en este caso mediante una mecha para que, cuando la explosión tuviese lugar, los hombres que manejaban el ingenio se hubiesen puesto a resguardo, que no era plan de ser convertido en comida para gatos junto a la puerta que querían derribar. 

A la derecha vemos un ejemplo de una de estas campanas unida a su plataforma. Como podemos apreciar, en este caso los ganchos han sido sustituidos por unas piezas por las que entran unos vástagos que sujetan la campana mediante cuñas de hierro. El gancho y el tornillo que se pueden ver en la parte superior de la lámina eran para fijar el ingenio a la puerta. ¿Que cómo? Pues era la única parte complicadilla de la operación ya que, como podemos imaginar, las puertas de los fuertes pirobalísticos de aquella época carecían de ganchos para facilitar al enemigo las cosas, así que había que colocar uno lo suficientemente sólido para soportar el enorme peso del chisme que nos ocupa. No era complicado en realidad ya que, amparados por la oscuridad de la noche y debidamente protegidos por un mantelete, un par de hombres podían acercarse a la puerta y en muy poco tiempo abrir un orificio con una barrena para, a continuación fijar el gancho y salir de allí a toda pastilla. Como ya podemos imaginar, los defensores no podían arriesgarse a abrirla para quitarlo porque los sitiadores los fusilarían bonitamente en cuanto asomasen la jeta. No obstante, no siempre se recurría a este sistema ya que había otros más o menos similares que se usaban según las circunstancias.

Según vemos en la lámina de la izquierda, su proceso se carga no entrañaba muchas dificultades ya que solo requería de la suficiente cantidad de pólvora como para producir una explosión lo bastante potente como para reventar el portón de un fuerte, que por cierto no solo estaban fabricados con gruesos maderos sino que, además, eran reforzados con flejes de hierro. Así pues, según vemos, el artillero se limitaba a llenar el ingenio con pólvora que era bien atacada para  que la deflagración de la misma resultase más potente. Para ello se ayuda de un disco de madera y un pisón que vemos en el suelo. Ante la campana está la base en la que será fijada.

Caso de que la puerta a derribar fuese más sólida de lo previsto, siempre se podía añadir un proyectil capaz de cercenar los flejes de hierro que la reforzaban ya que, de lo contrario, estos serían dañados. La explosión los dejaría retorcidos y tal, pero conservarían la integridad de la puerta por lo que el esfuerzo habría sido en vano. Igualmente, serían bastante eficaces contra los rastrillos que habitualmente se encontraban entre las puertas de las fortificaciones. En la lámina de la derecha vemos tres tipos de estos proyectiles que, según se aprecia, tienen forma dentada para abrirse paso contra su objetivo. Por lo demás, en los dos dibujos de la derecha se puede ver como estas campanas estaban fijadas a su base, las cuales tenían un orificio en el centro para, como es lógico, permitir el paso del proyectil en cuestión o la onda expansiva según el caso.

A la izquierda podemos ver diferentes sistema para fijar las cargas que, en tres de ellos, son sólidamente apuntaladas contra la puerta para que sus efectos no se vieran aminorados. Como supongo ya imaginarán, la detonación produciría un retroceso bastante violento, lo que haría que gran parte de la energía derivada de la explosión se perdiese al separarse el contenedor de la carga de la puerta. De ahí el unirlas a una pesada plataforma o bien apuntalarlas. La cosa era intentar por todos los medios que toda la energía de la carga fuese a parar a la puñetera puerta y abrir en ella un enorme boquete o incluso sacarla de sus quicios.

Otro sistema para adosar estas cargas consistía en colocarlas en carretones que, además, estaban provistos de puntales para dejar el artefacto bien apuntalado contra la puerta a derribar. Este sistema, además de ser más rápido y cómodo, permitía manipular cargas mucho más pesadas que, de otra forma, requerirían la intervención de varios hombres y de un tiempo que no era precisamente fácil de obtener considerando que los enemigos estarían prestos para cazarlos como a conejos a tiro limpio desde lo alto de las murallas. En los ejemplos que mostramos bastaban cuatro hombres para manejar el carretón superior y uno o dos en el caso del inferior. Bastaba adosarlos a la puerta, bajar los puntales y prender la mecha antes de salir echando leches de vuelta a las trincheras propias. El retroceso producido por la explosión hincaría con fuerza los puntales en el suelo, por lo que no sería preciso perder tiempo en fijarlos de forma previa. Cabe suponer que este tipo de acción sería llevado a cabo de forma fulgurante para aprovechar el factor sorpresa, de forma que la explosión cogiese a los defensores más despistados que un submarino en un charco. 


Y si había que salvar un foso tampoco había problema. En la lámina superior vemos un método para endosar la carga contra la pasarela de un puente levadizo gracias a una viga basculante que la sujeta unida a un carretón que está provisto de un contrapeso en su parte posterior en forma, según se aprecia,  de sacos terreros. Así mismo dispone de cuatro anclajes para fijarlo al puente, lo cual se llevaba a cabo sin mayor dificultad ya que, al ser una plataforma de madera, bastaban cuatro grandes clavos para dejarlo totalmente inmovilizado. En cuanto a la mecha, se puede ver claramente como arde en el extremo de la viga, lo que permitiría a los servidores del ingenio meterle fuego una vez adosada la carga para, a continuación, salir corriendo. En fin, que de tontos no tenían un pelo.

La lámina nos muestra como ocho hombres adosan una carga contra un
rastrillo mientras que otro prende la misma desde la parte trasera. El petardo
lleva uno de esos proyectiles dentados que vimos anteriormente destinados
a destruir flejes de puertas o de rastrillos.
Bueno, como vemos se trata de otro invento que ya llevaba inventado hace la torta de tiempo. Por lo demás, dudo mucho que sus cuñados estén al tanto de la existencia de este ingenio, así que pueden aprovechar vuecedes para tomarse justa venganza por haberse zampado las deleitosas torrijas o los suculentos pestiños con que la tía Maripepa nos obsequia todos los años por estas fechas y humillarlos bonitamente ante su total desconocimiento acerca de estos petardos tan peculiares. Por cierto, el invento está recogido en uno de los volúmenes del Artilleriekunst de Johann Matthäus Faulhaber, un ingeniero militar tedesco natural de Ulm que se dedicó entre los años 1680 y 1702 a compendiar todo el conocimiento artillero de la época que, como queda patente, no tenía nada que envidiar al del material empleado por las modernas unidades de asalto.

En fin, vale por hoy. Me siento totalmente moribundo.

Hale, he dicho

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