jueves, 10 de agosto de 2017

Curiosidades. Armas de asesinato


Armas con que solían equipar a los agentes del SOE. Abajo del todo vemos un hatpin de asesinato

Cualquiera que lea el título pensará que es una perogrullada de primera clase ya que, como todos sabemos, las armas están ideadas para asesinar ciudadanos, enemigos y, por supuesto, cuñados. Sin embargo, dentro de toda la gama de armas adecuadas para aliñar al personal las hay más aparatosas, válidas para ser empleadas en cualquier circunstancia, y las hay más discretas, pensadas para darle boleta al adversario de forma taimada, sutil, alevosa y silenciosa. Armas creadas exclusivamente para ser usadas en callejones procelosos, en sórdidas habitaciones de espías desalmados o incluso en el lujoso toilette del Ritz de París o en el retrete de la fonda de la tía Severiana, la más selecta de la aldea.

Comandos británicos aprendiendo a manejar con
eficacia el Fairbairn-Sykes, en este caso intentando
seccionar la carótida
Puede que alguno me diga que eso no es ninguna novedad, que a finales de la Edad Media ya se idearon los estiletes, el arma propia de asesinos de las que ha hablamos en su día y que, ciertamente, dieron un buen servicio en las cortes renacentistas cuando era preciso quitar de en medio a un embajador excesivamente cotilla, a un enemigo político que se estaba poniendo muy pesadito o, por qué no, a un clérigo que tenía más interés por los asuntos del siglo que por los espirituales, desde simples párrocos a pontífices.

Pero, cuestiones de crímenes de estado aparte y como ya hemos detallado en varias entradas, a raíz de la Gran Guerra se desarrollaron una serie de armas destinadas a la cruenta y feroz guerra de trincheras, sobre todo cuchillos y dagas adecuados para apuñalar con saña bíblica al enemigo cuando se daba un golpe de mano en plena noche o cuando un ataque convencional acababa en una matanza dantesca en la estrechez de las trincheras. Fue precisamente la necesidad de disponer de armas eficaces para matar de forma rápida y silenciosa lo que hizo que durante los años 20 los milites, que se aburrían como galápagos en sus salas de banderas, se dedicasen a estudiar con detenimiento tanto la creación de tropas cada vez más especializadas para actuar de forma contundente y rápida como los arditi italianos o las sturmtruppen tedescas y, de paso, diseñar armas cada vez más refinadas para dar matarile al enemigo. Así nacieron los que hoy conocemos como comandos, que durante la Segunda Matanza Mundial dieron tanto que hablar a raíz de sus operaciones tras las líneas germanas en la Francia ocupada y cuya finalidad era especialmente el sabotaje y el asesinato tanto de militares como de supuestos o probados espías, colaboracionistas, etc.

Surtido de puñeterías usado por los instructores del SOE
Y para ello, como podemos imaginar, no podían pasearse por el mundo con un cuchillo de cocina o un hacha, sino con sutiles armas capaces de dejar en el sitio al más pintado y, además, ser tan discretas que incluso podrían pasar desapercibidas en un cacheo en plena calle o, ya puestos, incluso tras una detención y posterior traslado a un centro de internamiento o un campo de prisioneros. Los pioneros en el estudio y desarrollo de operaciones de este tipo, así como de las armas adecuadas para ello fueron los comandos y el SOE (Special Operations Executive) británicos (Dios maldiga a Nelson) y el OSS (Office of Strategic Services) de los yankees.  Así pues, esta entrada la dedicaremos a ver algunas de esas curiosas armas con las que los agentes infiltrados tras las líneas alemanas hicieron cantidad de puñeterías de la forma más alevosa posible, que ya sabemos que en la guerra vale todo salvo usar cuñados contra el enemigo porque eso está prohibido por la Convención de Ginebra y está considerado como crimen de guerra.

Hasta pipas asesinas idearon, para que además de matarte
el tabaco te matara el punzón que iba dentro de la boquilla
Antes de empezar debemos tener en cuenta un detalle. Este tipo de armas no tenían nada que ver con cuchillos especializados como el Fairbairn-Sykes o los cuchillos con nudilleras que ya hemos visto. O sea, carecían de hojas convencionales lo suficientemente afiladas como para producir hemorragias lo bastante abundosas como para producir un shock hipovolémico en cuestión de segundos. Antes al contrario, estas armas asesinas eran simples punzones provistos de hojas de sección triangular, romboidal o incluso cilíndrica, lo que conllevaba un problema añadido que no era cosa baladí, ya que carecían de la capacidad de letal de los cuchillos antes mencionados por la simple razón de que era muy difícil perforar en un forcejeo una carótida o una radial, así que no quedaba más remedio que lanzar el puntazo a los dos únicos sitios donde se podría aliñar a la víctima en un periquete: en los ojos o en los oídos, llegando así al cerebro sin problemas. Pero eso no era fácil y requería una gran decisión y sangre fría ya que no es lo mismo apuñalar sañudamente a un enemigo en el fragor del combate que ir por la calle, cruzarse con un ciudadano, darle las buenas tardse y, nada más pasar de largo, volverse, agarrarlo por la barbilla y meterle medio palmo de acero por una oreja.

Pero no todo eran inconvenientes. De hecho, en los estudios que se llevaron a cabo tras la guerra acerca de las heridas de bayoneta se pudo corroborar que los modelos con hoja, o sea, el cuchillo-bayoneta, producía unas heridas menos profundas que las de cubo como, por ejemplo, las del Mosin-Nagant ruso. Al parecer, las primeras tenían una capacidad de penetración inferior por lo que el uso de armas con una hoja literalmente como una aguja tendrían, al menos en teoría, más facilidad para alcanzar órganos vitales en la fracción de segundo disponible para acabar con la víctima. Además, en caso de apuñalar a un enemigo en una zona cubierta de ropa había más probabilidades de penetrar hasta el interior del cuerpo que si se usaba una hoja convencional, así que tuvieron claro que lo suyo era diseñar armas que eran talmente punzones. Da repeluco, ¿que no? En fin, aclarado este punto vamos sin más historias al asunto...

Bueno, el primero que vamos a ver es un chisme más básico que el cerebro de un político y que, curiosamente, ya tenía sus antecedentes como arma defensiva desde hacía bastantes años. Hablamos de los hatpins, los alfileres de sombrero que usaban las mujeres a finales del siglo XIX y a principios del XX para sujetarse sus tocados y que no salieran volando. Estos alfileres, fabricados tanto de metal como de madera, hueso y otros materiales similares, estaban rematados con adornos más o menos elaborados de latón, plata o incluso oro, siempre dependiendo del poder adquisitivo de la dueña del sombrero. Bien, pues ya a comienzos del siglo XX y según vemos en la ilustración de la derecha, se alentaba al uso de estos alfileres, algunos de más de 25 cm. de largo, para deshacerse de algún alevoso malhechor que quisiera robarles o, peor aún, ultrajarlas vilmente. Según vemos en las fotos, mientras el villano ataca a traición a la dama esta agarra uno de sus alfileres (era habitual llevar dos o tres dependiendo del tipo de sombrero) y, girándose, le asesta un puntazo en plena jeta. El dolor producido más el factor sorpresa harán el resto ya que el villano soltará a su presa, la cual podrá salir echando leches dando alaridos en busca de ayuda. 

Bien, pues estos hatpins fueron adoptados como arma de asesinato en la forma que vemos en la ilustración de la derecha. Como se puede apreciar, el típico remate de adorno ha sido sustituido por una empuñadura en forma de perilla plana fabricada con aluminio en la que se ha embutido una hoja de acero aguzadísima de sección triangular y de 20,3 cm. de largo. La longitud total del arma era de 23 cm., y estaba provista de una funda de cuero con una o dos presillas a fin de sujetarla al brazo o a la pierna. La forma de empuñar el arma era tal como vemos en el dibujo, y ciertamente sus 20 cm. de acero eran suficientes para meterlos por una oreja y sacar la punta por la otra. Qué desagradable, ¿no? Cabe suponer que sus efectos serían fulminantes ya que el mismo forcejeo de la víctima contribuiría a aumentar los daños en la sesera.

Una variante de los hatpins era el modelo que vemos a la derecha, que nos recuerda un poco a las dagas de puño Robbins que ya estudiamos en su momento si bien en este caso las anillas eran simplemente la empuñadura, sin ningún cometido ofensivo. Dichas anillas eran para los dedos índice, corazón y anular, lo que permitía un sólido agarre y una notable potencia de empuje para clavar su hoja de 13 cm. de largo. Para hacerla más discreta y que no despidiese posibles reflejos que delatasen al asesino los anillos, fabricados de aluminio, estaban pintados de tonos oscuros mientras que la hoja era pavonada de negro.

A la derecha tenemos otra tipología. En este caso se trata de dos estiletes fabricados de una sola pieza de acero, el superior con una longitud total de 165 mm. mientras que el inferior es un poco mayor, 178 mm. La sección de sus aguzadas hojas es triangular mientras que las empuñaduras son, en el modelo superior, cuadrangular, y en el inferior ovalada. En ambos casos están rematadas con una protuberancia en forma de champiñón para permitir imprimir una energía suficiente en caso de empuñarlas tal como vemos en el dibujo, o sea, como un picahielos. En semejante posición era bastante factible introducir la hoja por un ojo, atravesando la fina pared del esfenoides (parte trasera de la cuenca orbital) y llegando al cerebro en un periquete. 

Por último, a la derecha podemos ver otros dos tipos aún más básicos pero no por ello menos eficaces. Se trata de dos punzones de 25,5 cm. de largo en los que, tal como podemos apreciar, actúan como empuñaduras sendos cordeles enrollados en un extremo lo cual facilita el empuñe por engrosar el arma, muy fina de por sí, y mejora el agarre en caso de tener la mano húmeda de sudor o manchada de sangre. Pero lo más curioso son las lazadas que salen del encordado. La más pequeña era para introducir el dedo pulgar, y la grande para envolver la mano de forma que el agarre fuese aún más sólido de cara tanto a efectuar un apuñalamiento más contundente como para facilitar la extracción, para lo cual el modelo de la derecha tiene el extremo superior terminado en forma de gancho, lo que dificultaría aún más la pérdida del arma.

En fin, creo que con los modelos presentados podemos hacernos una clara idea de en qué consistían este tipo de armas. A modo de conclusión citaremos una serie de lápices y plumas en cuyo interior se escondían agujas de pequeñas dimensiones y que, en un alarde de imaginación, disponían de mina de grafito o de tinta para pasar sin problemas cualquier tipo de registro. En caso de necesidad bastaba romper un extremo, quedando a la vista la punta del punzón, hincárselo al que lo había apresado en un ojo y largarse como si tal cosa. El no va más es la virguería que vemos a la izquierda, construida por una empresa filipina para su venta a título particular a los yankees. Consistía en un chisme con apariencia de bolígrafo mondo y lirondo que, en realidad, albergaba en su interior una hoja que convertía el boli en una navaja de mariposa. Esto no es en sí un arma de asesinato sino más bien de supervivencia, pero por lo curioso de la misma no he querido dejarla pasar de largo.

En fin, como vemos no hace falta disponer de armas sofisticadas para acabar con la miserable existencia de un enemigo correoso. Solo era necesario tener la decisión para actuar sin contemplaciones y ser capaz de reprimir los forcejeos de la víctima mientras la puñalada hacía efecto ya que, paradójicamente, era mucho más efectivo seccionar una carótida que traspasar la masa cerebral de lado a lado. En todo caso, los efectos de ese tipo de heridas pueden verlas en la entrada que se dedicó al Fairbairn-Sykes.

Bueno, por hoy ya vale.

Hale, he dicho


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