martes, 10 de octubre de 2017

Sharpshooters. Los primeros visores 2ª parte


Fotografía del controvertido Alexander Gardner que presenta un ciudadano confederado completamente difunto como
consecuencia del disparo de un francotirador. Obsérvese como su fusil está aún amartillado, lo que indicaría que lo
dejaron literalmente en el sitio. No obstante, conviene aclarar que Gardner fue acusado multitud de veces de manipular
la postura de los cadáveres para aumentar el dramatismo de la imagen, cosa que naturalmente nunca admitió porque, en
casos como este, igual el confederado había estirado la pata como consecuencia de un atracón de tocino y maíz,
alimentos que creo eran base nutricional de estos sujetos. Ahora prefieren la comida basura al parecer.
Bien, prosigamossss...

En la entrada anterior nos quedamos en que para acercar el objetivo era necesario plantar una lente delante del ojo, cosa que hoy nos resulta tan evidente como la estulticia y el afán de latrocinio de los políticos. Sin embargo, hace 150 años no lo eran tanto. Sí, ya sabemos que Galileo fabricó un telescopio chulísimo de la muerte, y que en el siglo XVIII los marinos usaban catalejos para atisbar en la inmensidad de los mares si algún cuñado se aproximaba. Pero la óptica de esos chismes no era precisamente la más adecuada para un tirador ya que la imagen que daban era de una calidad muy pobre, generalmente nítida por los extremos y desenfocada en el centro. Eso carecía de importancia a la hora de observar el cosmos o de divisar las velas de un barco, pero para localizar y apuntar a un sujeto semi-oculto a decenas o cientos de metros de distancia no valía un churro. Por lo tanto, había que devanarse la mollera para dar con los materiales adecuados para obtener un visor provisto de una óptica lo suficientemente buena como para dar una imagen de calidad, nítida y precisa de lo que había ante ella. Veamos pues el proceso que se siguió para obtener un visor decente con el que escabechar al prójimo como Dios manda.

Tubo de puntería montado en un kentucky.
Como podemos ver, su aspecto es similar al de un visor
Hacia 1830 ya se usaban unos artilugios denominados "tubos de puntería" o, dicho con propiedad en la abominable lengua de los anglosajones, aiming tubes. Básicamente eran un túnel como los usados con los diópteros, pero de mucha mayor longitud para evitar, como ya explicamos, las reverberaciones y demás molestias a la hora de apuntar. En vez de los postes, círculos y demás puntos usados en los túneles, los tubos empleaban un retículo en forma de cruz fabricado con alambre muy fino o con cerdas. Naturalmente, carecían de lentes de ningún tipo y, además, por lo general carecían de la posibilidad de regular la altura o la deriva, o sea, eran fijos, por lo que las correcciones quedaban a cargo del tino del tirador, que apuntaba más alto, más bajo o más hacia un lado u otro en función de la distancia. 

No obstante, estos tubos se prestaban bastante bien a servir como base para, acoplándoles unas lentes, convertirse en un visor telescópico decente. Pero el tema de la óptica no era moco de pavo porque el vidrio de aquella época era bastante deficiente, con multitud de imperfecciones que impedían obtener una imagen nítida ofreciendo en cambio alteraciones como las comentadas más arriba. La solución se presentó elaborando lentes a base de sílice, calcio y álcali que, una vez fundidos, se dejaban solidificar pero sin que llegase a cristalizar. Este compuesto daba como resultado una lente limpia de imperfecciones, pero su proceso de fabricación era muy lento y, como está mandado, caro. Además, la producción se centraba en unas pocas empresas en Suiza, Francia y Reino Unido, donde solo había una sola firma radicada en Birmingham. Por lo tanto, disponer de un visor óptico quedaba relegado a los escasos bolsillos que en aquel momento pudieran apoquinar el elevado precio de las lentes.

Visor Davidson
En la época que nos ocupa, la década de los 30 del siglo XIX, fue cuando se empezaron a crear diseños verdaderamente prácticos provistos de una óptica fiable. Al parecer, el primero que llevó a cabo uno de estos diseños fue un oficial del ejército británico que, además, era un apasionado de la caza. Hablamos de David Davidson que, en 1832 estaba destinado como teniente en el fuerte Asseergurh, en la India, cuando servía en la Compañía de las Indias Orientales. Este probo militar encargó a Samuel Staudenmeyer, un armero suizo radicado en Londres, un rifle equipado con un "telescopio" unido al cañón. No sabemos en qué consistía dicho "telescopio", ni tampoco si verdaderamente contenía algún tipo de lente. Posteriormente le encargó a la famosísima firma Purdey (es de las pocas que aún fabrican armas a medida) un rifle también equipado con un visor óptico que le costó la friolera de 90 guineas, el equivalente al triple del sueldo anual de cualquier currante. El tal Davidson debía estar podrido de dinero, obviamente.

Charles Piazzi Smyth
Bien, la cuestión es que, como vemos, ya en aquella época se elaboraban visores en plan artesanal que costaban un verdadero pastizal y que solo se podían permitir los ricachones muy ricachones para darse pisto en sus jornadas venatorias. Pero eso estaba muy lejos de lo que debía ser un visor óptico fabricado a gran escala para proveer a un ejército, y ahí es donde Davidson intervino tras su regreso a la brumosa Albión una vez jubilado con el rango de teniente coronel. Con quien contactó inicialmente fue con el profesor Charles Piazzi Smyth, un astrónomo escocés que ya se había interesado anteriormente por este tema y con el que intercambió su vasta experiencia adquirida durante sus años en la India. Como ya explicamos anteriormente, para apuntar con miras convencionales hay que alinear y enfocar tres objetos colocados a distancias distintas: alza, punto de mira y objetivo. Enfocarlos al mismo tiempo es imposible, por lo que se dedicó a buscar la forma de prescindir de dicha miras sustituyéndolas por un retículo que, puesto encima del objetivo, gracias a las lentes permitía enfocar ambos objetos, lo que lógicamente favorecía la puntería. Con el tema óptico solventado, contactó con John Dickson, un armero de Edimburgo que, junto a su hijo Richard y un óptico llamado Alexander Adie empezaron a fabricar un visor a partir de 1850 destinado al mercado indio principalmente. La demanda de estos chismes empezó a aumentar porque, como es obvio, los militares y funcionarios británicos destinados allí veían más prudente liarse a tiros con un tigre estando lo más lejos posible de esos inquietantes animalitos.

Sistema de regulación del retículo
de un visor Davidson
Inicialmente, los visores de Dickson eran montados sobre el cañón mediante colas de milano, es decir, carecían de posibilidad de ajuste. Como es lógico, eso limitaba enormemente sus posibilidades así que se diseñó un nuevo modelo que iba instalado en el lateral izquierdo del guardamanos, y con unos anclajes que facilitaban montarlo y desmontarlo. Además, Adie creó un sistema de regulación que permitía ajustar el retículo tanto en elevación como en deriva, así como el enfoque. De esta forma ya no era preciso fabricar el visor a medida de cada usuario y destinarlo a una única arma, sino que el mismo se podía montar en cualquier rifle y ajustarlo rápidamente en función de su calibre. El visor era un tubo con una longitud de 42 cm. y su foco era de 22 mm. de diámetro. La distancia al ojo oscilaba por los 19 cm.

Withworth con un visor Davidson
Cabe suponer que Davidson hizo valer sus contactos en el ejército para intentar que su visor fuese adoptado por el mismo ya que, en buena lógica, si valían para dejar seco a un elefante, pues mucho más para escabechar a un sij cabreado, que eran tela de peligrosos. En enero de 1858 recibió el encargo de montar cuatro visores en dos fusiles Enfield mod. 53 y Withworht para ser probados en la Hythe School Musketry. Durante los preparativos, Withworth quedó tan impresionado con la eficacia del invento que le soltó un pastizal a Davidson por los derechos de la patente, así como la firme promesa de presentarlos él mismo al Ministerio de la Guerra. Sin embargo, mientras que los jerifaltes british no prestaron atención al visor (cómo no), el ejército de la Confederación sí se mostró muy interesado en los mismos, hasta el extremo de adquirir a Withworht un centenar de armas equipadas con sus respectivos visores para aliñar yankees bonitamente a distancias de hasta 2.000 yardas, que no es moco de pavo para un arma de avancarga.

Portada del libro de Chapman. Como se
puede leer, indica que contiene
instrucciones para jóvenes tiradores
Sin embargo, otros consideran que el inventor del visor fue un ingeniero británico por nombre John Ratcliffe Chapman. Este probo súbdito del gracioso de su majestad se largó a hacer las Américas en 1845 con el sano propósito de forrarse adquiriendo grandes extensiones de tierra y haciendo jugosos negocios en el Nuevo Mundo. Sin embargo, su vena ingeniosa le inducía a inventar cosas chulas como un visor sumamente eficaz, polivalente y, lo más importante, barato, ya que su costo oscilaba por los 20 dólares de la época, mucho menos que los que fabricaban en Gran Bretaña e incluso más económico que un rifle de caza de calidad. Chapman editó en 1844 un enjundioso libro titulado The Improved American Rifle el cual, además de describir con precisión su modelo, era un manual muy detallado acerca del uso adecuado de los mismos, así como del entrenamiento que debía llevarse a cabo para convertirse en un sharpshooter, o sea, un asesino a distancia como Dios manda. 


Fragmento de un folleto publicitario de los visores de Chapman
Sin embargo, la industria óptica en América no era ni tan precisa ni tan abundante como la europea, por lo que inicialmente tuvo bastantes problemas para suministrarse de lentes de calidad. Afortunadamente, dio con Morgan James, un armero de Utica, Nueva York, que además de estar muy interesado en potenciar el invento disponía de la tecnología para fabricar ópticas decentes. Además, James ideó un sistema para fijar las lentes mediante aros de caucho que se mostró sumamente eficaz ya que el potente retroceso de las armas en las que se montaban los visores hacía que se salieran de su sitio. Por otro lado, su sistema de anclaje estaba tan bien concebido que firmas como Lyman o Stevens lo siguieron empleado hasta después de la Segunda Guerra Mundial. Chapman cedió los derechos de fabricación a James, que los estuvo produciendo entre 1849 y 1865. Este visor estaba fabricado con un tubo de hierro y era mucho más largo que el de Davidson. Nada menos que 94 cm. de longitud, y un diámetro de 16 mm. Normalmente se servían con 3 aumentos si bien por encargo se podían fabricar de hasta 20. Pero a Chapman se le fue el santo al cielo o debió pensar que los yankees eran unos auténticos caballeros, porque no se preocupó de patentar el invento, por lo que no tardaron mucho en copiarlo de cabo a rabo, como está mandado.

Rifle Williams con un visor Malcom. Estos eran por lo general unos 10
o 15 cm. más largos que los cañones de las armas en que se usaban
Sin embargo, el que logró fabricar un visor de calidad muy superior a los de Davidson y Chapman fue otro escocés radicado en los Estados Unidos por nombre William Malcom, un ingeniero aficionado que, a pesar de todo, logró obtener las primeras lentas acromáticas. Para los que desconozcan la importancia de ese tipo de lentes, sepan que las fabricadas en aquella época producían por sistema lo que se conoce como aberración cromática, o sea, una fina línea de color magenta, azul o verde con sus infinitas variaciones de color en los bordes de la imagen, lo que obviamente resultaba bastante molesto. Para entenderlo mejor, observen cualquier foto ampliándola en el ordenador y verán que casi siempre se verá dicha aberración en los contornos de cada objeto, que solo se evitan con objetivos que valen más caros que pagar a un sicario por las cabezas de todos sus cuñados.

Además, Malcom diseñó un sistema de fijación para las lentes tan bueno o mejor que el de James ya que era mediante aros de latón fijados con tornillos. El mismo método era el empleado para ajustar el enfoque, permitiendo obtener un conjunto más resistente de cara tanto al retroceso del arma como al duro trato que recibiría durante su vida operativa. A ello contribuía además el tubo con que se fabricaban, que era de una sola pieza y no de una lámina doblada y soldada. En cuanto a su potencia, al igual que el de Chapman podía alcanzar los 20 aumentos. En resumen, el tal Malcom logró una pieza de incuestionable calidad cuyos componentes y métodos de fabricación estuvieron vigentes durante medio siglo.

Por último, comentar que hubo armeros que, como ocurrió en los primeros ejemplares adquiridos por Davidson treinta años antes, vendieron a título personal armas con sus correspondientes visores que, por lo general, carecían de capacidad de ajuste en el interior de los mismos, teniendo que efectuarse regulando la montura. En la foto podemos ver un ejemplo, en este caso un Tidd fabricado en 1854. Como podemos observar, el anclaje trasero dispone de una palometa para regular la altura y de una tuerca de ajuste para la deriva. En la parte delantera lleva un montaje con una bola que le permite moverse en cualquier dirección. Ojo, este sistema no es que fuese malo, pero era menos preciso que el que actuaba directamente en el retículo.

En fin, estos fueron groso modo los visores con los que los sharpshooters se iniciaron en el noble arte de asesinar al prójimo a distancia. Pero antes de echar el cierre no quiero dejar de comentar un par de detalles que resultarán bastante clarificadores a aquellos que no hayan usado un visor en sus vidas, y es respecto a los aumentos. Puede que más de uno se haya preguntado por qué motivo se fabricaban de 3 aumentos cuando, en teoría, lo lógico sería optar siempre por el de máxima potencia. La respuesta es simple: cuantos más aumentos tiene un visor más difícil es apuntar ya que el retículo parece que tiene el mal de San Vito solo por estar en contacto con nuestro cuerpo. O sea, que tiembla una cosa mala, y solo si disponemos de una base muy firme podremos controlar tanto movimiento. Apuntar a un objetivo situado a 300 metros o más con un retículo que no se está quieto es muy, pero que muy molesto. Por otro lado, cuantos más aumentos tiene el visor menos campo visual podremos abarcar, lo que dificulta enormemente la localización del objetivo porque, simplemente, apenas vemos unos pocos metros de campo. De ahí pues que muchos tiradores prefieran menos aumentos ya que les permite controlar mejor la puntería en situaciones en que no pueden lograr una buena postura, y por otro lado se obtiene un campo visual mucho más amplio. Recordemos que, por ejemplo, los visores de los Mosin Nagant eran de 3,5 aumentos. Usar más de 9 ya requiere fijar muy bien el arma, y si se usan 20 hay que asentarla en un saco lleno de arena (doy fe) y, con todo, solo por empuñarla ya empiezan los meneos. Y a todo eso, añadir que cuantos más aumentos tiene un visor menos luminoso será, por lo que apuntar en condiciones de escasa visibilidad se hace bastante complicado, cuando no imposible.

Bueno, con esto basta por hoy. Conste que he tenido que hacer un esfuerzo titánico entre diazepam y diazepam porque las malvadas cervicales no me dan tregua. No me lo agradezcan, criaturas, soy así de generoso. En fin, ya seguiremos con este tema.

Hale, he dicho

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