domingo, 1 de octubre de 2017

Sharpshooters. Los primeros visores 1ª parte


Famoso dibujo de Winslow Homer tomado del natural en 1862 en el que se ve a un tirador de la Unión acechando
al prójimo con un fusil Sharps equipado con una mira telescópica desde lo alto de un pino


Hace unos meses dedicamos una entrada a los orígenes de los francotiradores, esos ciudadanos tan competentes y, a la par, tan letales, cuyo cometido es aliñar de forma taimada y sutil a otros ciudadanos que militan en el bando enemigo. Ya vimos como estos sujetos, provistos de armas especialmente precisas, podían dejar en el sitio a cuñados situados a distancias tan asombrosas para la época como medio kilómetro o incluso más si bien justo es reconocerlo, en esos disparos tan larguísimos también debió influir el factor suerte aunque no por ello podemos restarles mérito. Sin embargo, las armas de aquella época, a pesar de su esmerada fabricación, adolecían de un defecto que, por muy precisas que fuesen, las limitaban bastante, y no era otro que sus elementos de puntería. 

Dichos elementos, constituidos por el alza y el punto de mira, eran del tipo que actualmente denominamos como miras abiertas, es decir, no están cubiertas por ningún tipo de protección que impida que el exceso de luminosidad, la humedad ambiental, etc. produzcan distorsiones que permitan hacer una buena puntería. Eso no quiere decir que estuviesen mal fabricadas ni nada por el estilo. Antes al contrario, su precisión en el mecanizado era soberbio y sus mecanismos regulación permitían ajustes micrométricos como el ejemplar que vemos en la foto superior. Se trata del alza de un fusil Whitworht graduada hasta las 1.200 yardas (1.097 metros) con subdivisiones de 5 yardas. La parte superior, justo encima del tornillo de regulación, nos muestra una escala fina que permitía un ajuste aún más preciso, yarda a yarda. O sea, que en teoría un tirador avezado podía colocar un disparo donde le diera la real gana sobre cualquier pardillo que se le pusiera a tiro. Pero, como vemos, estas alzas carecían de regulación horizontal, es decir, la deriva, y como los puntos también eran fijos dichas correcciones debían efectuarse a ojo. Obviamente, esto influía notablemente en la precisión del disparo, que erraba en mayor o menor medida en función de la experiencia y la técnica del tirador.

Sin embargo, este sistema adolecía de varias limitaciones, y no en sus precisos mecanismos, sino debidos a que el ojo humano no es absolutamente perfecto y no puede, por ejemplo, enfocar al mismo tiempo dos objetos situados a distancias diferentes, y más cuando se trata de un punto de mira y un alza colocados en un cañón larguísimo. Pero, antes de proseguir, creo que convendría explicar como se apunta un arma ya que es posible que muchos de los que me leen no hayan disparado en su vida y que, a pesar de conocer la existencias de las miras no conocen los entresijos de su manejo. Para ello, observemos el gráfico de la derecha. En la figura A vemos el alza y el punto correctamente alineados, o sea, el punto colocado exactamente en el centro de la muesca del alza, pero al mismo tiempo sin que rebase o no alcance la línea horizontal de la misma. El espacio en blanco es lo que se denominan "luces", y deben ser exactamente iguales en ambas partes para que el centrado sea perfecto. Lograr eso es más difícil de lo que puedan imaginar ya que el ojo enfocará el alza o el punto, quedando uno u otro levemente desenfocados mientras se hace puntería. Al mismo tiempo hay que mantener a toda costa esa alineación para que el disparo sea preciso, lo que no es moco de pavo ya que el cuerpo respira, vibra, el corazón late, etc. Bien, a partir de ahí se pueden cometer varios errores de puntería que, lógicamente, se verán magnificados cuanto más lejos esté el objetivo. Si está, por ejemplo, a 50 metros, salvo que se cometa un error monumental la diferencia entre el sitio donde se apunta y el lugar del impacto serán de escasos centímetros, lo que supone que en vez de darle en mitad del pecho será herido un poco a la derecha o la izquierda, pero el disparo será seguramente mortal o lo dejará hecho una piltrafilla. Si está a 150 metros, le daremos en un brazo. Y si está a 200, pues no le daremos más que un susto. Eso ocurriría en el caso que mostramos en la figura B, y es lo que se conoce como error angular. Como vemos, el punto está a la altura adecuada, pero desviado a la izquierda, por lo que el disparo irá en esa dirección. A más error angular, mayor será la desviación, y lo mismo en el caso de que el punto esté a la derecha. O sea, estaremos disparando a la altura que deseamos, pero el tiro irá desviado a la derecha o a la izquierda. 

Luego tenemos los errores derivados de una mala colocación del punto respecto a la vertical. En la figura C vemos como el punto supera la altura del alza, por lo que el disparo se verá desplazado hacia arriba. En estos casos, como en los anteriores, a mayor distancia mayor será el error. Si disparamos a 50 metros apuntando al pecho acertaremos en el cuello, y si lo hacemos a 150 metros en la cabeza, y a más distancia pasará por encima del blanco. Ojo, estas distancias y variaciones son subjetivas y a modo de ejemplo ya que cada arma tendrá un comportamiento específico y, por otro lado, una diferencia de apenas 1 mm. en el error se transforman en centímetros o incluso metros. En cuanto a la figura D, pues tenemos el caso inverso, en el que el proyectil irá bajo. 

Por último, podemos encontrarnos con un tirador tan pésimo que cometa ambos errores a la vez, o sea, un error angular al que se le suma un error en la puntería vertical. La figura E nos muestra un disparo que iría alto y a la derecha, mientras que la F tendría como resultado alto y a la izquierda. Si en ambos casos el punto estuviera por debajo del alza, pues bajo a la izquierda y bajo a la derecha respectivamente. O sea, que no le darían ni a un mamut bien criado a 50 metros, lo mandarían a primera línea a morir como un héroe y caería ensartado en las bayonetas enemigas por inútil.

Como vemos, apuntar correctamente no es fácil. Porque a la dificultad que de por sí implica el manejo del arma debemos añadir factores que lo complican aún más: el viento, la luz, que en exceso o en defecto puede llevar a errores de calado sin darnos ni cuenta y, por supuesto, la tensión, el miedo y demás sensaciones que hacen que efectuar un disparo acertado sea toda una heroicidad. Y a todo lo dicho, añadir que un buen tirador debe estar dotado de una vista excelente, lo que puede parecer una perogrullada pero que no lo es tanto ya que, además, el ojo maestro puede ser el opuesto a nuestra tendencia natural. O sea, que si uno es diestro y apoya la culata en el hombro derecho puede ser, y de hecho no es raro, que su ojo maestro sea el izquierdo. ¿Que qué es el ojo maestro? Pues lo que veremos a continuación...

El ojo maestro u ojo director como también se denomina es, por así decirlo, el ojo que manda en que nuestra visión estereocópica, o sea, el que impide que nos partamos la boca chocando contra una farola cuando vamos por la calle. Para saber qué ojo es haremos la siguiente prueba. Tal como vemos en la figura A, con los dos ojos abiertos alinearemos el dedo pulgar con un objetivo, colocándolo debajo del mismo. Nos será imposible enfocar ambos a la vez, así que procuraremos alinear bien ambas referencias enfocando a uno y a otro varias veces para intentar que sea lo más correcto posible. En el caso de un diestro, según vemos en la figura B, si cerramos el ojo izquierdo el objeto permanecerá prácticamente en el mismo sitio, o variará muy muy poco. Por lo tanto, el ojo derecho sería el ojo maestro, que es lo normal en un diestro. Para corroborarlo, cerraremos el derecho y abriremos el izquierdo y el resultado será que el objeto se habrá desplazado a la derecha. Pero si resulta que el ojo maestro es el izquierdo, si cerramos el ojo derecho el objeto se desplazará a la izquierda tal como mostramos en la figura C. Esta chorrada, desconocida para muchos probos ciudadanos cazadores, ha hecho que se hayan pasado la vida disparando miles de veces y agarrándose unos cabreos de aúpa al ver que jamás acertaban a nada. Y no por ser malos tiradores, sino porque apuntaban con el ojo equivocado.

Bien, estos son, grosso modo, los inconvenientes que entraña efectuar una puntería correcta, que no son pocos ciertamente. Bastaría con que el sol incidiera directamente sobre los elementos de puntería para que una ínfima reverberación afectase a la correcta alineación de los mismos. Una vez ajustados con una determinada luminosidad, bastaría con que una nube ocultase el sol repentinamente para que variase el punto de impacto, etc., etc., porque el ojo abrirá o cerrará la pupila en función de esas variaciones. En fin, que lo que muchos puedan pensar que es una chorrada no lo es, y más cuando se trata de colocar una bala en un objetivo que a partir de los 150 o 200 metros ya lo tapa el punto de mira. Dificilillo, ¿verdad?

Bueno, hecho este preámbulo para aclarar estas cuestiones, sin las cuales no se podría entender la evolución de los elementos de puntería para llegar a los visores telescópicos, vamos al grano...

La Guerra de Secesión supuso una fuente de inspiración a los cerebros dedicados a la creación y mejora del armamento. Como ya sabemos, los francotiradores ya existían desde mucho antes, pero fue en este conflicto donde se empezó a evolucionar en muchos aspecto a una velocidad increíble. El primer paso para facilitar la puntería se llevó a cabo con la adopción de lo que los anglosajones llaman globe sight, o sea, miras de túnel, destinadas a sustituir los puntos de mira tradicionales. Estas consistían, según vemos en la foto de la derecha, en una anilla más o menos larga en cuyo interior se colocaba inicialmente un fino poste que podía estar rematado por una minúscula bolita para facilitar la puntería. Este túnel impedía que la incidencia de la luz crease reverberaciones que influyesen en la visión del tirador y, lo más importante, permitía regular el ángulo de deriva, lo que antes era imposible. Como vemos en el ejemplar de la foto, en la base del túnel tiene un escalado para efectuar las correcciones necesarias, que se llevarían a cabo con el tornillo que tiene debajo del mismo. Esto ya permitía afinar la puntería de forma notable ya que las correcciones no había que hacerlas a ojo de buen cubero.

El complemento al túnel era el dióptero, un alza de precisión que se instalaba en la rabera del cañón o en una mortaja abierta en la garganta de la culata. En la foto podemos ver un ejemplar montado en un fusil Sharps que, según vemos, conserva el alza original que ya no era de utilidad. Imaginen lo que era intentar no cometer errores angulares con un alza de ese tipo (esas en concreto se denominaban longhorn por su similitud con la enorme cornamenta de una raza bovina), con unas luces enormes que no perdonaban el más mínimo error. Bueno, el dióptero era un alza, por lo general abatible aunque también los había fijos, que permitía una regulación micrométrica extremadamente precisa. El disco tenía en el centro un orificio no más grande que la cabeza de un alfiler de costurera y con el que debíamos alinear el punto del túnel, que en estos casos ofrecían formas más diversas como un círculo, una corona circular, un cuadrángulo o, simplemente, los postes más básicos. Bastaba centrar el punto en el centro del orificio, lo que era más cómodo para el ojo porque, además, al verse la entrada de luz muy reducida por lo ínfimo del orificio, permitía a muchos tiradores enfocar al mismo tiempo alza y punto y acusar menos los cambios de luminosidad, con las ventajas que eso conllevaba de cara a la precisión.

Sharpshooter del ejército de la Unión armado con un rifle
Tidd provisto de dióptero
Bien, como ya podemos imaginar estas mejoras permitieron mandar al Más Allá a muchos ciudadanos desde el Más Acá. Conste que este sistema de puntería ya era empleado en Suiza y Alemania desde hacía muchos años, si bien en unas vertientes más pacíficas como eran la caza y el tiro al blanco. Pero, obviamente, las guerras permiten encontrar aplicaciones más siniestras a los inventos más inocentes, ya saben. En cualquier caso, y aún considerando la notable mejora en la precisión de las armas usadas por los francotiradores, aún quedaba un problema por solventar, y no era cosa baladí precisamente. Y este problema no era otro que la limitada capacidad del ojo humano para ver a grandes distancias. Basta con que caiga un sol a plomo para que la reverberación nos impida ver con claridad cualquier cosa del tamaño de un hombre a 200 o 300 metros. Basta con que se mueva en un entorno de vegetación para que no seamos capaces de diferenciar su silueta. Basta, en definitiva, con que no tengamos una vista de águila para que ver un carajo, así que lo del dióptero era estupendo, pero no permitía atisbar con claridad al enemigo en determinadas circunstancias. Era pues necesario acercar el objetivo al ojo humano que ya no daba más de sí.

Para ello era preciso recurrir a lentes de aumento que, en realidad, eran más antiguas que la tos. De hecho, en una excavación llevada a cabo en 1853 en Nimrud por un tal sir Henry Austen encontraron una lente de cristal que suponían habría sido usada por algún administrador o escriba para escribir sus minúsculos signos cuneiformes en arcilla o cera. Hasta Nerón usaba una lente para ver más de cerca como los gladiadores se destripaban bonitamente, de modo que ya vemos que estaban más que inventadas. Solo quedaba ver la forma de adaptarlas para que fuera posible que un enemigo situado en la gran puñeta se viera mucho más cerca y, de ese modo, apiolarlo con más eficacia. Pero eso lo veremos en la próxima entrada, que por hoy ya está bien.

Hale, he dicho

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