jueves, 23 de agosto de 2018

El casco M-1, el símbolo yankee que usó medio planeta


Líderes del mundo libre marcando el paso con decisión para convertirse en más líderes del mundo libre si cabe

Los primeros contingentes llegados a Gran Bretaña aún iban equipados con
el M-1917A1. En la foto vemos a varios de ellos aclimatándose a la
brumosa isla dando unas carreras fusil en mano
Bueno, vamos a proseguir con el tema casqueril publicando la segunda parte de la entrada que se dedicó en su momento a los proyectos fallidos de los inefables yankees que, según vimos, tras desechar varios e interesantes proyectos acabaron fusilando sin más historias el Brodie de los british (Dios maldiga a Nelson). Así surgió el M-1917 con el que estos devoradores de hamburguesas y pastel de manzana vinieron a Europa para enterarse de lo que era una guerra de verdad y a enfrentarse con un enemigo al que, como era y es costumbre en ellos, no pudieron aplastar solo mostrando sus sonrientes jetas de WASP's y su apabullante superioridad numérica y material. Cuando volvieron a su continente con mirada de héroes intemporales, retomaron sus anteriores pasatiempos: devorar hamburguesas y tartas de manzana, aprenderse la biblia de memoria para poder soltar algún versículo en plan sentencioso para dárselas de cultos y, de cuando en cuanto, linchar a algún ciudadano melanino, antes negros a secas, que para eso se habían auto-erigido en los líderes del mundo libre. 

Esta famosísima foto debió preocupar bastante a los yankees que daban por
sentado que su victoria sobre el káiser había acabado de apaciguar a los
tedescos. La realidad es que la paz solo había sido un paréntesis
Pero los anhelos de paz en el mundo se fueron al carajo cuando el ciudadano Adolf puso en marcha su nueva máquina bélica y, a pesar de que los tedescos barrieron del mapa a sus otrora aliados de la guerra anterior, los líderes del mundo libre prefirieron mirar para otro lado y poder seguir devorando hamburguesas, tartas de manzana, leyendo la biblia y linchando negros, que salía más barato y era menos peligroso que volver al Viejo Continente, donde estaban teniendo lugar unos cambios de impresiones extremadamente violentos entre ambos bandos. En realidad, la cosa prometía ser un negocio redondo ya que la escasez de material de sus queridos aliados británicos les obligó a comprarles cantidades ingentes de bastimentos con dinero que les prestaron ellos mismos. De ese modo, a sus pasatiempos habituales de devorar hamburguesas, tartas de manzana, leer la biblia y linchar negros podrían añadir el de contar montañas de billetes.

Y esta otra, igual de famosa, acabó por convencerlos de que, quisieran o no,
ser líderes del mundo libre tenía sus inconvenientes. Para ellos, la guerra
acababa de empezar, y les iba a costar muy, pero que muy cara
Sin embargo, a medida que avanzaba la guerra en Europa y los probos súbditos del mikado se ponían cada vez más bordes, los anhelos de paz de los WASP se iban diluyendo, y la perspectiva de verse involucrados en aquella masacre planetaria se iba tornando cada vez más cercana. Y lo peor era que el mikado y sus samurais eran aliados del ciudadano Adolf, por lo que si acababan a tiros con ellos tendrían también que volver al Viejo Continente con sus discos de música hortera y estridente, sus biblias, sus latas de carne y sus cromos de jugadores de pelota base. En fin, un panorama desolador que hizo ponerse en marcha su descomunal maquinaria bélica para modernizar un poco a sus antiguos "doughboys" porque, a lo tonto a lo tonto, su equipo y armamento habían permanecido inalterables desde que acabó la Gran Guerra. Y de una de las piezas de su atrezzo particular que decidieron renovar es de la que hablaremos hoy: el casco, que no era plan de iniciar un nuevo conflicto con aquellos capiellos medievales resucitados que tuvieron que aceptar porque llegaron a Europa con sus sombreros de cuatro bollos como si el Frente Occidental fuera una pradera en el lejano oeste y los tedescos cuñados de los sioux.

El padre de la criatura, Harold G. Syndenham
(1898-1967)
Previamente al inicio de la nueva guerra, el Consejo del Ejército de Tierra de los yankees con sede en Fort Benning, en Georgia, al frente del comandante Harold Syndenham ya andaba rebuscando algo con qué sustituir al capiello medieval para proteger mejor sus cráneos anglosajones de las porquerías que les lanzaran futuros enemigos. Para disponer de asesoramiento técnico contaron con la ayuda de Museo Metropolitano de Nueva York, que supongo les orientarían en la viabilidad de determinados proyectos en cuanto a su facilidad de producción. No obstante, o debían ver la guerra aún muy lejos o no acababan de dar con la clave, porque en una época tan tardía como 1939 optaron por actualizar los viejos M-1917 modificándoles la guarnición. Es decir, no fabricaron más unidades, sino que reciclaron las disponibles creando una guarnición más cómoda, fijada mediante un único remache en la bóveda del casco, y un nuevo barbuquejo más fácil tanto de regular como de desenganchar para, ante un hipotético ataque con gas, poder sacarse el casco rápidamente y ponerse la máscara antes de que les diera tiempo a respirar aquella porquería. Este rejuvenecimiento dio lugar al M-1917A1, cuya vida operativa fue más bien corta aunque, todo hay que decirlo, cuando lo de Pearl Harbor aún había enormes cantidades del mismo en servicio.

A finales de 1940, el equipo de Syndenham diseñó un concepto totalmente distinto a lo conocido hasta aquel momento y que, las cosas como son, suponía algo tan innovador que no había nada que se le pareciese. De hecho, en puridad podríamos afirmar que el concepto de casco no había variado en siglos desde la Edad Media: una carcasa metálica con una forma más o menos compleja para proteger cabeza y/o cara y una guarnición interna de cuero o fieltro en la que apoyar el cráneo, nada más. Pero este nuevo diseño partía de la base de que era más factible fabricar el casco en dos partes: una externa de acero y otra interna de un material ligero que contenía la guarnición. De ese modo, la carcasa externa se vería libre de orificios que mermasen su resistencia estructural y complicasen su manufactura, mientras que la guarnición estaría en otro casco para facilitar su sustitución en caso de deterioro. No obstante, este novedoso concepto no surgió de la nada porque, previamente, se habían limitado a diseñar un nuevo casco conforme a los baremos tradicionales, es decir, con su guarnición de cuero o lona fijada al mismo como se llevaba haciendo desde siempre. En la foto superior derecha podemos ver el TS-2, el segundo prototipo que, como se puede apreciar, tenía una guarnición similar a la del M-1917A1 fijada mediante un único remache en la parte superior. Para proteger la cabeza y amortiguar golpes disponía de una gruesa almohadilla en esa zona. Todo el conjunto incluyendo el barbuquejo eran de cuero.

Inicialmente, la hebilla del barbuquejo era la misma que
la del M-1917A1. En la lámina vemos como podía
regularse y desabrocharla rápidamente
Entre finales de 1940 y enero de 1941 llegaría el que sería el diseño definitivo, el TS-3 del que surgiría el M-1 tal como todos lo conocemos. El prototipo constaba de una carcasa totalmente vacía y sin un solo orificio. Solo tenía dos piezas añadidas: dos pequeñas asas a los lados para sujetar el barbuquejo y que estaban soldadas, y un reborde de acero inoxidable en todo el contorno del casco con la unión situada en la parte frontal del mismo (en noviembre de 1944 se cambió a la parte trasera). El material elegido era una aleación de acero al carbono y manganeso de 0,94 mm. de grosor, y sus dimensiones eran de 28 cm. de largo, 18 de ancho y 23 de profundidad, o sea, una enorme cacerola perfectamente válida para contener otro casco en su interior además de la cabeza del ciudadano que lo usase. El peso con todos sus avíos era de 3,3 libras (1,5 kilos), y el costo de la carcasa era de 6 dólares. Como vemos, no era lo que se dice un casco liviano, teniendo un peso similar al del M-1916 alemán de talla grande.

La firma encargada de fabricar la carcasa fue la McCord Radiator Manufacturing Company de Detroit, Michigan, una empresa dedicada a la manufactura de piezas de automóvil y que también había producido el M-1917A1. Sin embargo, a pesar de la simpleza de formas del prototipo del TS-3, el material empleado no era fácil de trabajar, produciéndose roturas durante el proceso de prensado en las partes delantera y trasera del casco. Tras estudiar el problema optaron por revenir las láminas de acero, proceso que hacía más dúctil el metal sin que perdiera un ápice de resistencia. El resultado final lo vemos en la foto: una cacerola de generoso tamaño que, además, servía para multitud de cosas. Las tropas, siempre ingeniosas a la hora de encontrar soluciones para lo que fuera, la usaron como olla, palangana, pala, orinal en el caso de los tripulantes de carros y, según una enfermera que se entretuvo en indagar entre los heridos, hasta un total de 21 aplicaciones distintas. Por lo demás, en el detalle vemos el asa inicial para el barbuquejo que, como indicamos anteriormente, se soldaban en la carcasa. Bajo la misma se aprecia perfectamente la chapa del reborde. Hubo otros dos tipos de asas, pero de la evolución de este casco ya iremos hablando, que no es plan de concentrar 40 años de vida operativa en una sola entrada, digo yo...

Casco Ridell en la época en la que aún no se asemejaban
a los de los guardias de Darth Vader
Y, por cierto, en el TS-3 no se había contemplado el tema de las tallas. Para no complicarse la vida, tanto la carcasa exterior como el sotocasco eran de una sola talla, así que montaban una guarnición que tenía la posibilidad de regularse en función de las dimensiones  de la cabeza de su usuario. Estas guarniciones estaban, no inspiradas, sino casi copiadas de las de los cascos Ridell, una conocida marca de cascos para football americano, ese curioso deporte practicado por ciudadanos con una inquietante hipertrofia muscular en el que se usa todo menos los pies para machacarse mutuamente a fin de impedir que el adversario pueda avanzar ni medio metro o, mejor dicho, ni media yarda, en posesión de esas pelotas  que usan con forma de melón de Almendralejo. En 1939, John T. Ridell, el propietario de la firma, introdujo en el mercado un novedoso casco para que los practicantes de este deporte tan violento no viesen como sus masas encefálicas quedaban desparramadas por el campo de juego. Consistía en un casco de plástico- hasta aquel entonces eran de cuero endurecido- que contenía una guarnición formada a base de tiras de lona que hacían que la cabeza quedase separada de las paredes internas del mismo unos 2,5 cm., lo que minimizaba el impacto de los cabezazos que se daban unos a otros como cabrones encelados. Con ese sistema se eliminaban además oscilaciones y movimientos raros, y si eso se lograba practicando un deporte semejante, pues mucho más en situaciones de combate en las que no se solía dar cabezazos al enemigo salvo en contadas ocasiones. 

La única diferencia entre la guarnición de un Ridell y la del TS-3 consistía en que, en el segundo caso, habían colocado un regulador para ajustar la banda de la cabeza al diámetro exacto de su usuario. En la foto de la derecha podemos ver el interior del Ridell en la que lo apreciaremos mejor. Como vemos, la banda está suspendida mediante otra fijada al casco en seis puntos, dos a cada lado, uno delante y otro detrás, donde además están remachadas las seis tiras de apoyo. En la versión militar, la unión de estas tiras consistía en el típico cordón que permitía regular la profundidad del casco, mientras que una hebilla en la banda ajustaba el diámetro de la cabeza. La flecha amarilla señala una banda adicional situada en el cogote que impedía que la cabeza se golpease con el casco en caso de que, por cualquier motivo, la visera se levantase de forma violenta.

El resultado fue la guarnición que vemos en la foto de la derecha. Según se puede apreciar, salvo en el detalle de la hebilla para regular la talla y el cordón que une las tiras que sujetan la cabeza es prácticamente igual a la del Ridell. Además, la posibilidad de regular la talla a voluntad permitía ponerse bajo el casco gorros de lana o la típica gorra con visera M-1941 cuando el frío arreciaba. Como añadido, estaban provistos de un barbuquejo de cuero ya que la idea era dejar los de acero solo para situaciones de combate, y usando el sotocasco para instrucción, paradas militares, guardias, eventos cuarteleros y uso diario de la policía militar. Inicialmente, los sotocascos en cuestión se fabricaron con una lámina de fibra moldeada a presión a las que, como acabado final, se les añadía una fina capa de tela para aumentar su resistencia. El primer prototipo lo llevó a cabo la firma Hawley Company en febrero de 1941, que desde 1933 proveía al ejército de cascos ligeros para climas tropicales, o sea, salacots y similares. El ejército no estaba muy conforme con la calidad del producto, que consideraban demasiado endeble para un uso militar, pero la premura por poner en marcha la producción les obligó a aceptar el modelo de la Hawley mientras encontraban un sustituto más eficiente. El importe del sotocasco con su guarnición era de 7,50 dólares.

Finalmente, el 30 de abril de 1941 fue aprobada la estandarización tanto la carcasa exterior como el sotocasco y su guarnición, y el 9 de junio siguiente, a menos de seis meses del ataque a Pearl Harbor, la aprobación definitiva para su puesta en producción. Acababa de nacer el M-1 Steel Helmet. El casco empezó a fabricarse inmediatamente porque el panorama se estaba poniendo francamente preocupante, y la entrada en guerra de los Estados Juntitos se consideraba por aquel entonces prácticamente inevitable. Todo era cuándo y cómo se desencadenaría, pero estaban seguros de que no tardaría mucho tiempo. El producto final lo vemos a la derecha: una carcasa exterior y el sotocasco cuyo barbuquejo, que no servía de nada salvo que se desprendiese del casco de acero, se abrochaba sobre la visera del mismo. El exterior estaba pintado de verde oliva con serrín de corcho mezclado con la pintura para aminorar reflejos, y el interior con pintura normal. No obstante, los acabados podían variar según el caso. Para movidas castrenses en las que se usaba el sotocasco, este se barnizaba con barniz brillante. La policía militar los pintaba por lo general con una franja blanca o amarilla y las letras MP en blanco estando en zona de combate, y todo blanco con las letras negras en retaguardia o en los cuarteles. Por lo demás y como hemos anticipado, el conjunto pesaba 1,5 kilos de los que 1,1 aproximadamente correspondían al casco exterior y el resto al sotocasco y la guarnición. 

Una vista de la fábrica de McCord en plena producción
El 26 de junio de 1941, la McCord recibió el primer pedido de 300.000 unidades, aumentándose la producción a los 5 millones a lo largo de 1942 por los motivos que ya podemos imaginar. Y mientras se iniciaba la producción en masa seguían buscando un material para sustituir la fibra adoptaba inicialmente para los sotocascos que, como recordaremos, no fueron precisamente muy alabados por el ejército. La idea partió de la firma Saint Claire, y consistía en sustituir la fibra por tiras impregnadas en resina que se iban entrelazando en una matriz en negativo del casco. Una vez completado el proceso se moldeaban a baja presión mediante otra matriz hinchable que ajustaba la capa de tiras y resina hasta su secado. Este material era más resistente y tenía más elasticidad que la fibra, pero con el uso se solía empezar a deshacer por los bordes. Así pues, y aunque no era la solución definitiva, se decidió adoptarlo mientras se seguía buscando algo aún mejor. 

Finalmente se pudo dar con la clave. Simplemente consistía cambiar el proceso de producción de baja a alta presión, intercalando parches de tela en la parte superior del sotocasco para darle más resistencia. Este sistema ya se estaba usando desde los años 20 para fabricar cascos de bomberos, de mineros y para la construcción, logrando una protección ligera y sólida al mismo tiempo. Para aumentar la producción y sustituir los modelos anteriores se recurrió a siete empresas: la Westinghouse, la Inland, la Mine Safety Appliance, la Firestone, la Seaman, la Capac y la International Molded Plastics. Estos sotocascos llevaban además un ollado en el frontal para sujetar el distintivo de rango cuando se usaba en eventos cuarteleros, desfiles y demás gaitas, para lo que solo tenían que colocarlo y apretar por el interior con una pequeña tuerca. En la foto de la derecha tenemos al inefable Patton, al que tendrían que hacerle cuatro agujeros para sus cuatro estrellas. En esta imagen se puede además apreciar el aspecto del acabado brillante. Creo que a este sujeto, el más prusiano de los generales yankees al decir de sus colegas, incluso dormía con ese chisme en la cabeza. 

Jugando al mus pero con el casco sin abrochar
Bueno, así fue grosso modo el nacimiento del famoso M-1. Como ya podrán suponer, a lo largo de su vida operativa fue sufriendo diversas modificaciones tanto en sus accesorios como en sus proporciones, aparte de las versiones para paracaidistas. En todo caso, ya iremos hablando más adelante sobre el tema. Pero no quiero terminar sin dar cuenta de algo que millones de ciudadanos se preguntan, y por la que hasta los marcianos han enviado naves a la Tierra en busca de explicación: ¿Por qué carajo los yankees no se abrochaban el barbuquejo ni a tiros? En comparación, son bastante escasas las fotos en las que aparecen con su barbuquejo debidamente abrochado. Lo normal es verlos con el mismo abrochado en la parte trasera o bien colgando a los lados sin más. Bien, al parecer esa costumbre surgió de un simple y absurdo bulo. Entre el personal se extendió la creencia de que, en caso de producirse una explosión cercana, la onda expansiva podía colarse dentro del casco y poco menos que arrancarle a uno la cabeza de cuajo o, en el mejor de los casos, producirle severas lesiones en las cervicales.

Sanitarios atendiendo a un herido o, mejor dicho, a un casi
pulverizado desactivador de minas. Ni uno lleva abrochado
el puñetero barbuquejo
Obviamente, eso era una chorrada sin pies ni cabeza tanto en cuanto los demás ejércitos en liza hacían uso adecuado del barbuquejo sin que nadie se quejase nunca de tan peculiar efecto. De hecho, los oficiales tenían que estar reconviniendo al personal constantemente para que se los abrochasen pero la realidad era que incluso muchos de ellos también se creían lo de las ondas expansivas. Otros, concretamente los destinados al Pacífico, alegaban además que si algún probo samurai los atacaba por la espalda podría tirar de la visera hacia atrás, dejándole el cuello a merced de su cuchillo para rebanárselo bonitamente. Ciertamente, este terrible problema tampoco lo acusaron los demás ejércitos, y eso que tanto british como canadienses y australianos también tuvieron que verse las jetas con los nipones.  

Y para colmo, cuando el ejército yankee fue enviado al norte de África en 1943, se encargaron de aumentar aún más la psicosis de las ondas expansivas que no sufrían ni british, ni canadienses ni tedescos ni italianos. O sea, que el dios de la Guerra los había maldecido, porque sino no se comprende. A tanto llegó la cosa que en 1944 se rediseñó la hebilla, que por aquel entonces seguía siendo la misma que mostramos al inicio de la entrada. Así, para poder desengancharla de inmediato, se sustituyó el pequeño pincho con forma de flecha que vemos en la hebilla de la figura A por la bolita que vemos en la hebilla de la figura B. Esta bola retenía el gancho en situaciones normales de combate, pero la tensión del mismo estaba regulada para saltar a tracciones superiores a las 7,5 libras (3,4 kg.), por lo que si un malvado y alevoso japonés tiraba del casco hacia atrás o una perversa onda expansiva pretendía dañar el pescuezo del beatífico yankee líder del mundo libre, pues la hebilla saltaría y el casco quedaría liberado.

Aspecto del sotocasco antes se ser pintado. Obsérvese la
distribución de las tiras de tela
La realidad es que no llevar el barbuquejo abrochado solo servía para tener que correr, saltar o tirarse al suelo con la mano encima de la cabeza para no perder el casco, o que se balancease constantemente con los inconvenientes que eso suponía. Pero en fin, ya sabemos que cuando al personal le da por una paranoia no hay forma de convencerlos de que están equivocados, y seguramente muchos jurarían por sus abuelas y sus biblias anabaptistas que vieron como a un desdichado camarada le arrancaba la cabeza la onda expansiva de un mortero/obús/granada enemigo. En cualquier caso, lo de la bola al menos permitía soltar el barbuquejo dando un simple tirón, que era aún más rápido y cómodo que el sistema anterior. Bueno, con lo contado ya hemos podido ver tanto el nacimiento como las primeras andanzas de este casco que, con el paso del tiempo, sirvió en multitud de países incluyendo España y que, de hecho, aún sigue en servicio en bastantes de ellos que aún no han podido o querido sumarse a la tendencia surgida en los años 80 de los cascos de fibras, polímeros y demás plásticos. 

Yankees camino de la Playa Omaha. Es innegable que la
imagen del M-1 se convirtió en un icono similar al
modelo alemán
A modo de conclusión, señalar que la producción durante la guerra fue un claro indicativo del poder industrial de los yankees y de su capacidad para, en cuestión de pocos meses e incluso semanas, ser capaces de acometer una producción en masa. En 1941 se fabricaron 323.510 unidades, y eso teniendo en cuenta que la fabricación comenzó a mediados de año. En 1942 alcanzó los 5.001.384; en 1943, 7.648.880; en 1944, 5.703.520, y en 1945, 3.685.721 unidades, considerando también que la guerra terminó en agosto de ese año. Esto hace un total de 22.363.015, de los cuales unos 20 millones fueron construidos por la McCord y el resto por la Schluelter Manufacturing Company, radicada en St. Louis y que antes de la guerra se dedicaba a fabricar envases de hojalata para especias y café. 

Bueno, ya'tá. Ah, y apréndanse bien lo de la onda expansiva, que seguro que pocos cuñados lo saben.

Hale, he dicho

Entradas relacionadas:


Desfilando en París para celebrar la victoria. Aún quedaba acabar con los japoneses pero, en puridad, la 2ª Guerra Mundial
fue la última que ganaron hasta la fecha. El resto han acabado en empates, derrotas o, simplemente, una aparente victoria
que en realidad no es más que una constante lucha por mantener un territorio por una mera cuestión de prestigio. Porque, las
cosas como son, ni en Afganistán ni en Iraq han logrado acabar con sus enemigos, que siguen hostigándolos de forma
implacable y les obligan a gastar unas cifras asombrosas en material y vidas humanas. Y que un país así se permita ese gasto
monstruoso y no tenga sanidad gratuita es algo que me asombra, y más que los yankees prefieran eso y seguir pagando
costosos seguros médicos particulares o que te cobren 60.000 del ala por una simple apendicitis. En fin, allá ellos...

No hay comentarios: