martes, 18 de septiembre de 2018

Focas de guerra


Cuidador del zoo de Londres dando de comer a un león
marino antes de largarse al frente
Sí, no va de coña. Focas. Esos simpáticos animalitos que hemos enseñado incluso a palmotear con aire de felicidad suprema como el tonto del pueblo cuando le regalan un caramelo de anís. El humano, en su infinita e incurable iniquidad, ha hecho uso a su antojo del resto de las especies que habitan el planeta, desde algo tan básico como alimentarse como cultivar cepas de virus con más peligro que un cuñado con tres hipotecas; y no ya para investigar como erradicarlos, sino para hacer uso militar de ellos mediante abominables guerras biológicas que, contrariamente a lo que muchos piensan, no son ni mucho menos cosas del presente o el pasado inmediato, sino más antiguas que el hilo negro. Por este motivo, es de todos sabido que desde antes de los tiempos de Cristo los humanos hemos empleado diversos bichos para sacarles provecho durante nuestros violentos cambios de impresiones, sobre todo equinos y perros, pero a medida que evolucionaban nuestras guerras estas se hacían cada vez más complejas y sofisticadas, así que no dudamos en recurrir a la fauna para aprovechar sentidos y cualidades físicas que, en nosotros, son una birria o han perdido intensidad por falta de uso, verbi gratia, el olfato, el oído, la vista, la velocidad, la fuerza, etc. 

U-boot tipo I. A pesar de su aspecto birrioso, esos chismes mandaban
mensualmente al fondo del océano miles y miles de toneladas de barcos
enemigos, tanto mercantes como de guerra, con impunidad casi absoluta
por la falta de medios para detectar su siniestra presencia
La Gran Guerra fue, aparte de la mayor matanza conocida hasta su época, motivo de estrujamiento cerebral entre el personal científico de las naciones en liza. Como es evidente, ya no bastaba con ser más numerosos y tener los garrotes más gordos para derrotar al enemigo pero, por otro lado, en muchos aspectos la ciencia aún estaba en pañales, así que no dudaron en echar mano a todo bicho viviente para sacar jugo a sus dotes físicas, en este caso la capacidad auditiva de determinados mamíferos marinos como las focas o, más concretamente, los leones marinos con los que la Royal Navy (Dios maldiga a Nelson) llevó a cabo una serie de pruebas para detectar la presencia de submarinos tedescos que, a mediados de la contienda, llevaban hundidos más barcos que pasteles de riñones podían devorar diez cuñados británicos hambrientos en un año. De hecho, los cientos de miles de toneladas de mercantes que estaban echando a pique empezó a preocupar tan seriamente a los british que, muy a su pesar, tuvieron claro que si no daban con la forma de menguar la presencia de submarinos enemigos en el Atlántico podía incluso costarles la guerra a pesar de que, en aquella época, el cincuenta por ciento del tráfico marítimo estaba en manos del imperio británico. Bueno, dicho esto para ponernos en situación, vamos al grano sin más demora...

Großadmiral Henning von Holtzendorff (1853-1919)
En el cuello luce a Orden Pour le Mérite obtenida en
marzo de 1917 por chinchar a base de bien a los
súbditos del gracioso de su majestad
La en aquel momento todopoderosa flota británica había impuesto a los tedescos un férreo bloqueo naval que había cerrado literalmente con llave el acceso a los puertos alemanes con lo que ello suponía, y no ya de cara a suministros de materias primas, sino de alimentos para su población civil, lo que impuso desde los primeros compases de la guerra un racionamiento que se fue haciendo más severo a medida que avanzaba la contienda. La respuesta de los belicosos germanos no tardó en llegar, pero de la forma más sinuosa y taimada que podían imaginar los british, y era en forma de una implacable guerra submarina orquestada por el almirante Henning von Holtzendorff, que a finales del 1916 logró eliminar los escrúpulos caballerosos del káiser y comenzar una guerra sin cuartel contra cualquier buque que se dirigiera a las costas británicas. Así, a partir de enero de 1917 los U-boote tedescos hundían con precisión germánica todo lo que flotaba  incluyendo barcos de países neutrales que mantenían relaciones comerciales con el Reino Unido. Esto provocó, aparte de las lógicas pérdidas económicas monstruosas, una psicosis y un estado de terror que hizo descender el tráfico marítimo por razones obvias. Ponerse en el campo visual de un periscopio tedesco implicaba que, en menos que un cuñado te vacía una botella de Vega Sicilia, dos siniestras sombras paralelas avanzasen a escasa profundidad hacia el objetivo para, unos instantes más tarde, detonar en plena línea de flotación y mandar al carajo al barco con su tripulantes incluidos en cuestión de minutos.


Mercante acertado de lleno por un torpedo alemán. En menos de 10 minutos
desaparecería para siempre en el abismo, sumándose a la larguísima lista
de buques hundidos por los U-boote. En estos casos, al estar el enemigo
desarmado, lanzaban los torpedos desde superficie para asegurar el tiro o lo
hundían a cañonazos y, de paso, aprovechaban para inmortalizar la
escena, que siempre venía bien para la propaganda
A modo de ejemplo, algunas cifras que nos resultarán bastante contundentes. En febrero de 1917, los U-boote tedescos mandaron al fondo del abismo 256.000 toneladas solo de tráfico mercante de los british, y en el mes de abril siguiente duplicaron la cifra hasta las 513.000 toneladas. Al comenzar aquel año, los alemanes disponían de 140 submarinos para hacer bonitamente la puñeta a los british, ampliando esa cantidad a un ritmo de nada menos que ocho unidades mensuales. Para hacerles frente, los isleños habían ido aumentando su flota de destructores y submarinos a razón de cinco y dos mensuales respectivamente, pero con el inconveniente de que, una vez entregados, tardarían quince meses en poder aumentar el número de efectivos porque ese era el tiempo que tardaban en construir un destructor, mientras que un submarino se llevaba dos años. Por el contrario, los tedescos apenas tardaban seis meses en botar un submarino desde que ponían la quilla, y sus bajas habían sido ínfimas si las comparamos con sus enemigos ya que en todo el año de 1916 solo pudieron hundir 22 U-boote, y la mayoría porque los sorprendieron en superficie mientras recargaban las baterías. En resumen, la cuestión es que en los primeros meses de 1917 el acoso de los submarinos alemanes habían costado ya alrededor de 13.000 vidas de british devoradores de budín de boniatos, y diariamente echaban a pique una media de 25.000 toneladas. Es pues más que evidente que los isleños esos llevaban meses literalmente de los nervios porque, de no hallar una solución, podían verse reembarcando las tropas de vuelta y pidiendo la paz a los belicosos germanos.


Esto era por lo que todos los vigías rezaban fervorosamente para no avistarlo.
La estela producida por el periscopio de un submarino enemigo
era el peor de los augurios que se podía tener en plena travesía
Desde el año anterior ya estaban devanándose la sesera entre los mandamases del Almirantazgo y el Board of Invention and Research (BRI, Junta de Inventos e Investigación), un organismo creado en julio de 1915 y formado por científicos y miembros de la Royal Society dedicado a estrujarse las neuronas para buscar avances sobre telegrafía inalámbrica. ultrasonidos y acústica submarina, para lo cual recibían jugosas subvenciones por parte del Almirantazgo a pesar de que, debido a que eran civiles, no estaban sujetos a la jerarquía militar y pasaban olímpicamente de las mentes cuadriculadas de los uniformados, motivo este por lo que los odiaban profundamente y tal. De hecho, rebautizaron en plan de coña el nombre de la Junta en base a sus siglas en inglés, BRI, como Board of Intrigue and Revenge, Junta de Intriga y Venganza. 


Sala de torpedos de un U-boot. Cuando se oía por el tubo acústico la
cavernosa voz del capitán ordenando "Rohre eins und zwei los!" (¡Tubos uno
y dos- o el número que fuese-, fuera!) empezaba la fiesta. Cuando el oficial
de armas anunciaba "Torpedos laüft!" (¡Torpedos corriendo!) ya no se
apartaba la vista del cronómetro hasta que la explosión indicase que
habían alcanzado su objetivo
Con todo, sus honorables miembros se esforzaban denodadamente para buscar una solución satisfactoria, y hasta recopilaban sugerencias de todo tipo por parte de la ciudadanía deseosa de colaborar de alguna forma con el esfuerzo de guerra. Durante su existencia entre 1915 y 1917 recibieron nada menos que unas 37.500 ideas e inventos de todas clases, incluyendo alrededor de 14.ooo referentes a la guerra antisubmarina. Algunas era para enmarcarlas, las cosas como son. Un probo ciudadano planteó crear parejas de nadadores que debían patrullar en botes por las rutas comerciales donde actuaban los submarinos tedescos y, una vez avistada la estela del periscopio, lanzarse al agua provistos de una bolsa de tela negra y un martillo. La idea consistía en que uno de ellos debía tapar el periscopio para impedirles ver mientras el otro intentaría romper el cristal. Al cabo, un submarino sin periscopio era como un francotirador ciego, y tendrían que volver a su base a repararlo. Otro, más surrealista aún, sugirió entrenar gaviotas para que se hicieran caquita en los dichosos periscopios, cegándolos con la mierda de los pájaros. Lo que no dijo es como indicarle a gaviota el sitio exacto donde debía aliviarse, o si sería recomendable proporcionarles algún laxante para aumentar su capacidad ofensiva. Por citar otro tanto o más extravagante aún tenemos el que proponía sembrar el fondo de determinados puntos estratégicos del Mar del Norte con toneles llenos de sales de frutas Eno. Sí, la misma que se sigue usando actualmente para aliviar la acidez de estómago cuando nos pasamos siete pueblos con las judías pintas con chorizo que la parienta borda como nadie. Bueno, pues este sujeto sugirió que, una vez colocados los toneles como si de minas se tratase, cuando se sospechase de la presencia de submarinos alemanes se pudiesen abrir mediante un sistema de control remoto desde tierra. La efervescencia de las sales de frutas en contacto con el agua empujaría a los submarinos hacia la superficie, momento que se aprovecharía para cañonearlos bonitamente. En fin, solo Mr. Bean o unos memos de solemnidad como sus paisanos podían plantearse semejantes gilipolleces.


Reginald A. Fessenden (1866-1932)
Pero, ideas absurdas aparte, hasta aquel momento, lo más prometedor que tenían entre manos era el hidrófono o sonar, un chisme derivado del oscilador inventado por un sesudo canadiense llamado Reginald Aubrey Fessenden que, inicialmente, fue concebido para detectar grandes obstáculos a distancia y como transmisor de morse subacuático. Sir Ernst Rutherford tomó la idea para desarrollar un aparato capaz de emitir una señal acústica que, al ser devuelta por un obstáculo, permitiera localizar la posición del mismo. Pero los avances en este aparato no iban a la velocidad necesaria ya que su alcance estaba de momento limitado a un par de millas náuticas, no detectaba con facilidad objetos del tamaño de un submarino y, caso de hacerlo, era muy difícil señalar su posición sin detener el barco, momento este que lo dejaría inerme ante el U-boot que, está de más decirlo, también habría detectado la presencia del enemigo y estaría inundando los tubos lanzatorpedos para enviarles un recado en forma de unos cientos de kilos de explosivos. En fin, que la cosa estaba muy, pero que muy chunga.


Sir William H. Bragg (1862-1942)
Y ya que estaba tan chunga, no quedaba otra que tener en cuenta algunas de las sugerencias que la ciudadanía enviaba al BRI salvo, lógicamente, las similares a las comentadas anteriormente. Y una de ellas partió de un artista de variedades llamado Joseph Woodward o, según se anunciaba en su espectáculo, "capitán" Joseph Woodward, que en 1916 ofreció al profesor sir William Henry Bragg, miembro de la Royal Society que el año anterior había sido galardonado con el Premio Nobel de física, su tropa de leones marinos con el fin de ser adiestrados para localizar submarinos enemigos aprovechando la increíble capacidad auditiva de estos animalitos, especialmente cuando se movían en el agua y que les permitía detectar la presencia de bancos de peces a grandes distancias. Básicamente, lo que planteaba Woodward era entrenarlos para conseguir que, al igual que el chucho de Pavlov babeaba al escuchar un metrónomo, relacionasen el sonido de las hélices de un submarino con la obtención de alimento ya que estos bichos precisan alrededor de 50 kilos de pescado diarios para subsistir, o sea, algo así como un 15% del peso de un macho adulto (ojo, hay muchas variedades de esta especie con acusadas diferencias de tamaño entre unas y otras), lo que les obliga a dedicar varias horas al día solo a llenar la panza. Aunque parezca descabellado, Bragg se tomó muy en serio la oferta de Woodward.


El "capitán" Joseph Woodward con su atuendo
de trabajo. Obviamente, el rango lo usaba
como nombre artístico ya que nunca fue
militar ni nada por el estilo
El iniciador de la saga fue James Woodward, padre de nuestro hombre, el cual empezó a interesarse por estos bichos cuando era el encargado del acuario que poseía su suegro, un tal Joseph Catt, en Ramsgate Harbour, en el condado de Kent. Hacia 1870 había capturado una foca que, con santa paciencia, había logrado adiestrar como mero reclamo para el público, que siempre ha gustado de ver como los animales adoptaban actitudes cuasi humanas. Unos años más tarde, en 1878, siendo ya director del Royal Aquarium de Londres, decidió que le resultaría más rentable formar un espectáculo de variedades con focas a las que enseñó a tocar campanas, subir y bajar escaleras y a hacer como si tocasen el banjo. Así pues, mandó a hacer gárgaras el acuario y, junto a sus hijos Joseph y Alfred, decidió montar su troupe que, ciertamente, tuvo bastante éxito por lo poco visto hasta aquel momento. Al cabo, las focas son unos animalitos muy simpáticos y con sus movimientos torpones cuando están fuera del agua hacían la delicia de los nenes e incluso de los padres de los nenes. Su primer contacto con un león marino lo tuvo durante una gira por los Estados Juntitos en 1888, cuando su hijo Joseph adquirió en San Francisco uno de estos bichos al que, en honor de la ciudad, bautizaron como Frisco. Según su propio testimonio, basó el adiestramiento de este animal en su insaciable apetito, dedicándole entre tres y cuatro horas diarias en las que, como premio si se portaba bien, se ventilaba nada menos que 10 kilos de pescado fresco. Y, al parecer, no era fácil someter a Frisco porque los leones marinos, aunque no son especialmente agresivos, tienen un carácter excesivamente tímido y, por otro lado, su inagotable curiosidad les hacía distraerse constantemente, sobre todo cuando se producía algún ruido extraño que detectaban enseguida precisamente gracias a la infalible capacidad auditiva que luego quisieron usar como arma de guerra. Por lo demás, no son susceptibles de obedecer a base de castigos físicos como ocurre con un caballo, y si se cabrean pueden soltarle a uno una dentellada capaz de arrancarle la mano. Con todo, la habilidad como adiestrador de Woodward llegó al extremo de enseñar a uno de sus leones marinos a conducir una moto provista de un sidecar en el que viajaba su mujer Nina dando vueltas por la pista. Bien, así fue como el "capitán" Woodward se hizo de un nombre en el mundo artístico y por qué ofreció a sus inteligentes animalitos al BRI para intentar poner freno al implacable acoso de los U-boote tedescos. 


Profesor Edgar Allen
Las pruebas se iniciaron el 16 diciembre de 1916 bajo la supervisión del profesor Edgar Johnson Allen, director del laboratorio de la Asociación de Biología Marina en Plymouth. Una vez recibido el visto bueno de Allen, Woodward fue autorizado a comenzar un programa de adiestramiento con tres animales seleccionados por su capacidad auditiva en la piscina de una casa de baños ubicada en la calle Cranston, en Glasgow. En primer lugar debía quedar claro que los leones marinos eran capaces de obedecer determinadas órdenes a base de sonidos mientras estaban en un medio subacuático perturbado con otra serie de ruidos para "despistar" y, además, rodeados de truchas que, obviamente, eran una golosina que debían ignorar. Para impedir que se las zampasen, Woodward había diseñado un bozal de alambre provisto de una pequeña trampilla por la que se les podía entregar su arenque de premio si se portaban bien. Un mes más tarde se efectuó una nueva prueba en presencia del profesor Albert Wood, de la Estación Experimental del Almirantazgo, en una piscina de 17 metros de largo para corroborar tanto la velocidad de movimiento como la capacidad auditiva de estos animales comparándola con un hidrófono, empleando para ello un aparato que emitía diversos tipos de sonidos. En teoría, esta prueba permitiría obtener un mínimo de nivel de confianza en los leones marinos en vista de su comportamiento durante las pruebas. Como "objetivo" pusieron media docena de truchas nadando en la piscina, lo que permitiría comprobar si el león marino podía saber su posición en base al ínfimo sonido ultrasónico que el pez hacía con la cola al moverse en el agua, y en el bordillo de la misma colocaron una campana que, como el metrónomo de Pavlov, debía ser el sonido de referencia para estos bichos.


Alfred Woodward. Aunque no intervino de
lleno en el proyecto colaboró en determinados
momentos con su hermano
En efecto, en cuanto el león marino usado para la prueba se metió en el agua se lanzaba con precisión matemática sobre las truchas, pero sin poder devorarlas gracias al bozal que le habían puesto. De vez en cuando hacían sonar la campana que, en teoría, le haría desistir de la persecución, pero su glotonería podía más y no paraba de dar bandazos de un lado a otro a una velocidad tremenda en busca de las desesperadas truchas que, obviamente, no habían sido informadas de que su predador no podía comérselas. Finalmente, las truchas se fueron al fondo literalmente agotadas, por lo que el león marino se quedó inmóvil con la cabeza sumergida y la cola fuera del agua, a la espera de que se produjera algún sonido que indicara que había comida a la vista. En ese momento hicieron sonar la campana y, esta vez sí, acudió a recibir su recompensa. En resumen, la cosa es que sin el elemento perturbador de posibles presas se podía comenzar un plan de adiestramiento basado en el sonido de la puñetera campana. Poco después se repitió el experimento en una piscina al aire libre de 43 metros de largo, donde el profesor Wood pudo constatar que la capacidad auditiva del animal era similar a la de un hidrófono si se movía bajo el agua a una velocidad de al menos 8 nudos (unos 15 km/h) mientras que, curiosamente, el aparato no era capaz de registrar el ruido producido por el león marino cuando pasaba cerca de él salvo que se moviera en la superficie. 


Ante lo que parecía un comienzo prometedor, se decidió proseguir las pruebas en un ambiente acuático de mayor amplitud, concretamente en el lago Bala, en Gwynedd, Gales, que tenía una superficie de 4,84 km². Su forma alargada, de casi 6 km. de largo por apenas 1 de ancho dio lugar a dudas acerca de su idoneidad de cara a proseguir las pruebas en mar abierto, pero se conformaron con el emplazamiento señalado que, obviamente, fue envuelto en el mayor secreto. Se prepararon alojamientos para 5o leones marinos que se obtendrían de diversos zoológicos para aumentar la dotación inicial de apenas tres animales propiedad de Woodward más un cuarto llamado Queenie que había sido cedido en concepto de préstamo por la Sociedad Zoológica de Londres. 


Un oficial de la Armada y un civil del equipo de Woodward alimentando a
dos hembras de león marino en Bala. El dimorfismo sexual en esta especie
es muy acusado, habiendo grandes diferencias de tamaño y peso entre
machos y hembras
Para llevar a cabo las pruebas, sir Watkin Wynn ofreció varios botes y naves de recreo de su propiedad. Las pruebas se llevaron a cabo entre el 30 de marzo y el 6 de julio de 1917 procurando en todo momento que no trascendieran al público por razones obvias. Para proseguir el adiestramiento era evidente que habría que sustituir las campanas por algo más eficiente a largas distancias, por lo que el mismo Bragg diseñó una máquina que emitía un repiqueteo audible bajo el agua a unas tres millas, pero aquel sonido lo único que hacía era asustar a los animales hasta el extremo de que uno de ellos, Queenie, salió echando leches del agua cuando la escuchó a unos 300 metros de distancia. Otro aparato que tuvo más éxito emitía un sonido similar al de un timbre eléctrico, a cuya llamada atendían algunos animales a una distancia de una milla náutica (1.852 metros).


El profesor Albert B. Wood
El profesor Wood consideró que en un par de meses se podrían mejorar los resultados, alargando la distancia de audición hasta las dos o tres millas, pero no contó con que no era lo mismo escuchar un sonido en un lago de aguas tranquilas de apenas un kilómetro de ancho que en mitad del océano. Otro inconveniente que se presentó en el momento en que las distancias eran mayores que las de una piscina pública era la posibilidad de seguir al león marino durante sus andanzas marítimas porque, obviamente, las distancias serían mucho mayores. Al parecer, estos bichos nadan sumergidos a toda velocidad durante más de un minuto para asomarse a la superficie menos de un segundo para tomar aire. Si a eso sumamos el estado del mar, que no era una balsa de aceite como podemos imaginar, en cuya superficie se produciría un movimiento de agua que impediría totalmente seguir el rastro del animal. A alguien se le ocurrió reparar en que, por lo general, las gaviotas solían volar en círculos cuando un león marino estaba de caza a ver si podían pillar algunas sobras, pero en modo alguno podían basar el seguimiento del animal con la ayuda de estos pájaros. Finamente se optó por un flotador de vivos colores unido a un cable  para ayudar a localizarlo, pero solo servía para ralentizar su avance, distraerlo y, en más de una ocasión, trabarse en el mismo cuando no acababa roto. Incluso se pensó en que patrullas aéreas contribuyesen al seguimiento del animal pintándole el lomo con grasa de color bermellón durante el día y de pintura fosforescente de noche, pero tampoco sirvió de nada.


Un oficial recompensando a un león marino durante las
pruebas en alta mar
En resumen, las cosas no avanzaban ni remotamente como parecía que iban a evolucionar al principio de las pruebas. La tendencia de los leones marinos era tomar las de Villadiego, el carácter de cada uno de ellos era totalmente distinto y era imposible seguir una pauta común de adiestramiento, e incluso uno llamado Joffré, como el comandante en jefe del ejército gabacho, palmó del estrés producido por ello a pesar de que en todo momento recibían un trato afable y cariñoso por parte de sus cuidadores. En las primera pruebas efectuadas en mar abierto durante la primera mitad de junio de 1917 quedó claro que lo de la piscina había sido un espejismo, y que el comportamiento de estos bichos cuando se veían en mar abierto era el mismo: sólo querían nadar y comer y, para colmo, se pudo constatar que en ese ambiente su capacidad auditiva era similar a la de un hombre equipado con un hidrófono. En las pruebas que se efectuaron durante una semana con el submarino C15 como objetivo estando sumergido, la distancia más amplia a la que lograron detectarlo fue de apenas 180 metros y eso que la tripulación del sumergible hizo bastante ruido para llamar la atención de su perseguidor. 


Premiando a Billiken, uno de los animales probados en alta
mar. Obsérvese el collar con el cable que lo unía al flotador
Ante el evidente fracaso, el contra-almirante Allenby, que estaba al mando del C15, sugirió a Woodward que, aunque le agradecía su esfuerzo y dedicación, lo mejor sería que volviese a su espectáculo de variedades. Sin embargo, y aprovechando que Allen no había estado presente, Woodward le escribió para intentar retomar las pruebas en el lago Bala alegando que tampoco se podía pretender un éxito rotundo en las primeras experiencias en mar abierto. Los animales acusaron, según su parecer, la calidez del agua, que les invitaba a disfrutar de ella despreocupándose de su verdadera misión, así como de la existencia de sonidos y luces que les resultaban extraños por haberse criado en cautividad, efecto este que se veía acentuado por su naturaleza tímida. Por todo ello, estaba seguro de que un segundo intento en el mar depararía mejores resultados. Allen coincidió en que, con el tiempo, parte de estos inconvenientes podrían superarse a base de dedicación y, de hecho, a pesar de haber estado siete días en mar abierto no acabaron desapareciendo y retornaron con sus cuidadores... más o menos. Pero quedaban más flecos sueltos que no sabía como solventar. El más importante era la velocidad que eran capaces de alcanzar, que en las pruebas efectuadas en Bala alcanzaron una media máxima de 5 nudos, y por otro lado quedó claro que estos animales no eran capaces de detectar la presencia de un submarino estacionado bajo el agua o navegando sumergido a poca velocidad. En definitiva, que solo se había demostrado que podían detectarlos a una distancia tan escasa que el mismo submarino podría haber avistado y atacado a su objetivo mucho antes y, por otro lado, en caso de navegar a toda máquina no podrían seguirlos. Un U-boot podía alcanzar unos 15 nudos en superficie y 11 sumergido.


Finalmente se decidió desechar el proyecto porque, como ya comentamos al principio, la premura por encontrar una solución era cada vez más acuciante y lo único que había quedado claro durante el medio año de pruebas es que los leones marinos eran unos actores estupendos en la pista de un circo, pero en su ambiente natural "recuperaban" sus verdaderos instintos y convencerlos de que debían comportarse conforme al guión sin desviarse ni un milímetro era demasiado pedir a estos pobres animales. El Almirantazgo nunca llegó a ver con buenos ojos el proyecto, como prácticamente todo lo que salía del BRI, hasta el extremo de que a poco de comenzar las pruebas en el lago Bala en febrero de 1917, el director de la División Anti-submarina, el contra-almirante Alexander Duff, se cachondeó vilmente del ellos en un informe reservado aduciendo sus extraordinarios intentos por "cazar submarinos con grupos de focas en un lago". Finalmente, y a pesar de la oposición inicial de los mandamases del Almirantazgo a recurrir a los convoyes, no les quedó más remedio que adoptar este tipo de formación en la que los mercantes, en vez de ir solos y desamparados, navegaban en grupo protegidos por naves de guerra. Muy a su pesar tuvieron que reconocer que era la solución más sensata a pesar de que en principio se negaban a ello, y más cuando los yankees se unieron a la fiesta y, por ende, su poderosa flota se sumó a la Royal Navy para persuadir a los U-boote de que dejasen de merodear impunemente como hasta entonces.  


Tras la guerra, los Woodward siguieron con su espectáculo de variedades hasta que, allá por los años 20, la llegada del cine hizo caer en picado este tipo de entretenimientos. No obstante, durante el resto de la vida operativa de su troupe no dejaron de hacer mención orgullosamente a su colaboración con la lucha anti-submarina, y a que sus leones marinos eran "los actuales cazadores de submarinos del Almirantazgo", según vemos en ese folleto publicitario datado en diciembre de 1921. Obviamente era un mero camelo publicitario, pero al menos se habían preocupado en su momento por hacer algo útil por su país. En las fotos superiores del folleto vemos a la derecha a Joseph, y a la izquierda a su hermano Alfred, ambos con sus uniformes de capitanes de su tropa de leones marinos. En el cementerio de Ramsgate, donde falleció en 1933 el fundador de la saga, el "capitán" James, se yergue un monumento de mármol negro en el que se da cuenta de la contribución de los Woodward al esfuerzo de guerra. En la parte superior del mismo se puede ver una placa de bronce en la que tres de estos animales aparecen haciendo equilibrios sujetando distintos objetos con sus hocicos y con una inscripción que dice: "1898, los primeros leones marinos equilibristas"

Bueno, dilectos lectores, espero que les haya resultado interesante, y no ya por la evidente peculiaridad de estos hechos, sino por lo desconocido que es por estos pagos el cómo se recurrió a estos bichos para intentar acabar con la avanzada maquinaria naval tedesca. Juraría por mis augustas barbas y mis egregios bigotes que no debe haber ni un solo cuñado que haya oído hablar de esta historia en su miserable existencia de sableador inmisericorde, así que aprovechen para hundirlos de una vez por todas.

Hale, he dicho


Parte superior del monolito de la familia Woodward en el cementerio de Ramsgate, una población costera en Kent

No hay comentarios: