jueves, 4 de octubre de 2018

Asesinatos: Sancho II o cómo morir en un apretón


Foto de los años 20 en la que se ve la cruz que señala el lugar donde, según la leyenda, cayó muerto el rey don Sancho.
La cruz se yergue junto a la cañada de la Vizana, y lo que vemos a lo lejos es la ciudad de Zamora. En el extremo
derecho de la imagen se ve claramente la silueta del castillo que defendía la ciudad

Guárdate, rey don Sancho,
no digas que no te aviso,
que de dentro de Zamora
un alevoso ha salido;
Llámese Bellido Dolfos, 
hijo de Dolfos Bellido,
que si gran traidor fue el padre,
mayor traidor es el hijo;
cuatro traiciones ha hecho,
y con esta serán cinco.
 Gritos dan en el real
que a don Sancho han mal herido;
muerto le ha Bellido Dolfos,
gran traición ha cometido;
desque le tuviera muerto
metiose por un postigo.
 Por las calles de Zamora
va dando voces y gritos: 
-Tiempo era, doña Urraca,  
de cumplir lo prometido.

Fernando I de León y Castilla (1016-1065)
Tumbo A de la catedral de Santiago de Compostela
¿Les suena? A los que peinen canas o, simplemente, ya no peinen nada, seguro que sí. Este hermoso romance era lectura obligada en los tiempos en que se iba a los colegios a aprender, y no a denunciar por acoso a los profesores por suspender a un alumno o requisarle el móvil por estar liado con el "guasa" ese en pleno examen, o bien a que los cuatro niñatos de turno se dediquen a triturar psicológicamente al empollón de la clase. Y sí, el título no es coña. don Sancho murió en un apretón. Sí, en un apretón, no de un apretón. Parece que es lo mismo pero la diferencia es abismal como veremos más adelante, porque no son la misma cosa palmarla de una cagalera atroz que ser vilmente escabechado mientras uno de da vientre, que eso es sagrado. Pero no nos adelantemos y vayamos por partes, que para luego es tarde y el camino es largo.

A pesar de que tenemos fama de raza un tanto agresiva y tal, la verdad es que los hispanos somos gente apacible salvo cuando nos tocan la fibra sensible. Buena prueba de ello es que nuestra lista de monarcas dados de baja de forma expeditiva es bastante magra, y más si la comparamos con la de otros pueblos con fama de ser más avanzados y cultivados que nosotros como Francia (Dios maldiga al enano corso), que hasta los llevó al patíbulo, o los yankees (Dios maldiga a Hearst), auto-nombrados líderes del mundo libre (¡ay, que me da la risa floja!) pero que en un período bastante breve, de apenas un siglo, vio como varios de sus dirigentes cayeron víctimas de magnicidios o estuvieron a punto de entregar la cuchara por ello. En nuestro haber hay casos contados y, salvo durante el período visigodo, bastarían los dedos de una mano para enumerarlos. Conviene dejar claro que los visigodos, al cabo, eran un pueblo extranjero con genes tedescos que, debido a su peculiar sistema de monarquías electas, eran especialmente proclives a que los partidarios del perdedor tuvieran la irritante costumbre de quitar del trono al ganador empleando métodos poco ortodoxos. Ya saben, el famoso "quítate tú que me pongo yo". Nosotros, los hispanos, crisol de sangres mediterráneas, tenemos un pronto chungo, pero luego nos tomamos las cosas con más tranquilidad... a veces.

Sancho II según una miniatura del
Compendio de Crónicas de Reyes
Bien, hecha esta pequeña introducción sobre nuestro acervo, vamos a ponernos en antecedentes acerca del personaje asesinado de hoy: Don Sancho, segundo de su nombre y apodado el Fuerte, que fue vilmente apiolado ante los muros de Zamora cuando la tenía sometida a férreo cerco con su belicosa hueste al mando del ARMIGER real, el aún más famoso Rodrigo Díaz, el CAMPIDOCTVS que tanto daría que hablar por los siglos de los siglos amén. Pero, ¿qué ocurrió para que todo un monarca acabara siendo víctima de un regicidio surgido de una supuesta conspiración que aún no ha podido ser desvelada? La culpa fue de su padre, el rey Fernando I. Sí, ya sé que no tiene nada que ver con el asesinato de su hijo, pero la culpa fue suya.

En la época que nos ocupa, la corona hegemónica en la Península la ostentaba Fernando I, rey de León y conde (luego rey) de Castilla que, además, había sometido a la morisma y tenía como vasallos a las principales taifas andalusíes como Toledo, Sevilla, Zaragoza y Badajoz. Don Fernando, que al cabo no era sino descendiente de la antigua élite visigoda, tuvo la nefasta ocurrencia de repartir sus dominios entre su prole de cinco vástagos, tres varones y dos hembras. Al parecer, el motivo del reparto radicaba en la intención de instaurar un imperio formado por varios reinos bajo el dominio del principal de ellos, León. Esto ya lo intentó su querido progenitor, Sancho Garcés de Pamplona, con el resultado de una guerra fratricida que acabó, como ya podemos suponer, con la victoria de don Fernando, convirtiéndose así en el monarca más poderoso de la Hispania toda. Así, cuando vio que la hora de ir liando el petate para largarse de este mundo ya no estaba lejana, repartió sus dominios de la siguiente forma: A Sancho, el mayor de los varones y en teoría heredero natural, le dio Castilla, lo que le sentó al infante como una patada en el páncreas porque esperaba, como es lógico, el lote de más categoría, León. Además, le otorgó las parias de la taifa de Zaragoza. En todo caso, Sancho se negó a aceptar la voluntad paterna, hasta el extremo de que, según la "Crónica de Veinte Reyes" el mismo don Fernando l0 amenazó diciéndole que "...sy por ventura después quisiere alguno de vos quebrantar  lo que yo agora mandare, darle por ende mi maldición". Como vemos, antes siquiera del deceso del monarca las cosas ya se estaban poniendo chungas.

Alfonso VI (c.1040-1109)
Tumbo A de la catedral de
Santiago de Compostela
León, la cabeza del hipotético imperio, fue a parar a manos de Alfonso, que era el ojito derecho de papá, añadiendo las parias de la taifa toledana. A García, que se convirtió en una víctima de la voracidad de sus hermanos, Galicia y el condado Portucalense más las parias de Sevilla y Badajoz. Por último, a las dos hembras, Urraca, la primogénita, y a Elvira, la segunda, les legó un infantazgo consistente en las rentas de todos los monasterios de sus dominios. Al parecer, doña Urraca tampoco aceptó verse relegada a simple recaudadora de tributos de frailes y monjas, así que protestó amargamente ante su padre que, bien porque sus lamentos hicieron mella en su ánimo, bien por no escucharla lloriquear más, añadió a los lotes las ciudades de Zamora y Toro respectivamente aunque con la condición permanecer solteras. Cabe suponer que esta disposición contra natura debía obedecer a la intención de eliminar la posibilidad de que surgiesen de ellas posibles aspirantes a hacerse con el trono en un futuro más o menos cercano, desbaratando así el proyecto imperial del monarca. Con este reparto previsto, don Fernando se preparó para el último viaje. No obstante, en 1064 aún tuvo tiempo de rendir Coimbra, de arrebatarle a los navarros el valle del Ubierna y de darle las del tigre al emir de Zaragoza Abu Yafar Ahmad ibn Suleyman al-Muqtadir, que como buen moro era un moroso y no pagaba los tributos en su momento, así que recibió una inesperada visita del monarca castellano-leonés con sus fieros energúmenos y le metieron las cabras en el corral en un periquete.

El mapa nos muestra los tres reinos que legó don Fernando a sus hijos.
Si añadimos las taifas que le rendían vasallaje, controlaba políticamente
las tres cuartas partes de la Península. Era, a su modo de ver, el futuro
imperio que tenía in mente
Pero ese ajetreado año acabó con las pocas fuerzas de don Fernando, que debía contar con unos cincuenta años (nació hacia 1016). Viendo que la parca no se separaba ya de su lado mientras afilaba la címbara, ordenó que lo llevasen de vuelta a su capital, León, donde llegó el sábado 24 de diciembre de 1065. Rápidamente se presentó en la iglesia de San Isidoro donde oró fervorosamente para irse preparando. Su larga despedida de este mundo duró hasta el siguiente martes, día 27. Esos días los pasó rodeado de clérigos y obispos escuchando mogollón de misas y rezando constantemente para aliviar la carga de sus pecados hasta que, finalmente, el citado día, onomástica de Juan el Evangelista, hacia la hora sexta (mediodía) palmó apaciblemente con una beatífica sonrisa en su boca. Pero lo que don Fernando no podía imaginar era que su testamento se convertiría en un baño de sangre porque sus retoños, Sancho y Alfonso en concreto, no estaban por la labor de ceder ni un ápice en sus derechos. Sancho, un hombre de carácter extremadamente violento y dominante, y Alfonso, más diplomático y sereno que su hermano pero también mucho más taimado y astuto, esperaron a que su venerable madre, la reina doña Sancha, se largara de este mundo a hacer compañía a su marido para meterse mano. Al menos no le dieron a la pobre mujer el espectáculo de ver a sus hijos degollándose bonitamente unos a otros, lo que ocurrió en cuanto la buena señora se dignó morirse el 3 de noviembre de 1067. Bien, así se gestaron los hechos que, cosas del destino, dieron en terminar de forma prematura con la vida y el reinado del desmedido don Sancho.

Estatua ecuestre de Rodrigo Díaz obra de
Anna H. Huntington. El carisma y la
indudable valía como estratega de este
hombre fueron de gran importancia durante
el breve reinado de Don Sancho
No tardaron mucho en abalanzarse el uno al pescuezo del otro. Apenas medio año más tarde del deceso de la reina madre, Sancho y Alfonso acordaron enfrentarse sometiéndose a un juicio de Dios por el que el vencido debía ceder de buen grado sus dominios al vencedor. El encuentro tuvo lugar en Llantada, a orillas del Pisuerga, el miércoles 19 de julio de 1068. La hueste de don Sancho estaba al mando de un joven infanzón burgalés llamado Rodrigo Díaz que había sido criado en la SCHOLA REGIS y, aunque diez años más joven que el rey, gozaba de su total confianza ya que dos años antes lo había nombrado ARMIGER o alférez de su ejército, gozando desde tan temprana edad del título de CAMPIDOCTVS por su valentía y sus dotes como estratega. Sin embargo, a pesar de que las tropas castellanas fueron las vencedoras en aquella jornada, el rey Alfonso se largó tan pancho a León faltando así al compromiso contraído. 

La cosa quedó en una especie de empate técnico que duró hasta marzo de 1071, cuando don Sancho y don Alfonso se reunieron en Burgos para acordar que, antes de seguir desollándose entre ellos, lo importante era quitar de en medio a García, que andaba a la gresca con sus vasallos gallegos. Sancho, poseído como siempre por su naturaleza desmedida y fiera, se hizo cargo de arrebatarle el reino a su hermano, lo que logró sin dificultad tras enfrentarse ambos reyes en Santarem. Sancho volvió a sus dominios la mar de contentito, titulándose como reinante IN CASTELLA ET IN GALLETIA. Pero ser dueño de dos reinos separados por otro, León en este caso, no traía cuenta, así que llegó la hora de acabar con su hermano Alfonso. El 12 de enero de 1072, las huestes castellanas y leonesas se dieron cita en Golpejera, y en esta ocasión la victoria se decantó claramente por don Sancho, mientras que su hermano no solo salió derrotado, sino además preso. Urraca, que desde su ciudad asistía a las pugnas fratricidas sin haber dicho aún una palabra, decidió que debía interceder por Alfonso, por el que según las malas lenguas sentía un amor más profundo que el habitual entre hermanos llegando incluso a cometer prácticas incestuosas. Esta pasión contra natura fue recogida tanto por los cronistas andalusíes como castellanos, en este caso concreto por fray Juan Gil de Zamora en su obra "DE PRECONIIS HISPANIE", escrita entre 1278 y 1282. Urraca logró que Sancho liberara a su amado hermano y le permitiera largarse desterrado a Toledo con cuyo emir, Yahya ibn Ismail al-Mamun, estaba en muy buenas relaciones además de ser un fiel vasallo. Así pues, tras su exitosa jornada en Golpejera don Sancho se pudo ver por fin con los tres reinos bajo su mando, convirtiéndose así en el nuevo mandamás de la Península como lo fue su padre. Pero su arrogancia no le hizo ver que su hermana mayor, que en apariencia era irrelevante y que jamás osaría enfrentarse a él, acababa de convertirse en una enemiga, y nada despreciable por cierto.


La infanta Doña Urraca (1033-1101) según una lámina
de la revista Zamora Ilustrada (1882)
De las pocas cosas en las que prácticamente coinciden la totalidad de las crónicas de la época es que Urraca era una mujer muy inteligente y, además, con los suficientes redaños como para mantener sus dominios sin la ayuda de nadie, lo que no deja de ser enormemente meritorio en la época que nos ocupa. MAGNI CONSILII FEMINA (mujer de gran prudencia), PRVDENS ET PIIS OPERIBVS DEDICATA (se reveló como prudente y piadosa en sus obras) o muy entenduda et muy anvisa duenna (muy entendida y muy prudente dueña) son algunos de los muchos elogios que se leen acerca de su persona. Pero además de lista y bragada, Urraca era astuta como una serpiente y, tras ver a su querido Alfonso camino de Toledo, tuvo claro que tanto ella como su hermana serían las siguientes en la lista de su insaciable hermano Sancho que, aunque dueño del cotarro, igual quería privarlas de sus señoríos y del infantazgo que les legó su padre. Pero, además, Zamora se convirtió en la meca de la aristocracia leonesa que no accedió a someterse a la autoridad del nuevo rey, que vio como la ciudad se llenaba de enemigos de su persona bajo la protección de Urraca, lo que no podría tolerar mucho tiempo porque hasta que no lograse el acatamiento de toda la nobleza su corona no acabaría de asentarse firmemente en su regia testa. Así pues, y en vista del cariz que estaban tomando las cosas, que en vez de reinar la ansiada paz parecía que ser coronado rey de León era solo una tregua antes de la siguiente acometida, para Urraca era evidente que mientras Sancho estuviera en este mundo su queridísimo Alfonso no podría volver a poner un pie en sus dominios y, peor aún, su herencia pendía de un hilo hasta que un mal día su codicioso hermano se levantase de la piltra con la intención de apoderarse de Zamora.

Bien, con este extenso introito, que he estimado imprescindible para ponernos en situación ya que es un período histórico que suele ser desconocido para muchos, ya vemos como estaba el patio en aquellos turbulentos tiempos, y así conocer los hechos que acontecieron para comprender cómo y por qué fue segada la vida de un monarca en una época en que atentar contra un rey ungido por Dios era poco menos que ofender a la misma divinidad.


La infanta doña Elvira (1038-1099) Al igual que su
hermano García, fue más que nada un peón en manos
de sus codiciosos hermanos
Como no podía ser menos, Urraca tuvo razón. La primera en caer fue Elvira, que en cuanto vio aparecer a su belicoso hermano ante su ciudad no tardó ni un avemaría en entregársela sin rechistar junto a la parte del infantazgo que le correspondía. Pero Sancho sabía sobradamente que el enemigo no estaba en Toro, sino en Zamora, distante unos 40 km. al oeste. Tras las murallas de la ciudad se gestaba lo que sería el primer conato de resistencia por parte de la nobleza leonesa encabezada por su hermana y el ayo de Alfonso, Pero Ansúrez. Era pues de vital importancia acabar con aquel forúnculo porque, de no hacerlo, estaba claro que los nobles que de mejor o peor grado lo habían acatado como rey podrían arrepentirse y organizar una asonada para mandarlo a hacer gárgaras y devolver a su legítimo soberano la corona. Así pues, tras apoderarse de Toro y reunido en su curia con los magnates y ricos-hombres del reino, le aconsejaron volver a Burgos y reunir una poderosa hueste para someter a Zamora a férreo cerco, porque mientras la ciudad no cayese en sus manos su poder no estaría definitivamente asentado.


Castillo de Tiedra. Su aspecto actual data de finales del siglo XIII
Tras reunir la hueste se pusieron en marcha hacia Zamora, distante unos 270 km. de Burgos. Una vez plantado el pendón y establecido el cerco, siguiendo las costumbres de la época don Sancho envió a un emisario a conminar a su hermana a rendir la plaza. El encargado para entrevistarse con la infanta fue el ARMIGER de la hueste regia, Rodrigo Díaz, que por haber sido criado en palacio tenía trato de amistad con toda la familia real. Don Sacho ofreció a Urraca que, a cambio de Zamora, le entregaría la villa de Medina de Rioseco con sus rentas, el infantazgo desde Villalpando a Valladolid e incluso Tiedra, que tenía un buen castillo para que se sintiera segura. Obviamente, en caso de aceptar Urraca quedaba totalmente fuera de juego ya que Zamora no solo era una ciudad poderosa que contaba con su castillo y fuertes murallas, sino que además era un nudo de comunicaciones de vital importancia de cara a recuperar de la morisma las tierras situadas al sur del Duero. Si se avenía al trueque quedaría convertida en la señora de una villa y unas rentas que no alcanzaban ni remotamente las jugosas cifras de su infantazgo monacal. Asesorada por su ayo Arias Gonçalo, le dijo a Rodrigo Díaz que se fuese a hacer gárgaras y que mandase a paseo de su parte al voraz don Sancho.


Vista interior y exterior del postigo que sirvió de cebo al rey
Y aquí se empieza a gestar el atentado una vez que, ante la imposibilidad de llegar a ningún acuerdo, el monarca estrecha el cerco y cierra Zamora con candado. Sin embargo, las crónicas no coinciden ni mucho menos en aclarar de quién partió la idea, si se trató de una iniciativa particular de uno o varios nobles zamoranos, si fue un complot urdido por Urraca con la posible aquiescencia de su hermano Alfonso o si, simplemente, la infanta mandó matar como fuera a su hermano con tal de librarse de él. La cosa es que, a medida que el cerco iba haciendo estragos entre la población, las fidelidades y la resistencia empezaban a flaquear, como es habitual en estos casos. Según narra la Primera Crónica General (c. 1289), el ayo de la infanta Arias Gonçalo, a la vista de las penurias que todos sufrían por su lealtad a Urraca, le conminó a que pasados nueve días rindiese la ciudad, y como prueba de que él no deseaba beneficiarse de la abdicación, se marcharía al destierro junto a ella. La infanta, que veía que su ayo tenía razón, aceptó el consejo y reunió a los nobles para comunicarles su decisión. Esto no gustó demasiado a los magnates leoneses reunidos en torno a ella ya que, tras tanta penuria y tanto luchar, no querían acabar entregando sin más la ciudad porque, como añadido, las represalias de don Sancho serían de aúpa. En fin, que la cosa se estaba poniendo bastante dramática. ´


Ortofoto de Zamora que nos permite situar la acción. En rojo vemos el
trazado de la cerca medieval. En el extremo izquierdo, el castillo. El círculo
blanco señala la posición aproximada del postigo por donde debía entrar
el asesino tras consumar el regicidio, y arriba de la imagen vemos la cruz
donde la leyenda dice que mataron a Don Sancho
En esto, un caballero llamado Vellido Dolfos dio un paso al frente y se ofreció junto a los treinta caballeros que le acompañaron a Zamora para acabar con el monarca. "Si vos me lo otorgassedes, yo vos tiraría al rey Don Sancho de sobre Çamora et faría decercar la villa", le dijo Dolfos a la infanta. Según la crónica, la respuesta de Urraca fue muy ambigua, aceptando sin admitir nada. "Non te mando yo que tu fagas  nada del mal que as penssado; mas digote que non a omne en el mundo que a mio hermano tolliesse de sobre Çamora et me la fiziesse descercar que yo non le diesse quequier que me demandasse". Para los que no hayan podido interpretar la frase, la infanta le replica a Dolfos que "no le manda que haga nada malo tal como tiene pensado, pero que no hay hombre en el mundo capaz de obligar a su hermano a levantar el cerco sobre Zamora que no le diese lo que le pidiera". En resumen: no te doy permiso para que hagas nada malo a mi hermano, pero si logras que levante el cerco como sea yo te premiaré por ello. Como ya podemos imaginar, las teorías sobre la conspiración son variadas y contradictorias, así que nos ceñiremos a la que nos da la Crónica alfonsí, que es más emocionante y prolija. 


Murallas de Zamora
La idea era aparentar que Dolfos huía de Zamora y se pasaba al bando del rey. Para ello, se mofó cruelmente del ayo de la infanta diciéndole que su propuesta de rendición era fruto de su cobardía, por lo que sus hijos salieron en defensa del padre y persiguieron de forma muy escandalosa al alevoso, que se presentó en el real de don Sancho poniendo jeta de perro apaleado diciendo:

-Sennor, porque dix al concejo de Çamora que vos diessen la villa, quisieronme matar los fijos de don Arias Gonçalo. Et yo vengome pora vos, et fagome vuestro vassallo, et yo guisare como vos den Çamora a cabo de pocos días, si Dios quisiere; et esto que vos yo digo, si lo non fiziere, que me matedes por ello.

Para darle más realismo a la cosa, al cabo de unos días un caballero subió a lo alto de la muralla y, dando grandes voces, avisó al rey diciendo que el Dolfos aquel era un bellaco y un traidor, y que tuviese cuidado con él porque tenía más peligro que un cuñado sediento y hambriento. Vellido Dolfos, como es lógico, tenía la réplica preparada:

- Sennor, el viejo de Arias Gonçalo es muy sabidor, et por que sabe que vos fare yo aver la villa, mando esto dezir.

O sea, el típico truco de "ojo con este que es un cabronazo" y luego el "¿ves como tengo razón?, me acusan de traidor para que desconfíes de mí porque saben que estoy de tu lado". Un poco burdo, pero la cosa es que Don Sancho picó como un barbo. Tras dejar pasar varios días para irse ganando su confianza, Vellido Dolfos planteó al rey ir a mostrarle un postigo de la muralla que, según decía, jamás se cerraba. Esto es una chorrada monumental más falsa que un billete de siete euros porque, como ya sabemos, en caso de cerco lo primero que se hacía era condenar cualquier puerta o postigo que pudiera convertirse en un coladero de enemigos. Sin embargo, el rey se lo debió creer a pesar de que semejante práctica era totalmente contraria a lo que cualquier militar haría en caso de verse asediado. En cualquier caso, ya fuese para ir a ver el postigo, o bien para mostrarle un punto flaco por el que fuese viable un asalto, la cuestión es que don Sancho se avino a partir del campamento con el alevoso Dolfos. 


Grabado decimonónico que muestra a Don Sancho más muerto que vivo,
al alevoso Vellido Dolfos huyendo a pie hacia Zamora y a Rodrigo Díaz
en pos del asesino a galope tendido. Jamás se vieron más errores en tan
poco espacio.
Tras reconocer el postigo, que se encontraba a poniente de la ciudad, cerca del castillo, don Sancho rodeó el espolón que formaba la muralla en el extremo suroeste para bajar hasta la ribera del Duero, cuyo cauce formaba un foso natural en todo el lado meridional del perímetro amurallado. En aquel momento, según la crónica, "... el rey apartosse a fazer aquello que la natura pide et que ell omne non lo puede escusar", o sea, que se estaba yendo de vareta como consecuencia de un fastuoso apretón. Entregó a Dolfos un venablo "...pequenno e dorado como los que avien entonces por costumbre los reys", se apeó del caballo y se dispuso a aliviarse entre la maleza que bordeaba el río. Era el momento ideal para acabar con el rey. Así, en cuclillas, con las calzas bajadas y con la jeta congestionada de tanto apretar, el traidor Vellido Dolfos le arrojó el venablo por la espalda con tanto ímpetu que le salió por el pecho. En este punto la narración de la Crónica no nos cuadra ya que nos dice que Rodrigo Díaz, al ver que Dolfos salía echando leches en dirección a las murallas, le preguntó por qué huía, pero el traidor no le respondió y prosiguió su galopada hacia Zamora. Pero si el rey y Dolfos fueron solos a reconocer la muralla, ¿cómo fue posible que Rodrigo Díaz se diese cuenta de que algo raro había pasado? Aquí es evidente que las fuentes de la Crónica fallaron pero, en todo caso y siguiendo el hilo narrativo, fue entonces cuando el leal ARMIGER vio al rey en el suelo, pasado de parte a parte encima de su propia caquita. Bastante cabreado, Rodrigo Díaz empezó a perseguir a Dolfos, que volaba en dirección al postigo que, en teoría, le habrían abierto para permitirle entrar en la ciudad. Pero, finalmente, se desvió hacia una de las puertas, quizás porque le pillaba más cerca o quizás porque, en realidad, el postigo estaba cerrado a cal y canto, mientras que su perseguidor se quedaba atrás por haber olvidado calzarse las espuelas y, por ende, no pudo acicatear a su montura para meterle prisa. 

Una vez dentro de la ciudad, Vellido Dolfos, como buen traidor cobardica, acudió a la infanta y se metió bajo su manto buscando su protección, temeroso de que Arias Gonçalo, al que había ofendido gravemente, se tomara venganza. El ayo, viendo la escena, le dijo a doña Urraca:

-Sennora, pidovos merced por Dios que dedes este traydor a los castellanos, sinon venirvos a ende grand danno, ca ellos querran reptar Çamora et despues non la valdredes vos

Doña Urraca no se avino a entregar al matador de su hermano tal como le pedía Arias Gonçalo, pero aceptó tomarlo preso para que, en caso de que finalmente Zamora cayera en manos de sus enemigos, entregarlo para librarse así de las sospechas de haber sido la instigadora del regicidio. Al cabo, podrían pensar que estaba en el ajo, y ordenar matar a su propio hermano y rey estaba muy feo.


Imagen actual de la Cruz del rey Don Sancho
Y mientras Dolfos era engrilletado y puesto a buen recaudo, Rodrigo Díaz y varios caballeros más fueron en busca del rey, que aún estaba consciente aunque herido de muerte porque ser traspasado como una perdiz en un espetón lo deja a uno en un estado lamentable. Llegó el físico del rey y le cortó cuidadosamente los dos extremos del venablo para impedir que se moviera el trozo de asta que aún atravesaba su cuerpo. Después de las peticiones de perdón habituales entre los que están a punto de espicharla, de los rezos apresurados y de la confesión piadosa para sobornar a San Pedro y que le permitiese entrar en el cielo sin más, don Sancho murió tras un turbulento reinado de seis años. Era domingo, 7 de octubre de 1072. Muy mohínos, los nobles que le acompañaban encabezados por el ARMIGER metieron a su extinto monarca en un cajón decente y se pusieron camino al monasterio de San Salvador, en Oña (Burgos), donde espera desde entonces con santa paciencia la resurrección y tal. Y mientras los deudos de don Sancho le daban tierra, un exultante don Alfonso volvía del destierro como REX SPANIE para ser proclamado rey e iniciar un largo mandato de 37 años, algo poco habitual en aquella época. Doña Urraca pudo conservar su ciudad, donde pasó el resto de su vida gozando de la confianza de su querido hermano que, al cabo, le debía el reino. Murió en León en 1101 a la edad de 68 años, y fue enterrada en el panteón de San Isidoro junto a sus padres.


Iglesia del monasterio de San Salvador, fundado en 1011 por el conde Sancho
García. En su panteón reposan los restos de varios monarcas e infantes
Tras el regicidio pareció como si todo el mundo quisiera olvidar el luctuoso suceso, y a partir de ahí las crónicas fueron hilando la historia en base a la tendencia política del momento, favorable a Castilla o a León según el caso, y desgranando datos y fechas con cuentagotas. Al final de todo esto, solo resta una pregunta: QVID NECABIT REGEM. ¿Quién mató al rey? Nunca lo sabremos salvo que un buen día aparezca bajo una piedra un papel diciendo "Fulano o Mengana tramó el plan, y aquí dejo una nota de su propia mano que lo reconoce", pero colijo que eso no pasará. Un ejemplo del tupido velo que cubría este sórdido asunto es que el nombre del asesino no apareció hasta más de medio siglo más tarde en la Crónica del obispo Pelayo de Oviedo. Esta obra, datada entre los años 1130 y 1140, da cuenta de forma bastante lacónica del suceso diciendo: REGNAVIT AVTEM ANNOS VI ET INTERFECTVS EST EXTRA MVROS ZEMORE, QVAM OBSEDAT, AD VNO MILITE VELLITI ARIVLFI, PRODICIONEM (Reinó seis años y fue muerto a traición fuera de las murallas de Zamora, que asediaba, por un caballero llamado Vellido Dolfos). Curiosamente, el nombre del alevoso zamorano varía de una crónica a otra: Bellit Adolfez, Vellitus Arnulfi, Vellid Adolfo y varios más que omito para no alargarme más. Aparte de su supuesta intervención en el regicidio, nada más se sabe de este personaje, ni cómo ni cuando murió. Simplemente se diluyó en las tinieblas del tiempo.

En cuanto al lugar del crimen, también hay diversidad de opiniones. Mientras unos afirman que tuvo lugar junto a las murallas, otros se inclinan por que se perpetró en las cercanías, y otros incluso aseguran que fue en el lugar donde aún se yergue la llamada Cruz del rey don Sancho, distante unos dos kilómetros al norte de la ciudad. A mi entender, lo más probable es que la citada cruz señala el lugar donde se encontraba el campamento, pero vete a saber... Por último, en lo referente al atentado en sí, mientras que las fuentes cristianas toman por norma a Vellido Dolfos como el matador del monarca, las andalusíes se inclinan por que fue muerto durante una cacería en la que le tendieron una emboscada para finiquitarlo. Como vemos, ni Sherlock Holmes podría desentrañar el misterio. 


Panteón real situado al lado del evangelio en el monasterio
de Oña. El sepulcro de don Sancho es el primero de la
derecha. Le acompañan su abuelo paterno, Sancho Garcés,
su abuela paterna Muniadona y el infante García de
Castilla, bisnieto de su hermano Alfonso
Finalmente y en lo tocante a la hipotética conspiración, la infanta fue desde el primer momento señalada por la sombra de la sospecha. En el LIBER REGNVM (c. 1194) se afirma claramente que "...est rei don Sancho cerco a so ermana, la ifant dona Urracha, en Zamora, e ella favlo con un so cavero e fizo lo matar a so ermano, el rei don Sancho, e matolo Bellit Adolfez a traición" (...y este rey don Sancho cercó a su hermana, la infanta doña Urraca, en Zamora, y ella habló con un caballero suyo e hizo matar a su hermano el rey Don Sancho, y lo mató Vellido Dolfos a traición). Incluso en el epitafio del monarca en su sepultura del monasterio de Oña también se acusa sin dudarlo a la infanta: "...REX ISTE OCCISVS EST PRODITORE CONSILIO SORORIS SVÆ VRRACÆ, APVD NVMANTIA CIVITATEM, PER MANVM BELLITI ADELFIS, MAGNI TRADITORIS IN ERA MCX, NONIS OCTOBRIS...", lo que traducido al román paladino viene a querer decir que "este rey fue muerto y traicionado por consejo de su hermana Urraca ante la ciudad de Numancia por mano de Bellido Dolfos, gran traidor, en la Era de 1110, día nono de octubre". Sí, que nadie se líe con lo  de Numancia porque hasta el siglo XIV se creía que Zamora se había fundado sobre los restos de la heroica ciudad soriana, por lo que se le solía dar ese sobrenombre. En cuando a la fecha, corresponde a la Era Hispánica que, como ya hemos comentado alguna vez, llevaba 38 años de adelanto respecto al calendario gregoriano actual, por lo que se refería al año 1072. El día nono correspondía al 7 de octubre.


"Jura del rey Alfonso VI en Santa Gadea" (1864), obra de Marcos Hiráldez.
La escena muestra el momento en que Rodrigo Díaz toma juramento al nuevo
rey ante la curia, motivo por el que, según la leyenda, don Alfonso desterró
al belicoso infanzón. La realidad es que ni hubo juramento ni destierro
Bueno, con esto concluyo que bastante me he enrollado hoy. No sabemos si el asesinato de don Sancho cambió la historia como otros casos, V.gr. el del gran Julio César o el de Enrique IV de Francia. Tras de sí no dejó un reino sumido en el caos ni nada similar. Simplemente fue sustituido por su hermano, así que el devenir de la historia seguramente habría transcurrido igual que si se hubiese muerto de un atracón de capones porque la nobleza de todos los reinos aceptó de buen grado al nuevo rey a pesar de que, como ocurrió con Urraca, hubo quien sospechó que había estado en el ajo. De hecho, en la Crónica Alfonsí se cita la famosa Jura de Santa Gadea que, aunque actualmente está considerada como una mera leyenda sin base alguna, el simple hecho de mencionarla ya es un indicio de que la sospecha existió. Por lo demás, la realidad fue que el mismo Rodrigo Díaz, que aparece como testigo principal y tomador del juramento, juró fidelidad al nuevo monarca sin más historias, y el cambio de rey solo le supuso perder su rango de ARMIGER hasta que, más tarde y  por cuestiones que nada tuvieron que ver con estos sucesos, cayó en desgracia ante don Alfonso y se vio abocado a convertirse en mercenario al servicio del emir de Zaragoza y, posteriormente, en el señor de la guerra que acabó apoderándose de Valencia.


Ah, lo olvidaba. El postigo por el que debía entrar el asesino de vuelta a la ciudad fue llamado desde aquel día Portillo de la Traición por razones obvias. Sin embargo, como en España no cabe un tonto más, en 2010 la corporación municipal de Zamora le cambió el nombre por el de Puerta de la Lealtad en honor a Vellido Dolfos. Es más que evidente que enaltecer a un sujeto que mató a traición a su rey no es precisamente digno de otra cosa que del desprecio más absoluto, pero como ahora toca revisar la historia desde Adán a nuestros días, pues los bellacos y malsines medievales son metamorfoseados en héroes por lo que se ve. La frase final de la placa conmemorativa que vemos en la foto es un preclaro ejemplo de la estulticia de nuestra depravada clase política que, como el ladrón piensa que todos son de su condición, pues pone de honorable a un perro traidor. Dice así: "Con el reconocimiento eterno de los zamoranos". En muy poco se tienen los de Zamora para dedicar una placa a un personaje como Vellido Dolfos, digo yo.

En fin, así fue la historia... más o menos.

Ya'tá.

Hale, he dicho


Primer plano del sepulcro de Don Sancho en el que se lee la siguiente inscripción:
AQUÍ YACE EL REY DON SANCHO QUE MATARON SOBRE ZAMORA

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