domingo, 4 de noviembre de 2018

Curiosidades sevillanas: el Patín de las Damas


Puerta de la Almenilla o de la Barqueta. A la izquierda, en la muralla, se aprecian varias personas tomando el fresco en
el Patín de las Damas. El edificio que asoma a la derecha es el Real Monastario de San Clemente, fundado por
Fernando III tras apoderarse de la ciudad

Foto tomada el 20 de marzo de 1892 en la que se aprecia en toda su crudeza
lo que podía suponer una crecida del Guadalquivir. La imagen muestra el
puente de Triana que, en condiciones normales, debería dejar a la vista unos
cinco o seis metros de sus pilares. Los barcos que se ven a la derecha
pasaron por encima del puente durante el punto álgido de la crecida
Desde que el fenicio Melkart fundó Yspal a unos 15 kilómetros escasos del que en aquellos lejanos tiempos era el estuario del Guadalquivir- ahora está a unos 80 Km.- la trimilenaria ciudad ha vivido junto al río para lo bueno y lo malo como esos matrimonios que a ratos se llevan bien y a ratos se tiran los trastos a la cabeza pero que, en realidad, se quieren tanto que no pueden vivir el uno sin el otro. El caudaloso Betis, que ha hecho el extenso valle por donde transcurre una de las zonas más fértiles y deleitosas de la Península, ha sido un pésimo cónyuge de la urbe que lo lleva viendo correr junto a ella desde hace más de 30 siglos. De hecho, en cierto modo se podría decir que la historia de Sevilla ha transcurrido marcada por las crecidas que, con una regularidad irritantemente pertinaz, anegaban la ciudad año tras año con las consecuencias que podemos imaginar. La añeja muralla almohade sirvió muchas veces de muro de contención, sellándose las puertas con tablones embreados por los calafateadores de las atarazanas y apuntalando los colchones del vecindario para retrasar en lo posible la entrada de las aguas, lo que no siempre daba resultado. En casos así, la implacable fuerza del río derribaba cualquier obstáculo y entraba en la población como una tromba convirtiéndolo todo en una vorágine de agua cenagosa y gente intentando salvar la vida. Solo con la construcción de la dársena y el desvío y el soterramiento de los arroyos Tamargillo y Tagarete, alevosos cómplices de su hermano mayor, se pudo domeñar por fin la furia del Guadalquivir de forma que desde 1961 ya no hace falta tener en casa una barca o un flotador por si las moscas.  

En todo caso, en esta ocasión no vamos a dar cuenta con pelos y señales de las infaustas riadas que traían por la calle de la amargura tanto a la población como al cabildo, que no sabían qué hacer para solucionar de una puñetera vez aquella lacra que se repetía desde hacía siglos sin solución de continuidad, sino de un lugar que durante unos cuatrocientos años fue la vanguardia de la ciudad contra las crecidas del río y que, paradójicamente, está casi enterrado en el olvido de los hispalenses a pesar de que, generalmente, nos solemos ufanar de conocer los entresijos de nuestra ciudad desde el Big-Bang hasta ayer mismo. Así pues, acomódense y lean la curiosa historia del Patín de las Damas.

Bien, en primer lugar, sírvanse observar este plano de Sevilla. Sombreado en rojo tenemos lo que era la ciudad medieval encerrada de las murallas construidas en el siglo XI por el primer emir de la taifa de Ixbiliya Abū al-Qasim Muhammad ibn Ismail ibn AbbadAbū a secas para sus compadres y cuñados. En la imagen vemos además un círculo blanco que señala el extremo norte de la muralla, donde se encontraba la puerta de Vib Arragel, también llamada de la Almenilla y, posteriormente, de la Barqueta por ser el lugar donde se cogía la barca para cruzar el río en dirección a Santiponce y tomar el camino de Mérida. Es en ese lugar marcado con el círculo donde las aguas impactaban contra la muralla en cuanto la riada llegaba a Sevilla. El mapa sobre el que nos basamos data de 1839, por lo que el perímetro amurallado aún se conservaba intacto y nos permite apreciar el estrecho margen de orilla que quedaba libre en la zona que nos ocupa.

Ahora vemos ese otro plano. Es el mismo que el del párrafo anterior, pero en este caso vemos un trazado en gris que corresponde al curso aproximado del río en época romana. Desde la zona de la puerta de la Almenilla discurría hasta la Alameda de Hércules, y de allí a la calle Sierpes y la Plaza Nueva para volverse a unir al cauce actual más o menos por el centro del Arenal. ¿Que qué tiene que ver el curso del río en tiempos de los romanos con esta historia? Pues mucho, porque ese era el cauce natural del Guadalquivir antes de que lo cambiaran de sitio, como se lleva haciendo desde hace siglos. Para el que no lo sepa, el curso de nuestro caudaloso río ha sido mudado de emplazamiento más veces que el jarrón espantoso regalo de bodas que ya no sabemos dónde carajo ponerlo para que no insulte nuestro sentido del buen gusto y, por otro lado, que el que lo regaló compruebe que no ha ido a parar al contenedor de la basura. Así pues, la tendencia natural de las aguas de buscar su cauce madre era el motivo por el que la corriente empujaba contra ese punto que hemos señalado junto a la Barqueta. No era un meandro que, necesariamente, debía sufrir la erosión natural de la corriente, sino una mínima desviación que, sin prisa pero sin pausa y ayudada por un caudal poderoso iba devorando la margen del río hasta dejar prácticamente a la vista los cimientos de la muralla que, en teoría, eran la primera barrera defensiva en caso de crecida. Bien, estos dos detalles son la madre del cordero en esta historia, y no debemos olvidarlos para que en todo momento podamos tener una idea clara de la situación a lo largo del tiempo.

Foto tomada el 9 de marzo de 1892. Al fondo de ve Triana, con los barcos
literalmente encima de las viviendas y por la calle Betis solo paseaban
barbos y albures despistados
Según Ortiz de Zúñiga, ya en una época tan lejana como 1383, cuando Sevilla apenas llevaba 135 años en manos castellanas, se hizo patente que la fuerza de la corriente se había zampado literalmente todo el terreno que había entre la orilla y la muralla. Se reparó rellenando dicho espacio con tierra y cascotes, pero la impetuosa fuerza del río no tardó mucho en llevárselo todo por delante. No obstante, por aquellos años aquella zona era ya un lugar a extramuros por el que los vecinos gustaban de salir a pasear. La constante humedad había convertido la orilla en una frondosa alameda, un vergel al que la gente acudía para aliviarse de los calores estivales o disfrutar de la llegada de la primavera rodeado de verdor. Sin embargo, mientras los sevillanos se lo pasaban estupendamente dándose sus garbeos por allí, el Guadalquivir no cesaba de minar la orilla, arrastrando ingentes cantidades de la misma e incluso del fondo del cauce de forma que aquella parte era con diferencia la más profunda del río.

Una de las últimas fotos del puente de barcas que unía el arrabal trianero
con Sevilla ya que desapareció en 1852. Esta imagen nos permitirá hacernos
una idea de lo que eran las crecidas del Guadalquivir, que superaban con
creces varios metros de altura hasta salirse de madre
Los sedimentos que arrastraba la corriente eran depositados río abajo dando lugar a la aparición de islas que duraban unos años hasta que eran devoradas por las aguas cada vez que una inundación de las gordas arrasaba con todo. Sin embargo, a pesar del peligro latente el cabildo se limitaba a rellenar la parte desaparecida y reforzarla hundiendo cajones llenos de piedras que eran engullidos por el fondo limoso del cauce sin que surtieran los efectos deseados.  Puede que más de uno piense que este era un tema irrelevante que no tuvo más trascendencia que ver una orilla aparecer y desaparecer con el paso del tiempo, pero sus consecuencias fueron nefastas para Sevilla ya que estos sedimentos fueron los que disminuyeron progresivamente el calado del río, reduciendo su profundidad en la zona del Arenal, donde se encontraba el puerto, hasta el extremo de que los barcos más cargados de la cuenta o de más porte tenían que descargar sus mercancías en Coria del Río porque corrían el peligro de encallar. Eso supuso la pérdida del monopolio con el comercio de Indias que hizo a Sevilla la ciudad más próspera de España, siendo éste trasladado a Cádiz y dando lugar a un largo período de decadencia que se tardó muuuuuuuchos años en superar.

Puerta de San Juan. En primer término vemos el Husillo Real. Esta
puerta era el segundo coladero de agua cuando el río se ponía borde
El punto de inflexión llegó a raíz de la terrorífica riada de 1626, conocido como "el año del diluvio" y que sepultó literalmente toda la ciudad en agua durante un mes, desde primeros de enero de dicho año hasta el mes de febrero siguiente. La broma salió carísima, porque más de 3.000 casas se fueron al garete, mucha gente palmó ahogada sin haber tenido siquiera tiempo de ponerse a salvo y los daños alcanzaron un monto de cuatro millones de ducados, o sea, un fortunón de antología. ¿Y por dónde entró el agua antes de nada? Por la Puerta de la Almenilla, que estaba a nivel del suelo y que no encontró obstáculo alguno para colarse en la ciudad. Y mientras tanto, a pesar de que las puertas de Macarena, San Juan y las que daban al Arenal fueron selladas, fue inútil. Como no sería la cosa que, según el historiador, poeta y clérigo Rodrigo Caro, que la vivió en primera persona, "...viéronse los ratones y los gatos juntos en los tejados y azoteas sin ofenderse unos a otros". Como vemos, la cosa estuvo tela de chunga. 

Vista de la muralla desde el Aljarafe (c.1855) En el círculo blanco está
la puerta de la Almenilla y el Patín de las Damas. Para orientarnos, la
flecha blanca señala la torre de Don Fadrique, y la roja el hospital de
las Cinco Llagas
Cuando las aguas bajaron se pudo ver que la muralla había quedado muy dañada, como es lógico, y cuando se acometieron las obras para reparar los destrozos lo primero que se hizo fue modificar la Puerta de la Almenilla ya que, por su situación, era la vanguardia de la ciudad contra las crecidas. Así pues, se optó por elevarla sobre el nivel del terreno para retrasar en lo posible la entrada de las aguas. Según Ortiz de Zúñiga, "se levantó tanto la puerta  que su umbral bajo quedó donde estaba el alto de la antigua", por lo que hablamos de al menos cuatro metros de altura que se salvarían mediante una rampa, medida esta que, por cierto, también debió llevarse a cabo en la puerta Macarena si nos fijamos en la diferencia de nivel entre la puerta y el antemuro que aún se conserva de la cerca urbana. Pero no solo se elevó la altura de la puerta, sino que se llevaron a cabo una serie de obras para reforzar el espolón que formaba la muralla para resistir sin problemas el embate de la corriente.

Para ello se aprovechó uno de los muchos espacios vacíos tras la muralla que ya figuraba a finales del siglo XVI como Plaza de las Damas o de Vib-Arragel por el nombre de la antigua puerta árabe, un lugar de esparcimiento junto a la puerta de la Almenilla. Debemos tener en cuenta que el caserío de la ciudad no llegaba hasta las murallas, quedando muchas zonas vacías que se aprovechaban como huertos o, simplemente, como meros solares a la espera de que el crecimiento de la población los fuese llenando. Así pues, el cabildo aceptó el proyecto presentado por Diego Gómez y Juan Nieto por el cual se levantaría una muralla interior, siendo rellenado el espacio resultante con cascotes, tierra y cal derretida, formando una masa que, reforzada por contrafuertes, harían la muralla imposible de derribar por muy fuerte que viniera la corriente. Este espacio elevado formaba una azotea a la que se podía acceder mediante una escalera- luego se añadió otra más- que tomó el antiguo nombre del lugar: era el Patín de las Damas. Las obras concluyeron en 1628, y costaron 800.000 reales de vellón. En los gráficos inferiores lo veremos claramente.


En el plano de la izquierda vemos la zona en cuestión. Las flechas señalan tanto la puerta de la Almenilla como las direcciones donde estaban las puertas de San Juan y Macarena. Vemos así mismo el amplio espacio descrito como plaza o patio de las Damas, que tenía salida por la citada puerta de la Almenilla. A la derecha vemos las obras de refuerzo llevadas a cabo. En rojo tenemos el muro de contención con tres contrafuertes, y en marrón el relleno. Obsérvese el mínimo espacio que quedaba entre la muralla y el río en 1783, fecha en que se levantó el plano. De hecho, había épocas en que era intransitable para el tráfico rodado, teniendo que cruzar la ciudad para pasar de una parte a otra ya que el espacio disponible apenas dejaba pasar una o dos personas y, además, con bastante riesgo de que se desprendiera la orilla y se cayesen al agua. La cuestión es que, a pesar del considerable refuerzo de la muralla, este servía de bien poco si la corriente dejaba los cimientos de la misma a la vista con el consiguiente peligro de derrumbamiento. Unas décadas más tarde del "año del diluvio", antes de que acabara el siglo XVII, ya se apreciaba que "todo aquel contorno (el de la muralla) está muy endeble, comidos los cimientos, con muchos agujeros y pasadas", así que urgía llevar a cabo nuevas obras para impedir que la muralla se colapsara por completo.

Fragmento del plano de Olavide de 1771 que muestra la puerta de la
Almenilla marcada con un 8. En rojo vemos el espolón que formaba la
Torre del Gallinote, y sombreado en marrón el ínfimo espacio libre que
había en aquel momento para transitar en dirección a la Macarena
La cosa es que entre las inundaciones de 1684, que fue de tal envergadura que por menos de medio metro no rebosó el agua por encima del Patín, la de 1692 y 1693 toda la zona colindante a la puerta de la Almenilla estaba en tan mal estado que hubo que gastar millón y medio de reales para intentar frenar la imparable erosión del terreno. En 1695 se plantaron densas estacadas con martinetes que se reforzaron con cajones y barcas llenas de argamasa y piedras de gran tamaño traídas de las canteras de Alcalá de Guadaíra y viejos sillares romanos de Itálica, pero el puñetero río era insensible a todo. En 1718 se hundió una urca, también cargada de piedras y argamasa, y todos los años se recurría a las barcas que por su mal estado se desechaban del puente de Triana para, al igual que la urca, cargarlas de pedruscos y hundirlas ante la muralla. Pero ni barcas, ni urcas, ni leches. El río podía con todo, y la corriente era tan fuerte que en aquella zona se sondeó el cauce para comprobar perplejos que la profundidad era de más de 13 metros, casi el doble de la actual en el puerto.

Proyecto de Figueroa. En rojo vemos el muro de contención que impediría
socavar la orilla. A la izquierda vemos la muralla y el Patín
El primer proyecto verdaderamente riguroso a nivel técnico no llegó hasta 1738 de manos del arquitecto Matías de Figueroa, a la sazón Segundo Maestro de Obras de Sevilla, que propuso construir un muro de contención junto a la orilla en dirección descendente y que avanzaba hacia el centro del cauce. Este muro contaba con tres "dientes" orientados con unos ángulos determinados que harían disminuir la velocidad de la corriente, logrando con ello dos fines: uno, eliminar la erosión de la orilla, y dos, que con la disminución de la velocidad los sedimentos que arrastraba el agua se depositaran en el fondo, pasando así a rellenar y reforzar el mismo muro de contención. Dos años más tarde, Pedro Laviesca propuso un remedio similar a lo que ya se venía empleando anteriormente, o sea, hundir cajones con piedras y derretidos de cal reforzados con estacadas rellenas de escombros. Pero el cabildo no hizo mucho caso de estas propuestas, y se limitaron a seguir poniendo parches sin acabar de determinar una solución definitiva.

Proyecto de Martínez y los hermanos San Martín. En A está la puerta de
la Almenilla, y a la izquierda vemos una vista en sección del muro de
contención con el relleno que debía añadirse para dar anchura al paseo
fluvial. En E vemos solo delineada la silueta Torre del Gallinote que
debería ser demolida
En 1771, la erosión había hecho desaparecer casi por completo todo el tramo de orilla comprendido entre el Husillo Real, que desembocaba las aguas de la Alameda junto a la puerta de San Juan, hasta la puerta de la Almenilla, pudiendo apenas circular personas a pie por el mismo. Para solventarlo, en 1773 los arquitectos municipales José Martínez y los hermanos Pedro y Vicente San Martín propusieron construir un muro desde el Husillo Real hasta el Husillo del Taco, formando al final del mismo un pequeño espigón para desviar el agua sin que llegase al Patín. Este muro tendría forma dentada y correría paralelamente a la muralla. El espacio entre el muro y la orilla se rellenó de escombros, aumentando notablemente la anchura del espacio disponible entre la muralla y el río, y para facilitar el paso de vehículos se derribó la denominada Torre del Gallinote, el espolón que surgía del Patín en dirección al río. Para completar la obra se construyó una escalinata y una rampa que bajaban hasta el río, formando un embarcadero de fácil acceso para los que quisieran cruzar en dirección a Santiponce. Estas obras duraron hasta 1779.

Plano del embarcadero en el Sitio del Patín. A: Puerta de la Almenilla
F: Escalinata. R: Rampa
Estas reformas cambiaron por completo el paisaje de esa vapuleada zona a extramuros de la ciudad. En el espacio libre entre la puerta de San Juan y la de la Almenilla, que distaban unos 90 metros una de otra, se formó un agradable paseo fluvial bordeado con un pretil y en el que incluso se instalaron bancos para el personal y se plantaron árboles de sombra. Por lo agradable y deleitoso del entorno se le llamó Paseo de las Delicias, siendo así el germen del que actualmente conocemos aunque situado más al sur. Al norte del Patín se extendía una gran extensión de casi 3 Ha. de mimbres que se plantaron para reforzar el terreno, más una fértil haza de tierra propiedad de la ciudad. Junto al Husillo del Taco persistía un lavadero de lanas perteneciente al gremio de laneros que, por fin, no tuvieron que vivir acojonados pensando que cualquier día el río se lo llevaba por delante. Por su vecindad con la construcción que nos ocupa, este lugar pasó a denominarse "sitio del Patín" durante todo el tiempo que existió.  

Fragmento del plano de 1839 en el que se ve el muro de contención, el
Patín de las Damas y el embarcadero. Apenas 29 años más tarde toda
la muralla y las puertas que aparecen en ese plano desaparecerían
El sitio del Patín solucionó de forma definitiva el peligro de colapso de la muralla aunque, como sabemos, las riadas siguieron incordiando a base de bien hasta hace poco menos de 60 años. Sin embargo, tras tantos proyectos, remiendos y dinero invertidos poco se pudo disfrutar del lugar ya que en 1855 se aprobó la construcción de la primera estación de ferrocarril de Sevilla en la Plaza de Armas. Estas obras liquidaron el añejo barrio de Los Humeros, y las vías, que corrían paralelas a la muralla en dirección norte, cambiaron para siempre el entorno de esa parte a extramuros de Sevilla. La puerta de la Almenilla fue la primera en caer víctima de la "fiebre de la piqueta" en 1858, y con ella el Patín de las Damas que, según era costumbre, se llenaba de gente en las cálidas noches estivales de Sevilla para, conforme a nuestro carácter tendente al jolgorio, pasar las veladas en plena diversión sintiendo el frescor del cercano río. El terreno que ocupaban quedó expedito para trazar la calle Torneo, que correría paralela a las vías del ferrocarril hasta su traslado a la nueva estación de Santa Justa en el 92. En cualquier caso, los que tuvieron la dicha de conocerlo, coincidían en lo grato del lugar hasta el extremo de que Romero Murube afirmaba que solo el nombre le traía "recuerdos de música de minué".

El solar cochambroso. Lleva así qué se yo la de años sin que nadie se anime
a edificar, siendo como es un lugar privilegiado para vivir con el río justo
en frente a menos de 150 metros
En fin, dilectos lectores, espero que este relato les haya servido para conocer una de las partes más ignotas de nuestra egregia urbe. Así pues, cuando lleguen a la rotonda de Torneo con Resolana, ya saben que más o menos donde se conserva ese solar cochambroso haciendo esquina y que lleva la torta de años ocupando toda una manzana con las viviendas medio derruidas es donde estuvo el desconocido Patín de las Damas.

Y colorín colorado, la filípica ha terminado.

Hale, he dicho

Proyecto de Pedro Laviesca. Sombreado en amarillo vemos el extenso mimbreral destinado a contener la tierra. Las zonas
punteadas son las estacadas que, rellenas de escombros, ayudarían a frenar la corriente. En rojo está la puerta de la Almenilla, en azul la Torre del Gallinote, en verde el Husillo del Taco, y en fucsia el lavadero de lana. Los números que
se ven en el cauce corresponden a las profundidades sondeadas. Las medidas son en varas castellanas de 83 cm. de largo

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