sábado, 5 de enero de 2019

El Cañón de París


Cañón de París montado en el campo de tiro de la marina de Altenwalde. Su excesivo alcance impidió que las pruebas
se llevaran a cabo en el polígono de la Krupp en Meppen porque se quedaba corto para este monstruo

Dilectos lectores, el 2018 se fue al carajo. Pero lo horripilante es que parece que empezó ayer, así que miedo me da pensar cómo pasará de rápido el 2019 para, en un año más, empezar con la tercera década del siglo XXI. Bueno, ya sabemos que el tiempo es el enemigo inexorable del hombre y tal, así que ajo y agua. Me da la impresión de que ya he dicho algo parecido anteriormente, pero bueno, da lo mismo. Dicho esto, comencemos.

Terminando de montar un cañón al que aún no se le han colocado los tirantes
que lo mantienen alineado
Como anticipé antes de que el año que se acaba de ir al carajo se fuese al carajo, este 2019 lo iniciaríamos con la precuela del famoso Wilhelm-Geschütz que tanto dio que hablar en su día por sus increíbles prestaciones en lo referente a alcance, porque en lo tocante a poder destructivo obtuvo unos resultados un tanto birriosos pero, eso sí, acojonar acojonó enormemente al personal. En los comentarios derivados de la entrada anterior, varios lectores hicieron especial hincapié en la cuestionable utilidad de invertir el pastizal que debió costar sacar adelante este chisme para unos resultados tan magros pero, como iremos viendo, aparte de mostrar al mundo la superioridad tecnológica de los tedescos colijo que este descomunal cañón fue en realidad un primer paso que acabó en costalada debido al final de la contienda con la derrota alemana. Es más que posible que, de haber dispuesto de más tiempo, su creador, el profesor Rausenberger, habría podido desarrollar el proyecto obteniendo prestaciones cada vez más asombrosas y, posiblemente, un poder destructivo mucho más contundente que el inicial. 

Bertha Krupp, heredera del imperio metalúrgico, y su
marido, Gustav von Bohlen und Halbach, verdadero
artífice del encumbramiento de la empresa y principal
fautor del rearme alemán tras la guerra. Por concesión
especial del káiser se le permitió usar el ilustre apellido
de su cónyuge anteponiéndolo al suyo propio.
El Cañón de París no surgió de un repentino avenate neuronal de Rausenberger. Como ya podemos suponer, fue el resultado de un proceso iniciado mucho antes de su puesta en servicio. Concretamente, fue en 1914, cuando el imparable avance del ejército imperial permitió a sus mandamases acariciar la esperanza de alcanzar la costa gabacha (Dios maldiga al enano corso) y, desde allí, bombardear Dover, distante 34 km. de Calais, en la costa normanda. En los albores del conflicto, la artillería terrestre estaba basada en artillería de campaña y en artillería de sito, esta última compuesta por obuses de gran calibre y un alcance relativamente corto, de alrededor de los 15 km. y cuyo paradigma fue el mostruoso Gamma Gërat de 42 cm., un arma de solo 12 calibres de largo concebida inicialmente como pieza de artillería costera y, posteriormente, como obús de asedio para machacar literalmente los poderosos cinturones de fortificaciones que defendían la frontera enemiga. Pero para alcanzar distancias superiores era necesario disponer de una artillería de largo alcance que, en aquel momento, solo estaba en servicio en la marina a bordo de los poderosos acorazados y cruceros de la Kriegsmarine. Así pues, surgió la idea de emular a los nipones que, durante la Guerra Ruso-Japonesa, emplearon a fondo artillería naval contra las fortificaciones rusas en Port Arthur. 

38 cm. SK/L 45, más conocido como Langer Max, emplazado en una
posición que combina el trazado ferroviario con la Bettungsschiessgerüst,
una plataforma giratoria que también empleó el cañón de París
Y, como no, fue la omnipresente Krupp la que recibió el encargo de la Junta Naval de desarrollar un cañón capaz de dar un susto de muerte a los british (Dios maldiga a Nelson), acometiendo la empresa con eficiencia germánica para ofrecer en poco tiempo unos resultados bastante alentadores con un cañón naval de 380 mm. y 45 calibres de largo que disparaba un proyectil de 1.050 kg. con el que se obtuvieron distancias de hasta 43 km., superando los requerimientos de la marina para alcanzar Dover. Sin embargo, el ejército imperial no fue capaz de alcanzar la costa de Calais, por lo que se tuvieron que conformar con bombardear Dunkerque, Yprés, Nancy y Verdún. Pero mientras que este monstruo primigenio era emplazado en afustes fijos, se desarrolló un proyecto para adaptar otro cañón naval, en este caso de 355 mm. y 53 calibres de largo, como pieza de artillería ferroviaria, logrando colocar un proyectil de 325 kilos a 57 km. de distancia. Fue durante las pruebas con este tipo de cañones cuando descubrieron, como siempre de forma casual en casos así que, contrariamente a la teoría de que el alcance máximo se obtenía con un ángulo de elevación de 45º, se lograban alcances notablemente superiores entre los 50 y los 55º. El motivo lo descubrieron en seguida: al lograr ascender a una altura mucho mayor, alcanzando prácticamente la estratosfera donde el proyectil volaba en casi en el vacío o con una densidad del aire mínima, la fricción cuasi inexistente permitía llegar mucho más lejos. ¿Que por qué no se dieron cuenta antes, ya que estas piezas llevaban tiempo en servicio? Pues porque cuando estaban montadas en las casamatas de acero de los barcos de guerra su máxima elevación oscilaba entre los 20 y lo 3o grados. Evidentemente, el alcance era muy inferior, pero como un barco enemigo era un objetivo muy pequeño y los instrumentos de puntería y visión tampoco daban para distancias mayores, pues nadie cayó en la cuenta de que, en realidad, estos enormes cañones estaban siendo desaprovechados, bastándoles el hecho de que pudieran perforar las planchas de acero del casco o la cubierta de las naves enemigas llegado el caso.

Proyectil flecha moderno en el momento en que el sabot se desprende del
mismo. La Vo que alcanzan es escalofriante, y a pesar de su ínfimo calibre
traspasan la coraza frontal de un carro de combate como si fuera mantequilla
Y mientras el ejército imperial seguía arrollando todo lo que encontraba a su paso, París empezó a estar a una distancia cada vez más corta del frente de batalla, lo que hizo que, ya que no pudieron bombardear la costa británica, al menos pudieran arrasar un poco la capital del enemigo. Pero para ello haría falta disponer de una pieza capaz de ir aún más allá de los casi 60 km. alcanzados con el cañón naval de 355 mm., así que el profesor Rausenberger, el jefe del departamento de artillería de la Krupp, metió la sesera en la exprimidora para asacar un artefacto capaz de alcanzar una distancia mucho mayor. Aquí se presentó una disyuntiva entre las teorías de Rausenberger y las de su asistente y director técnico de su departamento, el profesor Otto von Eberhard. Este último estaba estudiando la posibilidad de usar el cañón L/52 de 355 mm. para disparar proyectiles sub-calibrados de 210 mm. envueltos en un sabot, o sea, una carcasa que contenía el proyectil para ajustarlo al calibre real del arma y que se desprendía nada más abandonar el cañón. El sabot permitía aumentar notablemente la carga de pólvora ya que el peso del proyectil era muy inferior, lo que se traducía en unas presiones en recámara mucho más bajas con un alcance mayor. Y como colijo que a más de uno esto le sonará a chino, abriremos un paréntesis para explicarlo.

Una de las plataformas giratorias en pleno montaje. Se instalaban sobre
una gruesa cama de hormigón para resistir el enorme peso de la pieza
Hay una serie de reglas fijas en balística. Una de ellas es que si un proyectil pesa X kilos, con una carga de X1 kilos logrará un alcance A con una presión en recámara P. Si aumentamos la carga, aumenta la presión, lo que puede llevar a picos insoportables para la resistencia del arma y hacerla explotar. Por lo tanto para aumentar la carga sin subir la presión solo queda una opción: reducir el peso del proyectil o emplear una pólvora de quemado más lento, pero esta última posibilidad no es válida para las piezas de artillería porque usan un tipo de pólvora diferente al de las armas portátiles. En resumen: para hacer que un cañón de calibre 355 mm. que dispara un proyectil de 325 kilos con un alcance de 57 km. duplique ese alcance solo cabe una posibilidad, reducir el calibre y, por ende, el peso, pudiendo así aumentar la carga de proyección obteniendo una presión en recámara similar. ¿Me he explicado? ¿No? Pues la jodimos, porque no sé como exponerlo de forma más básica. En todo caso, igual alguno de sus cuñados sabe algo del tema, aunque lo dudo. Sea como fuere, lo cierto es que los sabot ideados por von Eberhard son hoy de uso común en la artillería moderna, especialmente en la munición flecha que disparan los carros de combate armados con cañones de 120 mm.

A la izquierda vemos el SMS "Prinz Eitel Friedrich", hermano también
inacabado del "Ersatz Freya", junto al acorazado clase Bayern "Württenberg"
en el puerto de Hamburgo en 1920. Obsérvense los cuatro alojamientos
para las casamatas de la artillería principal prevista para las naves
Pero Rausenberger no acababa de ver claro lo de los proyectiles sub-calibrados, entre otras cosas porque eran algo tan novedoso que sus resultados estaban aún por ver. Así pues, se inclinó por aplicar su teoría, más conservadora por cierto, que consistía en aprovechar cañones de 355 mm. y recalibrarlos con cañas de 210 mm., disparando un proyectil de alrededor de 100 kilos con el que aseguraba podría alcanzar sin problemas los 100 km. Para ello, requirió a la Kriegsmarine que le fueran entregados los nueve cañones SK/L45 de 35 cm. que estaban destinados al Ersatz Freya, un crucero de batalla de la clase Mackensen que no se llegó a construir. Rausenberger presentó el proyecto al coronel Max Bauer, con el que tenía buena amistad y, además, era el jefe de la sección de artillería del estado mayor, el cual a su vez lo pasó al mariscal Hindenbrug y al general Ludendorff para su aprobación, la cual dependía en realidad del Reichmarineamt, ya que la marina era la dueña de los cañones. Finalmente se aprobó la cesión de los cañones con la condición de que fuesen servidos por personal de la armada. Recordaremos como en la entrada anterior se especificó que las tres unidades emplazadas en Mont-de-Joie fueron manejadas por un batallón de artillería naval al mando de un contralmirante. Así pues, con las bendiciones y parabienes de los mandamases, nació el Wilhelmmunternehmen, o sea, el Proyecto Wilhelm con el que se bautizó la empresa en honor al káiser y que acabaría generando el Wilhelm-Geschütz.

La criatura en pleno parto en los talleres de la Krupp
de Essen
Apenas iniciado el proyecto, en febrero de 1917 el general Ludendorff ordenó que el alcance del cañón debía ser de 120 km. en lugar de los 100 previstos inicialmente. La orden se basaba en que el ejército imperial llevaría a cabo una retirada hacia el nordeste de París, alejando el objetivo esos 20 km. de diferencia. Esta medida supuso tener que rehacer mogollón de cálculos, especialmente en lo tocante a la Vo del proyectil, que debía ser al menos de 1.600 m/seg. cuando en aquel momento se estaban moviendo en cifras que oscilaban entre los 940 y los 1.000 m/seg. Por otro lado, el diseño original se basaba en introducir en los cañones de 35 cm. una caña calibrada a 21 cm. de 21 metros de longitud. Para alargar el tiro 20 km. más era necesario aumentar la longitud hasta los 24 metros como mínimo para aprovechar al máximo los gases de la deflagración de la pólvora, pero las máquinas de estriar de la Krupp alcanzaban solo los 18 metros. La solución que dio Rausenberger fue añadir un tramo final de ánima lisa que sería unido al cañón de ánima rayada mediante una brida. Al parecer, se fabricaron extensiones de tres longitudes diferentes, 3, 6 y 12 metros, que podían intercambiarse para modificar el alcance. El resultado final fue un cañón de 34 metros de longitud compuesto por las siguientes partes: un metro del cierre, una recámara de 3 metros, un tramo estriado de 18 metros y una extensión de ánima lisa de 12 metros. 12+18+3+1=34, ¿no?

El cañón ya montado en un afuste naval listo para abrir fuego en el campo de
Altenwalde. Este tipo de afuste permitía girar, pero pivotando la parte
delantera mientras que la trasera rodaba por un raíl. Obsérvense los enormes
contrapesos de hierro colocados sobre la recámara para compensar la
enorme longitud del cañón, así como la estructura que lo sustenta
Pero los problemas técnicos no acababan ahí. Los cálculos hechos sobre la carga se fueron al garete y hubo que rehacerlos, aumentando la carga básica de 120 kilos hasta los 200 de carga máxima, lo que generaría un aumento de 1.000 atmósferas en recámara, 4.000 contra las 3.000 probadas hasta el momento. Y como guinda del pastel, mantener totalmente recto un tubo muy fino en relación a su longitud y que, encima, pesaba más que un mulo ahogado. Resultado: una caída de 90 mm. que se solventó con el característico armazón y los tirantes que sujetaban el cañón en toda su longitud. Para hacer las correcciones pertinentes se colocaba un instrumento óptico en la recámara y un cristal esmerilado en la boca del cañón. En dicho cristal aparecía un retículo en forma de cruz que debía coincidir en el instrumento trasero, lo que se conseguía tensando los tirantes de la estructura del cañón. Una vez que se lograba alinear ambas piezas se bloqueaban los tirantes. Cabe suponer que esta medición se llevaría a cabo con cierta frecuencia debido a las distorsiones surgidas a raíz del calentamiento de la pieza, pero no hay datos al respecto.

Y a toda esta serie de interminables problemas se sumaba uno más: la munición, cuyo diseño fue un verdadero alarde de ingenio, y más tras las primeras pruebas de tiro real en Altenwalde que resultaron un verdadero churro. Estas se llevaron a cabo entre el 23 y el 24 de julio de 1917, disparando en dirección suroeste en dirección a la isla de Borkum, una lugar de poco más de 30 km² en el archipiélago de las Frisias Orientales a una distancia aproximada de 130 km. del campo de tiro. Supongo que no apuntarían a la isla, porque estaba habitada por pescadores y, además, contaba con algunas instalaciones militares. Para empezar, el disparo inicial, efectuado con un proyectil inerte por si acaso, se llevó por delante la extensión de ánima lisa, que tuvo que ser sustituida porque la enorme presión la arrancó de cuajo. Una vez solventado el problema se realizaron dos disparos más que nunca se supo dónde leches fueron a parar. Un tercero, que tras recalcular carga y ángulo de tiro pensaban que alcanzaría los 76 km. se quedó en menos de 56. Los dos siguientes se volatilizaron, cayendo sus cachos a menos de 2 km. de distancia, y tras el magnífico estreno se comprobó que el desgaste del ánima había sido muy superior a lo esperado, aunque del tema del desgaste hablaremos más tarde. Como nadie sabía a qué podrían deberse tantos fallos decidieron enviar el cañón a la Krupp, en cuyo campo de tiro de Meppen, provisto de terraplenes de recuperación, podrían ver el estado de los proyectiles para investigar los errores.

Una vez que se recuperaron los cachos de los proyectiles disparados se vio claramente donde estaba el problema. Como vemos en el gráfico de la izquierda, era un modelo diseñado por Rausenberger provisto de una aguzadísima ojiva hueca ideada para mejorar de forma notable su aerodinamismo, ofreciendo una mínima resistencia al aire. Esta ojiva estaba atornillada a un cuerpo central que, a su vez, actuaba como tapón del cuerpo principal, donde iba la carga explosiva de TNT y la espoleta. Como vemos en el gráfico, las paredes de este cuerpo principal eran especialmente gruesas, de unos 5 cm., para que resistiera la enorme fricción que sufriría al recorrer el cañón, y de ahí el poco espacio disponible para los apenas 7,7 kilos de explosivo que almacenaba. Pero el problema estaba en que, como si se tratara de un proyectil convencional, solo estaba provisto de dos bandas de forzamiento de bronce que, como recordaremos, son unos anillos (lo habitual es que lleven solo uno) destinados a tomar las estrías que lo hacen girar y, al mismo tiempo, sellan dichas estrías para impedir que los gases de la deflagración de la pólvora adelanten al proyectil, creando una turbulencia al salir por la boca del cañón que influye notablemente en la trayectoria y, por ende, en la precisión. Y la cuestión es que, debido a las altas presiones, la enorme temperatura y la elevada velocidad que alcanzaba el proyectil a lo largo de su recorrido por la parte estriada del ánima, las bandas de forzamiento simplemente se fundían, o sea, que el resultado era una trayectoria errática incapaz de acertar a un mamut con sobrepeso a medio kilómetro de distancia.

Pero al problema de las bandas de forzamiento inservibles había que añadir otro, y era la transición del ánima rayada a la lisa, en cuyo momento, con las bandas de forzamiento prácticamente fundidas, los gases adelantaban al proyectil y creaban tales turbulencias que era imposible predecir su trayectoria. En resumidas cuentas, había que rediseñar totalmente el puñetero proyectil. Como era evidente que el bronce no valía, Rausenberger optó por mecanizar las estrías en dos resaltes de la misma carcasa, de forma que al introducir el proyectil en el cañón se alojasen directamente en el estriado del mismo. Al ser de acero, en teoría debían resistir todo el estrés consecuencia del disparo. Para sellarlo, ya que este material no era dúctil como el bronce, se empleó una banda de una aleación de asbestos y estaño. El modelo resultante lo tenemos en la figura A, donde apreciamos las dos bandas estriadas. El resultado fue otro fiasco porque el sellado era totalmente defectuoso, y aunque las estrías de las bandas de forzamiento resistían el roce las turbulencias que adelantaban al proyectil le producían la misma trayectoria errática del anterior. Una vez suprimido el asbestos se colocó tras la segunda banda estriada una banda de forzamiento de bronce cuya misión sería únicamente sellar las estrías, pero sin resultados satisfactorios porque se seguía fundiendo y con los gases colándose a través de las bandas estriadas de acero, sobre todo en el momento en que el proyectil pasaba del ánima rayada a la lisa. Esto tenía un efecto añadido, que era una notable pérdida de presión que repercutía negativamente en el alcance del arma.

En noviembre de 1917 y tras tropocientos cañonazos fallidos dieron por fin con la fórmula correcta. El problema de la toma de estrías quedaba solucionado con las dos bandas mecanizadas directamente en la carcasa, pero el paso del ánima rayada a la lisa fue, las cosas como son, un alarde de ingenio. En el instante en que el proyectil entraba en el extensor, el espacio vacío que quedaba tanto en las estrías de acero como en las bandas de forzamiento de bronce permitían el paso de los gases con las consabidas consecuencias: turbulencias, pérdida de presión y disminución de la velocidad, lo que se traducía en trayectoria errática y disminución del alcance. Había que idear pues la forma de que al pasar a la extensión de ánima lisa el sellado no se perdiera. Y para ello se diseñó el proyectil que vemos a la izquierda. ¿Qué es igual a los anteriores pero con una banda de forzamiento más? Sí, pero con truco. En este caso, las dos bandas de bronce estaban montadas sobre una hilera de muescas mecanizadas en sentido longitudinal, de forma que el interior de dichas bandas quedaba encajado en ellas. Al ser los senos donde se alojaban estas muescas de un tamaño mayor, esto les permitía un leve giro de forma que al pasar de una sección del cañón a la siguiente, las de bronce girarían lo justo para mantener el sellado cerrando el paso a los gases a través de las estrías de las bandas de acero. Veamos la secuencia del disparo para entenderlo mejor:

En el gráfico inferior podemos ver el proyectil a punto de pasar a la extensión de ánima lisa. Se aprecia la brida que une las dos partes del cañón, la rayada y la lisa, y la masa de gas incandescente empujando al proyectil. Las bandas de forzamiento de bronce mantienen selladas las estrías para que los gases no adelanten al proyectil. Observemos que las estrías de las bandas de bronce y las de acero están alineadas. No olvidemos este detalle porque es importante. Por último, la línea de puntos señala la "frontera" entre las dos secciones del cañón.


En el siguiente gráfico, las bandas delanteras acaban de pasar al extensor de ánima lisa. Es el momento clave que permite que el proyectil permanezca sellado. Apenas 50 mm. después de pasar al lado liso, la banda de bronce sufre un efecto de contragiro que, en realidad, significa que al tener cierta capacidad de movimiento se detiene por una fracción de segundo mientras que el proyectil sigue girando en el sentido horario. Observemos, tal como señala la flecha, que gira unos milímetros a la izquierda, interponiéndose delante del fondo de las estrías de la banda de acero. Al mismo tiempo, la banda trasera, que aún permanece alineada, permite el paso de gases hacia el centro del cuerpo principal del proyectil, pero sin dejarlos pasar de ahí ya que las bandas delanteras han sellado por completo el cañón.


Y, finalmente, las bandas traseras pasan al lado liso, teniendo lugar en la banda de bronce un efecto idéntico a la que le precede: ha girado en sentido contrario al reloj, sellando la parte trasera del proyectil. Solo queda un remanente de gas entre ambas bandas que no supone nada en términos de efectividad. El proyectil proseguirá su avance por los 12 metros de ánima lisa sin que ninguna turbulencia ni pérdida de presión afecte para nada su velocidad ni su trayectoria. Como vemos, un derroche de tecnología que pocos habrían sido capaces de solucionar.


Esta vez, los resultados fueron enteramente satisfactorios. Los primeros disparos alcanzaron sin problemas los 100 km. de distancia, llegando a los 126 con un aumento de la carga sin que se produjeran picos de presión. Según los ingenieros presentes en la prueba, ese día las condiciones atmosféricas no habían sido todo lo buenas que hubieran deseado porque, de ser así, afirmaban que podrían haber llegado incluso a los 130 km. 

Proyectil, carga suplementaria, carga principal y vaina
contenedora de un cañón de 21 cm. Obsérvese que la vaina
mide nada menos que 125 cm. de altura
Ya solo quedaba solventar el tema del enorme desgaste que sufría el ánima debido a las altísimas presiones y a la fricción. Recordemos que al cuarto disparo de la batería nº 1 de Mont-de-Joie ya se había comido casi 7 cm. de material, y que un oficial de balística debía ir midiendo el desgaste tras cada disparo. De hecho, el desgaste se traducía en dos efectos: uno, un aumento progresivo del calibre del cañón a medida que las estrías se iban desgastando, y otro, un desgaste en el comienzo de la recámara que, según detallamos en la entrada anterior, hacía que el valor de introducción del proyectil fuese aumentando de forma paulatina. Para hacernos una idea del desgaste tan bestial que sufrían estas armas basta compararlo con el de un cañón naval de 35 cm. en condiciones normales: mientras que este último tenía una vida operativa de unos 800 disparos- lo que ninguno llegaba a efectuar en toda una guerra y les daba prácticamente para toda la vida operativa del buque donde servían- el Cañón de París debía reemplazar la caña a los 60-70 disparos, momento en que debían ser enviados a la Krupp para sustituir las cañas desgastadas por otras nuevas. Pero, para no perder prestaciones mientras llegaba ese momento, el equipo de Rausenberger había creado un ingenioso sistema para ir compensando el progresivo desgaste del ánima que, no lo olvidemos, se dejaba sentir a partir de los 4 o 6 disparos. Para ello, la munición de cada cañón se producía en serie de 20 unidades secuenciales, y cada proyectil con un calibre determinado en función del nivel de desgaste que medía el oficial de balística tras cada disparo. Estos proyectiles iban debidamente numerados para saber en qué orden debían usarse, y en las tablas que vimos en la entrada anterior figuraba la carga que debía llevar cada uno junto a los demás datos de presión, temperatura, etc. que había que tener en cuenta por cada cañonazo que se daba. Todo estaba meticulosamente calculado, hasta el extremo de que los polvorines situados cerca de los emplazamientos en el frente se mantenían a una temperatura constante de 15º para que no se viese afectada la cantidad de pólvora necesaria para cada nuevo disparo.

Aspecto actual de uno de los emplazamientos, que a este paso aún durará
posiblemente varios siglos antes de que el tiempo y la vegetación lo destruya
A partir de aquí hay que retomar la entrada anterior, cuando en el verano de 1917 se envió a un grupo de observadores del Oberste Heeresleitung en busca del lugar más adecuado para emplazar los tres primeros cañones, que empezaron a batir la capital gabacha el 23 de marzo del año siguiente. Rausenberger afirmaba que podría haber reconvertido varios cañones más para mantener París bajo fuego artillero durante un año entero, e incluso se estaba proyectando una extensión de ánima lisa de 15 metros que habrían permitido alargar el tiro hasta los 142 km., con lo que podrían haber bombardeado Londres desde las costas de Calais llegado el caso. Por otro lado, también se estaba estudiando un nuevo proyectil que sustituyera el de 210 mm., cuyos efectos eran poco más que psicológicos, por uno de 305 mm. de 300 kilos y un alcance de 170 km. Pero, como ya sabemos, el término de la guerra puso fin a toda esta serie de proyectos. 

El cañón en su posición más elevada
Los cañones en servicio fueron rápidamente enviados a Alemania, donde fueron fundidos para no dejar ni rastro de ellos. Las cañas de repuesto disponibles también fueron reducidas a virutas, y con ellas toda la documentación habida y por haber para que nada pudiera llegar a manos de los aliados, que por cierto ofrecían jugosas recompensas a los que facilitaran información sobre el Cañón de París. Incluso se prohibió por parte del gobierno alemán la publicación de las memorias de Rausenberger cuando este palmó en 1926, si bien hubo personal del equipo técnico que pasó cantidad de información al coronel yankee Henry Miller, que en 1930 publicó en Londres el único libro sobre esta peculiar arma. Los tedescos que se fueron de la lengua fueron procesados por un tribunal de Leipzig y les metieron un paquete de aúpa por boquiflojos, pero colijo que el tal Miller debió untarles a base de bien para que soltaran información. No fue hasta 1988 cuando el ingeniero canadiense Gerald Bull pudo hacerse con las memorias inéditas de Rausenberger y publicar otro libro al respecto. Por cierto que este personaje, que al parecer colaboró con el extinto Sadam Hussein, fue liquidado por el Mosad por ser amiguito del siniestro dictador iraquí. Las amistades peligrosas, ya se sabe...

Cañón ya montado en la posición de Mont-de-Joie. Obsérvese el cuidadoso
camuflaje a base de vegetación al que se añadían redes llegado el caso
Bien, así se gestó el controvertido Cañón de París, cuya vida operativa fue de apenas unos meses, desde finales de marzo de 1918 hasta el Armisticio, disparando un total de 393 proyectiles, todos sobre París. Y como ya me he enrollado bastante por hoy, dejaremos para otro día las acciones en las que intervino y una serie de conclusiones finales acerca de su dudosa relación costo/eficacia. Sea como fuere, lo cierto es que fue un reto que en la época en que tuvo lugar dejó claro a todo el mundo que la capacidad tecnológica de los tedescos estaba muy por encima de la que disponían los Aliados. Hoy sabemos que la aviación resultaba mucho más eficaz en todos los sentidos, pero desconocemos hasta dónde podrían haber llegado disparando cañones que igual podrían poner un proyectil de varios cientos de kilos a 200 km. por detrás de las líneas enemigas, que no es moco de pavo.

Bueno, con esto concluimos. El 2019 queda oficialmente inaugurado, amén de los amenes.

Hale, he dicho

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Espléndida foto que nos permite apreciar con todo detalle el cañón montado sobre una plataforma giratoria. 

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