miércoles, 24 de abril de 2019

FLAKTÜRME. El origen


Gefechtsturm I Tiergarten de Berlín en plena guerra. En sus esquinas se ven los emplazamientos para baterías dobles de
12'8 cm., y en los aleros inferiores baterías de 2 cm.

Göring chorreando seguridad en sí mismo nada más ser nombrado
comandante en jefe de la Luftwaffe. A su izquierda aparece Gustav
Krupp, uno de los artífices, sino el principal, del rearme alemán
La madrugada del 25 de agosto de 1940 el orondo y fanfarrón ciudadano Göring se llevó el disgusto más grande de su vida. La promesa que le había hecho al ciudadano Adolf asegurándole que ni un solo avión británico (Dios maldiga a Nelson) lograría lanzar una bomba sobre Berlín acababa de irse al garete. Estaba claro que la supremacía aérea tedesca necesaria para llevar a cabo la operación Seelöwe que permitiría invadir la isla ya no estaba nada clara, y que lo verdaderamente claro es que los british habían logrado alcanzar nada menos que el corazón del Reich, Berlín. Churchill, muy cabreado porque las bombas alemanas habían alcanzado por error a la población civil de Londres ordenó llevar a cabo sin dilación una acción de represalia, la cual se consumó apenas 24 horas más tarde. Para colmo, Göring, en uno de sus avenates, había proclamado en plan desafiante que si una sola bomba caía sobre territorio tedesco dejaría de usar su apellido y que todos podrían llamarle Meyer. De hecho, tras aquel nefasto día hasta hubo gente que le echó valor y, cuando se cruzaban con su fastuoso Mercedes descubierto, lo llamaban por ese apellido con evidente mala uva. "Auf wiedersehen, herr Meyer!", le decían, lo que imagino que a semejante personaje le provocaría severos ataques de ansiedad. Para alguien como el inefable Hermann tener que enfundársela por obra y gracia de su innata soberbia debió ser tan crispante como la bronca que le echaría el ciudadano Adolf, que lo corrió a collejas por toda la cancillería preguntándole cómo leches iba a invadir la puñetera isla si la RAF que se había comprometido a destruir no solo estaba vivita y coleando, sino que hasta osaban descargar mogollón de bombas sobre las azoteas berlinesas. 

Cañón de 8'8 cm., el corazón de la artillería
antiaérea alemana. Las anillas pintadas en el tubo
corresponden a los aparatos enemigos abatidos
Era pues obvio que la aparentemente invencible Luftwaffe no solo no era invencible, sino que en modo alguno podía detener las incursiones británicas, y posteriormente yankees a raíz de la entrada en guerra de los antiguos súbditos del gracioso de su majestad tras el bombardeo de Pearl Harbor. Y ya que la Luftwaffe no podía impedir con todas las garantías la defensa del suelo patrio, no quedaba más remedio que sembrar de artillería antiaérea el espacio que había entre las costas de la Francia ocupada, Bélgica, Holanda y Dinamarca, además del territorio nacional. 

Originariamente, la artillería antiaérea dependía del ejército ya que durante la Gran Guerra la aviación aliada se preocupaba de destruir objetivos militares, por lo que su cometido era precisamente defender las instalaciones que podían ser objeto de una agresión: almacenes, acuartelamientos, nudos ferroviarios, etc. Pero cuando el ciudadano Adolf mandó a hacer puñetas el Tratado de Versalles y creó la Luftwaffe en 1935, el inefable Göring, como comandante supremo de la nueva arma aérea tedesca, logró hacerse con el control de la artillería destinada a proteger tanto a personas como territorios de todo lo que viniera desde el cielo. Fueron precisamente las experiencias adquiridas durante nuestra guerra civil las que sirvieron como punto de partida para concebir un extenso plan de defensa de Alemania con la compra inicial de alrededor de 1.900 unidades del archifamoso Flak 36 (hubo varias versiones) de 8'8 cm., indudablemente una de las mejores piezas de artillería que se han fabricado en la historia. Como complemento y para batir aparatos que volasen a baja alturas se adquirieron igualmente cañones de 37 y 20 mm., estos últimos incluso formando baterías a base de montajes cuádruples que desplegaban una potencia de fuego pavorosa. En septiembre de 1939, cuando estalló el conflicto, la Luftwaffe disponía de la friolera de 2.628 piezas de grueso calibre entre cañones de 10'5 y 8'8 cm. 

Bombardeo alemán sobre los muelles y las instalaciones portuarias del
Támesis, en Londres. Un error hizo que varias bombas cayeran sobre
objetivos civiles, lo que produjo la inmediata reacción británica a pesar
de las disculpas enviadas por los tedescos. Qué chorrada pedir perdón en
plena guerra por matar al que no debías, ¿no?
Cuando el error, voluntario o no, del bombardeo tedesco del 24 de agosto de 1940 abrió la Caja de Pandora y los ataques sobre objetivos civiles fueron la tónica habitual hasta el final de la contienda, Alemania dispuso solo en su territorio una poderosa fuerza antiaérea compuesta por nada menos que 537 baterías pesadas y  395 ligeras más 138 reflectores para ponerles las peras a cuarto a los bombardeos de la RAF que intentasen penetrar en el Reich. Pero la cosa es que penetraron, y entre ambos bandos se inició una feroz y despiadada competencia por ver quién destruía y mataba a más gente, y cuando los apacibles paseos aéreos prometidos por Göring se vieron relegados a la condición de utopía quedó demostrado que era necesario, no solo establecer barreras para ir diezmando los efectivos de las oleadas de bombardeos enemigos a medida que avanzaban en dirección a Alemania, sino defender las ciudades. Y defender las ciudades implicaba construir refugios para sus habitantes, hospitales donde atender a los heridos e incluso lugares seguros donde depositar cualquier cosa importante, desde los fondos de un museo a los archivos de la policía, la Gestapo y hasta los del registro civil y los juzgados. Un bomba incendiaria en el archivo de cualquier organismo oficial ya supondría una avalancha de problemas, y más en una gente que sin un papel con un sello estampado no podían ir ni al excusado.

Como se ve, lo de las espuelas no va de coña, El inefable Hermann
aprovechaba la mínima ocasión para ponérselas aunque fuese para pasar
un fin de semana con el ciudadano Adolf en su refugio de caza bávaro
o para presidir una parada militar junto a su odiado Heini
Bien, con estos sucintos datos creo que será suficiente para ver que, apenas comenzar el conflicto, las cosas no eran ni remotamente como el ciudadano Adolf había imaginado. Ciertamente, el ejército había cumplido la parte que le tocaba arrollando en cuestión de semanas a polacos, gabachos (Dios maldiga al enano corso), había echado al mar al BEF enviado por el gracioso de su majestad en Dunquerque, y simplemente había vaporizado al resto de los enemigos que les hicieron frente en Bélgica, Holanda, Dinamarca y Noruega. Pero la Luftwaffe del inefable Hermann, clave para alcanzar una victoria rotunda que sobre el papel parecía cuasi infalible, falló estrepitosamente, el personal se cachondeaba sin piedad del fatuo pseudo-Meyer y hasta tuvieron que retocar una serie de fotos oficiales en las que aparecía el vanidoso Reichsmarschall posando, de palique con el ciudadano Adolf, en saraos del partido o pasando revista a sus tropas con su extensa pechera cuajada de medallas y, motivo de evidente mofa y befa, con sus lustrosas botas calzadas con espuelas. Era evidente que a un aviador no le hacían falta para nada unas espuelas, pero Göring era capaz de ponerse hasta un almófar de malla bajo la gorra de plato si lo dejaban.

Bocetos realizados personalmente por Hitler. Como se verá, fueron tomados
literalmente al pie de la letra
La solución o, al menos, el intento para proteger a las urbes más importantes del Reich surgió del magín del ciudadano Adolf que, a cada cual lo suyo, de vez en cuando tenía ideas bastante acertadas. De su propia mano salieron los bocetos que mostró a su amantísimo arquitecto y ministro de Armamento Albert Speer y que, básicamente, eran una réplica cuasi exacta morfológicamente hablando de un castillo medieval, pero a lo bestia. Unas descomunales fortificaciones de acero y hormigón destinadas a ser el emplazamiento de las defensas antiaéreas de Berlín y otras poblaciones y que, además, por su enorme capacidad interior podían dar cabida a miles de probos ciudadanos aterrorizados por las bombas de la RAF además de, como comentábamos anteriormente, como almacén para todo tipo de objetos valiosos, hospitales, archivos, etc. Eran las que se conocieron como Flaktürme, torres antiaéreas, verdaderos nidos armados hasta los dientes de cañones pesados y ligeros capaces de disparar miles de proyectiles por minuto para escabechar bonitamente a los Avro Lancaster y los Short Strirling cuando les hacían la visita nocturna de rigor y, a partir de la entrada en guerra de los yankees, de los B-17 y B-24, que en este caso actuaban de día porque decían que eso de sacar a la gente de sus piltras a bombazos era una falta de consideración. Así pues, ambos aliados se repartieron el horario: los yankees de día y los british, que a pesar de ir de educaditos por la vida han sido siempre unos bordes, atacaban de noche, con nocturnidad y alevosía, como corresponde a una raza de piratas.

En resumen y para terminar esta introducción, como creo que las Flaktürme son un tema bastante desconocido por lo general, colijo que no estaría mal dedicarles, como hemos hecho con los Negrillos, una pequeña monografía para conocer los entresijos de estas formidables fortificaciones. Además, dudo que formen parte de la lista de documentales visionados por los cuñados más odiosos, así que con lo que iremos viendo tendremos un arma más para chincharlos de forma inmisericorde. Bien, al grano...

Hitler literalmente embobado ante los fastuosos y germánicos diseños que
le muestra Speer. Basta ver la expresión del Führer para corroborar que
está flipando en colores ante su futura Germania
El 9 de septiembre de 1940, el ciudadano Adolf echó mano a su lápiz y llevó a cabo una serie de bocetos que, como dijimos antes, eran de clara inspiración medievalesca, quizás debido a sus tiempos en que se ganaba las salchichas y el sauerkraut con sus acuarelas sobre monumentos y castillos bávaros en Munich antes del comienzo de la Gran Guerra.  En principio, la idea era proteger ante todo tres ciudades que consideraba de máxima relevancia: Berlín, la capital del Reich, Hamburgo, cuyo puerto interior era imprescindible para Alemania, y Viena, capital de su país natal y cuyo legado artístico y cultural consideraba que había que defenderse a ultranza. Apenas una semana más tarde ya había convocado a Speer para mostrarle su proyecto y, como no, pedirle consejo al que, además de ministro, era Inspector General de Construcción de la Capital del Reich. Pero Speer se inclinaba más por diseñar fastuosos monumentos, palacios, arcos triunfales, cancillerías y maravillosos edificios que albergasen en un futuro los más apabullantes museos y centros culturales del mundo en la hipotética Germania, la Welthauptstadt Germania, que convertiría a Berlín en la nueva capital del mundo mundial y que asombraría hasta los marcianos que nos invadieran cualquier día. 


Friedrich Tamms (1904-1980), el artífice de las
Flaktürme
Así pues, Speer le pasó la patata caliente a Fritz Todt, un talentoso ingeniero que dirigía la conocida organización bautizada con su apellido y que, siendo parte del ministerio de Armamento, dependía de Speer para todo lo concerniente a la construcción de obras,  por lo general de tipo militar. Ambos acordaron que el hombre indicado para llevar a cabo el faraónico proyecto del ciudadano Adolf era Friedrich Tamms, uno de los mejores arquitectos de Alemania que, entre otros proyectos famosos, intervino en la construcción de varios puentes de Berlín y de las en aquel momento punteras en el mundo Autobahn, las magníficas autopistas que eran la envidia planetaria y que, además de estar pensadas para que los probos tedescos circularan en sus Volkswagen, pudieran ser usadas como pistas de aterrizaje en caso de guerra. Tamms tomó buena nota de lo que quería el Führer enviado por Dios a la Gran Alemania y se puso manos a la obra para ofrecerle una serie de diseños que, estaba seguro, pondrían sumamente contentito al ciudadano Adolf siendo como era un apasionado amante de los edificios que glorificasen hasta el paroxismo la grandeza del espíritu germánico.


Montaje cuádruple de Flak 30/38 de 2 cm. Estos chismes eran letales contra
aviones que volasen a baja cota
El proyecto inicial contemplaba la construcción de tres sistemas de fortificaciones en cada una de las ciudades antes mencionadas de forma que formasen un triángulo que cubriese la zona central de cada población, donde estaban los edificios más importantes. En el caso de Hamburgo incluirían la zona portuaria por razones obvias. A fin de que la onda expansiva de toda la artillería de cada torre no produjera interferencias en los radares que debían dirigir el tiro se decidió construir las torres por parejas, es decir, cada Gefechtsturm o G-Turm, torre de combate, estaría emparejada con su correspondiente Leitturm o L-Turm, torre de mando, separadas en algunos casos hasta 400 metros una de la otra y conectadas entre ellas por un cable telefónico para transmitir las órdenes oportunas. Con todo, las L-Turm no estaban indefensas sino que también disponían de emplazamientos para artillería ligera situados a una cota inferior, mientras que las antenas de radar podían retraerse y quedar ocultas bajo una cúpula de hormigón.

Debido al descomunal peso que alcanzaría cada una de estas torres, una vez elegidos los emplazamientos de las mismas hubo que hacer las debidas prospecciones para comprobar si el terreno era adecuado para soportar aquellas moles, para lo cual se usó el Schwerbelastungskörper, una enorme losa de hormigón de nada menos que 12.650 toneladas diseñada en su día por Speer para la construcción de un descomunal arco del triunfo en la utópica Germania. Para hacernos una idea de cuánto significa ese peso, el portaaviones Príncipe de Asturias pesa en vacío 13.400 toneladas. Naturalmente, las primeras Flaktürme se construyeron en la capital, como no podía ser menos. 


Se construyeron tres tipos diferentes de G-Turm que, a su vez, diferían de unas a otras dentro del mismo tipo. De las ocho que se construyeron en total, cuatro pertenecían al Bauart I (Tipo  I), dos al Bauart II  y otras tantas al Bauart III . Todas estaban provistas en sus azoteas de grúas para poder subir los cañones, y según las especificaciones dadas por la Luftwaffe, la distancia entre las baterías debía ser de entre 50 y 70 metros. Como podemos apreciar, los tres tipos disponían de cuatro emplazamientos para baterías de grueso calibre cuyas piezas se fueron modificando a lo largo del tiempo. Luego, en una cota inferior, vemos lo que llamaban "nidos de golondrinas", donde se emplazaban piezas de artillería ligera a base de cañones de 37 mm. y, sobre todo, baterías cuádruples de cañones de 20 mm. 

Göring supervisando la G-Trum I Tiergarten. Al parecer, cuando se anunciaba
su visita se sustituía la munición real de los cañones por la de prácticas
porque este peculiar personaje tenía la incurable tendencia a empezar a
toquetearlo todo y a accionar todos los mandos de cada pieza, por lo que
podría producirse algún disparo accidental de imprevisibles consecuencias
En sucesivos artículos iremos estudiando con detalle las torres, tanto de combate como de mando, de las tres ciudades en las que se construyeron pero, para irnos haciendo una idea de las dimensiones de estos edificios podemos comentar que la primera que se construyó, la G-Turm I Tiergarten (jardín zoológico, por su emplazamiento en Berlín), tenía unas medidas de 70'5 70'5 metros en la base y una altura de 35 metros. Sus muros exteriores tenían un grosor de 2'5 metros que se iban adelgazando por la parte superior hasta quedarse en "solo" 2 metros. El techo tenía 3 metros de espesor, y estaba fabricado a prueba de bombas. En su interior había cabida para 8 plantas, y disponía tanto de generadores de electricidad como de cisternas para que no faltase la provisión de agua. El costo de esta torre y su pareja, al igual que el resto de sus hermanas, rondaba los 24 millones de marcos, y estas dos primeras Flaktürme se edificaron en un tiempo rércord: se comenzaron en octubre de 1940 y en abril del año siguiente ya estaban listas para entrar en acción. Su capacidad como refugio antiaéreo era para 8.000 personas, pero hay constancia de que llegaron a meterse dentro hasta 30.000. O sea, más que la población de una ciudad como Carmona, que es un pueblo de la provincia de Sevilla con unos 28.500 habitantes. Imagino que estarían como arenques, pero bueno, mejor eso que ser vaporizado por las tormentas de fuego que desencadenaban los aliados bajo la batuta del psicótico de Harris.

Una de las torres en construcción. Obsérvese la densidad de las varillas de
acero corrugado que dan consistencia al conjunto. Casi se puede decir
que sobra el hormigón
A modo de conclusión, las cantidades de materiales empleados creo que serán la mejor muestra del enorme esfuerzo que supuso construir este primer par de torres y, por supuesto, las siete parejas que vinieron después. Ojo al dato: 120.000 toneladas de arena, 78.000 toneladas de grava, 35.000 toneladas de cemento, 9.500 toneladas de hierro y 15.000 m³ de madera para encofrados y andamios. Se calculó que el peso de la G-Turm oscilaba por las 190.000 toneladas, que para compararlas con algo podemos usar el acorazado japonés Yamato, el buque de guerra más grande de la 2ª Guerra Mundial, que desplazaba en orden de combate "apenas" 72.800. O sea, que la G-Turm I Tiergarten pesaba como 2'5 Yamatos petados de munición, combustible, tripulantes y sushi para todos. Acojona, ¿que no?

Bueno, con esto terminamos de momento. Como hemos podido ver, estos descomunales edificios, no por sus dimensiones en sí mismas ya que los hay mucho más grandes, sino por su masa y los materiales empleados en su construcción, son algo digno de conocer más a fondo. Cuando terminó la guerra se intentaron demoler a base de meterle toneladas de explosivos sin que se lograra acabar con ellas a la primera, y en algunos casos es que ni se agrietaron. Otras fueron respetadas y actualmente reciben los usos más variopintos, pero de eso ya iremos hablando poco a poco. 

Güeno, s'acabó.

Hale, he dicho

G-Turm IV Heiligengeistfeld, Hamburgo, durante su construcción en el verano de 1942

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