martes, 15 de octubre de 2019

El T-26 en España 1ª parte



Dos T-26 de la Grupo Aranjuez durante la defensa de Madrid en 1936

Hace unos meses se dedicó una monografía a la llegada de los PzKpfw I, Negrillos para los amigos, procedentes de Alemania como parte de la ayuda que el ciudadano Adolf prestó a la causa nacional. Obviamente, el gobierno de la república también tuvo quien le prestara auxilio, inicialmente los gabachos (Dios maldiga al enano corso) que a medida que avanzaba el conflicto empezaron a hacerse los locos y, ante todo, el padrecito Iósif, al que eso de tener como satélite un país geoestratético de primera clase como España le producía más sueños húmedos que mandar a cien mil "enemigos del pueblo" a Kolimá a reventar a cámara superlenta. Dentro del amplio surtido de armas que envió a sus conmilitones hispánicos se incluyó una generosa contribución en carros de combate, material este de los que la España de la época no es que estuviese un poco atrasada, es que estaba en el Neolítico. Y no por falta de medios, sino simplemente porque nuestros violentos cambios de impresiones con los rifeños no hacían necesario el empleo de esas máquinas o, al menos, así lo consideraban los mandamases africanistas del momento. 


Pak 35/36 de 37 mm. manejado por dos artilleros del ejército nacional.
Estos pequeños cañones causaron verdaderos estragos entre los carros rusos
Nuestro parque acorazado se limitaba a unos cuantos Renault FT, media docena de Schneider y algunos engendros denominados como "camiones protegidos" que no eran más que eso: chasis de camiones recubiertos de chapa gorda y armados con algunas ametralladoras. En fin, una birria de fuerza acorazada. Como ya avanzamos en la monografía dedicada a los Negrillos, la llegada del T-26 resultó un poco inquietante porque superaba con creces al material acorazado enviado por el ciudadano Adolf y el inefable Benito. Les daba veinte vueltas en potencia de fuego, y podían ofenderlos a gran distancia mientras que los Negrillos y los CV italianos no les hacían ni cosquillas con sus ametralladoras. Los tripulantes de los T-26 solo temían a los eficaces Pak 37 enviados por los tedescos, que los artilleros nacionales manejaban con preocupante destreza. En resumen y por no alargarme más en el introito, ya que en su día se habló largo y tendido de los carros tedescos, qué menos que hacer lo propio con el principal protagonista enviado por los bolcheviques y que era en aquel tiempo su joya de la corona, el T-26. Procedamos pues.

Ese curioso chisme que vemos a la derecha es el padre del T-26. Se trata del Vickers de 6 Tm. o también denominado como Mark E, un carro ligero desarrollado por la firma Vickers-Armstrong que, allá por los años 20, se dedicaba a producir carros de combate no solo para suministrar al ejército británico (Dios maldiga a Nelson), sino a todo aquel que se presentase en su oficina de ventas con un cheque lleno de ceros. Como ya sabemos, el carro de combate fue el arma revelación de la Gran Guerra, y tras la que en teoría sería la "última guerra de la historia" (me da la risa floja), todo el mundo estaba interesado en adquirir estas máquinas tan eficaces. El Mark E que nos ocupa salió al mercado concretamente en 1928, y era ofrecido como "la mejor combinación posible de potencia de fuego, movilidad y protección" considerando que el empleo táctico de los carros de combate de la época consistía en abrir paso a la infantería que les seguía inmediatamente detrás. Se fabricaron inicialmente dos prototipos, el modelo A de dos torretas armadas con sendas ametralladoras y el modelo B, con una sola torreta y un cañón corto de 47 mm. Al modelo A lo denominaban como "trench sweeper" que podríamos traducir como "barre-trincheras", y no en sentido figurado, sino real. La idea consistía en que, una vez alcanzadas las posiciones enemigas, el carro se detendría sobre la trinchera (su longitud le permitía quedar detenido sobre la zanja), y en ese momento giraría sus torretas a izquierda y derecha, barriéndolas con fuego de ametralladora para invitar amablemente a sus ocupantes a desalojarlas de inmediato.

Vista lateral y trasera de un T-19 desprovisto de armamento.
Ginzburg había puesto especial interés en el desarrollo de
este engendro que, además, era carisimo
El motivo del interés del padrecito Iósif por este vehículo tan simpático era debido a un ambicioso proyecto que pretendía convertir el Ejército Rojo es un ejército moderno y, sobre todo, ampliamente mecanizado. Para ello aspiraban a valerse de construcción de vehículos bajo licencia, como el Renault NC- una versión mejorada del FT denominada en Rusia como T-19-, tanquetas K-25 suministradas por la Carden-Lloyd y carros T-24 hasta completar un total de nada menos que 6.970 carros de combate entre los años 1931 y 1933, una cifra asombrosa si tenemos en cuenta que la producción mundial de estas máquinas por aquella época no llegó al millar de unidades. Pero llevar a cabo semejante proyecto no era nada fácil en un país en el que los estándares de producción estaban a años luz del resto de Europa, sus ingenieros no estaban al tanto de los últimos avances y, lo que era peor, el estado de incertidumbre, cuando no verdadero miedo, a que por cualquier fallo chorra o por un diseño defectuoso acabase uno siendo visitado de madrugada por agentes de la GPU para recibir un tiro en la nuca en los sótanos de Lubianka o ser enviado a paso ligero a un gulag. Trabajar sintiendo en la nuca la gélida mirada de los esbirros de Guénrij Grigórievich Yagoda no era precisamente la mejor forma de estimular la creatividad del personal, que sabían que se la estaban jugando cada vez que se sentaban ante la mesa de proyectos.


Asumiendo que no se podían pedir peras al olmo, en 1929 se formó una comisión para visitar diversas firmas europeas y yankees para adquirir licencias de fabricación de los vehículos que más les interesasen o se ajustaran a su ambicioso proyecto. Dicha comisión estaba encabezada por Innokentiy  Andreyevich Khalepskiy (foto de la izquierda), jefe del Departamento de Mecanización y Motorización del Ejército Rojo, y por el ingeniero y diseñador Semyon Alexandrovich Ginzburg (foto de la derecha) que, como no podía ser menos acabaron fatal, los pobres. Khalepskiy fue víctima de la Gran Purga de 1937 ordenada por el paranoico del padrecito Iósif, siendo declarado enemigo del pueblo en noviembre de ese año, detenido a pesar de haber sido galardonado con la Orden de Lenin y ejecutado en julio de 1938 Campo de fusilamiento de Kommunarka tras apretarle las clavijas hasta el extremo de que delató a un centenar de colaboradores incluyendo a sus cuñados como supuestos implicados en el pseudo-complot imaginado por el padrecito Iósif. A Ginzburg no le fue mucho mejor. Su trabajo fue puesto en entredicho, sobre todo la calidad de su postrera creación, el auto-propulsado SU-76, por lo que fue enviado al frente como oficial técnico de la 32º brigada acorazada para que tuviera una muerte heroica, lo que consiguió en Kursk en agosto de 1943.

T-26 dvukhbashenniy (de dos torrestas) vadeando un río. Como vemos, el
casco está remachado, mientras que las torretas tienen un acabado mixto.
El problema de las soldaduras, aunque parezca increíble, traía de cabeza al
personal. Por lo demás, podemos ver que es básicamente igual que el
modelo original británico
Tras patearse medio planeta, finalmente optaron por el material que les ofrecía la Vickers porque, aparte de venderles las licencias de fabricación, disponían de vehículos para su venta inmediata, lo que les venía de perlas para ir preparando a las futuras tripulaciones mientras las fábricas empezaban a producir en masa la anhelada fuerza acorazada soviética. El 28 de mayo de 1930, los probos bolcheviques firmaron un jugoso contrato que dejó a los british muy contentitos ya que se pulieron nada menos que 205.000 libras, un pastizal ganso en aquella época. Entre otros vehículos, los soviéticos adquirieron quince carros Vickers Mark E modelo A, o sea, el de las dos torretas, que les fueron entregados entre septiembre de aquel mismo año y enero de 1931. Lógicamente, con los carros compraron la licencia de fabricación, faltaría más. Ginzburg recibió el encargo de evaluar el V-26 (V de Vickers) y compararlo con el T-19 que, como comentamos anteriormente, era una versión mejorada del Renault FT. La intención de Ginzburg era construir una especie de híbrido de ambos vehículos, pero rápidamente lo mandaron a hacer gárgaras ya que el proyecto del engendro salía por 96.000 rublos la unidad mientras que los V-26 costaban menos de la mitad, 42.000 del ala. Aparte del tema económico influyó bastante el hecho de que la Vickers le estaba vendiendo su modelo estrella hasta a sus cuñados, y tuvieron conocimiento de que el gobierno polaco había adquirido 300 unidades y 100 Christies yankees, así que no quedaba más remedio que conjurar la amenaza (los polacos odiaban cordialmente a los rusos desde tiempos de Caín). Así pues, se dejaron de historias híbridas y acometieron con ímpetu de comunistas amenazados por la GPU la fabricación del modelo británico.


Una prueba de los pésimos acabados de la industria soviética es este
ejemplar fabricado en 1936 en la Planta Kirov nº 185. Obsérvese la
soldadura del mantelete, cuyo cordón no está completo siquiera. Más
tarde lograron fabricar la pieza completa por estampación. La flecha
señala una pequeña abertura que tenían las torretas a cada lado para abrir
fuego con armas cortas o subfusiles para defensa cercana
La producción se encomendó a la planta Bolshevik de Leningrado con la orden de tener terminadas 500 unidades en aquel año de 1931. Como apoyo los cascos y las torretas saldrían de la fábrica de Izhorsk, las trasmisiones de la Krasniy Oktyabr (Ortubre Rojo) y las suspensiones de la Krasniy Putílovets (Putílovets Rojo, una antigua factoría zarista reciclada en comunista). Los vehículos eran los mismos que el modelo británico con una sola diferencia: las ametralladoras instaladas en las torretas eran las DT (Degtyarev Tank), una versión para carros de la Degtyarev para infantería que desarrolló su creador junto a Georgy Seménovich Shpagin (el diseñador del archifamoso PPSh) en 1929. Pero la industria soviética no estaba ni remotamente a la altura de los ambiciosos proyectos del padrecito Iósif, de modo que a finales del año solo se había podido completar 120 unidades de las cuales solo se aceptaron 100 porque las otras 20 eran un churro. Baste como ejemplo de la precariedad tecnológica de estos sufridos ciudadanos el hecho de que la fábrica de Izhorsk, la encargada de producir los cascos y las torretas, ni siquiera tenían medios para manufacturar las planchas de acero de 13 mm. destinadas a las partes que requerían un blindaje más grueso, y las de 10 mm. para las partes superiores tenían tan cantidad de fallas e imperfecciones que no haría falta munición muy potente para perforarla como si fuera manteca colorá de la buena. Más aún: hasta la goma de las ruedas saltaba a cachos en cuanto se ponían en marcha. Debieron rodar mogollón de cabezas, fijo.

Versión de dos torretas con el cañón de 37 mm. Lo que se ve alrededor no
es una barandilla, sino la antena de la radio.
Pero si no tenían bastante con la utopía de fabricar 500 carros, el año siguiente se presentó un nuevo plan que pretendía que era mejor fabricar 3.000 unidades para lo cual se construyó una nueva fábrica, la Planta Voroshilov nº 174, también en Leningrado. Imagino que a Ginzburg le daban varias paradas cardio-respiratorias al día, pero no le quedaba otra a pesar de que la nueva fábrica no tenía siquiera medios de soldadura adecuados, teniendo que recurrir a piezas mixtas acabadas con soldadura y remachado. Con todo, al menos le permitieron llevar adelante una idea bastante buena: sustituir la ametralladora de la torreta derecha por un cañón Gochkis PS-1 de 37 mm. Este chisme era una copia rusa del Hotchkiss del mismo calibre al que ni se molestaron en cambiarle el nombre, sino pronunciarlo con acento ruso. De ese modo, sus V-26 tendrían la posibilidad de enfrentarse a carros enemigos de forma exitosa y proporcionar fuego de apoyo a la infantería. De las 1.627 unidades fabricadas ese año, unas 450 estaban armadas con el PS-1. 

Y este es el T-26 modelo 1933, que es la versión que más o menos todo el
mundo conoce. En puridad, en aquella época aún no se designaba el modelo
por el año, sino diferenciándolo del que tenía dos torretas. En este caso, el
nombre sería T-26 odnobashenniy (torreta única)
A medida que avanzaba el nuevo T-26, a Ginzburg se le ocurrió imitar uno de los modelos que ofrecía la Vickers, el modelo E con una sola torreta que armaba un cañón de 47 mm., lo que le proporcionaba una potencia de fuego notable para los estándares de la época. Para no alargarnos en demasía con todos los dimes y diretes del nuevo proyecto, que tiempo habrá de hablar a fondo del T-26, bástenos con comentar que, finalmente, el cañón adoptado fue una pieza anticarro usada por la infantería, el 19-K de 45 mm., con lo que se evitaban problemas logísticos. Este cañón era una copia del Rheinmetall modelo 1930 de 37 mm., adoptando el nombre de 20-K en su versión para carros de combate. Pero como en la URSS no podía salir nada bien a la primera, el cañón dio mogollón de problemas, sobre todo en la extracción, así que ante la sospecha de que aquello estuviera lleno de "enemigos del pueblo" la GPU organizó una šaràška en la fábrica donde se producían los cañones, la Planta de Artillería Kalinin nº 8, en Sverdlovsk. Una šaràška era un laboratorio secreto regido en plan gulag, donde sabías a la hora que te levantabas pero nunca si verías ponerse el sol, así que el personal se apretaba los machos para poder salir vivos del brete. La cosa debió funcionar, porque el cañón entró en producción en diciembre de 1933 con todos los problemas resueltos. Está visto que la letra con sangre entra.

T-26 operando en España. La infantería que viaja sobre el carro va armada
con fusiles Mosin-Nagant, también parte del material enviado por el
padrecito Iósif
Además del cañón se añadieron una serie de mejoras, empezando por un extractor situado en el techo de la torreta para que, caso de mantener fuego sostenido, sus tripulantes no palmaran asfixiados en el reducidísimo espacio de la cámara de combate. Y para demostrar al mundo que el padrecito Iósif se preocupaba de dotar a su ejército del mejor material, en aquel mismo año se aprobó la instalación de un aparato de radio 71-TK-1 en los carros de mando. La comunicación entre estos y el resto, pues a voces o con banderitas de colores. Estos carros fueron denominados como tank radiyni (carros de radio), mientras que los normales eran tank lineyniy (carros de línea). La antena era de raíl, formando una especie de herradura colocada alrededor de la torreta. Finalmente, se colocaron dos reflectores sobre el mantelete del cañón, práctica habitual entre los rusos para el combate nocturno y para deslumbrar al enemigo. Se añadió también una ametralladora trasera en la torreta y, en febrero de 1936, un soporte exterior para la DT para defensa antiaérea. Este soporte permitía desmontar la máquina en un periquete y usarla como una ametralladora convencional, por lo que estaban provistas de sus bípodes de serie.

Bueno, esta es de forma muy resumida la evolución del T-26 hasta que llegó el momento de enviarlos a España, donde la cosa estaba bastante calentita y todo el que quisiera pillar cacho no podía dormirse en los laureles. Añadir solo, que no lo hemos mencionado, que el T-26 tenía una tripulación de tres hombres: conductor, tirador y jefe de carro/cargador. De sus prestaciones y tal ya iremos hablando a medida que avancemos, pero como detalle curioso comentar que la ametralladora coaxial no estaba fijada al cañón, sino que su rótula daba la posibilidad de hacer fuego corrigiendo el ángulo vertical.

En fin, criaturas, mañana seguimos. Mis alevosas cervicales me han atacado por la retaguardia y tengo que rechazar el ataque con fuego de barrera de base de proyectiles de diazepam, de modo que hasta aquí hemos llegado por hoy.


T-26 en Brunete. Como iremos viendo, tanto los asesores soviéticos como los mandos del Ejército Popular, nombre con que
fue bautizado el ejército español de la república para hacerle la pelota al padrecito Iósif, no supieron sacar verdadero
provecho al potencial de esta máquina 

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