lunes, 7 de octubre de 2019

Martini-Henry. Municiones


Distribuyendo municiones a la tropa. En realidad, esta escena peliculera es más que cuestionable ya que, según se ha
confirmado en diversos estudios al respecto, las disciplina de fuego de las tropas británicas hacía que rara vez se llegara a
consumir la dotación de 60-70 cartuchos habitual. O sea, que salvo contadas excepciones no necesitarían reponer munición en combate y, de hecho, muchas batallas se solventaron con un gasto de apenas 6 o 7 cartuchos por hombre

Proseguimos...

MUNICIONES

Independientemente del tipo de munición y sus componentes usados durante las pruebas de evaluación de la nueva arma, el cartucho que acabó alimentando las recámaras de los Martini-Henry fue el Boxer Mark III, introducido en octubre de 1873. Este cartucho no era más que una versión mejorada del modelo anterior producido entre 1872 y 1873, el Mark I, al que se le añadieron una serie de refuerzos para darles más resistencia. Lo más peculiar es que, según vimos en la entrada anterior, la simplicidad de los mecanismos de este fusil era tal que solo precisaba de quince piezas piezas sin contar el cajón de mecanismos y el guardamonte, precisamente el mismo número de componentes necesarios para fabricar uno de esos puñeteros cartuchos que parecían que los habían pisoteado sañudamente antes de darlos por buenos. 

De izda. a dcha. cartucho .577 y .450 del Snider-
Enfield y el Martini-Henry respectivamente
Pero antes de proseguir, una aclaración para los que no acaben de entender el abstruso y lioso sistema de denominación de calibres de estos cansinos isleños que basan su existencia en hacerlo todo de forma distinta al resto de los mortales. Aunque el cartucho del Martini-Henry es habitualmente designado por su forma "abreviada" como .450, en realidad, su nombre completo era .577/.450. ¿Qué significa tanto galimatías numérico? Era habitual fabricar un cartucho nuevo partiendo de otro ya existente. En el caso que nos ocupa, el cartucho del Martini-Henry procedía de su predecesor, el Snider-Enfield de calibre .577 que fue desechado para la nueva arma por ser excesivamente potente. Así pues, se limitaron a usar la misma vaina, pero crimpada para alojar una bala de calibre .450. Así pues, el galimatías no significa más que era una vaina de calibre .577 abotellada para usar una bala de .450. Si por curiosidad se molestan en buscar calibres de armas de esa época, tanto militares como deportivas, verán la abundancia de denominaciones con dos cifras. Bien, aclarado esto, proseguimos.

El cuerpo de la vaina del cartucho Mark III se obtenía enrollando una lámina de latón de 0,1 mm. (0,07 mm. en el Mark I) a la que previamente se le pegaba en el interior una hoja de fino papel tisú (fig. A). Para reforzar la base, al Mark III se le añadió un cilindro interno que ya tenía el Mark I pero no uno intermedio, el Mark II, y que podemos ver en la figura B. Por último la figura C nos muestra la hoja de papel  de forma trapezoidal que envolvía la bala y que actuaba como sellante de la vaina y como calepino. Aunque inicialmente el papel era blanco, a partir de 1880 se cambió el de las carabinas por rojo para facilitar su identificación.

Pero dar forma al cuerpo de la vaina solo era el principio de un proceso largo como una visita de la familia política un domingo por la tarde. En el gráfico de la izquierda tenemos todos los componentes debidamente alineados para comprender mejor el proceso de fabricación de estos cartuchos. Los "cimientos" serían el culote de hierro, pieza principal del conjunto sobre la que se iba montando el resto. Como vemos, era un simple disco con un orificio y un rebaje para permitir alojar el reborde del pistón que vemos debajo. El pistón era un recipiente de latón que contenía una cápsula de cobre con la substancia fulminante y el yunque que la hacía detonar cuando la golpeaba el percutor. Unos orificios en la parte superior permitían que el fuego de la detonación llegase a la carga de pólvora. Sobre el culote de hierro se soldaba una copa de latón que, en el modelo Mark III que presentamos, se reforzó con otra más. El Mark I carecía de esta copa de refuerzo. Dentro de colocaba el contenedor del pistón, una pieza de cobre que, en realidad, era por así decirlo lo que hoy día es la base interior de la vaina. Luego se colocaba el cuerpo de la vaina donde vemos un pequeño orificio ovalado para poder comprobar que el cartucho contenía el cilindro interior de refuerzo que ocupaba el tercio inferior de la vaina. A continuación se vertía la carga de pólvora y se colocaba sobre ella un pequeño taco de cera (según otras fuentes de madera recubierta de cera) con la superficie superior cóncava. Finalmente se cerraba todo el contenido con dos discos de cartulina barnizada y la bala previamente envuelta en papel.  Una vez dispuestos todos los componentes se crimpaba la vaina hasta ajustarla al calibre de la bala. Como vemos en el gráfico, tenía dos ranuras de engarce que servían también como bandas de engrase para impedir el emplomado de los cañones. Por cierto que, según el mogollón de imágenes que se pueden ver de estos cartuchos, el crimpado producía cuatro pliegues en el gollete de la vaina.

El resultado era el churro que vemos a la derecha: un cartucho de 82 mm. de largo (76 mm. el de carabina) más feo que el sobaco de una mona, pero al menos funcionaba, aunque no siempre de forma adecuada tal como veremos más adelante. El ejemplar de la derecha, según vemos por el color del papel, pertenece a una carabina. En el círculo hemos señalado el orificio de comprobación del refuerzo interior que, en este caso, es romboidal. 

Bien, por completar datos sobre este cartucho, podemos añadir que la pólvora inicial Curtis & Harvey se sustituyó por la Rifled Fine Grain 2 (RFG2 en su forma abreviada) fabricada en los Royal Gunpowder Mills de Waltham Abbey, en Essex. Esta pólvora era también de grano grueso como su antecesora, por lo que se mantuvo la carga original de 85 grains con una tolerancia de ± 2 grains, así como la bala de 480 grains endurecida con estaño en proporción de 12 a 1. En lo referente al cartucho de carabina, fue introducido en septiembre de 1877. Las únicas diferencias respecto al de fusil eran el peso de la bala y la carga. La bala se recortó 3 mm. hasta dejarla en un peso de 410 grains y una sola banda de engarce/engrase, y la carga se redujo a 70 grains. Para compensar el hueco vacío que quedaba en la vaina se rellenaba con un poco de borra de lana. Al parecer, esta solución producía fallos en la munición, así que para reducir el volumen interior de la vaina se recurrió a forrarlo con un papel más grueso, de forma que los 70 grains de pólvora la llenasen hasta el nivel adecuado. 

La munición se suministraba en paquetes de diez cartuchos colocados en dos filas de cinco alternando su posición y separados unos de otros con papel cebolla. No era una munición precisamente ligera. Cada paquete pesaba 1 libra y 2 onzas, o sea, 510 gramos aproximadamente. Para facilitar la distribución se creó un código de colores y formas por el que la munición de fusil estaba marcada con un rectángulo macizo cuyo color cambiaba en base al modelo, y para la carabina se adoptó un rectángulo hueco tal como vemos en el detalle de la foto de la izquierda. No obstante, ambos cartuchos eran perfectamente compatibles con la salvedad de que, como indicamos en su momento, la munición de fusil tenía un retroceso muy molesto cuando se disparaba en una carabina. Está de más decir que eso no preocupaba mucho al personal cuando se veían delante de unas cuantas decenas de millares de sudaneses o zulúes extremadamente violentos y deseosos de mandarlos de vuelta a su brumosa isla convertidos en comida para peces. Por lo demás, como vemos en la foto, los paquetes estaban hechos de papel grueso envueltos con un cordel encerado. En la etiqueta vemos que son cartuchos de bala (los había también de perdigones y de fogueo), especificando el tipo de vaina, rolled case (vaina enrollada en este caso), el modelo de cartucho y el año de fabricación. Por cierto, los dos paquetes que vemos marcados como Mark II con el rectángulo en rojo son de un modelo anterior al que nos ocupa que no llevaba el cilindro interior de refuerzo y la bala tenía una sola ranura de engarce.

Como ya comentamos en la entrada anterior, uno de los problemas más recurrentes de esta munición cuando se empleaba en climas cálidos y ambientes polvorientos, o sea, precisamente donde las victorianas tropas de Victoria se batían el cobre, eran las interrupciones debidas a que, como consecuencia del calor, las finas paredes de las vainas enrolladas se pegaban a las recámaras, por lo que el extractor arrancaba de cuajo el culote de hierro con o sin la copa de latón, dejando el arma inutilizada hasta que se pudiera sacar el resto de la vaina del interior del ánima. Las protestas del personal arrecieron de tal forma que en 1885 se decidió suprimir este sistema para sustituirlo por vainas sólidas (solid case las llaman estos herejes), o sea, como las que usamos actualmente obtenidas de una sola pieza mediante la extrusión de un bloque macizo de latón. A la derecha podemos verla en primer lugar y, como salta a la vista, la diferencia en lo tocante a su aspecto es abismal respecto a los zurullos fabricados anteriormente. Con todo, sus prestaciones, carga, etc. eran las mismas. En el centro vemos un cartucho de postas, un buckshot cartridge al decir de estos isleños, introducidos en noviembre de 1885 para usarlos contra enemigos a corta distancia, ocultos entre la maleza o de noche. Contenían 11 postas de 7 mm. de calibre introducidas en un cilindro de papel encerado cuyo extremo vemos asomar por la boca de la vaina. La carga de pólvora era de 54 grains de RGF2 separada de las postas con un tampón de lana y un taco de cartulina. Al parecer, ante la escasez de este tipo de munición los mismos soldados se preocuparon de hacer más mortífera la bala reglamentaria cortando las puntas (el típico corte en forma de cruz que todos los cuñados conocen), por lo que sus efectos eran similares a los de una bala expansiva. Por último, a la derecha vemos un cartucho de fogueo que contenía 72 grains de pólvora que se cubrían con un taco de cartulina, tras lo cual se crimpaba la boca de la vaina.

En cuanto a los embalajes, la caja reglamentaria era el modelo para servicios generales Mark XI. Estas cajas eran tan chulas y prácticas que cualquier ciudadano con buenos sentimientos no dudaría en adoptar una como mascota o, ya puestos, para que guarden en ella sus huesos pútridos a la hora de mandarlos al osario. Porque no eran de un solo uso, sino que estaban concebidas para reutilizarlas una y otra vez y prueba de ello era cómo y con qué estaban fabricadas. De entrada, eran de madera de caoba ensamblada a cola de milano, o sea, algo a años luz de los "muebles" del Ikea ese. 

Una vez terminada, a la caja se le aplicaba una capa de goma-laca. Estaba reforzada con 28 tornillos de bronce para impedir la oxidación, así como dos flejes de cobre para darles aún más solidez y la tapa, como vemos en la foto, era corrediza. Cada una de estas cajas tenía capacidad para 600 cartuchos. En fin, ya sabemos que si una virtud tienen los british es que, cuando se empañan en dar un acabado regio a alguna cosa, lo consiguen (¿Recuerdan las fabulosas cestas de Fortnum & Mason para almorzar como un lord en primera línea?). A la izquierda tenemos un gráfico con las medidas en pulgadas, por si alguno se quiere fabricar una. Pero observemos un detalle, y es que la tapa no es rectangular, sino trapezoidal. Eso obligaba a abrirla siempre en el mismo sentido, tal como marcha la flecha roja. La azul marca el orificio donde estaba el tornillo que mantenía bloqueada la tapa si bien en caso de emergencia se podían abrir golpeando el canto de la tapa por su parte más estrecha, reventando la madera o haciendo saltar el tornillo. El hueco que vemos justo encima del orificio de cierre es un simple rebaje para meter los dedos y descorrer la tapa, que era precintada con un fino alambre.

Pero la cosa no acaba ahí. Para preservar la munición de la humedad, en el interior había una segunda caja de hojalata con una tapa soldada con plomo como si de una lata de atún se tratase. En la secuencia de fotos de la derecha podemos ver el proceso se apertura una vez descorrida la tapa de madera. En la foto A vemos una caja a la que acaban de quitar la tapa, mostrando el contenedor metálico y su asa de apertura. En la foto B un british con un poco de prisa porque la cosa está que arde tira del asa. Al parecer, había quejas respecto a la supuesta dificultad que a veces se presentaba al abrirlas, pero supongo que serían defectos puntuales por una soldadura defectuosa. En la foto C la tapa está casi abierta, dejando ver los paquetes de munición. Por último, en la foto D la caja de metal está abierta y se procede a sacar el contenido. Para facilitar esta operación se añadió más tarde una cinta envolviendo los dos primeros paquetes, bastando tirar de ella para sacarlos.

Los tenientes Chard y Bromhead, héroes de Rorke's Drift que pudieron
comprobar de primera mano la eficacia del .450 Martini-Henry. De hecho,
lo comprobaron tan bien que vivieron para contarlo. Ambos lucen en la
pechera la Cruz Victoria ganada junto a nueve de sus hombres por
la gloriosa jornada en la que los zulúes se avinieron a beber cerveza tibia
Para terminar con el tema de la munición, añadir algunos comentarios sobre sus efectos. El .450 era devastador. Los mismos british se sorprendieron de las tremendas heridas que producían y que, como ya anticipamos en su momento, no tenían nada que envidiar a las minié. Los relatos que han llegado de los que pudieron ver al Martini-Henry en acción no dejan lugar a dudas. El 2º teniente R. Wolrige, de la Guardia de Granaderos, decía que "...uno podía ver claramente a los hombres que, cuando les acertaban, levantaban los brazos y caían. El ruido sordo que produce una bala contra el cuerpo de un hombre es un sonido muy curioso." El teniente John Merriott Chard, de los Ingenieros Reales y oficial al mando en Rorke's Drift dejó escrito: "La cabeza de un hombre estaba abierta, exactamente como si se la hubieran cortado con un hacha. Otro había sido alcanzado justo entre los ojos, la bala se llevó toda la parte posterior de la cabeza dejando su rostro perfecto, como si fuera una máscara solo desfigurada por el pequeño agujero hecho por la bala que lo atravesó." Y los testimonios sobre la eficacia de este calibre no solo procedían de los british, sino también de sus enemigos. 


Foto de los años 30 del pasado siglo perteneciente a un viejo
 guerrero zulú mostrando como trofeo un Martini-Henry
ganado en la batalla de Isandlwana. Es probable que lo
conserve con tanto cariño porque con ese chisme se
cargaron a sus seis cuñados, hermanos de sus seis mujeres
Un veterano zulú que había participado en la batalla de Khambula, librada en marzo de 1879, aún recordaba 50 años después como "...algunos de nuestros hombres se vieron con los brazos arrancados. La batalla fue tan feroz que tuvimos que limpiar la sangre y el cerebro de los muertos y heridos de nuestras cabezas, rostros, brazos, piernas y escudos después de la lucha." Como vemos, recibir un balazo de un Martini-Henry no era ninguna tontería y, de hecho, esto obligaba a los enemigos a buscar como fuera el cuerpo a cuerpo, donde decidía la destreza con la bayoneta y no la potencia de fuego de la que ellos carecían. Pero de eso hablamos en la próxima entrada porque esta también se ha alargado más de la cuenta y la campana de la hora de la merienda sonó hace ya largo rato.

Hale, he dicho


ENTRADAS RELACIONADAS:



Estas descargas cerradas que ponían en el aire hasta 70 u 80 proyectiles eran de las pocas cosas que ponían de los nervios
a los que se las tenían que ver con los british en los confines del imperio. Entre las 300 y las 400 yardas eran de efectos
absolutamente contundentes

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