miércoles, 5 de diciembre de 2012

Hombres de armas: los cabos de los Tercios



El oficio de cabo no es mencionado hasta la creación de los tercios bajo la denominación de cabos de escuadra. Este empleo surgió de la necesidad por parte de los capitanes de las compañías de disponer de gente de confianza que garantizasen el buen orden y la disciplina en los mil y un asuntos que, a diario, había que resolver. De hecho, en las patentes reales de los primeros tiempos de los tercios sólo se mencionan a los capitanes y los cabos, siendo los alféreces y sargentos rangos surgidos a posteriori. 


Cabo de escuadra armado
con espada y partesana
El puesto de cabo de escuadra no se alcanzaba mediante un escalafón, sino que era confiado a discreción por el capitán de la compañía a los veteranos más fiables y que se distinguían por su buena conducta y que igual se otorgaba que, si con el paso del tiempo no mostraba ser merecedor del mismo, se quitaba. En cualquier caso, había que acreditar al menos cinco años de servicio para optar al cargo. Obviamente, todo el que era nombrado cabo aspiraba a ir siempre un poco más allá y labrarse una carrera provechosa en el servicio de las armas, así que su siguiente meta era llegar a sargento, para lo cual debía permanecer al menos un año como cabo. Cuando hizo su aparición el grado de sargento, los cabos de escuadra pasaron a depender de estos en vez del capitán de la compañía. 


Capitán de los Tercios
Así pues, ser cabo no era un empleo en sí mismo, sino una especie de hombre de confianza del capitán. De hecho, su soldada era la misma que la de un piquero o un arcabucero, según fuese cabo de unos u otros, si bien el cargo conllevaba una ventaja como ya se mencionó en la entrada sobre los piqueros. Como distintivo de su rango portaba una partesana, aunque si lo estimaba oportuno utilizaba el mismo armamento que su escuadra, ya fuese la pica, el arcabuz o el mosquete. Ejercían el mando sobre una escuadra que, en teoría, era una cuarta parte de una compañía, o sea, 25 hombres. Sin embargo, estas escuadras estaban nutridas en la práctica por cinco o seis, y generalmente casi nunca más de doce.

Aunque su rango era el más ínfimo de la compañía, no por ello tenían gran importancia tanto en cuanto sus ocupaciones eran múltiples: entrenar a su escuadra en el uso de las armas, organizar las camaradas, cuidar del estado de policía de su gente, impedir violencias con las mujeres o civiles en general, duelos y pendencias entre ellos y, en definitiva y sobre todo, mantener la disciplina. Esto último no era moco de pavo en un ejército en el que sus componentes se daban todos aires de grandeza, muchos eran hijosdalgo o incluso nobles (ser noble no implicaba entrar de oficial como ocurrió después), y eran por norma muy puntillosos en lo tocante a su honra, su honor y la opinión, no dudando en meter mano a la espada por cualquier cosa baladí si consideraban que eso les humillaba. Así pues, y siendo el cabo en cierto modo un soldado más, tenía vedado castigar directamente a su gente, teniendo que dar parte al capitán de la falta cometida y que él decidiera o transmitiera el caso al barrachel del tercio. Obviamente, hablamos de castigos por faltas en lo tocante a las ordenanzas ya que nadie toleraba que fuesen por cuestiones que no concernieran a lo tocante al buen servicio a su capitán y el rey. Como dato curioso, no se podía castigar a un soldado con un azote, ya que eso era considerado como algo infamante, sino golpeándolo con el plano de la espada. 


Acantonamiento de un Tercio
Por lo general, se consideraba que los cabos no debían estar casados, ya que ello les impediría formar camaradas(1) con su escuadra. En los tercios se buscaba constantemente establecer una profunda relación de camaradería entre sus miembros, y de ahí que, siendo solteros, tuvieran más fácil el constante contacto con sus hombres. Por otro lado, así se evitaban peligrosas tentaciones, que eso de catar hembra ajena estaba a la orden del día y no se cortaban un pelo a la hora de poner cuernos al mismísimo maestre de campo si se terciaba. Finalmente, debían cuidar de la distribución de municiones, provisiones y demás bastimentos, procurando siempre ser equitativos en el reparto. Así mismo, cuando los furrieles repartían las boletas para pernoctar en cualquier población, procurar que su escuadra no robase, ni cometiesen desmanes tanto en las personas como en sus bienes. En fin, como se ve, aquello debía ser un sin vivir teniendo que lidiar a diario con una tropa de elementos con más ínfulas que un infante de Castilla y, en muchas ocasiones, sumamente cabreados por los sempiternos retrasos en el cobro de sus haberes y ventajas. 

A medida que pasó el tiempo fueron surgiendo diferentes tipos de cabo en base a la función que desempeñaban. El más significativo era el denominado cabo de guzmanes, que mandaba la mejor escuadra de la compañía y por ello tenía una ventaja de dos escudos al mes. Además, fueron creándose los cargos de cabo de ronda, de presos, de gastadores, de guardia, etc., perdurando muchas de estas denominaciones actualmente, como recordarán los que tuvimos el honor de servir a la Patria cuando el servicio militar era obligatorio.  


Nota 1. Las camaradas eran los alojamientos para las tropas cuando estaban acantonadas.  La palabra viene a querer decir compartir cámara, y de ahí es de donde proviene el término camarada o camarada de armas al referirse a los compañeros de unidad.

Bueno, ya seguiremos.

Hale, he dicho...




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