lunes, 14 de enero de 2013

Asesinatos 4. Don Pedro I de Castilla



Don Pedro I
Como muchos ya sabrán, el reinado de éste controvertido monarca no fue precisamente una balsa de aceite. Don Pedro, último retoño de la Casa de Borgoña, fue desde su juventud un hombre desmedido, fiero, cruel, expeditivo, mujeriego a más no poder, lo que no quita que también fuese valeroso, con un peculiar sentido de la justicia y capaz tanto de actos ruines como de justa cordura.

Su reinado se vio constantemente salpicado por traiciones, villanías y maldades de todo tipo, tanto de su parte como de la levantisca nobleza castellana, y todo ello aderezado por el rencor y el odio implacable que sentía hacia la abundante progenie bastarda que legó su padre, el rey Alfonso XI. Como vimos en una entrada anterior, no dudó en liquidar a su medio hermano Fadrique por sospechar que le estaba traicionando. El clímax de esta constante sucesión de desmanes llegó cuando su hermanastro Enrique, el mayor de sus hermanos bastardos, apoyado por una parte de la nobleza castellana y el rey de Francia, decidió derrocarlo. En 1366, Enrique de Trastámara inicia una guerra civil penetrando desde Francia, donde había reclutado una hueste mercenaria y autonombrándose rey en Calahorra. Tras tres años de batallar, logró derrotar a don Pedro en Montiel. Eso fue el principio del fin del fiero monarca. Veamos como pasó...

Batalla de Montiel
El miércoles, 14 de marzo de 1369, tuvo lugar una escaramuza entre las tropas reales y las del bastardo. Duró poco tiempo ya que los primeros, al poco de comenzar la lid, abandonaron el campo y don Enrique fue el vencedor de la jornada. Don Pedro, seguido por algunas tropas y partidarios, tuvo que refugiarse en el castillo de la Estrella, cercano al sitio donde tuvo lugar la breve batalla. Y allí quedó aislado, rodeado de enemigos y sin posibilidad de recibir ayuda ya que el ejército del bastardo puso sitio a la fortaleza. Así pues, sólo le quedaba comprar la lealtad de uno de los más fieles seguidores del Trastámara, Bertrand du Guesclin. Éste hombre era un caballero francés que dedicó su vida a la guerra, siendo incluso condestable de Francia. Vino a Castilla al mando de una mesnada de mercenarios, las Compañías Blancas, que al cabo de un tiempo fueron despedidas por su falta de disciplina. Sin embargo, du Guesclin permaneció al servicio de don Enrique, el cual lo colmaba de favores constantemente, siendo uno de sus principales allegados.

Ruinas del castillo de la Estrella
Don Pedro encomendó la misión a un caballero gallego, Men Rodríguez de Sanabria, para que llevase a cabo las negociaciones que le permitieran salir del castillo de la Estrella y ponerse a salvo. Así pues, éste caballero concertó una cita con du Guesclin, ofrenciéndole en nombre del rey la suculenta cifra de 200.000 doblas castellanas y las villas de Soria, Almazán, Serón, Deza, Atienza y Monteagudo. O sea, un soborno de mucha categoría. Pero du Guesclin era perro viejo y sabía apostar al caballo ganador así que, simulando aceptar la oferta, le contó todo al Trastámara el cual, agradecido, le prometió darle lo mismo que le había ofrecido don Pedro por no haberse dejado sobornar. Y, naturalmente, le ordenó seguir con el subterfugio para, de una vez, acabar con su medio hermano. La suerte de don Pedro quedaba pues decidida.

Bertrand du Guesclin
Du Guesclin se puso nuevamente en contacto con Men Rodríguez de Sanabria y le dijo que aceptaba su oferta, y acordaron que el rey se trasladase a su pabellón durante la noche para ultimar los detalles de su salvación. Así, la noche del 23 de marzo, don Pedro salió por última vez del castillo de la Estrella acompañado por Fernando de Castro, Diego González, hijo del maestre de Alcántara, y el mismo Men Rodríguez de Sanabria. Tras entrar en el pabellón del francés, el rey mostró prisa por largarse de allí y exhortó a los suyos:
-Cabalgad, que ya es tiempo que vayamos- dijo don Pedro mientras intentaba subir a su bridón.
Pero uno de los caballeros presentes en el pabellón lo sujetó diciendo:
-Esperad un poco.
La espera no era para otra cosa que para advertir al Trástamara que la presa estaba servida. Al instante, don Enrique se presentó armado de punta en blanco y, debido a la oscuridad y a la de años que hacía que no veía a su medio hermano, vaciló y preguntó:
-¿Quién es el que se dice rey de Castilla?
-Catad que éste es vuestro enemigo- dijo uno de los caballeros presentes señalando al rey.
Don Pedro, que de redaños nunca anduvo escaso sino más bien todo lo contrario, a pesar de verse perdido no dudó en responder.
-¡Yo soy, yo soy!- repitió. (Otros dice que exclamó: Yo soy, y tú eres el hideputa que va a morir aquí mismo)
En ese instante, don Enrique se abalanzó contra el rey y le lanzó un tajo a la cara con su puñal, y de momento se enzarzaron en un cuerpo a cuerpo feroz dándose ambos de cuchilladas.

Ahora viene lo de que du Guesclin, que apenas hablaba el castellano, volvió a don Pedro para ponerlo bajo el Trastámara diciendo aquello de "ni quito ni pongo rey, pero ayudo a mi señor", lo cual sólo es mencionado por cronistas extranjeros, entre ellos por Froissart, el cual jamás estuvo en Castilla. Ayala, al que podemos considerar como el cronista más fiel, ni siquiera menciona eso. Y, por otro lado, aunque Ayala era partidario del bastardo, no duda en narrar la muerte de don Pedro como un acto de villanía y una trampa contra él por parte de su señor, así que eso lo hace aún más creíble. Lo más lógico es pensar que mientras don Pedro y don Enrique se apuñalaban con saña bíblica, los caballeros que acompañaban al rey se trabaran con los que había en el pabellón, cada cual intentando favorecer a su respectivo señor. En todo caso, el resultado fue el que ya sabemos: don Pedro murió acuchillado por su hermano. Según Zurita, el Trastámara le cortó la cabeza al rey tras lo cual ordenó colgar su cuerpo en la muralla del castillo de la Estrella. Sin embargo, es un hecho más que cuestionable tanto en cuanto un acto tan degradante era impropio del sentido caballeresco de la época, y aunque fuesen enemigos siempre se guardaba consideración con el cadáver del vencido, y más siendo rey y su medio hermano.

Coronación del rey don Enrique
Los restos de don Pedro sufrieron un largo peregrinaje. Tras ser enterrado en Montiel, su hermano ordenó en su testamento que se fundara un convento con doce frailes en esa ciudad para darle una digna sepultura. De allí fue trasladado tras un tiempo a La Puebla de Alcocer, en aquella época propiedad de Toledo y en la actual provincia de Badajoz. Luego, a mediados del siglo XV, fueron a parar al monasterio de Santo Domingo el Real, en Madrid. En 1868, éste monasterio fue derruido, siendo enviado su sepulcro a un sitio tan impropio como el Museo Arqueológico. Por último, en 1877 concluyó su peregrinaje, siendo depositada la urna con sus restos en la Capilla Real de la sede hispalense, donde reposan junto a los de su amada María de Padilla.


En fin, así acabó la vida del rey don Pedro, que convivió en el tiempo con otros dos Pedros igualmente crueles: don Pedro I de Portugal y don Pedro IV de Aragón. Al castellano le cabe el dudoso honor de haber sido el último monarca asesinado en España.

Hale, he dicho

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