viernes, 10 de julio de 2015

Las primeras minas anti-persona


Chiquitas pero matonas. Basta pisarlas para llevarse uno el susto definitivo

Como se ve, apenas tienen el tamaño
de un cenicero pequeño. Cuando se
dejaron de fabricar en España, uno de
estos chismes costaba solo 800 pelas,
mientras que desminar un campo salía
por unas 300.000 por unidad. No ha
habido nunca un arma con mejor
relación coste-efectividad
Desde hace unos años a esta parte, estos pequeños y diabólicos artefactos han sido noticia innumerables veces a causa del elevado número de víctimas que producen entre la población civil, especialmente entre los críos. Como muchos saben, y si no lo saben yo les informo, el objeto de las minas anti-persona no ha sido otro desde su invención que crear zonas muertas para impedir que los enemigos avancen por determinados lugares, sembrando el terreno con miles de ellas. Obviamente, solo la certeza de saberse en un campo minado le arruga el ombligo al más bragado ya que no se sabe si el siguiente paso será el último antes de ver como la pierna toma camino por su cuenta. A lo largo de los años se han sembrado millones y millones de minas que, gracias a su mínimo precio, han permitido que hasta las economías más deprimidas del planeta pudiesen adquirirlas a millares y sembrarlas de cualquier forma sin preocuparse de, como hacen los ejércitos modernos, levantar planos de su ubicación para retirarlas cuando proceda. Esta carencia de metodología ha permitido que aún sigan en estado latente millones de estos artefactos que, al estar fabricados de plástico perfectamente sellado, se mantendrán con vida durante años y años, produciendo víctimas aún cuando el conflicto que provocó su uso ya ni se recuerde.


Cajón preparado para ser detonado. Estos artificios eran
enterrados en el glacis de las fortificaciones para dificultar
el asalto a las mismas. Como se ve en el gráfico, en este caso
la metralla son piedras amontonadas sobre el cajón.
Sin embargo y a pesar de ser un tema de bastante actualidad, las minas anti-persona son un invento que tiene ya más de ciento cincuenta años conforme a su concepto actual, o sea, en forma de recipiente con su interior relleno con una mezcla explosiva que se activa bien al pisarla o bien liberando su mecanismo de ignición tirando de un hilo a modo de trampa explosiva. No obstante, recordemos que en una entrada dedicada a los golpes de mano ya se mencionaron las fogatas y los cajones, unas rudimentarias minas anti-persona que, eso sí, había que activar a distancia. A lo largo de los siglos XVII y XVIII se fueron desarrollando diversas variantes de este tipo de artificios si bien en todos los casos tenían dos factores en común: por un lado, la ignición debía llevarse a cabo mediante una mecha o una salchicha y, por otro, al no estar los contenedores perfectamente sellados solía echarse a perder la pólvora con la humedad del suelo. Además, al prenderse el iniciador a una determinada distancia no se lograba una sincronización adecuada de la explosión con el paso de las tropas y, ya puestos, la humedad ambiental podía deteriorar la mecha y, por supuesto, en caso de lluvia esta anulaba por completo la posibilidad de que funcionaran adecuadamente estos artefactos.

Von Flemming
En cualquier caso, la primera noticia que se tiene de una mina capaz de explotar de forma autónoma data de 1726, procedente del estudioso militar alemán Johann Friedrich, freiherr von Flemming el cual describió el chisme aquel como un recipiente de cerámica capaz de contener dos libras de pólvora; para aumentar sus efectos letales tenía incrustados en la arcilla fragmentos de vidrio y metal que actuarían como metralla. La explosión la produciría posiblemente una llave de chispa que sería accionada mediante un hilo o cable que, al ser arrollado por la infantería enemiga, iniciaría la carga. Estos artificios recibían el nombre de fladdermine, y su uso era el mismo que en el caso de los cajones y las fogatas: enterrados en el glacis de las fortificaciones. Fueron usados hasta bien avanzado el siglo XIX.

Rains cuando aún servía en el ejército
de Estados Unidos
No fue hasta la Guerra de Secesión americana cuando a un cerebro de la cosa bélica se le ocurrió una forma de elaborar una mina capaz de permanecer enterrada todo el tiempo que hiciera falta sin que se deteriorase y, lo más importante, que estallase en perfecta sincronía con el paso del enemigo sin necesidad de cables ni mechas, o sea, pisándola. Hablamos del general de brigada Gabriel James Rains (1803-1881), un oficial graduado en West Point que, cuando llegó la hora, no dudó en alistarse en las filas de la Confederación, que para eso había nacido en Carolina del Norte. Pero antes del conflicto civil sirvió durante treinta y tres años en el ejército de la Unión, donde  ya hizo sus pinitos en la elaboración de trampas explosivas y primitivas minas durante la Segunda Guerra Seminola. En dicho conflicto sirvió como capitán, y en abril de 1840 ya puso en práctica una mina que, al parecer, era capaz de detonar mediante un mecanismo de presión, lo que persuadía de forma bastante eficaz a los belicosos seminolas a la hora de intentar asaltar el fuerte King en el que servía nuestro hombre. 

Una sustancia detonante colocada bajo la cápsula de cobre
se iniciaba al ser pisada, comunicando el fuego a la que
contenía la espoleta la cual iniciaba a su vez la carga
de pólvora
En julio de 1861, siendo teniente coronel, Rains mandó a hacer gárgaras a los yankees y se sumó al ejército confederado, donde fue ascendido a general de brigada por recomendación personal del presidente de los Estados Confederados, Jefferson Davis. Enviado a la guarnición de Yorktown, ideó inicialmente una mina marina destinada a bloquear el paso en los cursos fluviales que mandaron a pique a varios navíos de la Unión, pero su verdadera campanada la dio con la llamada subterra shell o land torpedoes (torpedos terrestres), denominaciones que recibieron las primera minas terrestres. Estas minas permitieron evacuar sus tropas ante el avance del ejército del general McClellan y, de hecho, el 4 de mayo de 1862 se produjo la primera víctima de estos chismes. El interfecto fue un jinete de la unión que estaba explorando la carretera de Yorktown, minada precisamente para alejar enemigos. Su aspecto podemos verlo en la ilustración superior. Como vemos, se trata de una simple bala de cañón de 8 o 10 pulgadas de calibre a la que se le había sustituido la espoleta de impacto convencional por la ideada por Rains, la cual posiblemente estaba inspirada en la que diseñó en su día por el escocés Alexander Forsythe en 1804. 

El funcionamiento se basaba en un frictor que se iniciaba al ser pisada, el cual iniciaba la carga de pólvora que contenía. Al ser en sí mismo un artefacto tan básico, se podían fabricar en el mismo frente. Bastaba sustituir la espoleta original por la de Rains y santas pascuas. El único inconveniente que tuvo inicialmente fue regular de forma adecuada la presión de dicha espoleta ya que las primeras unidades eran excesivamente sensibles y detonaban con la más mínima presión. Tras pasar el invierno de 1862-63 dedicado a perfeccionar su invento, lo cual le costó más de un susto y la pérdida de los dedos pulgar e índice de su mano derecha, logró aumentar la presión hasta las 7 libras. O sea, que bastaría simplemente plantar el pie encima para que estallase. Otro invento del prolífico militar fue la mina que vemos a la izquierda, la cual se accionaba mediante un mecanismo eléctrico. Como vemos, era una especie de olla exprés en cuyo interior se situaba la espoleta eléctrica y la carga de pólvora. La tapa permitía un cierre hermético pero, sin embargo, al final resultaron mucho más fiables las minas provistas de mecanismo de presión.

A la derecha vemos una ilustración de un periódico de la época que la denomina como "máquina infernal", y en la viñeta superior explica que la escena detalla como las tropas de la Unión encuentran artefactos de este tipo en las cercanías del fuerte Columbus. Está de más decir que la aparición de estos chismes levantó grandes polémicas entre los mandamases de la Unión ya que, según afirmaban, eran armas asesinas que mataban a traición. De hecho, hubo incluso voces entre los mandos de la Confederación como los generales James Longstreet y Joseph Johnston que clamaron contra las minas por no ser "cristianas", como si una bala Minié o una bala de cañón sí lo fueran, qué carajo. Con todo, hasta el mismo Secretario de Guerra de la Confederación, George Randolph, manifestó que era lícito sembrar minas en los glacis de las fortificaciones o en las carreteras para detener una persecución en caso de retirada, pero que "...no era admisible hacerlo por el mero afán de matar y privar al enemigo de un par de hombres". No obstante, la evidente eficacia de las minas acallaron rápidamente a los ortodoxos y caballerescos militares confederados aunque los unionistas no pararon de berrear muy cabreados por el mismo tema. El mismo general Sherman tuvo ocasión de toparse con una carretera minada y lo puso de los nervios, manifestando que "...aquello no era guerra, sino un asesinato, lo que me enfadó mucho". A continuación hizo que varios prisioneros confederados provistos de picos y palas marchasen a lo largo de la carretera para desenterrar las mimas. Como vemos, las polémicas acerca del uso de las minas no son tampoco cosa de nuestros días.

Soldados de la Unión ante los
efectos de una mina.

A lo largo de la guerra los sureños sembraron miles de minas, especialmente en los alrededores de Richmond, Charleston, Mobile, Savannah y Wilmington, donde provocaron cientos de bajas. El sistema creado por Rains fue tan eficaz que los confederados sembraron con estas minas los parapetos y los glacis de sus fortificaciones, creando campos minados muy densos que, bien pisándolas o bien tropezando con cables tendidos entre ellas, producían una o más explosiones que escabechaban a todo aquel que se aventurara de forma suicida por los mismos. Aún en fechas tan tardías como 1960 aparecieron en Mobile cinco de estos artificios que estaban totalmente operativos, con sus espoletas y su carga de pólvora listas para detonar y eso que habían pasado casi 100 años desde que fue sembrada en el campo. Por cierto que tras la guerra, Rains enterró todos los datos referentes a la fabricación de sus eficaces minas a fin de que no cayeran en manos de sus odiados yankees, por lo que su diseño no es aún enteramente conocido.


Rains durante la guerra, ocultando su
mano mutilada bajo el uniforme
Bueno, esta es básicamente la historia de cómo nacieron las primeras minas anti-persona. Está de más decir que los escrúpulos de conciencia del personal desaparecieron rápidamente, y los estados mayores de todo el mundo occidental se dedicaron a desarrollar diseños propios para machacar al enemigo en futuros conflictos. Aunque actualmente su fabricación y uso ha sido abolido en la gran mayoría de los países avanzados, ni USA, ni Rusia ni la China aceptaron eliminarlas de sus arsenales, por lo que se siguen y se seguirán fabricando por millones para proveer a los señores de la guerra de los estados fallidos africanos o donde al personal le de una higa dejar lisiada a media población. En fin, nadie dijo que el mundo es un lugar agradable.

Hale, he dicho




Efectos de una mina anti-persona moderna. Tras volar el pie, la onda expansiva separa la masa muscular del hueso,
el cual queda hecho añicos por la misma causa.

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