miércoles, 27 de julio de 2016

El origen del caballo de batalla


Supongo que más de una vez nos hemos planteado la siguiente pregunta: ¿cuándo surgió el caballo de batalla? Al hablar de caballo de batalla nos referimos naturalmente a los bridones- o destriers, como vuecedes prefieran-, aquellos descomunales pencos que costaban unos precios tan exorbitantes que, en realidad, muchos caballeros no llegaron a poder adquirirlos en sus puñeteras vidas, teniéndose que conformar con palafrenes, rocines o corceles, animales que, aunque en modo alguno eran baratos, su precio era más asequible a las menguadas bolsas del personal. Es de todos sabido u oído que los caballos de batalla eran tan asquerosamente caros que su pérdida lo dejaba a uno más mohíno que si un cuñado se presenta en casa el día que se abre el jamón 5 jotas que uno compró en un arrebato místico, y solo verlo cojear ya producía severas taquicardias ante la siniestra perspectiva de que el animal se hubiera lisiado en combate.



EQVES romano cabalgando sobre uno de sus pequeños caballos. La ausencia
de estribos le impedía exprimir la energía cinética obtenida por la velocidad
de su montura, así como el peso de ambos.
Por otro lado, la pregunta de cuándo surgió el caballo de batalla conlleva otra, que es cuándo se empezaron a utilizar estos animalitos como un arma de guerra en sí mismos ya que, hasta entonces, los equinos habían sido un medio y no un fin. Me explico: anteriormente a la Edad Media, el caballo había sido un vehículo para transportar a un probo y valeroso ciudadano donde su presencia en el campo de batalla era necesaria, o bien para labores de merodeo, persecución del enemigo, exploración, para tirar de un carro de guerra, etc. Sin embargo, hubo un momento en que el caballo comenzó a formar parte del binomio caballo-jinete en la que ambos se fundían en un solo instrumento bélico cual centauro, y ya no era un animal que acarreaba al combatiente, sino una plataforma móvil desde la que éste podía luchar en unas condiciones de clara ventaja sobre el enemigo que lo hacía a pie. Así pues, de este curioso e interesante tema irá esta entrada ya que, como decía, seguramente es algo que muchos nos hemos preguntado más de una vez sin poder obtener una respuesta concreta.


Jinete romano hacia el siglo V
A comienzos de la Edad Media, el panorama ecuestre en los ejércitos europeos era el que ya hemos comentado por encima en el párrafo anterior. Tanto el decadente imperio romano como los cada vez más pujantes bárbaros hacían uso de sus caballos para poder acudir o trasladar tropas de forma rápida a los puntos del campo de batalla donde su presencia era necesaria y, en muchos casos, una vez llegados a destino desmontaban para combatir a pie. O sea, no eran unidades de caballería propiamente dichas según el concepto medieval que tenemos de este tipo de combatientes, sino más bien infantería montada, algo que suena un tanto contradictorio pero que lo define perfectamente. Es decir, su presencia en los campos de batalla era similar a la de los infantes que son trasladados en vehículos acorazados para transporte de tropas, de los cuales se apean para luchar como lo que son, infantes, y a pesar de viajar en vehículos blindados no por ello son considerados como tropas acorazadas. Además, las unidades de caballería como tales carecían del número de efectivos y la fuerza de choque necesarios para poner en fuga a la infantería, y más aún para romper sus líneas. Recordemos que las TVRMÆ de caballería de cada legión tenían como misión principal la exploración, la persecución del enemigo y establecer escaramuzas para intentar desordenar o causar bajas entre los cuadros enemigos. Pero el concepto de carga demoledora que surgió siglos más tarde aún no se había inventado.


Algunos me dirán que la caballería pesada, los KATAPHRACTOI, ya existían desde mucho antes, pero deben tener en cuenta que, aunque ciertamente eran jinetes acorazados como los que surgieron a partir del siglo XI aproximadamente, les faltaba el ingrediente principal para ser una caballería verdaderamente arrolladora: el estribo, sin el cual el poder de choque no alcanzaba el devastador poder que tuvo la caballería medieval. Por otro lado, los KATAPHRACTOI surgieron entre los pueblos Oriente Próximo y su relación con el caballo de batalla motivo de esta entrada es inexistente. A la derecha podemos ver a un probo ciudadano recreacionista representando a un KATAPHRAKTOS cuyo aspecto es realmente intimidatorio. Sin embargo, su eficacia se veía muy mermada por la ausencia de estribos, así como de una silla de arzón alto. Así pues, aunque estos jinetes podían enfrentarse con la infantería con bastante impunidad, al cabo no eran la fuerza decisiva en la que se convirtió la caballería bajo-medieval, cuya sola presencia en el campo de batalla podía bastar para poner al enemigo en fuga.


Caballería carolingia según el Salterio de St.
Gallen (c. 890). Como se puede apreciar, aunque
aún usan sillas de arzón bajo, ya tienen estribos
Por lo demás, parece ser que no fue hasta el siglo VIII cuando aumentó la demanda de una caballería potente, precisamente como consecuencia de la invasión de la Península en 711. Concretamente fue a partir de la batalla de Poitiers en 732 cuando quedó claro que una caballería poderosa era lo único que podía detener a los pujantes moros que, deseosos de apoderarse del mundo conocido, cruzaron los Pirineos para aumentar sus posesiones en la Europa. Curiosamente, la demanda de jinetes fue el origen del feudalismo ya que la monarquía carolingia, para aumentar los ingresos de los combatientes a caballo y poder así adquirirlos en la cantidad necesaria, comenzó a dotarlos con tierras arrebatadas a la Iglesia, beneficio este que recibió el nombre de fief, palabro derivado del latín FEODA, de donde proviene el término feudo en español. Esta fórmula tuvo bastante éxito ya que entre los siglos VIII y IX los combatientes a caballo ascendían a unos 36.000 CABALLAVRIVS, los cuales estaban obligados por ley a poseer, además de su montura, lanza, escudo, espada corta, espada larga, arco y flechas. 


Jinete carolingio
Aunque en aquella época las razas equinas no estaban "inventadas", parece ser que los criadores del imperio carolingio ya se preocupaban por obtener animales de un tamaño superior a lo normal. Un testimonio de ello nos lo da Ernoul el Negro el cual, en un panegírico dedicado a Luis el Piadoso (778-840) elaborado entre los años 826 y 828 ya señalaba el gran tamaño de los caballos criados en la tierra de los francos, hasta el extremo de que, según él, eran difíciles de montar debido a su enorme alzada. No obstante, parece ser que la afirmación de Ernoul no era totalmente cierta o, al menos, no todo el mundo prefería usar caballos de semejante envergadura. De hecho, muchas representaciones artísticas de la época muestran a jinetes montados en caballos relativamente pequeños, quizás porque aún seguía vigente entre los francos el sistema de monta utilizado por los romanos. Debemos tener en cuenta que la obra de Vegecio "DE RE MILITARI" aún seguía siendo la Biblia de los BELLATORES de la época, y en dicha obra se especificaba que el entrenamiento de los jinetes debía ser llevado a cabo a diario sobre un caballo de madera, y que los reclutas debían ser capaces de montar por ambos lados y desde atrás, tanto desprovistos de armas como equipados por completo. ¿Que por qué seguían montando como los romanos cuando ya existía el estribo? Pues porque si caían en plena batalla era imperiosamente necesario volver a auparse encima del caballo, momento ese en que, seguramente, no era tan fácil buscar el estribo y que el animal permaneciese quieto. Así pues, era mejor estar entrenado para volver a subir a la montura de un salto. De hecho, este entrenamiento perduró a lo largo de la Edad Media.


Jinete normando hacia el siglo XII
Con todo, a partir del siglo XI es cuando la caballería, haciendo uso de la silla de arzón alto y de la lanza, comienza a ganar el protagonismo que mantuvo hasta que, con la aparición de las armas de fuego, llegó su decadencia conforme al concepto medieval de la misma ya que su desaparición de los campos de batalla no tuvo lugar hasta la Segunda Guerra Mundial. Así pues, la generalización de un armamento cada vez más pesado y de un empleo táctico encaminado a la carga en orden cerrado hizo necesaria la cría de caballos de una alzada y con un poder físico cada vez mayores. Hablamos de animales con una alzada de alrededor de 150 cm., un tamaño notable en el siglo XI, obtenidos de caballos de sangre española, franca y escandinava principalmente, y capaces de transportar sobre ellos un jinete provisto de un pesado equipo que estaba formado por la loriga, el escudo, el yelmo y las armas. Obviamente, a medida que el peso del armamento aumentó también lo hizo el de los caballos, que en el siglo XIV incluso superaban los 180 cm. de alzada y cuya prestancia era regia. 


Aunque hay quien cree que se usaban indistintamente machos o hembras, la realidad es que estas últimas estaban reservadas para la cría o para ser usadas como monturas para mujeres o clérigos, estando además la demanda concentrada en los caballos, los cuales no se castraban ya que se consideraba que esta mutilación les disminuía de forma notable la agresividad y la furia necesarios en un campo de batalla, así como la prestancia adecuada para un caballo de guerra. Un ejemplo de esto lo tenemos en los caballos que parecen en el Tapiz de Bayeux, los cuales muestran de forma clara los atributos propios de su sexo. De hecho, hasta después de la Edad Media no se empezaron a castrar caballos con fines militares. 

Bien, estas fueron las causas por las que se fue introduciendo progresivamente lo que conocemos como caballo de batalla. La necesidad de disponer de animales fuertes y poderosos para enfrentarse a la infantería, así como la evolución del empleo táctico de la caballería obligó a criar animales de una alzada cada vez mayor, la cual se fue incrementando con el paso del tiempo a medida que se fueron creando las razas que conocemos actualmente y que, en este caso, fueron el fruto de unas cuidadosas selecciones que dieron como resultado los caballos más impresionantes conocidos hasta la época. Por cierto que los más cotizados, ya en pleno esplendor de la caballería, fueron los caballos españoles criados por los cartujos, por los que en Europa se pagaban cifras astronómicas. 

En fin, ya está.

Hale, he dicho

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