lunes, 25 de julio de 2016

Los orígenes del hara-kiri




Cuñado en pleno acto reivindicativo
al ser acusado de haberse liquidado
el sake gran reserva etiqueta negra
de una tacada
La imagen del samurai que se raja la tripa como quien se prepara un bocata de mortadela ha hecho que en Occidente se dé por sentado de que a estos sanguinarios guerreros les daba una higa palmarla. De ahí que en el magín de los occidentales suela estar muy acendrada la creencia de que los nipones son unos ciudadanos que miran la muerte, no ya como algo irrelevante ante el cumplimiento del deber o por mantener la honra impoluta, sino incluso como una circunstancia ante la que ni se inmutan ni tienen problemas por aceptarla. Sin embargo, el sintoísmo, la religión mayoritaria en el Japón alto-medieval, consideraba la muerte como algo abominable hasta el extremo de que los sacerdotes sintoístas no solían oficiar las exequias de los difuntos ya que, solo por el hecho de entrar en contacto con un cadáver, permanecerían impuros durante tres días. Así pues, solo en casos de personajes de rango muy elevado transigían a presidir estos ritos funerarios y, en cualquier caso, los sumos sacerdotes jamás se avenían a ello. Fue el cada vez más extendido budismo, introducido en el Japón a finales del siglo III por un tal Wani, un filósofo coreano, lo que hizo que la muerte se convirtiera en un designio inexorable, y la visión optimista y vital del sintoísmo se trocase por el fatalismo y la resignación del budismo lo que hizo que el personal se quitara la vida por cualquier pijada.

El budismo fue la filosofía que inculcó la indiferencia
ante la muerte, viéndola como un simple designio
La convivencia entre el sintoísmo y el budismo dio lugar a la creación del bushido, el conocido "camino del guerrero" que se convirtió en la Biblia de los miembros de la casta samurai y que, gracias a los elevados sentimientos del deber y el honor adecuadamente mezclados con el fatalismo y la aceptación de lo inevitable, permitieron a los guerreros japoneses enfrentarse a la muerte con un desprecio absoluto hacia la misma. De hecho, el suicidio ritual acabó convirtiéndose no solo en un método para expiar determinados delitos contra las leyes, la lealtad o la honra, sino como una forma de protesta o, por decirlo de otro modo, una manera de demostrar al personal que se prefería la muerte antes de que su buen nombre quedara empañado por la sombra de la duda o para dejar claro a su señor que su lealtad hacia él permanecía incólume en el caso de que hubiese sospechas de lo contrario.

En rojo tenemos el término harakiri, y en negro seppuku.
Como se puede apreciar, los símbolos son los mismos pero
en un orden diferente
En primer lugar, veamos el término con que se designa esta cruenta forma de largarse de este mundo. Aunque en Occidente es más conocida la palabra harakiri o hara-kiri, en Japón se usa solo como término oral ya que está mal visto emplearla escrita. Ellos prefieren hacer uso del palabro suppuku, que quiere decir lo mismo que harakiri: corte del estómago. ¿Que por qué prefieren una a la otra? Misterios orientales porque, como digo, ambos términos tienen el mismo significado. La única diferencia radica en que se escriben con los mismos signos, pero cambiados de orden, lo que da lugar a pronunciaciones diferentes. Seppuku es como se escribe según la pronunciación on china, que los nipones consideran más culta y elegante, mientras que harakiri es según la forma kun japonesa que ellos mismos, curiosamente, consideran vulgar. Así pues, y para que puedan vuecedes eliminar cualquier duda al respecto, porque sé que hay muchas explicaciones falsas acerca de la co-existencia de ambos términos, sepan que harakiri y seppuku significan exactamente lo mismo: cortarse el estómago o el abdomen.

El porqué se puso de moda eso de abrirse en canal tiene su explicación en la creencia de que el alma residía en el estómago, creencia esta que por cierto estaba bastante extendida por el mundo y en culturas tan dispares como la griega. De hecho, hara significa abdomen, por lo que al cortarlo se ponían de manifiesto dos cosas: en primer lugar, quedaba patente la determinación y el espíritu de sacrificio del samurai ya que, como podemos imaginar, había que tener un valor y una sangre fría fuera de lo común para practicarse un corte tan bestial sin que se les moviera un músculo de la jeta. Al mismo tiempo, con esa auto-mortificación aceptada de buen grado se ponía de manifiesto que el samurai era un fiel seguidor de la filosofía que predicaba el bushido. Por otro lado, la misma aceptación de la muerte y el sistema seguido para infligirla eran por sí mismas un acto honroso ya que abriendo sus entrañas, o sea, donde animaba su alma, el samurai mostraba que ninguna alevosía albergaba en su interior. Por lo visto, no les valía con una declaración jurada ante notario, jeje...

Tamomoto escribiendo su poema de despedida
antes de matarse.
No se sabe cuándo comenzó esta irritante moda de abrirse en canal. No obstante, sí hay constancia de que el suicidio se convirtió en una costumbre entre los guerreros que se veían derrotados o con el honor puesto en entredicho. La noticia más antigua que recoge un caso de suicido es la Hagen Monogatari, una crónica sobre la rebelión Hogen que tuvo lugar en 1156. En ella se da cuenta de cómo Minamoto-no-Tamomoto, un valeroso samurai del clan de los Minamoto, se dio muerte cuando se vio vencido y rodeado de enemigos. Para auto-asesinarse eligió un método un tanto cruento, ya que se hundió su puñal en la barriga para, a continuación, volver a clavárselo hasta cortarse la médula espinal. Obviamente, este sujeto andaba flojo de anatomía ya que podía haber elegido cincuenta sitios más efectivos y menos dolorosos para matarse, pero la cosa es que así es como decidió quitarse de en medio. Sin embargo, como vemos, el sistema elegido por Minamoto no era el harakiri que todos conocemos y, de hecho, en muchos suicidios posteriores tampoco se siguió este método según detalla la crónica antes mencionada. 

Por ejemplo, tenemos el caso de Minamoto-no-Yorimasa, ocurrido una década después de su pariente; en este caso se limitó a apoyar su espada contra la barriga e inclinarse hacia adelante, lo que tampoco coincide con el harakiri convencional. En otras crónicas posteriores se detallan diversos suicidios y tampoco se asemejan ni en la forma ni en las circunstancias a lo que ya conocemos. Por ejemplo, podemos mencionar el caso de Murakami Yoshiteru el cual, para permitir la huida de su señor el príncipe Morinaga del castillo donde estaban sitiados, se subió a una torre y gritó a los enemigos:

-¡Yo soy el príncipe Morinaga! ¡Mirad con vuestros propios ojos lo que voy a hacer!

Y, sin más, se abrió la barriga, se extrajo un puñado de sus tripas y se las tiró a sus asombrados adversarios. Luego se metió el puñal en la boca y se lo sacó por el cogote. Obviamente, este acto de sacrificio supremo haciéndose pasar por su señor para permitirle salir vivo del brete le valdría al menos una cena homenaje o algo así, digo yo. Otro caso de suicidio recogido en las crónicas es el de Kusunoki Mashasige y el de su hermano Masasue, los cuales se apuñalaron mutuamente al ser derrotados en la batalla de Minatogawa, en 1336. Como vemos, en ninguno de estos casos se recurrió a abrirse el abdomen siguiendo un ritual metódico, y más bien fueron casos de suicidios efectuados aprisa y corriendo para no caer en manos del enemigo y verse descabezados, cosa esta que sería deshonrosa para ellos. Así mismo, al igual que se recurría a hincarse una espada o un puñal también era habitual ahorcarse o incluso quemarse vivo prendiendo fuego a la casa o al castillo y quedándose dentro como si tal cosa.

El refinado y meticuloso ritual que todos hemos visto alguna vez en el
cine surgió durante el shogunato de Tokugawa
Aunque todo el mundo denomina a este suicidio ritual como harakiri, en realidad dicho término podríamos decir que es el de uso genérico ya que dependiendo del delito o la infracción contra el honor que se cometiera era llamado de una forma u otra. Así, si uno decidía darse de baja de forma definitiva en la nómina de los vivos por haber traicionado la lealtad debida a su señor, o bien como prueba de todo lo contrario, el suicidio era denominado como chugi-bara. Chugi significa lealtad, y bara es la contracción de harakiri que, por lo visto, suena de ese modo en japonés. Otro motivo para darse finiquito se empezó a imponer a finales del siglo XVI cuando muchos samurais se aburrían durante los periodos de paz de la Era Keisho o bien preferían palmarla a raíz del fallecimiento de su señor al considerar como algo honorable inmolarse y partir de este mundo para servir a su señor en el Más Allá. Además, eso de cortarse la barriga simplemente por no poder ir a la guerra les pareció a estos indefinibles sujetos como algo por lo que su familia ganaría categoría, y su nombre pasaría a la historia por ser tan valeroso que si no iba a la guerra se enfadaba, no respiraba y, además, se abría en canal. En este caso, el suicidio era denominado como oibara, palabro que viene a querer decir "seguido del harakiri" en referencia a que, tras la muerte del señor, a continuación uno se largaba a hacerle compañía al otro barrio. Por cierto que a raíz del advenimiento del shogunato de Tokugawa Ieyasu a comienzos del XVII, esta costumbre se prohibió terminantemente ya que, con bastante buen sentido, se afirmaba que morirse y dejar de servir a los descendientes de su señor era una gilipollez. ¿Que cómo castigar a unos ciudadanos a los que espicharla les daba una higa? Fácil. En casos así, el shogun ordenaba que se le quitara su feudo y se le concedía a cambio uno de inferior categoría y, por otro lado, se ordenaba que los hijos del infractor también cometieran seppuku. Ambas cosas ya eran un aliciente importante para no contravenir las leyes al respecto dictadas por el shogun.


Fotograma de una filmación de la Segunda Guerra Mundial en
la que un oficial japonés está a punto de cometer sokotsu-shi.
A falta de padrino con espada, tras él, un soldado se dispone
a ayudarlo mediante un disparo de fusil en la nuca.
Sin embargo, durante el shogunato de Tokugawa Ieyasu se difundió el motivo de suicidio más conocido en Occidente, y no era otro que la negligencia o la imprudencia a la hora de mandar las tropas. Todos hemos visto en mogollón de pelis como el general samurai que ha sido derrotado decide matarse como expiación ante su fracaso, costumbre esta que durante la Segunda Guerra Mundial aún perduraba. Este tipo de harakiri recibía el nombre de sokotsu-shi, y significa precisamente muerte por negligencia. De hecho, en tiempos modernos ha habido algún que otro caso de suicidio por negligencia ya que el estricto sentido del deber de los nipones no les permite concebir la vida con su honra manchada por haber cometido algún fallo. Es más, durante la Segunda Guerra Mundial hubo bastantes suicidios por esta causa, si bien se recurría tanto a una espada como vemos en la imagen superior, o a algo más moderno como una pistola. Un ejemplo sería el caso del general Hideki Tojo, el cual se pegó un tiro en la barriga si bien no logró quitarse la vida. De eso se encargaron los yankees cuando lo colgaron del pescuezo tras ser hallado culpable de crímenes de guerra. Por cierto que eso de acusar al personal de crímenes en una guerra siempre me ha parecido un tanto contradictorio, pero en fin...


El famoso escritor Yukio Mishima fue el
último en cometer munen-bara tras su
fallido golpe de estado en 1970. Tras
ver que nadie le hacía puñetero caso se
cabreó y se mató. Ojo, la foto es una
simulación llevada a cabo por él mismo.
Pero no acaba aquí la lista de motivos para suicidarse. También existía algo tan surrealista como el munen-bara o funshi-seppuku, una inmolación motivada por un cabreo o una humillación. Sí no es coña. Había gente que se abría la barriga por el hecho de haber sufrido algún tipo de desdén o por alguna pendencia chorra, y en vez de darle dos hostias al causante del desprecio, pues se mataban como queriendo decirle "tú eres el responsable de mi muerte por haberme despreciado o enfadado". Si eso se contemplara aquí, todos seríamos víctimas de nosotros mismos a causa de nuestros cuñados, fijo. Un caso famoso acerca de este peculiar motivo para matarse lo protagonizó un tal Sen-no-Rikyu, un afamado maestro de la ceremonia del té que fue gravemente ofendido por el daimio Toyotomi Hideyoshi. Tanto se cabreó el hombre que, sin pensárselo dos veces, se rajó el abdomen, se sacó parte de las tripas, las cortó él mismo y las depositó en una bandeja, la cual ordenó le fuera entregada a Hideyoshi. Digo yo si no habría sido más cómodo y menos doloroso mandarle una postal haciéndole una peineta, ¿no? Pero qué rarita era esta gente, carajo...

En fin, con lo contado creo que podemos tener una clara idea de cómo y por qué surgió esta aberrante costumbre, así de los motivos que inducían al personal a aplicársela a sí mismos con la misma indiferencia con que uno lee las necrológicas de los fallecidos en Alaska anteayer. En otra entrada ya hablaremos con detalle del ritual en sí, que también tiene su enjundia.

Hale, he dicho

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