lunes, 21 de noviembre de 2016

Armaduras medievales modernas. La coraza Ansaldo


Sección de ametralladores del ejército alemán provistos de la coraza modelo 1918. Se fabricaron miles de ellas

Al hilo de la entrada anterior, en la que pudimos ver en toda su crudeza los terroríficos efectos de la metralla en las jetas de los sufridos combatientes de la Gran Guerra, colijo que no estaría de más iniciar una serie monográfica sobre los diversos diseños, más o menos prácticos, que se llevaron a cabo durante el conflicto para intentar preservar la integridad física de las tropas. Así pues, empezaremos con un breve introito para que vuecedes se pongan en situación antes de entrar a fondo en el tema.

Un grupo de coraceros gabachos escoltan a una columna de
prisioneros alemanes al comienzo de la guerra. Como se
puede ver, su aspecto es el mismo que en tiempos
del enano corso
Cuando titulamos esta entrada como "armaduras medievales modernas" no hacemos más que reflejar el concepto de protección personal que surgió en los magines de los mandamases cuando, en 1915, las relaciones de bajas alcanzaban cifras tan terroríficas que hasta los cerebros de los estados mayores se dieron cuenta de que había que hacer algo si no querían ver a sus respectivas naciones pobladas exclusivamente por viejos, críos, mujeres y hombres un tanto averiados. Cuando empezó la guerra, las únicas tropas que estaban provistas de armamento defensivo corporal eran las viejas unidades de coraceros más trasnochadas que un sereno y que fueron apeadas de sus gallardos pencos en cuando se vio el cariz que tomaban las cosas para ponerlos a luchar como infantería. Pero, por otro lado, la protección de este tipo de corazas contra las municiones modernas no era precisamente óptima ya que, debido a la alta velocidad de las mismas, su capacidad para desviar un proyectil solo era viable cuando este incidía como mínimo con grado de deflexión del 60%. Además, en determinadas ocasiones la bala podía desintegrarse al impactar contra la coraza, lo que podía infligir heridas aún peores de las que pretendía evitar al salir despedidas contra las partes desprotegidas del cuerpo. Hubo incluso un caso de un coracero al que una bala le acertó justo debajo de la gola del peto y, tras saltar convertida en esquirlas, prácticamente lo decapitó, así que ya vemos que estas añejas corazas podrían salvar a sus portadores de un bayonetazo o de un disparo de mosquete, pero no que una bala calibre 8×57 disparada por un Mauser o una Maxim.

Sturmtrooper austriaco protegido
por una coraza de trinchera. Con
su morgenstern en la mano parece
salido de la Edad Media
Así las cosas, según las estadísticas de los diversos cuerpos de sanidad de los ejércitos en liza, se llegó a la conclusión de que un elevado número de heridas podrían haberse evitado con el uso de armaduras adecuadas. De hecho, ya sabemos que en 1915 se introdujo el casco ya que alrededor de un 20% de las bajas se debían a heridas en la cabeza o el cuello y, por otro lado, entre un 60 y un 95% de bajas producidas por metralla, metralleros y munición de arma larga- fusil o ametralladora- podrían evitarse o, al menos, verse disminuidas de forma considerable gracias a armamento defensivo corporal. Además, un elevado porcentaje de dichas heridas habían sido producidas por proyectiles de baja velocidad, o sea, bolas de metralleros y esquirlas de metralla que, como ya hemos visto, producían unas lesiones de pesadilla y, lo que era peor, dejaban la moral del personal por los suelos y producían un terrible gasto logístico, sanitario, etc. Es de todos sabido que, en las guerras modernas, son mucho más problemáticos los heridos que los muertos, ya que a estos se les mete en un hoyo y ahí te pudras, mientras que a los otros hay que proporcionarles los cuidados adecuados, que para eso se juegan el pellejo.

Bien, ese era el estado de las cosas en 1915, cuando los ejércitos que intervinieron en el sangriento conflicto decidieron investigar la mejor forma de salvaguardar sus atribuladas tropas para que, aparte de sufrir menos bajas, pudieran combatir con el apoyo psicológico que ofrecía saberse protegido de los proyectiles enemigos si bien la realidad era que el mayor número de bajas, alrededor de un 65%, se producían por heridas en las extremidades, pero esas eran mucho menos temidas e incluso anheladas por bastantes hombres por ser un pasaporte a casa, que mejor era volver cojo o manco que quedarse en un agujero fangoso envuelto en su capote y con la chapa de identificación metida en la boca por si algún día alguien decidía ir a buscarlo para darle un enterramiento decente.

Así pues, y ya que estos días atrás hemos hablado de los arditi italianos y su armamento, iniciaremos esta serie con una coraza de esa misma nacionalidad: la Ansaldo, que era mucho más sofisticada que las burdas corazas Farina que ya usaban los esploratori en 1915.

La coraza Ansaldo era en realidad lo que hoy conoceríamos como un "dos en uno", o sea, un mismo artefacto con dos aplicaciones diferentes: armadura y escudo. Ya en 1915, el Comando Supremo italiano empezó a promover la búsqueda de protecciones corporales adecuadas aparte del casco que, en realidad, era una mala copia del Adrián francés, o de el casco y la armadura Farina mencionada antes. La cosa es que ya habían probado con cierto éxito el uso de gaviones y sacos terreros que, empujados por delante de las tropas que avanzaban gateando hacia el enemigo, les protegían de los disparos de la fusilería y las ametralladoras. No obstante, este sistema no era precisamente lo más adecuado para una guerra moderna ya que estaba basado en las defensas empleadas por los zapadores del siglo XVIII, cuando cavaban las trincheras de aproximación durante los asedios.

Coraza Ansaldo colocada en el pecho y en la espalda
Así pues, la Società Gio. Ansaldo & C. radicada en Génova, presentó en 1918 un interesante diseño que, por sus características, era a mi entender bastante más completo que otros que se fueron produciendo en Italia durante aquellos años. La Ansaldo puede que le suene a más de uno ya que esta firma, fundada en 1853, ha fabricado de todo, desde automóviles a aeroplanos pasando por buques de guerra, trenes y hasta trasatlánticos. El invento, como vemos en la foto, consistía en un peto que podía portarse tanto en el pecho como en la espalda, dependiendo de si uno atacaba o se largaba echando leches hacia sus posiciones, así como de mantelete o escudo durante los avances. Estaba fabricado con una sólida chapa aleación de acero con cromo-níquel-vanadio que, según las especificaciones requeridas, debía resistir el impacto de una bala del fusil con una velocidad en boca de 762 m/seg. disparada a 100 metros.

Además, la chapa debía resistir sin mostrar grietas ni síntomas de rotura cinco disparos efectuados a una distancia de 100 metros con el fusil reglamentario italiano. Dicha chapa, de 6,35 mm. de grosor, le daba un peso de 8,9 kilos si bien, como vemos en la foto, se fabricaron en cuatro tallas que de mayor a menor pesaban sin contar la más grande ya mencionada, 8,6, 7,9 y 7,2 kilos. Para sujetarlas al cuerpo disponían de dos correas de cuero que se cruzaban por la espalda o el pecho. Por cierto que en el ejemplar de la izquierda podemos ver dentro de los círculos rojos las señales de sendos impactos efectuados durante las pruebas llevadas a cabo.

Pero su empleo como escudo era quizás lo más logrado. En la foto de la derecha vemos en primer lugar el reverso de la pieza, la cual quedaba en pie gracias a las patas con que estaba provista y que, cuando no se usaban, se plegaban sobre la parte delantera de una forma similar a la de las varillas de los capós de los coches actuales, o sea, giraban en unos soportes situados en los hombros y eran ancladas a presión en las piezas que se ven en la siguiente foto dentro de sendos círculos. En las fotos de más arriba se aprecia perfectamente la apariencia de estas patas cuando estaban plegadas. Pero lo más eficaz era sin duda la abertura prevista para usarla como tronera, cuya tapa podía ser girada desde la parte trasera para introducir por ella el fusil. La muesca superior permitía efectuar la puntería sin problemas. Aparte de todos estos accesorios, según se aprecia en la foto del reverso del escudo, disponía además de una asa para agarrarlo durante el avance. Por último, en la foto de abajo vemos a un soldado en posición de disparo protegido por el escudo que, gracias a su inclinación, podría desviar con relativa facilidad los proyectiles enemigos. Las patas mencionadas antes impedirían que se le cayese encima ya que se hincaban en el suelo para afianzarlo.

Previamente, en 1917 fue presentado un modelo similar cuya única diferencia radicaba en el sistema de apertura de la mirilla-tronera del escudo, el cual podemos ver en la foto de la izquierda. En este caso, dicha tronera no se cubría con el elaborado sistema que se adoptó posteriormente, sino con una chapa deslizable que corría entre los dos soportes remachados que se aprecian en la imagen. Una pestaña situada en el costado derecho actuaba de tope cuando se cerraba. En la foto de al lado hemos recreado como sería el aspecto de dicha chapa de cierre, así como la apariencia del escudo con la tronera cerrada. Obviamente, este sistema no permitía la apertura o cierre de la tronera desde atrás, por lo que para efectuar ambas operaciones el tirador debía descubrirse y recibir posiblemente el balazo que lo cesaría en el cargo de forma radical.

En fin, así era esta curiosa coraza-escudo que, por lo demás, no debió tener mucho éxito ya que tanto su peso como su morfología impedía determinados movimientos al soldado independientemente de que, a la vista de la foto de la derecha, podía incluso disparar rodilla en tierra. Pero, si nos fijamos bien, la parte inferior de la coraza impediría al soldado agacharse un poco más so pena de que se le clavase dolorosamente en el muslo y, por otro lado, tampoco permite un buen encare del fusil. Además, el soldado está desprovisto de cualquier tipo de equipación que pueda interferir en el uso de la coraza, como macutos, mochilas, cananas y el largo et cétera de bártulos que las tropas llevaban encima cuando estaban en el frente en vez de en los polígonos de tiro. Sea como fuere, la cosa es que al parecer no tuvo mucho éxito, desconociéndose el número exacto de ejemplares fabricados. Cabe suponer que el final de la contienda debió relegarlas al olvido rápidamente, así que tampoco hubo ocasión de darle tanto uso como los tedescos hicieron de las suyas.

En fin, ya'ta, que para ser lunes ya he escrito bastante.

Hale, he dicho

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