martes, 15 de noviembre de 2016

El armamento de los "militari arditi". Armamento individual


Grupo de arditi en pleno orgasmo bélico. Mientras los que se vislumbran en el fondo apuñalan con saña bíblica a los enemigos, de los que aparecen en primer término al menos cinco de ellos se disponen a arrojar sendas bombas de mano. No deja de ser curioso que precisamente el puñal y las granadas fuesen precisamente las armas más emblemáticas de estas
unidades de asalto


Trío de colegas posando para la posteridad.
Los tres muestran sus carabinas
Mannlicher mod. 91 TS, y en la cintura
se pueden ver sus puñales
Hace unos días publicanos una entrada sobre el origen de estos fogosos italianos que, a partir de 1917, se dedicaron a chinchar bonitamente a los austro-húngaros del káiser Carlos I el cual apenas tuvo tiempo de reinar un año hasta que, con el fin de la contienda y la derrota de las potencias centrales, lo mandaran a hacer puñetas. Así pues y como con un par de entradas no podríamos detallar la historia de los arditi, lo suyo será fraccionarlas por temas ya que no me gusta elaborar entradas de esas interminables que, más que ilustrar, aburren. Por lo tanto proseguiremos esta temática con el armamento empleado por estas unidades que, como veremos, estaba bastante bien concebido para el despliegue táctico de las mismas en el campo de batalla.

Los arditi, tanto en cuanto estaban concebidos como tropas de asalto, debían ir provistos de armamento abundante, fiable, contundente y surtido. O sea, debían acarrear todo tipo de armas ya que dependían de sí mismos a la hora de llevar a cabo cualquiera de sus operaciones, especialmente cuando se trataba de infiltrarse en las trincheras enemigas para dar golpes de mano que, aparte de sembrar el caos, venían muy bien para liquidar posiciones claves en el entramado trincheril del adversario, Vg. reductos, nidos de ametralladoras, depósitos de munición, etc. La guerra de trincheras era algo tan novedoso que, como ya hemos comentado en las entradas dedicadas a este concepto táctico, los ejércitos convencionales carecían de armas diseñadas específicamente para desenvolverse en semejante maremagno, y se veían limitados a sus fusiles de toda la vida, las bayonetas y las bombas de mano, y estas últimas solo cuando los mandamases se dieron cuenta de que hacía falta un tipo de arma explosiva para repeler o agredir al enemigo a corta distancia, donde la artillería no podía actuar so pena de llevarse por delante a amigos y enemigos.

Grupo de arditi en 1918 enarbolando sus puñales. Estos cuchillos eran el
arma más emblemática de las tropas de asalto italiana, y ciertamente no
perdían ocasión de enseñarlo para demostrar que no eran infantería corriente
El pionero en estas cuestiones en lo que atañe al ejército italiano fue el entonces capitán Bassi que, como ya anticipamos en la entrada anterior, fue el padre de los "militari arditi". Ya en noviembre de 1916 presentó un proyecto para la formación y empleo táctico de secciones armadas con subfusiles, precisamente porque las tropas no tenían posibilidad de atacar provistos de un arma capaz de desarrollar la potencia de fuego necesaria para compensar su enorme disparidad numérica respecto al enemigo. No olvidemos que se trataban de pequeñas unidades a nivel de pelotón o sección las que debían introducirse en una trinchera literalmente atiborrada de enemigos, por lo que los fusiles convencionales servían de poco. El éxito de las teorías de Bassi cuando fueron aplicadas en el campo de batalla fue lo que hizo que el Comando Supremo decidiera crear el primer Reparto d'Assalto, el germen de las unidades de arditi las cuales, como no podían ser menos, serían equipadas con los distintos tipos de armas que el ya ascendido a teniente coronel Bassi había demostrado que eran más adecuadas. Comencemos pues.

Armas largas


Los arditi no iban armados con el fusil reglamentario de la infantería, el Mannlicher-Carcano modelo 1891, un arma de calibre 6,55×52, el mismo con el que, según siguen insistiendo en las novelas de ciencia-ficción, Oswald mató a Kennedy. Pero este chisme era, como todos los fusiles de infantería de la época, demasiado grande y pesado para equipar a unidades que tendrían que arrastrarse por la tierra de nadie o combatir en una angosta trinchera, así que se decidió que los Reparti d'Assalto fueran armados con dos versiones cortas de este fusil: el moschetto mod. 91 da cavalleria y el mosquetto mod. 91 TS- destinado a tropas de ingenieros y artillería-, los cuales podemos ver en la foto inferior.



Como podemos ver, son armas mucho más ligeras y manejables. El fusil 1891 pesaba 3,8 kilos sin bayoneta y medía 128 cm., mientras que la carabina pesaba 3,1 kilos y medía solo 91 cm. La diferencia entre las dos carabinas radicaba básicamente en que la de caballería estaba armada con una bayoneta plegable de sección triangular y la TS- siglas de Truppe Speciali- montaba la bayoneta modelo 1891 provista de una hoja de 30 cm. Por lo demás, la culata del modelo de caballería carecía de guardamanos, y el alza era distinta de la que montaba la TS. 

En sí, estas dos carabinas no eran precisamente ninguna maravilla en lo tocante a precisión y potencia ya que, por ejemplo, el cartucho de 8×57 de los Mauser mod. 98 alemanes o el de 8×50R de los Steyr-Mannlicher mod. 85 austriacos eran mucho más potentes; sin embargo, ambas tenían dos ventajas notables que las hacían muy útiles para las tropas de asalto. En primer lugar tenemos el peine, el cual podemos ver en la foto de la derecha y que, como se puede apreciar, carga seis cartuchos en vez de los cinco habituales. Un cartucho más podía significar la diferencia entre salir vivo de una refriega o entregar la cuchara allí mismo, así que no era un tema baladí. Y, por otro lado y no menos importante, los peines eran simétricos por lo que podían ser introducidos en cualquier posición, lo que no era posible con el sistema Mannlicher original. Ello facilitaba enormemente la recarga en situaciones de estrés o con baja o nula visibilidad. Por otro lado, se introducían enteros, siendo expulsados por una ventana inferior cuando se agotaba la munición. La dotación de cartuchos para este tipo de unidades era de solo 72 en lugar de los 120 de la infantería convencional ya que, en teoría, sus acciones duraban menos tiempo.

Armas cortas


Dependiendo de la graduación y la especialidad de cada hombre se le entregaba un arma corta en concreto. No olvidemos que en aquella época se tenía siempre en cuenta que un oficial era ser elegido para la gloria y que, por lo tanto, debía tener preferencia a la hora de usar armas que marcasen la diferencia con el resto de los míseros humanos. Curiosamente, no se miraba que fuesen mejores o más potentes- los oficiales no usaban armas largas, por lo que dependían de una puñetera pistola salvo que se rebajasen a empuñar una carabina-, sino que fuesen más ligeras, de un calibre menos molesto de disparar o, simplemente, que fuesen más bonitas. 

Un ejemplo preclaro de esta absurda costumbre lo tenemos en la pistola que vemos en la foto de la derecha, una Glisenti modelo 1910, uno de los mayores bodrios armeros de la historia. La Glisenti era la pistola destinada a mandar al baúl de los recuerdos al revólver Bodeo, un trasto decimonónico más trasnochado que Drácula y más si lo comparamos con las fastuosas pistolas germanas, la P-08 y la Mauser C96. Sin embargo, a pesar de su remoto parecido estético con la mítica Parabellum, era un arma mala, cara de fabricar y tan endeble que hubo que modificar su calibre, originariamente 9 mm. Parabellum, por otro idéntico pero con menos potencia, el 9 mm. Glisenti. 


La flecha azul señala la pieza que acerroja el arma, la cual
era su talón de Aquiles debido a que la corredera la golpeaba
y la rompía con una irritante frecuencia
Además, su cargador solo tenía capacidad para 7 cartuchos, el sistema de extracción era apretando el pulsador que aparece sobre el tacón del mismo, y la palanca de seguro era el resalte que se ve justo delante del guardamonte. ¿Que qué más da la posición del pulsador del cargador? Mucho, cuando el que empuña la pistola está en un fregado de los buenos. Porque cuando ve que el cargador se ha agotado, mientras que con el pulgar pulsa un botón situado tras el guardamonte, como por ejemplo ocurría en la P-08 o la Colt 1911, la mano izquierda busca un nuevo cargador. Sin embargo, en este caso hay que apretar y sacar el cargador con la mano izquierda mientras que con la derecha se sujeta el arma. Hablamos de pocos segundos, pero los suficientes para que un tedesco cabreado te estampe su maza de trinchera en plena jeta. Al final, muchos prefirieron comparar de su bolsillo una pistola eibarresa (se hicieron de oro en Eibar a raíz de la Gran Guerra por la carencia de pistolas decentes en los ejércitos italiano y gabacho) o recuperar su viejo Boleo que, aunque con un disparo menos, al menos nunca fallaban.

Un salto cualitativo notable se experimentó cuando Tulio Marengoni, diseñador jefe de la firma Beretta, diseñó su modelo 1915 que vemos a la derecha. En sí, esta pistola no aportaba mejores prestaciones que la Glisenti ya que disparaba el mismo cartucho y tenía la misma capacidad de cargador pero, sin embargo, su funcionamiento y su robustez superaban con creces a la anterior. La Beretta era una pistola extremadamente sólida, muy bien concebida (de hecho, es la abuela del actual modelo 92) y, lo más importante, no dejaba tirado al personal en el momento clave. Aparte de eso, disponía de dos seguros, uno en el costado que se puede apreciar en la foto y que bloqueaba el gatillo, y otro en la parte trasera del armazón que hacía lo propio con el martillo, que en este caso también era oculto. Este detalle era habitual en muchas pistolas de la época ya que impedía posibles enganchones a la hora de extraer el arma de la funda. Disponía de una argolla para colocar un fiador y, al igual que la Glisenti, también se fabricaba en calibre 7,65 mm., lo que permitía disponer de un cartucho más a costa de perder potencia, cosa nada recomendable por cierto.


Bien, estas eran las dos pistolas que usaban los oficiales. Los suboficiales, operadores de lanzallamas y los tiradores de subfusil y ametralladoras iban armados con el vetusto Bodeo modelo 1889, del cual se fabricaron dos versiones: el tipo I, que vemos en la parte inferior de la foto, y el II. Como salta a la vista, la única diferencia radica en que el I tiene guardamonte y el II carece del mismo, siendo el gatillo plegable. ¿Que por qué esta diferencia chorra? Por lo que dijimos anteriormente: el clasismo de la época obligaba a que las armas de los oficiales fueran más guays, así que el destinado a los suboficiales no tendría guardamonte y santas pascuas porque así se ahorraban el costo de una pieza más. En el caso de los oficiales arditi nos encontramos con la misma historia, y los que prefirieron mandar a paseo las Glisenti se buscaron Bodeos del tipo I, que para eso eran los mandamases. El resto del personal armado con arma corta fue equipado con el tipo II que, en realidad, funcionaba exactamente igual. Por lo demás, se trataba de un arma que, aunque anticuada, era extremadamente sólida y, ante todo, fiable, porque un revólver no se encasquilla jamás y solo en el caso de que, debido a un cartucho defectuoso una bala se quede dentro del cañón, siempre funcionan.


La foto muestra un Bodeo con la trampilla de recarga abierta.
En este caso, no se abatía hacia el lateral, sino hacia atrás.
Como es más que evidente, el Bodeo tiene un diseño muy similar al de otros revólveres de la época como el Nagant belga o el Lebel gabacho. Sin embargo, mientras que los anteriores tenían el típico problema de la lentitud de recarga que ya se explicó detalladamente en la entrada dedicada al Nagant, en el caso del Bodeo se pudo agilizar gracias a un ingenioso mecanismo mediante el cual, una vez abierta la trampilla del tambor, quedaba desactivado el martillo por lo que al apretar el gatillo podía girar el tambor pero sin que hubiese percusión. Esto permitía acelerar un poco el ya de por sí lentísimo proceso de recarga de estos tipo de revólveres. El tambor tenía una capacidad para seis cartuchos, y su sistema de disparo era únicamente de doble acción. Esto permitía una mayor cadencia de tiro, pero restaba precisión a la hora de disparar sobre blancos situados a más de 15 ó 20 metros. En cuanto al calibre, se trataba del 10,35×21R, lo suficientemente potente como para incrustarle una bala en el pecho a un tedesco y borrarlo de la lista de su compañía para siempre. Como dato curioso, añadir que por la forma de su culata era apodado coscia d'agnello, pata de cordero, y en Eibar se fabricaron miles de ejemplares por encargo del gobierno italiano.


Armas blancas




Sin duda, la daga d'assalto era el arma por antonomasia de los arditi. Tan orgullosos estaban de sus cuchillos de trinchera que incluso en las fotos de estudio era habitual verlos posando daga en mano, sujetándola con los dientes o incluso haciendo gesto de apuñalar con ella, tal como vemos en los dos tontainas de la foto de la derecha, en la que uno blande su daga mientras que su cuñado hace el gesto de lanzar una granada. Ya sabemos que el uso de cuchillos de trinchera se extendió entre todas las tropas que tomaron parte en la sangrienta contienda, pero en el caso de los arditi hablamos de un arma reglamentada y que formaba parte del armamento de cada miembro de los Reparti d'Assalto. Es más, la daga se llevaba siempre encima independientemente del rango de cada cual, y no solo en el frente, sino también en retaguardia cuando estaban de permiso y empezaban a darse de restregones con la novia nada más bajar del tren, que la falta de hembra era lo que peor sobrellevaban las tropas alejadas tanto tiempo del terruño. Es obvio que pasearse con la daga encima era lo mismo que demostrar al personal que uno era un tipo valeroso y que pertenecía a una unidad de élite, lo que garantizaba mogollón de invitaciones a vino y grappa en las tabernas y no menos miradas tiernas por parte del hembrerío presente, también muy contritas porque en el pueblo solo quedaban señores maduros casados, viejos y críos.


Pero, a pesar de ser un arma reglamentaria, no hubo nunca un criterio concreto en lo tocante a su tamaño, tipo de empuñadura, etc. O sea, no ocurría como con las bayonetas, que eran fabricadas siguiendo unas dimensiones exactas y con una empuñadura conforme a un diseño previamente establecido. Por el contrario, la daga d'assalto había surgido en realidad de la misma forma que los cuchillos de trinchera del resto de ejércitos en liza: reciclando bayonetas. En este caso se limitaron a echar mano de las viejas bayonetas modelo 1871 destinadas a armar los antiguos fusiles Vetterli 1871 y Vetterli-Vitali 1871/87. Esta bayoneta, provista de una larga hoja de 51,5 cm. de largo, podría proporcionar material para dos dagas según podemos ver en la imagen superior. Arriba del todo aparece el modelo 1871, en el centro el modelo 1891 usado en la Gran Guerra y con el que podemos comparar el enorme tamaño de la anterior. Por último vemos una daga d'assalto que nos permite comprobar que, en efecto, podían extraerse dos de ellas de cada hoja del modelo 1871.


En la foto de la derecha tenemos varios ejemplares que nos permitirán ver algunos de los diferentes acabados de estas armas. Arriba tenemos una daga provista de un tipo de empuñadura denominada "de lima" por su obvia similitud con las de estas herramientas. No era la morfología más habitual, aunque tampoco eran raras. Las otras tres ofrecen una apariencia similar si bien las crucetas presentan ciertas diferencias, así como el vaciado de las hojas. Las dos primeras tienen la hoja de doble filo y están vaciadas a una sola mesa, mientras que la de abajo está vaciada a dos mesas y conserva el recazo original de la hoja de donde procede. 


Porque, si nos fijamos, lo más frecuente es que tanto el recazo como la acanaladura desaparezcan ya que rebajaban el generoso grosor de las hojas originales, por lo que dichas acanaladuras desaparecían, quedando solo un resto en el primer tercio de la hoja de la daga, quizás intencionadamente para poder apoyar el pulgar. En cuanto a las vainas, estaban fabricadas de cuero en una sola pieza y cosidas por el reverso. A la derecha de la foto tenemos dos ejemplares: la de arriba tiene el extremo reforzado con dos remaches mientras que la otra conserva la contera de bronce de una vaina de bayoneta mod. 1891. En todo caso, el tipo más frecuente es el que vemos con su daga envainada, cuyo extremo estaba reforzado con una grapa de acero que impedía que la punta pudiera perforarla. En lo referente a la sujeción en el cinturón, se efectuaba mediante una simple presilla muy ajustada que permitía llevarla terciada sobre el lado izquierdo de la barriga, tal como nos lo muestra el ardito de la foto de la izquierda, ya que esta forma de llevar la daga facilitaba la extracción en caso de necesidad. Como dato curioso y como muestra de lo que son los bulos que se extienden por los frentes de batalla, los austriacos daban  por sentado que todos los arditi eran procedentes de Sicilia, y que por ese mismo motivo eran todos sumamente diestros en el manejo de sus dagas.  Por cierto que los arditi también echaban mano de los sturmmesser de las tropas de asalto austriacas, y al parecer eran piezas especialmente codiciadas las bayonetas cromadas Mannlicher mod. 95 que fabricaban para los suboficiales.  


Bombas de mano



Imagen de propaganda en la que aparece en primer
término un ardito que se dispone a arrojar una
granada y, encima, guiado por un ángel y todo.
Tal como comentábamos al inicio de la entrada, las bombas de mano eran, junto con las dagas, las armas por antonomasia de los arditi. La razón no era otra más que la necesidad de disponer de granadas que cubrieran su avance, y que les abrieran paso cuando llevaban a cabo un golpe de mano y tenían que ir limpiando las trincheras que se encontraban a su paso. Por esta misma razón, los Reparti d'Assalto no usaban granadas defensivas, sino ofensivas o incendiarias, estas últimas destinadas a crear cortinas de humo que les permitieran moverse o retirarse sin que el enemigo pudiera verlos. Para aquellos que desconozcan el tema, sepan que las granadas defensivas están concebidas, como su nombre indica, para usarlas desde una posición defensiva contra un enemigo que ataca, por lo que al explotar se fragmentan en decenas de trozos que crean un perímetro letal de 3o, 40 o incluso 5o metros. Por el contrario, las ofensivas pretenden desconcertar al enemigo con sus explosiones, pero al estar fabricadas con simple hojalata (hoy día con materiales plásticos), la metralla resultante son simples esquirlas que solo pueden hacer verdadero daño hasta una distancia máxima de unos 10 metros. Ojo, esto no quiere decir que su onda expansiva no sea letal ya que una granada ofensiva arrojada dentro de un refugio o aprovechando la estrechez de una trinchera no deja títere con cabeza. 


La granada más habitual era el petardo Thévenot, de origen gabacho aunque fabricada en Italia bajo licencia por la firma "Sutter y Thévenot". Esta era una granada de un tamaño notable que pesaba nada menos que 400 gramos, 170 de los cuales eran de explosivo Echo. Esta potente carga producía un estampido formidable que causaba un gran impacto psicológico en un enemigo que se veía bajo su fuego, si bien su radio efectivo era de apenas 5-10 metros. Solo si al gafe de turno le acertaba el cilindro de inercia podía palmarla a más distancia. Estas granadas explotaban mediante una espoleta de percusión que impedía al enemigo devolverla ya que, una vez liberado el percutor, en teoría cualquier impacto, aunque fuera contra un cuerpo humano, bastaría para que el multiplicador iniciara la carga explosiva y lo dejara a uno en un estado lamentable. No obstante, el nivel de fallos era más elevado de lo deseable debido a lo complejo de sus mecanismos.


Restos de un Thévenot sin detonar. La pieza cilíndrica que
vemos en el centro era la que separaba el percutor
del multiplicador a base de fulminato de mercurio
El funcionamiento de este chisme era el siguiente: una vez retirado el pasador de seguridad se lanzaba, pero procurando no imprimirle un movimiento de giro ya que eso podía retardar o impedir el desliado de la cinta en cuyo extremo estaba la pieza que liberaba el cilindro de inercia. Cuando la cinta se desenrollaba por completo, el peso de la chapa de seguridad hacía que se desprendiera del petardo. Al impactar contra el suelo se liberaba el cilindro que retenía el percutor y el muelle de este, percutiendo a continuación en el multiplicador. Este sería el proceso salvo que el percutor o el multiplicador fallasen por cualquier causa o si chocaban contra una superficie blanda, como barro, hierba, etc. En todo caso, estas granadas eran preferibles por la imposibilidad de que los enemigos las devolvieran ya que, en el caso de una espoleta de tiempo, para impedirlo habría que esperar al menos 5 ó 6 segundos antes de lanzarla (lo normal eran espoletas de 8 segundos), lo que suponía una eternidad en pleno ataque. Por cierto que si alguien piensa que se me ha ido la pinza y he confundido este chisme con una Lafitte, pues no. De hecho, la Lafitte era una versión alargada del Thévenot y, por ende, más potente ya que cargaba 200 gramos de nitramina.


Además del Thévenot usaban el petardo ofensivo PO, una granada que entró en servicio en 1918 y de dimensiones y peso similares al anterior si bien su radio de acción era superior, entre los 10 y los 15 metros. Al parecer, el motivo de introducir una nueva granada era el nivel de fallos que daba el Thévenot, lo que se traducía en granadas tiradas por el suelo sin explotar pero que sí lo harían si alguien le daba una patada cuando avanzaba hacia el mismo lugar donde la había lanzado previamente. Así pues, se puso en producción una granada cuyos efectos serían similares ya que cargaba 160 gramo de Echo o 150 de TNT, pero con una espoleta Olergon. Esta espoleta se diferenciaba de la del Thévenot en que, mientras que la de este el multiplicador lo iniciaba un muelle, en el PO el percutor lo impulsaba una masa que, por inercia, lo detonaba, por lo que era más fiable y aseguraba la explosión de la carga. Al igual que el Thévenot, el PO se fabricaba en versiones incendiarias y defensivas si bien este último tipo nunca era empleado por los arditi. Por último y para hacernos una idea de por qué estas armas eran tan representativas de estas unidades de asalto baste el hecho de que, mientras que la dotación de granadas de la infantería normal era de seis unidades, en el caso de los arditi era de una docena que, como ya podemos imaginar, se duplicarían a la hora de iniciar un ataque. Para llevarlas encima de valían de macutos de circunstancias del mismo modo que las strumtruppen alemanas.

En fin, este era el armamento individual de los militari arditi. En otra entrada ya hablaremos del colectivo, que por hoy ya le he dado a la tecla más de la cuenta. Además, es hora de merendar y eso, como todos saben, jamás lo perdono. 

Bueno, ahí queda eso.

Hale, he dicho

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