sábado, 5 de noviembre de 2016

El origen de los "militari arditi"


Imagen propagandística de la época en que se puede contemplar un violento intercambio de opiniones entre
arditi italianos y tropas austro-húngaras


Esploratori posando en plan "mira mamma
mía que aspecto más feroz tengo"
Justo es reconocer que en cuanto un cuñado ahíto de documentales menciona algo referente a las tropas de asalto que participaron en la Gran Guerra, lo primero que se viene a las cabezas del personal son las Sturmtruppen con que los tedescos sembraban muerte y destrucción + IVA en las trincheras enemigas, y escabechaban bonitamente a los british (Dios maldiga a Nelson) y a los gabachos (Dios maldiga al enano corso) que pillaban en la inopia o pajeándose como macacos en un rincón de una trinchera contemplando su última adquisición en forma de postal en la que una frondosa señorita en pelota picada posa haciendo gestos obscenos. Bueno, esos al menos palmaban razonablemente contentitos, las cosas como son. Sin embargo, las Sturmtruppen no fueron las únicas unidades de asalto que combatieron durante el sangriento conflicto. Al invento tedesco hay que añadir las unidades de militari arditi creadas por los italianos, unos ciudadanos que desde la caída del imperio habían perdido de forma progresiva el espíritu combativo que les permitió hacerse los dueños del mundo pero que, sin embargo, aún conservaban el ardor propio de los latinos cuando se enfadan seriamente.

Tte. coronel Bassi
Sin embargo, los arditi no fueron un tipo de unidad creada, como en el caso de las Sturmtruppen, para llevar a cabo desde el primer momento las acciones de guerra propias de estas tropas, sino que tuvieron que pasar por distintas fases hasta que los mandamases italianos se dieran cuenta de que el concepto ideado por el capitán Wilhelm Rohr, creador de las Sturmtruppen, era el mejor camino a seguir. De hecho, los arditi como unidades operativas no fueron oficialmente formadas hasta junio de 1917 bajo la dirección del teniente coronel Giuseppe Bassi, considerado como el padre de las mismas. Pero, como ya hemos dicho, para llegar hasta ahí el ejército italiano tuvo que pasar por un proceso de dos largos años hasta dar forma definitiva a sus propias tropas de asalto. Veamos pues como fue el camino que tuvieron que recorrer.

Esploratori en acción. Obsérvese la
cizalla Malfatti que lleva, ideada para
cortar alambradas a distancia. Está
rematada por una bayoneta para
emplearla como arma de cuerpo a cuerpo
El 30 de junio de 1914, cuando aún nadie había empezado siquiera a afilar su bayoneta, el Comando Supremo del ejército italiano creó un nuevo tipo de tropas, los Esploratori, término éste que no creo precise de traducción. Su misión no era otra que actuar como avanzadilla para estudiar la orografía del terreno por donde avanzaría el grueso de las tropas. Para facilitarles el camino tenían que crear pasillos por donde pudieran avanzar sus camaradas a la hora de iniciar una ofensiva, para lo cual debían cortar las alambradas enemigas aprovechando la noche o en condiciones de muy baja visibilidad, proteger su avance por los flancos cuando se iniciase la ofensiva y, ya puestos, tender emboscadas a las patrullas enemigas que intentasen dar golpes de mano en sus posiciones. Además, debían ser capaces de confeccionar detallados planos de las líneas enemigas dando cuenta del máximo posible de datos, como situación de los nidos de ametralladoras, reductos, etc. Como es lógico, cualquier pelanas no era admitido en estas selectas unidades ya que, a un valor y una sangre fría por encima de toda duda, había que sumar un mínimo de capacidad intelectual para saber interpretar mapas, orientarse sobre el terreno y, en definitiva, estar lo suficientemente cualificado como para no aparecer en Birmania más perdido que un político en una conferencia sobre conceptos éticos y morales.

Así pues, se dictaminó que cada regimiento de infantería y cada batallón de unidades alpinas dispusiera de una compañía de Esploratori formada por cuatro oficiales, entre 80 y 90 hombres entre suboficiales, clases y tropa, un ordenanza en bicicleta que actuaría como correo y enlace, y una sección de mulos para los pertrechos en caso de tener que efectuar desplazamientos largos. Obviamente, al decir mulos nos referimos a los equinos, no a soldados especialmente forzudos. Como distintivo se les puso en la manga izquierda, por encima del codo, una estrella negra de seis puntas como la que vemos a la derecha. Los suboficiales la llevaban de color plata, y los oficiales de oro, faltaría más. 

Casco Farina. Ese trasto pesaba nada menos
que 2,85 kg., así que debía provocar unas
cefaleas suntuarias
Sin embargo, cuando Italia entró en guerra el 24 de mayo de 1915 se encontró con un panorama totalmente distinto a lo que el Estado Mayor italiano había previsto, y las unidades de Esploratori tal como estaban concebidas lo tenían crudo para desenvolverse en un frente con alambradas de decenas de metros de profundidad, y con sistemas trincheras tan intrincados que había que olvidarse de intentar siquiera inspeccionarlas más allá de la primera línea. Solo las unidades alpinas pudieron seguir haciendo uso de las compañías de Esploratori tal como estaban concebidas ya que, en el medio montañoso donde italianos y austriacos se batían el cobre, las distancias entre las posiciones de ambos ejércitos y los sistemas defensivos empleados permitían el uso de este tipo de tropas. 

Compañía de la Muerte en acción. El soldado de la izquierda prepara unas
cargas de gelignita protegido por un escudo, mientras los otros dos
van cortando la alambrada
Pero en el frente occidental las cosas eran totalmente distintas. De ahí que se optara por formar patrullas de 3 o 4 zapadores equipados con cizallas para cortar las alambradas y paquetes de gelignita para volar las estacas de hierro que las sustentaban. Como escolta llevarían otros tantos fusileros. Además, todos llevaban un macuto con varias bombas de mano con las que sembrar el pánico en las posiciones enemigas, o bien destruir refugios, polvorines o depósitos de provisiones. Así mismo, se dedicaban a merodear durante las noches más oscuras para intentar pescar a algún centinela despistado para sacarles información sobre las posiciones enemigas. Estas patrullas estaban nutridas por voluntarios porque, las cosas como son, se jugaban el pellejo cada vez que salían a hacer de las suyas, y está de más decir que su arrojo y su valentía eran incuestionables. De forma extraoficial se denominaban a sí mismos como "Compañías de la Muerte", pero no por batir records de masacres, sino porque caían como moscas y sufrían un elevadísimo número de bajas a manos de sus enemigos, que en cuanto detectaban su presencia entre las alambradas los trituraban a golpe de bomba de mano, morterazos y el terrorífico fuego cruzado de sus ametralladoras.

Petardo Thevenot. Esta granada ofensiva era la preferida por este tipo de
tropas.  Hacía ruido, acojonaba, pero su radio de acción era de solo
10 metros, ideal para avanzar sin correr peligro de ser herido por su propia
bomba de mano. Estaban armadas con una espoleta de impacto, lo que
impedía al enemigo devolverlas al lanzador
Además de sus cizallas y los paquetes de gelignita, los componentes de estas patrullas estaban equipados con cascos Farina, un espanto pseudo-medieval mucho más grueso que los endebles cascos Adrián reglamentarios en el ejército italiano, el pesado escudo Masera para proteger al artificiero mientras disponía las cargas, corazas con hombreras, unas botas altas que llegaban por encima de las rodillas, las cuales estaban protegidas a su vez por rodilleras metálicas, y unos gruesos guantes de cuero para no dejarse la piel en las densas y asquerosas alambradas germanas. Sin embargo, toda esta impedimenta les resultaba, además de excesivamente pesada, muy engorrosa y les limitaba mucho la capacidad de movimiento sin que les ofreciera una protección verdaderamente eficaz contra las balas y la metralla enemigas, por lo que fueron desechándolo. Así pues, ante el abrumador nivel de bajas que costaba cada acción se acabó recurriendo a morteros de grueso calibre para destruir las alambradas enemigas sin necesidad de que cayeran varios hombres en cada intento, por lo que las patrullas de corta-alambradas acabaron siendo disueltas a finales de 1916.

En pleno entrenamiento con las máscaras antigás
Con todo, el Comando Supremo no se había quedado cruzado de brazos ante la perspectiva de que sus Esploratori no servían de gran cosa. De hecho, ya en el otoño de 1915 se habían cursado las órdenes oportunas para que se creasen unidades independientes destinadas a infiltrarse en las líneas enemigas. Estas unidades deberían estar nutridas por hombres especialmente valerosos que recibirían un extenso adiestramiento en técnicas de guerrilla y que, además, deberían actuar como fuerza de apoyo durante el avance de unidades de más envergadura. Así, en octubre de ese mismo año surgió la denominada como "Compagnia Esploratori Volontari Baseggio", Compañía de Exploradores Voluntarios Baseggio, en referencia a su comandante, el capitán Cristóforo Baseggio.

El capitán Baseggio
Este oficial ya había estado anteriormente al mando de unidades alpinas en las que había puesto en práctica este tipo de doctrina, por lo que fue el elegido para ponerse al frente de esta unidad que, siguiendo la costumbre de la época, tomó su nombre de la misma forma que los tedescos denominaron al Sturmbataillon Rohr de ese modo en referencia a su comandante. Para nutrir la Compagnia Baseggio se recurrió a voluntarios procedentes de la infantería, unidades alpinas, antiguos esploratori e incluso oficinistas. Los efectivos teóricos eran de 13 oficiales, 450 suboficiales, clases y tropa, 120 mulos con sus respectivos conductores y dos secciones de ametralladoras si bien al parecer nunca llegaron a exceder de los 200 hombres. A efectos administrativos estaban integrados en la 15ª división. La compañía del capitán Baseggio cosechó diversos éxitos al comienzo de su andadura, pero su cuota de fortuna finiquitó en abril de 1916, en la batalla de San Osvaldo, cuando su unidad fue casi aniquilada por los austriacos, sufriendo un 75% de bajas entre muertos, heridos y desaparecidos en solo tres días, lo que no estaba nada mal para poder pasar a la historia. El día 12 relevaron a su maltrecha compañía, tras lo cual el contrito capitán soltó un discurso de despedida, le dieron una palmadita en el lomo y lo mandaron a hacer puñetas a su unidad originaria. En cuanto a la Compagnia Baseggio, fue disuelta el 4 de mayo siguiente.

Coraza de esploratori. Estaba fabricada con chapa de
1 mm. de grosor, y pesaba 8,6 kg. Como vemos, solo
para proteger la cabeza y el torso había que cargar con
casi 12 kilos que, unidos a las armas y las municiones,
convertían en una proeza reptar en el más
absoluto silencio hacia las líneas enemigas
Así pues, ya vemos que los italianos no acababan de acertar en el empleo táctico de este tipo de unidades de élite. Ni las patrullas corta-alambradas sirvieron de nada, ni tampoco la compañía de valerosos combatientes del capitán Baseggio que, al cabo, fue empleada básicamente como una unidad convencional. Y, mientras tanto, la moral del ejército italiano descendía con más rapidez que la de un probo ciudadano que coincide en el bar a la hora del aperitivo con su cuñado más glotón, de modo que el curso de la guerra no pintaba bien para los hijos de la augusta Roma. El Comando Supremo decidió recurrir a estimular a nivel individual el coraje de las tropas por aquello de que los más bravos igual contagiarían al resto su valentía. Así pues, y como al cabo el cochino dinero siempre es el estímulo más eficaz, establecieron un baremo de recompensas en metálico para premiar la captura de prisioneros o material enemigos que, eso sí, solo recibirían en caso de haberse llevado a cabo por iniciativa propia, y no como consecuencia de una orden superior. De ese modo, por capturar a un soldado el héroe de turno recibiría 10 liras, por un sargento 20, por un oficial 50, lo mismo por una ametralladora, y si la captura era de una pieza de artillería, el premio era fastuoso: 500 liras que, si las comparamos con los 10 céntimos diarios que la paga de un soldado raso, pues ya podemos hacernos una idea de lo suntuario de una prima equivalente a más de trece años y medio de paga.

Pero como el dinero se lleva en la cartera y no permite dejar constancia al personal de lo valiente que es uno salvo que se gaste un pastizal en convidarlos como testimonio de que tienen fondos, qué mejor que instaurar una serie de distintivos que permitieran a los valerosos soldados que los habían ganado demostrar a todo quisque que los tenían bien puestos, y para que las agraciadas señoritas que aguardaban en el pueblo el retorno de sus hombres cayeran rendidas ante su incuestionable arrojo. Coñas aparte, es evidente que la psicología militar actúa en este aspecto de forma muy sutil: los distintivos al valor- medallas, emblemas, etc.- son envidiados por todos, lo que crea un fuerte instinto de emulación. Para ello, el 15 de julio de 1916 se instauró un distintivo especial para el "militare ardito", el militar valeroso que había logrado merecerlo llevando a cabo alguna acción a nivel personal. Dicho distintivo podemos verlo a la izquierda. Consistía en un anagrama con las letras V y E, las iniciales del rey Vittorio Emmanuele, bajo las cuales aparece el nudo de los Saboya. Ambos estaban bordados en hilo de plata, y portarlo era todo un honor para las tropas italianas, y se convertía en objeto de deseo de los camaradas del que lo ostentaban. 

Grupo de abanderados de varios Reparti d'Assalto
Así fue como el término ardito apareció de forma oficial en la terminología militar del ejército italiano. Con todo, como comentábamos anteriormente, no fue hasta el verano de 1917 cuando se creó el primer Reparto d'Assalto (Unidad de Asalto) tras el éxito de las unidades experimentales formadas bajo la dirección del teniente coronel Bassi, pero de eso ya hablaremos otro día.


Arditi con los pesados cascos y corazas Farina. El pasamontañas que vestían bajo el casco y que les daba ese aspecto de
guerreros medievales no tenía otra finalidad de proteger la cara y la cabeza de los roces del metal, ya que ese rudimentario
casco carecía de guarniciones interiores. De hecho, igual se usaba del derecho como del revés

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