jueves, 10 de noviembre de 2016

Mitos y leyendas. Los combates de gladiadores


Momento en que un RETIARIVS deja fuera de combate a un SECVTOR. Contrariamente a la común creencia, estos
combates no tenían por qué terminar con la muerte del vencido.

Así es como se suele imaginar la arena al término de un combate, llena
de cadáveres. Pero no era así en modo alguno
Una de las creencias más extendidas entre el personal es que los combates de gladiadores eran un espectáculo en el que, por norma, solo se buscaba la contemplación de la sangre, una mera vorágine carnicera en la que dos, diez o cien desdichados tenían una única misión: que al término de la lucha quedasen en pie la mitad de los que le empezaron. Así, la visión generalizada es que los LVDI GLADIATORII eran un espectáculo caótico donde solo primaba matar al adversario. Sin embargo, nada más alejado de la realidad. Los espectáculos circenses estaban controlados por una serie de normas de obligado cumplimiento, y hasta los desgraciados que condenaban a la DAMNATIO AD LVDVM, los que como castigo por haber cometido crímenes contra el estado debían luchar en los LVDI GLADIATORII, lo hacían bajo unas reglas que impedían que fueran apiolados en un santiamén en su primer combate a manos de un experto mirmilón o un tracio

En la víspera de los juegos, el EDITOR costeaba a los gladiadores una
CENA LIBERA, un festín donde se repartía abundante comida, vino e
incluso compañía femenina. De ese modo se ganaba la gratitud de los
luchadores para que dieran el mejor espectáculo posible
De hecho, el público de estos espectáculos lo que buscaba era la contemplación de la destreza de los combatientes, una buena pelea en la que ambos contrincantes lucharan en igualdad de condiciones para hacerlas más interesantes y que el resultado fuese de lo más incierto para darle más emoción a los aficionados a jugarse hasta las pestañas en las apuestas. A modo de ejemplo, un combate entre gladiadores era como uno de boxeo de nuestros días, en los que el público no quiere una pelea breve, sino lo más larga posible, y con dos púgiles del mismo peso ya que enfrentar un peso pesado con un peso mosca sería absurdo y, además, vulneraría el sentido de equidad del romano. Por otro lado, debemos recordar que los gladiadores eran alquilados por los EDITORES del evento a los lanistas en función de su poder adquisitivo. Y por la misma razón que se alquilaban, en caso de que uno o varios palmaran de forma intencionada, o sea, por aclamación del público, el EDITOR debería pagar una indemnización al lanista que, en función de la categoría del gladiador, podría oscilar entre los tres y los quince mil sestercios. De ahí que, en más de una ocasión, aunque el público reclamara la muerte del vencido, el EDITOR optara por concederle MISSIO, el perdón, para que no se le saliera de madre el presupuesto. Obviamente, contristar a la plebe tenía sus consecuencias, y perdonar a un gladiador para el que se pedía la muerte podría enemistar para siempre jamás al organizador con el personal, por lo que el gasto realizado para ganarse su favor habría sido inútil.

En fin, como vemos estos eventos difieren en muchas cosas de lo que suele figurar en el imaginario popular. Así pues, dedicaremos esta entrada a comentar las normas existentes en los combates de gladiadores de forma que podamos humillar bonitamente al cuñado que se ha visto 33 veces la colección de CD's de la serie esa de "Espartaco" que incluye versión extendida, el "cómo se hizo" y hasta una entrevista con el primo del compadre del encargado de apagar la luz en los estudios cuando todo el mundo se largaba a su casa al acabar la jornada. Bueno, al grano...

Grafitti aparecido en Pompeya en el que se ven a dos
gladiadores, el SECVTOR Servus y el RETIARIVS Albanus.
Era una práctica habitual entre el personal hacer estas
pintadas para proclamar sus preferencias
Por lo general, los gladiadores eran conducidos al anfiteatro en los días previos a los juegos, bien a pie o bien en carromatos cerrados, y en cualquier caso rodeados por una nutrida escolta. Como es lógico, varias decenas de expertos luchadores amotinados de repente podían poner en serio peligro lo que más amaban los romanos: el orden. Como ya podemos suponer, los curiosos se agolpaban para ver la comitiva y, sobre todo, para ir caldeando el ambiente aclamando a sus preferidos y denostando al resto. Al mismo tiempo ya se empezaban a cruzar apuestas porque eso de jugarse los cuartos era una verdadera pasión para esta gente.


SECVTOR contra RETIARIVS era uno de los
emparejamientos habituales
La víspera de los juegos tenía lugar el sorteo para emparejar los luchadores, pero siguiendo una serie de normas para que dichas parejas fueran lo más igualadas posible ya que, como comentamos anteriormente, el EDITOR se preocupaba ante todo de que los juegos que organizaba y que le estaban costando un pastizal fueran sonados y, sobre todo, recordados. Así pues, en primer lugar se dividían los gladiadores por tipos: los que combatían con armamento más pesado o SCUTARII se deberían enfrentar por norma con los provistos de armamento ligero o PARMULARII. En ambos casos se hace referencia por asimilación al armameno defensivo, SCVTVM (escudo grande como los empleados por el ejército) y las PARMVLÆ, las rodelas propias de los auxiliares, la caballería o los portaestandartes. Así mismo, era obligado enfrentar gladiadores con un nivel de destreza similar para darle más interés a la lucha ya que, como hemos dicho, lo que primaba ante todo era el espectáculo marcial en sí antes que ver las vísceras de un gladiador desparramadas por la arena. Por otro lado, los mismos gladiadores apostaban por medio de intermediarios (amigos, familia o incluso cuñados) porque, caso de vencer a un adversario famoso, ganaría una pasta gansa y, naturalmente, subiría su fama y, por decirlo de algún modo, su caché, de forma que el lanista lo alquilaría por un precio mayor en los siguientes juegos, le haría ganar más dinero y, por ende, lo tratarían a cuerpo de rey y sería un personaje en su FAMILIA GLADIATORIA.

Al día siguiente, tras la POMPA que abría los juegos, tenía lugar la PROLVSIO, unos ejercicios de calentamiento previos al combate que, aparte de entonar el cuerpo para la lucha, servían para que el personal empezara a rugir aclamando a sus luchadores favoritos y a exhortarles a vencer como fuera porque habían apostado por él los ahorros de toda la vida. Este calentamiento se llevaba a cabo con ARMORVM LVSORIVM, o sea armas negras sin punta ni filo con que los gladiadores, que además de luchar sabían ganarse el favor del público, llevaban a cabo demostraciones de su fuerza y su agilidad para aumentar las apuestas, y a esas alturas ya habría en el graderío más de una bronca o un agarrón porque el personal se emocionaba con estas cosas como hoy día lo hacen en los partidos de balompié.

Saludando a la presidencia antes de comenzar la fiesta
Cuando la PROLVSIO daba término la cosa estaba ya que ardía. Era el momento de llevar a cabo la PROBATIO ARMORVM, la prueba de las armas que se emplearían en los juegos. Estas armas, en teoría, no eran aportadas por el lanista sino por el EDITOR. Es posible que pertenecieran al anfiteatro o, quizás, que fueran alquiladas. En todo caso, oficialmente era el EDITOR el que las ponía, así que debía demostrar al respetable que no eran de mentirijillas, y que tenían punta y filo como Júpiter manda. Así, las entregaba a sus acompañantes en el palco para que dieran fe de que hacían pupa, tras lo cual se entregaban a cada gladiador y se iniciaban los juegos. Cuando la primera o primeras parejas salían a la arena se limitaban a saludar al EDITOR mediante una inclinación de cabeza. Eso del "MORITVRI TE SALVTANT" lo dejaban para las grandes ocasiones en que el césar estaba presente.

El árbitro dirigiendo la pelea
Además de los gladiadores, en la arena había una serie de personajes encargados de que la lucha se desarrollara en orden, que no se cometieran marrullerías y, de ser necesario, se estimulase a los combatientes que se mostrasen remisos a entregarse al cien por cien a la pelea. Había dos árbitros encargados de lo primero, un SVMMA RVDIS, generalmente un lanista o un DOCTOR que era el árbitro principal, y un SECVNDA RVDIS que actuaba como auxiliar. Ambos iban provistos de un bastón o una larga vara con la que separaban a los luchadores o, si era preciso, detenían la pelea o les endilgaban un estacazo si se estaban saliendo de madre. Para los menos combativos estaban los LORARII, fustigadores provistos de un LORVM, un látigo para animar la cosa a base de zurriagazos en el lomo, y los INCITATORES, unos sujetos provistos de hierros que mantenían candentes en una pequeña hoguera puesta en un extremo de la arena y que sus ayudantes les iban reponiendo a medida que se enfriaban. Es evidente la misión de los INCITATORES: plantarle un hierro al rojo en el pellejo a todo aquel que, a pesar de ser advertido con el LORVM, aún no mostrase la suficiente combatividad. Como es lógico, ser apercibido con un hierro calentito o un latigazo podía revertir la actitud del gladiador y revolverse contra estos personajes, lo que no era en modo alguno habitual gracias a la férrea disciplina inculcada en las escuelas de gladiadores. Pero, en caso de que ocurriera, en el perímetro de la arena se distribuían una serie de arqueros que, si era preciso, abatían en un periquete al rebelde y santas pascuas.

Aunque no lo parezca, esto era lo menos deseable. Si se terminaba el
combate se terminaba la diversión
Así pues, con todos los actores dispuestos, el EDITOR ordenaba dar comienzo la lucha en un ambiente totalmente enloquecedor, con el público desgañitándose maldiciendo, exhortando o peleándose con su vecino de grada. Aullaban como posesos a los combatientes, cruzando apuestas o jaleando a su favorito. VERVERA (¡golpea!), HOC HABET (¡lo ha tocado!), en referencia a que un gladiador había acertado a su adversario, u OCCIDE (¡mátalo!) eran al parecer gritos habituales, más o menos los mismos que se escuchan en un combate de boxeo o similar. Incluso el mujerío presente perdía los papeles y se olvidaban del tradicional recato de las matronas romanas y, al igual que sus maromos, se ponían a berrear como arpías enloquecidas animando a su tracio o su hoplómaco preferido y por el que acababa de apostar todo lo que llevaba sisado de la cesta de la compra de los últimos seis meses.

Fragmento de un mosaico en el que un tracio se rinde. Tras
tirar el escudo a la arena, levanta el índice indicando así
al árbitro que pasa de seguir peleando
Durante el combate también había reglas, que precisamente para cumplirlas intervenían los dos árbitros. La principal era que, caso de ver que los combatientes estaban exhaustos, se detenía la pelea el tiempo suficiente para que recobrasen el aliento. Así mismo, si uno de los luchadores perdía su arma de forma fortuita y no por un golpe del adversario, el SVMMA RVDIS se interponía y le permitía que la recogiera. Pero cuando uno de los gladiadores desfallecía, bien por verse superado o bien porque sus heridas no le permitían proseguir el combate, el SVMMA RVDIS podía detener la pelea interponiéndose entre ambos o incluso sujetando la mano armada del vencedor. Otra posibilidad era que el vencido avisase al SVMMA RVDIS mediante un gesto de que se quería rendir, para lo cual soltaba el escudo, por lo que quedaba indefenso, y levantaba el índice de la mano izquierda. A partir de ahí, el vencido pedía MISSIO, el perdón, cosa que intentaban por todos los medios llevar a cabo permaneciendo en pie porque en Roma, si algo revolvía el estómago al personal, eran las muestras de debilidad. O sea, que en vez de darles penita ver al pobre gladiador tirado en el suelo y levantando la mano implorando clemencia, pues era al revés. Lo tomaban por un mierdecilla y pedían su muerte por cobardica.

POLLICE VERSO. Estás listo, Calixto.
Sobre el tema de la petición de clemencia ya hablamos en una entrada dedicada a ello que pueden vuecedes leer pinchando aquí porque no es plan de repetir dos veces lo mismo. En todo caso, si el personal había quedado satisfecho con la pelea se levantaban agitando una punta de la toga o un trozo de tela, exactamente igual que hoy día se piden los trofeos a los toreros, y gritaban MISSIA! al EDITOR, que era en última instancia el que decidiría si perdonaba al vencido. En caso de que la pelea hubiese sido un churro y el vencido no hubiese estado a la altura, el respetable se cabreaba, sobre todo los que habían apostado por el perdedor, y señalaban con el pulgar hacia su cuello gritando IVGVLA!, ¡degüéllalo! Con todo, como ya comentamos más arriba, el EDITOR procuraba por lo general librarse de ordenar matar al vencido por cuestiones meramente económicas. En otros casos, sin embargo, para demostrar a la plebe que tenía medios de fortuna abundantes y que no tenía problemas para satisfacerles, accedía a acabar con el gladiador a sabiendas de que eso le supondría tener que abonar al lanista la indemnización correspondiente. 

IVGVLA! Se acabó tu prometedora carrera, cuñao
Así pues, salvo que los combates fueran previamente declarados MVNERA SINE MISSIONE, juegos sin posibilidad de perdón, según estudios que se han llevado a cabo al respecto parece ser que solo un 10% de los gladiadores entregaban la cuchara en un combate, incluyendo en este porcentaje los que eran heridos de muerte de forma, digamos, "accidental", o sea, debido al excesivo ardor de la pelea, y los que palmaban en el SPOLIARIVM o de vuelta a la escuela como consecuencia de las heridas recibidas, las cuales pueden vuecedes ver en esta ilustrativa entrada al respecto. Con todo, según la época fueron variando las costumbres ya que en los siglos II y III aumentaron las peticiones de muerte por parte del público, y solo solían escaparse los que habían protagonizado una pelea verdaderamente buena o los gladiadores más afamados ya que sus partidarios se desgañitaban pidiendo el perdón mientras el resto pedía su muerte. Y como la indemnización de un gladiador famoso era elevadísima, pues el EDITOR se solían hacer el loco y lo perdonaba dando por sentado que los que pedían el perdón eran la mayoría.

El vencedor aclamado se relame de gustito
Una vez retirados de la arena los vencidos, vivos, muertos o a punto de palmarla, el vencedor vivía su minuto de gloria. Con la plebe fuera de sí, se descubría el rostro quitándose el yelmo e, igualito que un torero de nuestros días, saludaba al público poniendo jeta de éxtasis mientras que le era entregado un manto púrpura, o bien una palma de la victoria o una corona de laurel. Entonces comenzaba a dar la vuelta por toda la arena recibiendo las aclamaciones del personal que, también como los toreros cuando dan la vuelta al ruedo, arrojaban a su paso regalos y dinero, los cuales iba depositando en una bandeja de plata que le entregaban para ello. Al final del paseíllo triunfal, el EDITOR le entregaba una recompensa que, por norma, debía superar el importe total de monedas recibidas por parte del público si no quería quedar como un cicatero asqueroso. No deja de ser curiosa la similitud de algunos aspectos de este tipo de juegos con los espectáculos taurinos actuales, ¿verdad?

LUDI GLADIATORA con el personal entrenando a tope a la espera de
los próximo juegos
En fin, una vez terminados los juegos, los gladiadores volvían a su LVDI GLADIATORIA a proseguir sus vidas cotidianas, buscando como siempre poder acabar librándose de tan sangrienta servidumbre obteniendo la RVDIS, la espada de madera que les convertía en hombres libres, o comprando su libertad al lanista con los dineros ganados a lo largo de las peleas. Pero, en cualquier caso, hemos podido ver que estos espectáculos no eran ni mucho menos el caos bañado en sangre que casi todos suelen imaginar, y que estarían al mismo nivel de violencia que las actuales peleas de muay thai, kali filipino o, ya puestos, esas de UFC donde los cerebros del personal quedan en un estado francamente lamentable.

Bueno, vale por hoy. En otra entrada veremos el destino que corrían los que iban a parar al SPOLIARIVM, que también es bastante curioso.

Hale, he dicho

Algunos gladiadores alcanzaban una fama similar a la que hoy día tienen algunos púgiles, deportistas o actores de cine.
Sus nombres han llegado a nosotros inscritos en mosaicos, grafittis o mediante las crónicas de la época

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