domingo, 1 de enero de 2017

Curiosidades: O.P. trees, los árboles camuflados de árboles


No, no se trata de un árbol ahuecado. Es un árbol totalmente falso al que solo lo delata la base abierta y el encofrado
que lo mantiene erguido. Este árbol fue empleado por los anzacs australianos durante la batalla de Mesines, en 1917

Claro que se puede camuflar un árbol. ¿Que cómo? Pues haciendo que parezca un árbol, naturalmente. O sea, cogiendo un árbol de mentirijillas y plantándolo para que parezca que es de verdad, no como esos tiestos de plantas de plástico que te ponen en las oficinas y que son más falsos que un cuñado ofreciéndote un Montecristo de buena fe. Pero antes de entrar en materia quizás convenga ponerles en antecedentes acerca del origen del camuflaje.

Locomotora británica con una cubierta de camuflaje durante la Guerra
Anglo-Boer. La ilustración data de enero de 1900
El término camuflaje proviene del gabacho camouflage, que a su vez lo tomó allá por el siglo XIX del italiano camuffare, que viene a significar disfrazarse u ocultar. Eso de disfrazarse u ocultarse en los campos de batalla es un invento que no tiene más de 120 años aproximadamente ya que, anteriormente, los milites procuraban hacer precisamente todo lo contrario: lucir uniformes de vivos colores para aparentar que eran más numerosos y más chulos. Sin embargo, tras la Guerra de Secesión fue quedando cada vez más claro que las nuevas armas de repetición y la artillería de retrocarga hacían más aconsejable pasar lo más desapercibido posible y, de hecho, se realizaron estudios en los que se pudo constatar que las unidades provistas de uniformes vistosos sufrían más bajas que las que usaban colores más apagados, como el verde o el gris. Ciertamente, se tomaron en serio este tema porque, cuando estalló la Gran Guerra, todos los ejércitos implicados usaban uniformes de colores que se confundían con el terreno excepto los memos de los gabachos, que aún seguían con sus pantalones rojos a pesar de las serias advertencias de algunos que eran menos memos que los mandamases que se veían acometidos por severos ataques de ansiedad ante la sola idea de usar pantalones de un color menos llamativo. Lógicamente, las circunstancias acabaron imponiendo el empleo de un uniforme color "azul horizonte" que, bien embadurnados de barro, sangre y restos de vísceras de los camaradas, daban menos cante.

Aparato de observación provisto de cámara. Las fotos
resultantes delataban hasta la presencia de un lagarto canijo
Pero la Gran Guerra trajo además la observación aérea. Los aeroplanos de aquella época fueron equipados con unas cámaras cojonudas que fotografiaban el terreno con gran precisión y que, una vez revelados los negativos, las imágenes eran escrupulosamente analizadas por equipos de gente adiestrada en la materia y capacitados para distinguir en el puñetero suelo si había algo raro solo por la textura de la imagen o las sombras que proyectaba. Y, para colmo, en una guerra estática en la que solo cambiar de sitio el cráneo de un cuñado caído en tierra de nadie ya implicaba un bombardeo preventivo de 7 horas por si acaso, pues lo mejor era aparentar que no se movía de su sitio ni la pelota de un escarabajo. Así pues, se hizo imperiosamente necesario urdir sinuosos y taimados métodos para impedir que los observadores enemigos, provistos de binoculares con una óptica de calidad, fueran capaces de detectar cualquier movimiento extraño en las líneas contrarias, y más aún para zafarse de la amenaza latente pero constante de los francotiradores. 

Francotirador con uniforme de camuflaje
junto a un O.P. tree
Estos detestados ciudadanos, que parecía que jamás dormían, ni comían o que ni siquiera iban a echar una meada, no paraban de atisbar con sus visores telescópicos, siempre dispuestos a meterle una bala en el cráneo al pardillo de turno que estaba en Babia y asomaba la cabeza más de la cuenta por encima del parapeto. ¿Recuerdan esta escena?


En los parapetos hay algunos tiradores. Tienen fusiles equipados con catalejos y examinan el sector enemigo. De vez en cuando, suena un disparo.

Ahora oímos sus exclamaciones:

-¡Tocado!
-¿Has visto el brinco que ha pegado?
El sargento Oellrich se da la vuelta y se apunta, orgullosamente, un impacto. Hoy está en cabeza del campamento de tiro con tres disparos que, de forma indudable, han hecho blanco.


Daba igual que el sol brillase en el firmamento, que el furriel no se hubiese retrasado en la entrega del rancho o que hubiese llegado carta de la novia. La cosa es que los francotiradores podían poner término a la existencia de cualquier desgraciado en un periquete, así que lo más sensato era poner todos los medios posibles para impedirlo. Pero, obviamente, la acción daba lugar a la reacción, que en este caso consistió en crear artificios que, debidamente aprovechados, lograban literalmente fundir a estos siniestros tiradores con el entorno, permitiéndoles actuar casi con total impunidad sin que nadie fuese capaz de detectar su presencia.

Cabezas de cartón piedra colocadas en un parapeto. Eran
especialmente útiles para que los francotiradores delatasen
su posición
En fin, así estaba el patio y, a la vista de semejante panorama, los mandamases no tardaron mucho en ponerse las pilas y estudiar a fondo cómo y de qué forma podían pasar lo más inadvertidos posible ya que, desde el primer momento, serios y enjundiosos estudios sobre la materia afirmaban categóricamente que la única forma de evitar ser localizado por el enemigo era volverse invisible, con lo que las probabilidades de que una bala enemiga les acertase en plena jeta eran las mismas que las de encontrarse con un cuñado un sábado a la hora del aperitivo y que lo convidase a langostinos de Sanlúcar regados con una botella de "La Guita" helaíta der tó, o sea, una entre seis trillones. Pero como de momento la tecnología disponible no hacía posible la invisibilidad salvo que uno se encontrase la capa de Sigfrido, pues había que recurrir a algo menos sofisticado.

Gabacho encaramado en una plataforma de
observación. Aunque en apariencia la fronda le
proteja, la realidad es que está más vendido que un
náufrago rodeado de tiburones con hambre atrasada
Bien, esas fueron las causas de la creación de una auténtica escuela del camuflaje liderada inicialmente por los gabachos (Dios maldiga al enano corso), si bien de esto ya hablaremos en otra ocasión. Hoy toca hacerlo de los árboles falsos ideados por Lucien-Victor Guirand de Scévola, un pintor francés que podríamos decir fue el padre del camuflaje moderno. La cosa es que los observadores caían como moscas debido precisamente a que, obligados por su necesidad de observar todo lo observable en las líneas enemigas, tenían que situarse en posiciones elevadas que los ponían a la vista de todo el mundo. Inicialmente, si era posible, se subían en plataformas construidas en los árboles e intentaban disimular su presencia a base de ramas y cosas así. Pero los prismáticos y los visores de los francotiradores eran implacables, y los baleaban bonitamente para que no observasen más, que eso de ser un mirón estaba muy mal visto. Ojo, que la cosa no era para tomarla a broma porque, llegado el caso, si se detectaba la presencia de un observador no se dudaba en dispararle una andanada de bombas de mortero para convertirlo en carne picada.

Árbol procedente del taller de Amiens. Si no fuera por el
cabezón del gabacho que asoma, nadie imaginaría que es
más falso que un billete de 3 euros
Así pues, este Guirand, que estaba al mando de la Section de Camouflage del ejército francés ubicada en Amiens, tuvo una idea genial, un subterfugio que sería casi imposible de detectar por el enemigo: construir un árbol falso con el interior hueco, de forma que el observador pudiera permanecer a salvo de las asechanzas del enemigo. Básicamente, el árbol falso estaba formado por un tubo de hierro que a continuación se recubría con una corteza que podría estar fabricada de metal, de lona pintada o incluso ser natural, y debidamente fijada a la estructura principal. Ahora, alguno pensará que eso era una chorrada, y que todos sospecharían de un árbol que ayer no estaba allí. Precisamente por eso, el equipo de Guirand se desplazaba al sector del frente donde era preciso colocar un puesto de observación y, entre todos los troncos machacados por la metralla, elegían uno que se prestase tanto por su posición como por sus dimensiones para esa finalidad. Una vez elegido el que consideraban más adecuado tomaban medidas del mismo, hacían fotos y bocetos y se largaban a toda prisa a su taller de Amiens a fabricar una réplica exacta del mismo.

O.P. tree terminado en el taller británico
de Wimereux
Una vez terminado, volvían al lugar y, aprovechando la noche, preparaban el intercambio arrancando las raíces del árbol verdadero y dejándolo todo a punto para, a la noche siguiente, volver y terminar de eliminarlo y, a continuación, sustituirlo por el falso. Finalmente se tendía una línea telefónica desde el pseudo-árbol a la posición más cercana ya que de poco sirve saber lo que hace el enemigo si uno no puede contarlo. Así pues, de ese modo, cuando amanecía nada había cambiado en el panorama visual de la zona. El primer árbol fue "plantado" en mayo de 1915, a unos 40 km. al este de Amiens, en el sector de Lihors. El tubo que daba forma al supuesto árbol era más bien angosto y apenas dejaba sitio a su ocupante pero, al menos, salvo que le acertara de lleno un proyectil de artillería, estaría seguro ya que el blindaje resistía los disparos de armas ligeras. La corteza estaba fabricada con chapa tomando la forma y las rugosidades propias de la misma, siendo solo posible distinguir el engaño si se lograban visualizar los tornillos que sujetaban los fragmentos de chapa, los cuales se solapaban unos con otros. Está de más decir que los british (Dios maldiga a Nelson) tardaron en copiarles la idea el mismo tiempo que dura el apareamiento de una mosca con un moscón. 

Maqueta del árbol de Solomon que se expone
en el War Museum londinense
El encargado de llevar a cabo la réplica del árbol de Guirand de Scévola fue Solomon Joseph Solomon, un prestigioso pintor y renombrado retratista miembro de la Royal Academy que por aquellos tiempos contaba ya con 54 años. Solomon había sido convocado por el Cuartel General británico en Francia y fue nombrado teniente coronel para dirigir el equipo de artistas encargados de emular la unidad del pintor gabacho que tanto éxito estaba teniendo. El encargo le llegó del mariscal Haig en persona, el cual le ordenó expresamente diseñar un O.P. (observation post), que era el nombre que recibieron estos árboles falsos por parte de los british. Solomon se puso en marcha rápidamente acompañado de Leon Underwood, un joven escultor modernista que colaboró activamente en la tarea, y se personó en el Cuartel General del II Ejército, cerca del canal del Yser, para desarrollar el proyecto y dar forma al que sería el primer observatorio camuflado del ejército británico. Solomon tomó como referencias los abundantes álamos, sauces y abedules de la zona, tomando abundantes notas y dibujando bocetos de los mismos, eligiendo finalmente un sauce por considerar que era en más factible para confeccionar una réplica aprovechando que, por el nivel de destrozo del tronco, cualquiera daría por imposible la opción de ocultarse encima o detrás el mismo, por lo que nadie repararía en él.

Planos detallados de un O.P. tree, por si alguno quiere fabricarse un ejemplar y ponerlo en el jardín para prevenir
ataques por sorpresa de cuñados y familia política los domingos, festivos y fiestas de guardar

Base y asiento de un árbol de observación alemán. Las cosas
como son: se nota la impronta tedesca en la manufactura
del dichoso árbol
Con los datos necesarios volvió a Inglaterra, donde supervisó la construcción del O.P., el cual estaba formado por secciones de tubo de hierro ovaladas de 46x56 cm. que, tras ser unidas mediante tornillos, formarían una columna hueca provista de peldaños para alcanzar el mínimo asiento que se encontraba en lo más alto. A continuación, el tubo sería recubiert0 de corteza natural procedente de un sauce seco que fue localizado en el Gran Parque del castillo de Windsor, residencia vacacional de los monarcas, por lo que hubo que pedir permiso al rey Jorge V para talarlo. Obviamente, el rey accedió, faltaría más. Así, de paso, le quitaban de en medio aquella momia lignaria de forma gratuita. Una vez terminado el árbol solo había que montar las secciones, forrarlas con la corteza y fijar el conjunto a una base previamente asegurada en el suelo y recubierta de sacos terreros. El invento pesó unos 355 kilos, y para su traslado y colocación fue necesario un equipo de doce hombres. La sustitución del viejo sauce muerto por su réplica tuvo lugar la noche del 11 de marzo de 1916.

Boceto realizado de memoria por el mismo Solomon
en el que representa la instalación del primer O.P. tree
la noche del 11 de marzo de 1916
La operación fue todo un éxito y los british llevaron a cabo gran cantidad de "trasplantes", especialmente en la zona situada al norte de la carretera de Béthune a La Bassée ya que era un terreno llano en el que cualquier elevación disponible, por escasa que fuese, proporcionaba un excelente campo visual. De hecho, ya en el invierno de 1915 los british habían decidido crear un Servicio de Camuflaje Británico tras la visita de un grupo de oficiales al taller de Guirand en Amiens. Así pues, convocaron voluntarios con experiencia en oficios que se prestasen a construir decorados, como tramoyistas, carpinteros y escultores diestros en el trabajo con cartón piedra. Una vez formado el equipo de artesanos y expertos en la materia los enviaron a un pequeño taller en Amiens, cerca del de sus aliados, para posteriormente ser ubicados de forma definitiva en uno de mayor tamaño en Wimereux, cerca del puerto de Boulogne. De ese modo, el 22 de marzo de 1916 los british establecieron el Special Works Park (Parque de Talleres Especiales) , ambigua denominación para "camuflar la unidad de camuflaje" organizada bajo el mando del teniente coronel ingeniero Francis Wyatt y con el también teniente coronel Solomon como asesor técnico.

Bocetos extraído del cuaderno de campo de Leon Underwood en el que se detalla la posición de diversos árboles, el entorno, medidas, su aspecto general y, en definitiva, cualquier dato que ayudase a realizar una copia lo más fiel posible

Reseña del número de diciembre de 1917
de la revista Popular Mechanics en la que
se muestra el montaje de un O.P. tree
Un ejemplo de la extrema habilidad que desarrollaron los british en el tema de los árboles falsos es que llegaron a plantar 45 observatorios de los que solo 6 fueron alcanzados por la artillería enemiga, e incluso llegaron a plantar y mantener un árbol falso a 45 metros(¡!) de las líneas alemanas sin que se dieran cuenta de ello. Solomon diseñó un árbol más antes de dedicarse a otras cuestiones, en este caso un supuesto roble de más de 13,5 metros de altura instalado al sur de Yores. 

Pero, ojo, que nadie piense que los tedescos se quedaron atrás en esta materia porque ellos también desarrollaron sus propios arbolitos de tramoya. Baumbeobachter los llamaban ellos, o sea, árboles observatorios, y tanto les valían para meter dentro un observador de artillería como un francotirador que era capaz de pasar el día entero metido en aquellos puñeteros tubos con tal de obtener buenas presas. En este caso, por los ejemplares fotografiados por tropas australianas, estaban construidos del mismo modo que los de Solomon, así como a base de una estructura cubierta de lienzo pintado y con forraje añadido para darle más autenticidad a la cosa. Por el ejemplar que se conserva en el War Memorial (véase foto inferior) se ha podido saber que los alemanes iban más allá en el refinamiento a la hora de crear sus árboles falsos. Por ejemplo, el asiento estaba forrado de madera para hacer menos incómodas las horas que los observadores debían pasar en su interior, y para impedir que una bala perdida o un fragmento de metralla los dejase en el sitio, en vez de efectuar una visión directa sobre el terreno lo hacían a través de un periscopio, estando las mirillas situadas por encima de la cabeza del observador. Así mismo, dichas mirillas podían cerrarse para impedir la entrada de metralla si, de forma repentina, el enemigo iniciaba un bombardeo que pudiera afectarle. En cuanto a la corteza, era metálica, pero a las arrugas propias de la misma le habían añadido una especie de mortero que, entre otras cosas, contenía restos de conchas de moluscos, lo que le daba una textura sorprendentemente similar a la de una corteza real.

Dos baumbeobachter alemanes tomados por los australianos. A la derecha vemos un ejemplar que se conserva en el
Australian War Memorial de Camberra. Pasarse varias horas o todo el día metido en ese tubo no debía ser apto
para claustrofóbicos

En fin, estos eran los árboles camuflados que, ciertamente, dieron bastante juego a lo largo del conflicto y demostraron que sus creadores eran unos auténticos artistas del engaño, capaces de hacer ver lo que no era real a los sagaces observadores enemigos que solo con notar la ausencia de una hormiga en la tierra de nadie hacían saltar las alarmas. Así pues, como colijo que este tema es asaz interesante, en sucesivas entradas iremos dando cuenta de los increíbles subterfugios que ambos bandos urdieron para volverse más invisibles que un político acusado de malversación, prevaricación y cohecho a la salida del juzgado.

Bueno, comienza el 2017. TEMPVS FVGIT, carajo.

Hale, he dicho

"Erigiendo un árbol de camuflaje" (1919) obra de Leon Underwood, uno de los coautores de los O.P. trees británicos


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