miércoles, 4 de enero de 2017

Tirachinas bélicos: la catapulta Leach-Gamage



Como ya comentamos en la entrada que se dedicó a los morteros de trinchera, el comienzo de la Gran Guerra pilló a los aliados sin armas adecuadas para ofender a un enemigo que se había enterrado literalmente en unas trincheras magníficamente diseñadas y construidas. Ante la palmaria escasez de morteros, tanto british como gabachos (Dios maldiga etc., etc...) se veían enfrentados a un serio problema por razones obvias: la única forma de hacerle la puñeta a un señor que circula por una zanja es introducir un explosivo dentro de la zanja y, como no dispongo de armas de tiro parabólico, el señor de la zanja sigue circulando por ella mientras que sus colegas, que sí disponen de esas armas, se dedican a machacarme bonitamente a mí y a mis conmilitones antes y después del desayuno. Chungo, ¿no?

Secuencia de lanzamiento de una jam-tin. Como salta a la vista, la
distancia obtenida no es precisamente para lanzar cohetes
Aunque pueda parecer una chorrada, la carencia de un determinado tipo de arma estaba poniendo las cosas francamente preocupantes a los aliados. Un cañón puede acertar en una trinchera, pero acertar a una estrecha zanja de apenas metro y medio o menos de ancho era un pelín complejo para una pieza situada a varios kilómetros de distancia. Era pues evidente que lo sensato, caso de no disponer de morteros, sería arrojar granadas de mano, pero ni los soldados más forzudos eran capaces de lanzar una de ellas a más de 35 ó 40 metros de distancia, y menos aún de pasarse horas arrojando una tras otra porque se les cansaba el brazo una cosa mala. En definitiva, que mientras se fabricaban los morteros de trinchera necesarios y en la cantidad requerida podrían pasar aún semanas o meses que serían bastante complicados de sobrellevar ante un enemigo bien pertrechado de armas de este tipo.

Réplicas de balistas construidas por Schramm. Se muestran en el
Saalburg Museum de Hesse, en Alemania. El ejemplar construido por
el profesor de Cambridge debía ser similar al de la izquierda
Así las cosas, un profesor de historia de Cambridge tuvo la idea de desempolvar los viejos tratados de Vegecio para intentar reconstruir una balista romana y poder disponer de ese modo de un arma barata y eficaz para suplir, al menos de forma temporal, la carencia de morteros. Esto no debe causar extrañeza a nadie porque no fue precisamente el primero al que se le ocurrió resucitar la tormentaria de antaño ya que, a finales del siglo XIX, un ingeniero militar alemán por nombre Erwin Schramm ya hizo sus pinitos al respecto en incluso llevó a cabo alguna demostración ante el káiser Guillermo. Así pues, este probo docente envió los planos y todos los datos necesarios para la construcción de la balista a un oficial del Regimiento de Cambridgeshire, destinado en el sector de Ypres. El oficial presentó el proyecto al coronel del regimiento y, a la vista de como estaban las cosas por allí, decidieron acometer la empresa a pesar de que el trasto aquel no era precisamente un juguete ya que sus dimensiones eran notables: alrededor de 2,10 metros de alto y más de 250 kilos de peso. Una vez construida comenzaron a efectuar pruebas pero, o el profesor de historia olvidó enviar el manual de instrucciones, o aquel chisme no era nada fácil de manejar porque no eran capaces de acertar ni una sola vez. Quizás deberían haber intentado, ya que el espiritismo estaba tan de moda por aquellas fechas, invocar a algún artillero romano para que les orientase, pero la cosa es que la balista rediviva fue un fracaso completo.

Catapulta Leach-Gamage que se conserva en el Memorial Museum
de Canberra, Australia
Sin embargo, no solo el profe de historia se preocupaba por las carencias del ejército del Gracioso de Su Majestad. En octubre de 1914 se personó en el despacho de Louis Jackson en el Departamento de Guerra un arquitecto llamado Claude Pemberton Leach que había diseñado un curioso artefacto claramente inspirado en los tirachinas empleados por los nenes para apiolar indefensos pajaritos, destrozar cristales del vecindario o, por indicación expresa de sus progenitores, saltarle un ojo al cuñado más despreciable. Hablamos, naturalmente, de esos tirachinas en forma de Y que todos hemos usado hasta la llegada de las video-consolas y demás chismes modernos que tienen a los críos totalmente aplatanados y carbonizándose las retinas delante de una pantalla. En plan triunfante, Leach juró por sus ancestros al funcionario aquel que había efectuado pruebas con una máquina construida por él mismo y que había logrado lanzar una pelota de golf a 200 yardas, unos 180 metros, lo cual tampoco era ningún alarde porque un jugador de golf profesional es capaz de lanzarla más lejos. No obstante, a Jackson no le pareció la idea ningún dislate y le pidió que llevara a cabo las reformas necesarias para aumentar la potencia del chisme aquel, y que una vez logrado fuese a verle de nuevo.

Los almacenes Gamage hacia los años 20
Leach no tenía los medios para efectuar las mejoras pedidas por Jackson, así que se presentó en el departamento de Ciclismo, Deportes y Sastrería en General de los grandes almacenes Gamage, que al parecer eran como un Cortinglé pero a lo bestia y tan bien surtido que se podía adquirir desde una aguja de coser hasta una pianola pasando por fertilizante para el tiesto de gladiolos o incluso el féretro para el abuelo. Al cabo de unos meses, concretamente el  22 de mayo de 1915, Leach presentó la máquina ya perfeccionada para solicitar su patente, la cual le fue concedida un año más tarde por aquello de la maldita burocracia. No obstante, la fabricación de la catapulta ya había comenzado porque, según las leyes de los british, un invento podía producirse si estaba destinado a emplearse en el extranjero independientemente de que, una vez concluidos los trámites pertinentes, se reembolsaran al dueño de la patente los haberes derivados de su fabricación con efecto retroactivo.




El chisme en cuestión podemos verlo en el gráfico superior. Se trataba de un simple armazón en forma de Y provisto de unos haces de tiras caucho unidos en el centro por una bolsa confeccionada de lona. Para tensarla tenía instalado en el larguero una caja de engranajes provista de un trinquete y un manubrio con el que se estiraban los haces de caucho mediante un cable de acero. Una vez alcanzado el grado de tensión necesario se colocaba una bomba de mano jam tin o una granada de bola nº 15, que eran las únicas granadas disponibles en aquel momento, se encendía la mecha y se accionaba la palanca que liberaba la bolsa. A continuación se repetía la misma operación sin preocuparse de otra cosa que no fuera la rotura de las tiras de caucho las cuales, debido sobre todo a la acción degradante del sol, se deterioraban con bastante rapidez . En cuanto al mecanismo de disparo podemos verlo en la ilustración superior derecha. Se trataba de un simple gancho unido a un retén pivotante que, al descender, lo liberaba, permitiéndole girar y soltando a su vez la bolsa con la granada dentro. Aunque podía dispararse a mano, hay imágenes en las que se ve como uno de los servidores de la catapulta prefiere golpear la pieza con un palo, quizás para evitarse un doloroso latigazo si alguna tira de goma se rompía en aquel instante.

El precio de la catapulta era de 6 libras, 17 chelines y 6 peniques, lo que no la hacía especialmente barata si tenemos en cuenta que tampoco usaba materiales raros. Para amantes de las comparaciones, un sargento mayor de infantería cobraba en aquella época 5 chelines y 2 peniques diarios. Por otro lado, la máquina era muy ligera, apenas unos 25 kilos, y para su manejo solo precisaba de dos hombres: uno para darle a la manivela y otro para colocar y encender las granadas. En las imágenes inferiores podemos ver una secuencia completa de lanzamiento:


En la foto A vemos como uno de los servidores agarra la bolsa con una especie de bichero para traerla de vuelta. En la B podemos ver como engancha la bolsa con el gancho. La foto C muestra al otro servidor dándole a la manivela. En la D, los haces han alcanzado el punto de tensión máximo y se coloca la bomba. La foto E muestra el instante del lanzamiento y, por último, en la F se ve marcada por la flecha la explosión de la jam tin tras la casucha sobre la que se están llevando a cabo las pruebas. Si se usaba una bomba nº 15 se le montaba una mecha de 9 segundos ya que la destinada al lanzamiento manual era de solo 5 y explotaba antes de alcanzar el blanco. De hecho, invertía 4,5 segundos en volar unos 70 metros. A la derecha podemos ver un ejemplar de ese tipo de granada que conserva el capuchón protector de la mecha, la cual podía encenderse con un simple frictor o una colilla. Estas granadas tenían un peso de 780 gramos de los que 156 eran la carga explosiva a base de amonal.


Cargando la catapulta con una jam tin. Obsérvense los sacos terreros
colocados en el extremo de la máquina para aminorar el desplazamiento
hacia adelante que experimentaba por la acción de las tiras de caucho al
ser liberadas
Una vez recibido el placet del Departamento de Guerra, la catapulta fue enviada a la Sección Exprimental de Hythe y puesta en manos del capitán Todhunter para que llevara a cabo las pruebas oportunas antes de darle el visto bueno final si bien, como comentamos anteriormente, la firma Gamage ya las estaba fabricando y enviando al frente Occidental. Las modificaciones sugeridas por Todhunter fueron, en primer lugar, adjuntar un manual de instrucciones para que el personal no tuviera que pasarse dos días haciendo pruebas en plena batalla. Así mismo modificó la bolsa, aconsejando que se enviaran a Francia las necesarias para sustituir las que estuvieran en servicio y, para mejorar su potencia, se aumentó el número de tiras de caucho de las seis originales a doce por cada lado con un diámetro de media pulgada cada una, o sea, 1,27 cm. Con ese número de tiras se había logrado lanzar un objeto de 510 gramos a una distancia de 145 metros dando a la catapulta un ángulo de 35º. Además, Todhunter señaló que sería aconsejable colocar un inclinómetro en un costado de la máquina para poder calcular con precisión las distancias ya que en modo alguno se debía tensar más o menos la catapulta para lograr más o menos alcance, sino que se debían quitar tiras de caucho en todo caso, colocando entonces la máquina con el ángulo necesario. A título orientativo, con una inclinación de 41,5º era como se obtenía el alcance máximo, unos 180 metros.


Disparando la catapulta con la ayuda de un
palo. En este caso la máquina va a ser
cargada con una bomba nº 15
Una vez en servicio, la catapulta de Leach consiguió ser un arma razonablemente precisa y suplió como pudo la ausencia de los tan solicitados morteros, pero a pesar de todo no lograron encontrar con una solución a su verdadero punto flaco: las tiras de caucho. Porque no solo se deterioraban rápidamente por la acción del sol, sino que además iban alargándose a medida que se usaban hasta que llegaba un momento en que perdían totalmente la elasticidad requerida, mermando por ello su alcance y su precisión. Se llegó a la conclusión de que la única forma de impedir la degradación del material sería vulcanizándolo, pero si se sometía al caucho a este proceso lo volvía excesivamente rígido, así que, finalmente, debieron optar por seguir usando el caucho puro y cambiar las tiras cada vez que fuera preciso. Aunque se fabricaron diversas sustancias que, en teoría, podían alargar la vida operativa del caucho, la realidad es que no sirvieron de nada. Así pues, solo restaba cuidarlas al máximo a base de mantenerlas limpias, sin restos de grasa o aceite y, sobre todo, vigilando que no se fuesen enrollando sobre sí mismas. Durante las pruebas en Hythe, el capitán Todhunter reparó precisamente en este detalle, y se percató de que era habitual que el caucho se fuese rizando solo, por lo que cada tira podía tener una longitud diferente al cabo de varios disparos. Aparte de eso, el deterioro aumentaba de forma notable.


Imagen que muestra la granada en el aire tras ser lanzada
Por otro lado, la escasa velocidad que este sistema de tiras de caucho imprimía a los proyectiles más las mechas humeantes hacían posible verlas venir, por lo que los germanos tenían tiempo de sobra en muchas ocasiones para salir echando leches y ponerse a cubierto. Otra cosa era cuando actuaban de noche ya que, siendo un arma prácticamente silenciosa cuyo único sonido era el latigazo que se producía en el momento de soltar las gomas, era muy difícil localizar su posición y, más aún, ver venir la bomba. Con todo, a mediados de 1915 ya se dejaron de producir si bien las unidades en servicio aún permanecieron activas hasta mediados del año siguiente aunque, curiosamente, en algunos casos solo se usaban para lanzar a los alemanes mensajes insultantes metidos en bolas de barro. En total se fabricaron 3.152 ejemplares, un número respetable si consideramos que la catapulta Leach-Gamage fue la única de este tipo en servicio en el ejército británico. No obstante, se diseñaron otros modelos que no llegaron a entrar en producción. Por último, y a título de curiosidad, en mayo de 1916, cuando estas armas ya estaban totalmente obsoletas, el Departamento para la Guerra de Trincheras destinó 300 unidades para entrenamiento de tropas en Gran Bretaña, quizás pensando que si la guerra se alarga demasiado igual habría que volver a emplearlas, por lo que no sería mala idea que las tropas conocieran su empleo.

En fin, ya está. Más adelante hablaremos de otras catapultas igualmente peculiares.

Hale, he dicho

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