sábado, 7 de octubre de 2017

Mitos y leyendas: el cine y los francotiradores


Fotograma de la aclamada cinta "American sniper", dirigida en 2014 por el inefable Clint Eastwood y en la que
se narran las múltiples hazañas del extinto Christopher Kyle, quien obtuvo 160 víctimas confirmadas

Ya, ya sé que tocaría la segunda parte de los visores de los sharpshooters, pero hace varios días que mis odiosas cervicales me han declarado una guerra sin cuartel y, a pesar de que las bombardeo con Valium y Nolotil a mansalva, las hideputas bellacas resisten heroicamente. Por lo tanto, los temas enjundiosos quedarán aparcados hasta que estas malvadas se rindan incondicionalmante porque, las cosas como son, los efectos colaterales de los bombardeos me dejan la sesera un tanto mustia, y a lo más que llego es a estas entradas que no requieren de mucho más que lo almacenado en mi disco duro intra-craneal. Así pues y aclarado este punto, al grano.

Tedesco literalmente apiolado por un hijo
del padrecito Iosif
Como ya sabemos de sobra, y al que no lo sepa se lo digo claramente, el cine ha mitificado hasta la extenuación la mortífera precisión de estos letales ciudadanos. De hecho, desde hace unos años a esta parte se han llevado al cine películas en las que el protagonista indiscutible era un señor, por lo general taciturno, huraño, misántropo y poco dado a las bromas, que es enviado a tal o cual misión y que liquida con la precisión de un reloj suizo a mogollón de enemigos. Pero no los abate de un tiro en la barriga ni nada por el estilo, sino con un certero balazo justo en mitad de la frente. Da igual que esté a 100 o a 1.000 metros, de frente o de perfil, porque la bala se incrustará de forma sistemática en la intersección del eje imaginario entre la línea horizontal que une las cejas con la mitad exacta del frontal. Sin embargo, en las escenas de acción de estas películas hay una serie de incorrecciones que buscan ante todo primar la espectacularidad con la realidad. Total, en la práctica, casi nadie de los que vean la peli en cuestión habrán estado en una guerra, o ni siquiera habrán empuñado un arma en su vida, así que dan por hecho que nadie se dará cuenta. Si acaso, algún que otro ciudadano cazador que, en realidad, ignora casi todo lo referente a los entresijos del tiro de precisión, y usan el visor en muchos casos para situaciones en las que, no solo es prescindible, sino incluso un estorbo más que otra cosa. Pero, ¿y lo que fardan cuando enseñan en el taco el Zeiss que les ha costado más que la ortodoncia de sus cuatro nenes? ¿No compensa el enorme gasto ver la jeta amarillenta por la envidia del cuñado que solo puede aspirar a adquirir un Tasco o un Bushnell?

En resumen, los francotiradores son en realidad unos grandes desconocidos, y ese desconocimiento es aprovechado por directores y guionistas para plantar delante de las jetas del personal escenas imposibles o, simplemente, manipulaciones o efectos totalmente absurdos. Veamos algunos de ellos...

1. El letal ciudadano francotirador no para de trapichear en las ruedas de regulación del visor. Con un susurro, su observador le indica la distancia a la que se encuentra el objetivo, y entonces el tirador ajusta un par de cliks para asegurar su precisión. Bueno, esto da morbillo y tal, pero es una chorrada. En los disparos normales, casi siempre a menos de 1 km. y la mayoría a una distancia máxima de 500 metros, dos o tres cliks no suponen nada por una razón. Los visores suelen venir casi todos con una capacidad de ajuste de ¼ de MOA (minuto de ángulo, que es igual a 1 pulgada) lo que se traduce en 25'4 mm., que a su vez serían 6'35 mm. por clik a una distancia de 100 metros. Lógicamente, a más distancia esa corrección se magnifica, pero no hace falta andar con correcciones, y más cuando no se dispone de tiempo para ello. En estos casos, como es obvio, el entrenamiento del tirador será vital ya que hará las correcciones pertinentes sin necesidad de regular el visor, es decir, lo hará a ojo porque sabe donde impactará la bala en función de la distancia. ¿Cómo? Veamos...

Actualmente, muchos fusiles de francotirador usan calibres magnum que proporcionan por lo general una trayectoria muy tensa, o sea, que la parábola que describen hasta que empieza a caer el proyectil apenas varía en 4 o 5 cm. en toda su trayectoria. Si mal no recuerdo, aparte del .308 Winchester de toda la vida, que es lo mismo que el 7,62x51 NATO, los más usados últimamente son el .300 Win. Mg., el .331 Lapua Mg., el .338 Lapua Mg. o el célebre y añejo calibre .50 (12'70x99) con el que se logran disparos asombrosos a más de 3 km. de distancia si bien en esto también influye el factor suerte o, más bien, una potra inmensa. Para no andar con correcciones, el fabricante indica la flecha del proyectil que, pongamos por caso, en un determinado calibre y para un peso de bala concreto, es de 287 metros. Según vemos en el gráfico superior, la raya roja es la línea recta que marca la trayectoria imaginaria del proyectil conforme a la posición del cañón, mientras que la azul es la parábola que describe debido entre otras cosas al giro del mismo. Bien, pues la flecha es el punto en el que la trayectoria imaginaria y la parábola se cruzan. A partir de ahí el descenso será progresivo hasta que, simplemente, caiga al suelo por haber perdido toda su energía. ¿Qué pasa entonces con la dichosa flecha? Pues que todo lo que esté a menos de los 287 metros señalados acertará como mucho a unos 5 o 6 cm.  por encima del punto de impacto, lo que significa que basta con apuntar al centro del cuerpo para dejar en el sitio a cualquiera. Si la distancia es mayor, solo será necesario apuntar más alto y, de hecho, hay visores que traen previsto en el retículo marcas para hacer dichas correcciones y, sino, el mismo tirador sabrá cuánto tiene que elevar la puntería. Hablamos de que no está en un polígono de tiro, donde tiene tiempo de sobra para llevar a cabo todas las correcciones habidas y por haber para acertar a una moneda de 1 euro a 200 metros, sino en una situación de combate donde el tiempo apremia y hay que eliminar a un enemigo en cuestión de segundos.

2. El letal ciudadano francotirador siempre coloca el retículo encima del objetivo sin importar si este está inmóvil o se desplaza. Si dispara, por ejemplo, al malvado terrorista que va en su birrioso ciclomotor hasta las trancas de C-4, la bala pasará por detrás varios metros porque lo lógico es "adelantar" el disparo, es decir, calcular el sitio exacto en que el proyectil se cruzará en la trayectoria del malvado terrorista. Eso no es fácil como podrán imaginar ya que hay que dilucidar en décimas de segundo tres cosas: una, a qué velocidad va el de la moto. Dos, a qué distancia está. Y tres, cuánto tardará la bala en recorrer esa distancia. De ese modo, el letal ciudadano francotirador, si sabe lo que hace y su experiencia le permite hacer el cálculo de forma casi automática, calculará que debe apuntar, por ejemplo, cinco metros por delante del objetivo para abatirlo e impedir que el malvado terrorista haga un uso inadecuado de los explosivos que lleva encima. 

Una de las cosas que enseñan en las escuelas de tiradores es precisamente cómo calcular de forma bastante aproximada las velocidades a las que se desplaza un posible objetivo y, en función de su trayectoria, calcular rápidamente cuánto deberá adelantar el disparo. En el gráfico de la derecha podemos ver algunos ejemplos si bien, como ya podrán imaginar, las posibilidades son cuasi infinitas. En la figura A vemos que el objetivo avanza o se aleja del tirador en línea recta, por lo que no importa que corra ya que eso no tendrá importancia en el cálculo de la trayectoria. Solo habría que apuntar más alto si la distancia supera la flecha del proyectil o porque se aleja a gran velocidad. En la figura B tenemos a un despreciable enemigo que avanza a paso ligero hacia la derecha del tirador, así que deberá adelantarse unos centímetros, o metros si está demasiado lejos, para que se cruce con la trayectoria del proyectil y muera asquerosamente. Finalmente, en la figura C vemos al cuñado del despreciable enemigo que, al estar situado a más distancia, no solo deberemos adelantar más el disparo ya que la bala tardará más en llegar, sino que habrá que apuntar un poco más alto para compensar la caída del proyectil. Como vemos, estos cálculos no pueden hacerse a base de girar las ruedas de corrección del visor, sino a base de experiencia y oficio.

3. El letal ciudadano francotirador siempre apunta a la cabeza del enemigo porque así lo mata más y mejor. Lógicamente, lo ideal es dejar al malvado enemigo como al miliciano iraquí de la foto de la derecha, alcanzado de lleno en Faluya por una bala de calibre .50 disparada por un tirador yankee. Es más que evidente que su capacidad de respuesta ha sido anulada, y que le resultará muy difícil, por no decir imposible, proseguir el combate ya que está total y definitivamente muerto. Sin embargo, un disparo así solo es viable cuando el objetivo está cerca o cuando es la única parte del cuerpo visible porque la cabeza es pequeña, se mueve constantemente incluso cuando el cuerpo está en reposo y, casi con seguridad, no podremos tener una segunda oportunidad si fallamos el disparo ya que el malvado enemigo no es tonto y se ocultará en una fracción de segundo.  

Por ello, lo habitual o, mejor dicho, la norma, es apuntar al cuerpo, que es mucho más grande y contiene muchas zonas donde un disparo es mortal de necesidad. En una secuencia de disparo como, por ejemplo, la que muestra la foto de la derecha, vemos que el punto de impacto está en el brazo del alevoso ciudadano terrorista. Sin embargo, la herida irá mucho más allá. Una bala con la potencia de los calibres antes mencionados romperá sin problemas el húmero para, a continuación, penetrar en el cuerpo atravesando su pulmón izquierdo, el corazón, el pulmón derecho y salir por el otro costado. O sea, que el alevoso ciudadano terrorista se larga al otro barrio a disfrutar de sus 72 huríes acompañado de 10 toneladas de Viagra que lo dejarán contentito para muchos siglos. No debemos olvidar una cosa, y es que el schok producido por el impacto de una bala que cede al objetivo toda su energía cinética produce un aturdimiento o incluso una perdida de consciencia que impediría al enemigo reaccionar de inmediato. Sería, por poner un ejemplo más o menos válido, el mismo estado en que uno se encontraría cuando lo atropella un vehículo y lo lanza al suelo. Si a eso le añadimos los daños causados por el proyectil ya podemos imaginar que eso de que a uno le peguen cuatro tiros y aún tenga energías para hacer alguna puñetería es simplemente un camelo.

4. El letal ciudadano francotirador acierta en el culo de una mosca a medio kilómetro. Pozí, quedan sumamente molones esos disparos imposibles que inducen a pesar que los que los efectúan no son seres humanos, sino semidioses instruidos por el mismo Marte. He tomado dos ejemplos que vemos a la derecha, ambos de la famosa cinta "Enemigo a las puertas" que tanto furor hizo cuando dio a conocer al planeta, menos en Rusia, donde sí era bastante famoso, al certero Vassili Grigórievich Zaitsev. En el fotograma superior vemos como corta un cable telefónico que, según dice en plan lacónico el protagonista, está a 155 metros. En el inferior, el frío y calculador comandante König corta el cordel con que Zaitsev pretende alcanzar su fusil. Bueno, ambos son simple y llanamente un camelo monumental. A 155 metros y con un visor de 3 aumentos como el que usa Zaitsev en la película no se acierta a un cable ni por la intercesión directa del padrecito Iosif y el phantasma de Lenin, entre otras cosas porque apenas sería visible. No obstante, no es raro que nos ilustren con secuencias por el estilo que dejarán boquiabierto al que no tiene ni idea del tema y descojonándose vivo al que ha intentado alguna vez imitar la hazaña y sabe la dificultad que entraña.

5. El letal ciudadano francotirador apunta cuidadosamente como mandan los cánones, o sea, cerrando el ojo contrario. La realidad es que esto es un error habitual si bien lo comete el 95% de los que alguna vez disparan. Lo acertado es apuntar con ambos ojos abiertos, cosa que los tiradores de plato y/o pichón saben sobradamente. ¿Que eso no tiene lógica? Más de la que imaginan. De entrada, no es difícil habituarse a disparar con los dos ojos abiertos. Basta adiestrar la vista para que el que apunte sea el ojo maestro. Pero esa forma de apuntar tiene dos motivos, y son los siguientes: en primer lugar, con ambos ojos abiertos se abarca un mayor campo visual, con lo que se controla más terreno y, por ende, es más fácil calcular distancias, etc. Recordemos que nuestra visión estereoscópica queda anulada en el momento en que miramos con un solo ojo, perdiendo la capacidad de ver en tres dimensiones. Si alguien lo duda, que permanezca un buen rato con un ojo tapado y luego intente tocar un objeto que tenga frente a él. Se sorprenderá al ver que su mano no lo alcanza o, por el contrario, se pasa de largo. ¿Que por qué no ocurre al momento? Porque nuestro cerebro es capaz de memorizar durante un corto espacio de tiempo las distancias, pero se le "olvida" en seguida . Pero lo más importante es que si apuntamos con un ojo se produce un efecto un tanto peculiar. Nuestro aparato visual están diseñado para que las pupilas reaccionen al unísono ante los estímulos luminosos, por lo que si una recibe luz pero la otra no al cerrar el párpado, esta última se dilata mientras que la otra se contrae. En ese momento la pupila más cerrada tenderá a dilatarse por simpatía con la otra, por lo que recibirá más luz de la debida y sufrirá un deslumbramiento. Esto, que puede parecer irrelevante, no lo es cuando se trata de apuntar a un objetivo situado a centenares de metros ya que producirá indefectiblemente un error de puntería hacia un enemigo al que casi no vemos.

6. Al letal ciudadano francotirador le han enseñado eso de "respira hondo... aguanta la respiración y dispara". Bueno, esa es la mejor forma de errar el tiro. Hay dos reglas básicas para efectuar un disparo como Dios manda: la primera es que dicho disparo debe sorprendernos. O sea, hay que empezar a presionar el gatillo suavemente, de forma que cuando se produzca el desenganche no nos demos ni cuenta. Es una tracción progresiva que incluso debe continuar una vez notamos el culatazo y escuchamos el estampido. De ese modo se evitarán los gatillazos que, además de no cumplir adecuadamente con el débito conyugal, significa dar un tirón brusco del gatillo, lo que indefectiblemente producirá un desvío hacia la derecha o la izquierda en función de la parte del dedo que tengamos apoyado en el disparador. Resumiendo: no se debe disparar apretando a conciencia del gatillo. La segunda, tanto o más importante, es aprender a tener un control de la respiración adecuado. Si contenemos la respiración se acelera el ritmo cardíaco, lo que hará que el cuerpo "vibre" más. El momento idóneo para soltar el disparo es entre latido y latido del corazón, que es cuando se obtendrá lo más parecido a una inmovilidad absoluta. ¿Que cómo se consigue eso? Habituándonos a prolongar el tiempo en apnea, lo que no es nada complicado, y menos si no se es fumador. De ese modo se reduce el número de respiraciones a solo tres o cuatro veces por minuto, lo que nos permite disponer de entre 7 y 9 segundos de apnea. Prolongar más ese tiempo supone que la vista se nuble un poco y que nos empiece a temblar el pulso. Por otro lado, un letal ciudadano francotirador que está en forma, no fuma, no bebe y fornica lo justo para no acumular tensiones innecesarias tiene un ritmo cardíaco de unas 60 ppm, y con un entrenamiento respiratorio adecuado lo puede bajar a 50 o menos. De ese modo, dispone de 2 o 3 segundos de quietud orgánica para aliñar al malvado terrorista.

Fotogramas de las películas "Enemigo a las puertas"(superior)
y "Salvar al soldado Ryan" (inferior)
7. El letal ciudadano francotirador apunta como le da la gana porque acertará sí o sí. Bueno, pues no. La distancia desde el ojo al visor oscilará alrededor de los 8 centímetros ya que, de lo contrario, la visión será defectuosa cuando no nula. En el caso de la imagen superior, el ojo verá un aro negro muy grueso y una visión muy limitada del objetivo. En el caso inferior, su visión será parecida a la de un túnel con aros concéntricos luminosos y, al final, el objetivo bastante borroso. Aparte de eso, una vez se efectúe el disparo tendrán que desincrustarle el visor del cráneo al memo del tedesco, porque el retroceso del arma se lo introducirá hasta el cerebro. De ninguna de esas dos formas se puede apuntar y, de hecho, es incluso molesto para la visión. Como decimos, la distancia aproximada es de 8 cm. que, en base al ojo de cada cual, se reducirá o aumentará unos milímetros. Aparte de eso, cada tirador tiene que enfocar el visor para adaptarlo a su vista girando a izquierda o derecha el foco del mismo. Es el tubo que queda más cercano al ojo, para entendernos.  La visión deberá ser límpida, libre de brillos y/o reverberaciones y con el retículo perfectamente centrado respecto al cuerpo del visor.

En fin, ya vemos que, muchas veces, la realidad no tiene nada que ver con la ficción. En cualquier caso, estas aclaraciones nos vendrán de perlas para callarle la boca al cuñado que se ha visto todas y cada una de las pelis de francotiradores de los últimos 20 años. Como colofón, una chorradita que puede que a más de uno le haya llamado la atención. Se trata de los carriles acanalados donde van montados los visores como el de la foto. Ese sistema de fijación es el más barato y, al mismo tiempo, el más sólido. Los sistemas de bases giratorias son bastante más caros, sobre todo los de Apel, que cuestan un huevo y la yema del otro. Hablamos del orden de unos 550 del ala, que no es cosa baladí. Bien, pues esas acanaladuras perpendiculares no tienen otro cometido que fijar siempre en el mismo sitio el visor ya que, de no ser así, cada vez que lo desmontemos para limpiarlo o lo que se tercie tendríamos que volver a centrarlo. Aunque pueda parecer una nimiedad, colocarlo medio centímetro más atrás o más adelante hará que el punto de impacto varíe, por lo que se ideó ese sistema basado en las monturas de raíl que, antes de que salieran al mercado esas con las ranuras, había que marcar con laca de uñas o cualquier pintura similar el sitio donde debían apretarse las anillas. Supongo que sus odiados cuñados no conocerán ese detallito, así que resérvenlo para cuando se pongan más pesados de la cuenta.

Bueno, es hora de un nuevo bombardeo con diazepam + metamizol magnésico + IVA, así que me piro a flotar un rato. Lo de los visores espero tenerlo en breve si esto remite de una puñetera vez. Cómo las odio...

Hale, he dicho


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