sábado, 4 de noviembre de 2017

La masacre de las Fosas Ardeatinas 2ª parte




La via Rasella tras el atentado
Retomemos esta truculenta historia en la noche del jueves, 23 de marzo de 1944. Tras pasar gran parte de la tarde debatiéndose cuantos italianos pagarían el pato por el atentado, Kappler tiene ante sí una ardua tarea porque no puede liquidar a quien quiera. Italia sigue siendo un país aliado y no es posible detener a una población entera y pasarla por las armas como pasó con Lídice, o arrasar aldeas enteras como las que borraron del mapa los Einsatzgruppen que actuaban en Rusia, Polonia, etc. Solo era posible recurrir a delincuentes condenados a muerte, y tras la "rebaja" a 10 rehenes por cada alemán muerto la cosa iba por los doscientos y pico largo porque en el hospital aún había alguno que otro con un pie en la fosa, pero sin terminar de dar el paso final. Por otro lado, el general Mälzer le había endosado no solo la elaboración de la lista de ejecutables, sino también la ejecución, lo que se le antojaba asaz complicado porque solo disponía de 60 soldados, un suboficial y una docena de oficiales. Llama al SS-Sturmbannhführer Hellmuth Dobbrick, comandante del 3er. batallón del Bozen al que pertenecía la compañía masacrada en el atentado y le pide que le envíe algunos hombres ya que, al cabo, sus tropas fueron las víctimas, pero Dobbrick se quitó el mochuelo de encima con una excusa de lo más chorra: alegó que los sentimientos religiosos de sus hombres les impedían llevar a cabo ejecuciones a sangre fría, lo que no casa mucho con un regimiento de las SS que, además, estaba formado por veteranos procedentes del Frente Oriental, donde el personal se despachaba a gusto con más impunidad que un cuñado en casa de la familia política. En todo caso, Kappler se tuvo que chinchar. Lo intentó con el coronel Wolf Hauser, jefe del Estado Mayor del XIV Ejército y por ello subordinado directo de von Mackensen, pero también lo mandó a paseo y le dijo que el mismísimo Führer había ordenado que fuese el SD el encargado de llevar a cabo la represalia, de modo que ya podía buscarse la vida pero que no contase con miembros de la Wehrmacht para llevar a cabo la matanza. Total, que Kappler se vio solo para organizarlo todo. Y no era nada fácil porque, a efectos prácticos, solo disponía de unas 16 horas para consumar la venganza germánica.

Cuartel general de la Gestapo en la via Tasso, 145
En todo caso, lo que corría más prisa era reunir los Totenskandidaten, o sea, los candidatos a la muerte. Hay que ver lo que le gusta a los tedescos los palabros siniestros y sentenciosos, carajo... Junto a su ayudante, el SS-Haupsturmführer Erich Priebke, se pusieron a rebuscar en los huéspedes de la cárcel de la vía Tasso, un enorme edificio construido en los años 20 por Francesco Ruspoli, VIII príncipe de Cerveteri, que lo alquiló a la embajada alemana como sede del Centro Cultural Alemán si bien a raíz de la ocupación de Roma en 1943 fue transferido como cuartel general del SD. El caserón, que más bien parecía un edificio de oficinas feo de castigo, se convirtió en uno de los lugares más siniestros de la ciudad, y la sola perspectiva de ir a parar allí provocaba vahídos de terror al personal. Kappler incluso había mandado tapiar las ventanas exteriores para que nada de lo que allí ocurría pudiera ser visto u oído. 

Pietro Caruso durante el proceso al que
fue sometido por su participación en la
represalia por el atentado de via Rasella
Pero aparte de los posibles reos disponibles en la vía Tasso, Kappler pensó en los detenidos en la prisión de Regina Cœli, en el Trastevere, un antiguo convento del siglo XVII reciclado como cárcel donde estaban mezclados tanto los presos por delitos comunes como los políticos. Kappler su puso en contacto con Pietro Caruso, questore de la policía de Roma para que se pringase un poco, logrando que se comprometiera a tenerle preparada a primera hora de la mañana del 24 una lista de 50 nombres. Caruso lo tenía crudo, porque en Regina Cœli solo había detenidos por delitos menores y en ningún caso punibles con la pena de muerte. Aparte de los reclusos disponía de algunos de los transeúntes detenidos tras el atentado, pero con aquellos tampoco podía contar porque no se podía probar, al menos de momento, su implicación en el mismo. De hecho, había incluso un chaval de apenas 15 años que trincaron dirigiéndose a hacer los deberes en casa de un amigo que vivía en la vía Rasella, así como dos mozalbetes de 17. En fin, que Caruso no sabía por donde empezar y, por otro lado, si con una persona en el mundo no quería indisponerse era con Kappler.

Prisión de Regina Cœli actualmente. Su aspecto no ha
variado nada desde la época que nos ocupa
En cuanto a nuestro hombre, tras repasar a todo el personal detenido resulta que solo tenían tres comunistas condenados a muerte, por lo que empezó a perder el aplomo porque se la estaba jugando. Para colmo, ya de madrugada le comunicaron que otros dos heridos se habían largado en brazos de varias walkirias sumamente rubias y pechugonas a la Walhalla, lo que elevaba el número de Totenskandidaten a 320 hombres, y a aquellas horas solo tenía tres reos disponibles. Así pues, cortó por lo sano y optó por arramblar con lo que tenía en la vía Tasso incluyendo a 57 judíos que, como estaban a la espera de ser deportados a cualquier campo de exterminio, al fin y al cabo se les podía considerar condenados a muerte in pectore. A dichos judíos pudo añadir otros 18 que estaban detenidos en diversas comisarías de Roma. También echó mano de 38 militares, cuatro de ellos de elevado rango, detenidos por mostrarse manifiestamente antifascistas, e incluso a un cura, el padre Pietro Pappagallo, que estaba detenido por no estar nada conforme con las opiniones del Duce y, encima, no se privaba de manifestarlo desde el púlpito. En todo caso, y con los sesos echándole humo tanto a él como a Priebke, por fin lograron juntar los 320 Totenskandidaten contando, naturalmente, con los 50 que le había prometido Caruso.

Pietro Koch en sus tiempos gloriosos
Pero Caruso no había sido capaz de completar la maldita lista ni remotamente, así que a primera hora de la mañana llamó a Guido Buffarini Guidi, ministro del Interior, para pedirle instrucciones. Guidi no se complicó la existencia porque conocía el paño y, además, su nombre no figuraría en ninguna parte así que se limitó a decirle: "Tú dáselos, dáselos... Si no, cualquiera sabe lo que harán". Caruso lo tomó como una carta blanca, así que junto a su secretario, Occhetto, y un conocido fascista llamado Pietro Koch, un guaperas de pelo engominado tristemente célebre por ser el jefe de una banda paramilitar llamada Destacamento Especial de la Policía Republicana que dio mucho que hablar en Milán y en Roma (de este elemento ya hablaremos un día de estos), elaboraron una lista totalmente arbitraria, basada más en cuestiones de tipo personal que judicial y, sobre todo, en personas que no tenían sobre sí cargos como para ser sentenciados a muerte. No obstante, como buenos italianos, se lo tomaron con calma porque después de hora y media larga aún no tenían la lista, y Kappler le echó una bronca monumental porque el tiempo apremiaba y quedaban pocas horas para culminar la represalia si no querían ser ellos los represaliados. Caruso le juró por sus muertos que antes de las 14:00 horas la tendría.

Plano de la antigua mina de puzolana, un mineral de
origen volcánico usado para la fabricación de cemento
Mientras se cocía todo lo referente a la selección de los candidatos a la muerte, Kappler tenía que solventar otro tema no menos importante. ¿Dónde llevar a cabo la ejecución de nada menos que 320 hombres sin llamar la atención? Además, ni siquiera disponía de una unidad de ingenieros que le cavase una fosa común lo suficientemente grande que, por otro lado, sería detectada de inmediato. Roma no era el Frente Oriental, donde uno podía cargarse a un millar de probos comunistas y meterlos en un hoyo sin dejar ni rastro. Inicialmente pensó en el fuerte Bravetta, en cuyo interior había un terraplén donde el ejército italiano solía efectuar las ejecuciones mediante fusilamiento, pero la gran cantidad de reos haría interminable el proceso y, por otro lado, era imposible llevarlo a cabo con discreción, así que desechó la idea. Uno de sus oficiales, el SS-Haupsturmführer Köhler, propuso una antigua cantera de puzolana situada en la Vía Ardeatina, cerca de donde, según la tradición, Jesucristo se le apareció a San Pedro cuando este se largaba echando leches del Roma porque el ambiente se estaba poniendo bastante desagradable para los cristianos. Ya saben, lo de QVO VADIS DOMINE y todo eso...  El lugar estaba a apenas 4 km. de distancia de la vía Tasso, en un paraje poco transitado a pesar de estar a algo menos de 2 km. de la Porta de S. Sebastiano, en las afueras de la ciudad. La mina, excavada a principios del siglo XX y ya agotada hacía tiempo, era un dédalo de galerías de unos 3,5 metros de ancho por 4,5 de alto, y con una longitud que oscilaba entre los 30 y los 90 metros de la más larga.  La idea era usar la mina, según palabras de Kappler, como una cámara funeraria natural que, una vez concluidas las ejecuciones, podía ser sellada volando su único acceso. Además, ante la entrada había una amplia explanada donde podrían estacionar los camiones que transportaban a los presos sin ocupar la carretera, y en las cercanías solo había un convento de salesianos, pero ya se encargarían de mantener alejados a los curiosos.

Erich Priebke
En cuanto a la ejecución en sí, Kappler ordenó que todo el personal debía tomar parte en la misma. Reunió a sus hombres y les informó de la misión encomendada, exigiéndoles que nadie dijera una palabra de nada. Encargó a Priebke llevar rigurosamente el control de la lista de Totenskandidaten para que no se escapara ni uno, y al SS-Haupsturmführer Carl Schütz el transporte de los reos desde Regina Cœli y la vía Tasso hasta su destino final, así como del desarrollo de las ejecuciones. Estas se llevarían a cabo en grupos de cinco hombres que serían acompañados por sus respectivos verdugos al interior de la mina, donde se les obligaría a arrodillarse para recibir un único disparo en la cabeza. Kappler, en un alarde de meticulosa precisión germánica, indicó que deberían inclinarles la cabeza hacia adelante para, de ese modo, alcanzar el cerebelo y producir una muerte instantánea, pero absteniéndose de apoyar el cañón del arma en la nuca del reo. Añadió que el proceso no debía durar más de un minuto ya que, de lo contrario, podían pasar horas y horas hasta que terminasen. Tras el discurso ordenó a Köhler que se largara a inspeccionar la mina para corroborar que, en efecto, era adecuada para su siniestro cometido, y que fuese acompañado de un oficial de ingenieros de la Wehrmacht para que, de ser viable el lugar, dispusiera lo necesario para proceder a la voladura de la entrada nada más terminar las ejecuciones.  

Uno de los patios interiores de Regina Coeli
Pero si las cosas no eran bastante complicadas, con el tiempo volando y Caruso sin terminar la maldita lista, hacia las 13:00 horas informaron de un nuevo fallecimiento, el del cabo Vinzenz Haller. Esto obligaba a buscar otros diez desgraciados para sumarlos a la lista que, en total, debería ascender a 330 hombres. A Kappler le iba a dar una alferecía, porque hacía poco rato había llamado al general Mälzer para informarle que todo estaba dispuesto, dando por sentado que Caruso tendría la lista a punto y que solo restaba recoger a los reos en Regina Cœli. Así pues, y no fuese a palmarla alguno más y lo tuvieran allí hasta el Día del Juicio sacando reos de debajo de las piedras, hizo llevar a la vía Tasso a 10 judíos más que habían atrapado en una redada el día anterior. Sin más dilación se ordenó sacar a los Totenskandidaten de las celdas, meterlos en los camiones que ya esperaban su patético cargamento y salieron camino de las Fosas. Eran alrededor de las 14:00 horas, el límite marcado por Caruso para tener dispuestos sus 50 reos. Los de la lista de Kappler procedían tanto de la vía Tasso como del ala 3 de Regina Cœli, destinada a detenidos por la policía alemana. Schütz ordenó maniatarlos espalda contra espalda para impedir fugas y, de acuerdo con las instrucciones de Kappler, no se les dijo una palabra acerca de su destino para que no organizaran un escándalo por el camino. Al cabo eran italianos que serían conducidos al matadero en su propia ciudad, rodeados de paisanos que simpatizaban con ellos.

Recorrido que siguieron los vehículos del SD desde vía Tasso al lugar de ejecución



Don Pietro Pappagallo, ejecutado con
la primera tanda. Para agilizar al
máximo las ejecuciones, Kappler se
negó a prestar auxilio espiritual a los
reos alegando que eso produciría
retrasos intolerables
Cuando los vehículos, cargados con 78 prisioneros cada uno, llegaron a la explanada que había ante la bocamina, los alemanes ya lo tenían todo preparado e incluso las cargas explosivas dispuestas. En el interior se instalaron algunos proyectores para alumbrar las lúgubres galerías donde jamás entraba la luz, y se distribuyeron antorchas para iluminar los pasillos laterales. Priebke, sin perder más tiempo, nombró a los cinco primeros nombres de la lista, que fueron conducidos al interior por Schütz y los cinco hombres que ejercerían de verdugos. Por cierto que en aquella primera tanda estaba el padre Pappagallo que, y esto es un dato para amantes de las supersticiones, había estado en la celda nº 13 de Regina Cœli. Tras la primera ejecución, el mismo Kappler tomó parte en la segunda tanda, y Priebke en la tercera para que todos y cada uno de los miembros del grupo se pringaran. Pero no todos respondieron igual. A un oficial le flaqueó el ánimo, al SS-Obersturmführer Wetjen, al que eso de volarle los sesos a un tipo arrodillado ante él como un cordero lo puso malísimo y con una vomitona importante a causa de su estado de nervios. No obstante, Kappler lo trató con cierta benevolencia apelando al sentido del deber y esas cosas que se dicen cuando el personal se acojona. Finalmente, le ofreció acompañarle si con eso se sentía mejor, a lo que Wetjen accedió, entrando en la mina con el brazo de Kappler rodeándole la cintura y, una vez dentro, logró disparar a su víctima. El único que se escapó sin matar a nadie fue el SS-Untersturmführer Gunther Amonn, que cuando entró en la mina se encontró con unos 200 cadáveres amontonados. Cuando levantó la pistola se quedó totalmente bloqueado, incapaz de apretar el gatillo, horrorizado ante aquella dantesca escena. Uno de sus compañeros se apiadó de él y lo apartó a un lado, matando a la víctima que correspondía al atribulado Amonn.

La controvertida lista de Caruso, que como
se ve está llena de tachaduras y correcciones
Pero en modo alguno fue aquello una matanza de gente inerme ya que muchos se rebelaron y forcejearon o incluso intentaron huir, teniendo que ser introducidos a la fuerza en la mina. Así mismo, a pesar de las instrucciones de Kappler se produjeron bastantes fallos debido seguramente a los nervios, y hubo casos en que la bala no entró por la cabeza sino en el cuello, produciendo una herida más o menos grave, pero no la muerte inmediata. Y mientras tanto, el tiempo pasaba y Caruso no daba señales de vida. Eran ya las 16:30 y no se sabía nada de él, así que envió al SS-Obersturmführer Tunnat y al SS-Untersturmführer Kofler a Regina Cœli con la orden taxativa de no volver sin los 50 Totenskandidaten prometidos. Cuando llegaron, Tunnat se puso hecho un basilisco ante las divagaciones y las excusas de Caruso que, en realidad, solo buscaba ganar tiempo como fuera para no pringarse. Sabía que el plazo dado a Kappler terminaba en breve, y si alguien se vería con un paquete monumental encima sería él, así que se estaba limitando a dejarse ir sin cumplir su parte. No obstante, Koch sí había reunido 30 hombres que le había prometido a Caruso a base de rebuscar entre los más notables antifascistas detenidos en Regina Cœli, así que Tunnat hizo tabula rasa y no se complicó más la vida. Sin dar más explicaciones y con un cabreo de los que hacen época hizo llevar al camión a los 30 reos de Koch, mientras que los 20 restantes fueron señalados por él mismo de forma totalmente arbitraria y al azar ante el espanto del questore, que intentaba hacerle ver que aquellos no tenían nada que ver con la lista. Pero con las prisas, Tunnat seleccionó a 25 en vez de a 20, y Caruso ni se atrevió a llevarle la contraria. Así pues, el furibundo SS se llevó a los 30 reos de Koch diciéndole al questore que incluyese a los que él mismo había seleccionado en la jodida lista, y que volvería cuanto antes a recogerla junto a los prisioneros que faltaban.

Las Fosas Ardeatinas tras la voladura inspeccionada
por los aliados
Ya era de noche cuando Tunnat fue a Regina Cœli a por los últimos reos. Cuando les llegó el turno, Priebke observó que sobraban cinco, los que Tunnat había señalado de más y por los que Caruso no se atrevió a contradecirle. No obstante, Kappler ordenó que fueran también ejecutados. No quería testigos vivos de aquella matanza, así que acabaron sufriendo el mismo destino que el resto. La represalia concluyó hacia las 20:00 horas con un total de 67 tandas que suponían 335 hombres entre los que hubo varios menores de edad, que ni por eso se libraron. A Kappler solo le sobró media hora del plazo fijado, pero pudo concluir la misión encomendada si bien jamás podría imaginar lo carísimos que le saldrían aquellos cinco hombres de más. Una vez terminada la masacre se procedió a la voladura de la bocamina, cuya explosión hizo que los salesianos del monasterio cercano se acercasen a ver qué pasaba. Naturalmente, les bastó ver los uniformes de los SS para que dieran media vuelta a toda velocidad. Con todo, no haría falta el testimonio de los monjes para que todo el mundo supiera lo que se había cocido en las Fosas Ardeatinas aquel viernes, 24 de marzo de 1944.

Una vez que las tropas se retiraron a su acuartelamiento en la Via Tasso, Kappler se presentó en el hotel Excelsior a informar de todo a sus superiores, que por lo visto se pasaban la vida allí. Dio parte de haber ejecutado a 335 hombres, pero la nota que se emitiría aquella misma noche debía haber sido redactada antes de la muerte de Vinzenz Haller ya que solo mencionaba 32 víctimas alemanas. A las 22:55 horas, en las noticias de la radio se emitió el siguiente comunicado por parte de las autoridades alemanas:

"En la tarde del 23 de marzo de 1944, elementos criminales ejecutaron un ataque con bombas contra una columna de la policía alemana que transitaba por la via Rasella. Como resultado de la emboscada, murieron 32 miembros de la policía alemana, y varios resultaron heridos. La vil emboscada fue perpetrada por comunistas badoglianos. Se está realizando una investigación para esclarecer el grado en que se puede atribuir este acto criminal a la incitación anglo-americana. El mando ha decidido acabar con las actividades de estos bandidos villanos. No se permitirá a nadie sabotear con impunidad la recién ratificada cooperación ítalo-germana. El mando alemán, por lo tanto, ha ordenado que por cada alemán muerto se fusilen diez comunistas badoglianos. Esta orden ya ha sido ejecutada."

Familiares de una de las víctimas tras la identificación de la misma
junto a un cura que le imparte las bendiciones oportunas. Lo que quedaba
de ellas eran restos semi-momificados
Como vemos, no solo se ocultaron los diez represaliados por el último fallecido, sino también los cinco de más que liquidó Kappler por su cuenta. Esto se intentó mantener en secreto por razones obvias, pero hubo demasiada gente que estuvo en el ajo, tanto alemanes como italianos, y cuando el avance aliado obligó a evacuar la ciudad salieron a relucir los pormenores de la matanza porque, al final, todo se sabe. Tras la liberación de Roma por los yankees el 4 de junio siguiente se abrió la bocamina y se procedió a la identificación de los cadáveres para que recibieran una sepultura como Dios manda, ya que los alemanes se limitaron a dejarlos donde cayeron muertos. Hubo muchas dificultades para lograr recabar los nombres de todas las víctimas, tardándose años en completar dicha información. 

Posteriormente se construyó un mausoleo donde reposan los restos de todos los desdichados que fueron víctimas de la barbarie alemana, incluyendo diez hombres que estaban a punto de salir libres de cargos de Regina Cœli pero que tuvieron la mala suerte de ser señalados por Tunnat. En fin, el cruel destino es la hostia de cruel. La foto de la izquierda muestra el amasijo de cadáveres que encontraron cuando se procedió a la apertura de la mina. Era una pila de metro y medio de alto de cuerpos amontonados unos encima de otros. Incluso se descubrió que hubo una víctima que no murió durante la represalia. Al parecer, recibió un disparo en el cuello que lo dejó inconsciente. Cuando la bocamina fue volada recuperó el conocimiento y se arrastró como pudo en busca de una salida. Fue encontrado en un extremo de una galería, lejos de los demás cuerpos, y considerando que su herida era un sedal que no había tocado ningún órgano vital a saber cuánto tardó aquel desdichado en morirse, sepultado en vida y rodeado de cadáveres en la oscuridad más absoluta. Vamos, ni de película de terror del más terrorífico.

Bien, así fue la masacre de las Fosas Ardeatinas, la enésima muestra de lo salvajes que podemos ser los humanos si ponemos interés en ello. Como colofón, añadir una breve reseña de qué fue de sus protagonistas para poder rematar a algún cuñado que sobreviva a duras penas al relato:

SS-Obersturmbannführer Herbert Kappler

Kappler con su mujer poco antes de entregar la cuchara
Procesado el 3 de mayo de 1948 por la muerte de los cinco reos de más ya que los 330 restantes no eran responsabilidad suya por obediencia debida, además de otros desmanes cometidos durante su estancia en Roma pero que no vienen al caso. No obstante, lo verdaderamente grave fueron los cinco hombres sobrantes. El 20 de junio siguiente fue condenado a cadena perpetua, así que ya vemos que esos cinco Totenskandidaten extra le costaron muy caros. En 1975 contrae un cáncer que empeora progresivamente sin que el gobierno italiano permita que sea liberado. Sin embargo, el 15 de agosto de 1977 su mujer Anneliese logra sacarlo del hospital militar de Roma metido en una maleta, ya que pesaba solo 47 kilos, y se larga con él a Alemania. El gobierno italiano reclama la devolución de Kappler, pero el gobierno alemán responde que solo ha cumplido con su deber de prisionero de guerra, fugarse. Murió en su casa de Soltau, en la Baja Sajonia, el 9 de febrero de 1978 con 71 años de edad.

Priebke durante su juicio en Italia
SS-Hauptsturmführer Erich Priebke

Tras fugarse del campo de prisioneros donde estaba internado pudo largarse a Argentina tras la guerra con la ayuda de la organización Odessa, estableciéndose en la famosa colonia de nazis fugitivos de Bariloche. No obstante, tras saberse su paradero a raíz de su aparición en un documental contando sus batallitas fue extraditado a Italia en 1995, siendo condenado a cadena perpetua en 1998. Debido a su avanzada edad cumplió la condena en régimen de arresto domiciliario en Roma hasta su muerte en 2013. Tenía 100 años nada menos. Esas cosas pasan por hablar más de la cuenta pensando que los crímenes del pasado habían prescrito.

Generaloberst Eberhard von Mackensen

Procesado en Roma en 1946 por los británicos por crímenes de guerra, fue condenado a muerte. En 1948 le fue conmutada la pena por 21 años de reclusión para, finalmente, ser liberado en 1952. Murió en 1969 con 79 años.

Generalleutnant Kurt Mälzer

Procesado junto a von Mackensen, recibió la misma condena e indulto, si bien no llegó a verse libre porque murió en la prisión de Werl de un ataque al corazón en marzo de 1952. Tenía solo 57 años.

Generalfeldmarschall Albert Kesselring

El 7 de mayo de 1947 fue condenado a muerte por el asunto de las Fosas Ardeatinas. Tanto él como von Mackensen basaron su defensa en que Kappler les había informado de que disponía del suficiente número de condenados a muerte para llevar a cabo la represalia, y que no sabían nada del arbitrario procedimiento seguido para obtener a los reos. Debido a su prestigio militar, el mismo mariscal Alexander intercedió ante Churchill que, a su vez, hizo lo propio ante el primer ministro británico Clement Attle, aduciendo que la condena era excesiva e injusta. Debido a ello, apenas dos meses más tarde le fue conmutada la condena a muerte por la de cadena perpetua. Fue finalmente liberado en octubre de 1952 por problemas de salud, muriendo en julio de 1960 con 74 años.

Fusilamiento de Carusso. Tuvo que ser llevado al lugar de la
ejecución ayudándose con unas muletas
Questore Pietro Caruso

Sus intentos por nadar y guardar la ropa no le valieron para nada. En cuanto se largaron los alemanes intentó huir de Roma, pero tuvo un accidente de tráfico mientras seguía en su vehículo a una columna alemana que sufrió un ataque aéreo, lo que le hizo perder el control del coche. Se partió un fémur, por lo que la huida se quedó en el intento. Durante el proceso echó la culpa a Buffarini diciendo que le había dado carta blanca e intentó compartir la responsabilidad con Koch, pero el tribunal tuvo bastante claro que estuvo metido hasta el pescuezo en el asunto aquel. Fue fusilado el 22 de septiembre de 1944 en el fuerte Bravetta por un piquete de carabineros. Tenía 44 años. 

Buffarini tras ser fusilado
Ministro del Interior Guido Buffarini Guidi

A este tampoco le sirvió de nada hacerse el longuis. El 10 de julio de 1945 fue fusilado en Milán si bien previamente había intentado auto-asesinarse envenenándose sin éxito, lo que no le privó de ser pasado por las armas. Tenía 49 años.

Pietro Koch

Este tampoco se escapó de la quema, pero como fue un mal bicho de mucho cuidado se merece una entrada para él solo, así que ya daremos cuenta de sus andanzas.




Hilera de féretros en una de las galerías con los restos de
las víctimas dispuestas para su identificación, lo que no fue
nada fácil. Hubo que recurrir, cuando fue posible, a los
objetos personales que se conservaban en los cadáveres
En cuanto a los coadyuvadores de la represalia, hubo de todo, desde los que se libraron porque no llegaron a caer en manos de los aliados a los que fueron procesados junto a los protagonistas principales. A Occhetto, el fiel secretario de Caruso, lo aviaron con 30 años de prisión. Junto a Kappler fueron también procesados varios de sus subordinados: Borante Domislaff, Hans Clemens, Johannes Quapp, Carl Wiedmar y Carl Schütz, el encargado del desarrollo de la matanza. Pero todos clamaron eso de "Das Befehl ist Befehl!" (¡Una orden es una orden!), y como según las normas era totalmente cierto e inexcusable, su defensa basándose en la obediencia debida tuvo éxito y todos fueron absueltos.

Del resto del personal que intervino en estos luctuosos hechos no he podido averiguar qué fue de ellos salvo Dobbrick, el comandante del 3er. batallón del Bozen, que palmó en Verona en julio de 1944. O sea, que no sobrevivió más que  tres meses a sus muchachos de la 11ª compañía.

En fin, criaturas, ya'tá.


La Fosas Ardeatinas en la actualidad. En su interior se construyó una cripta que da cabida a todas las victimas de la matanza


Interior del mausoleo

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