martes, 24 de julio de 2018

Carros de guerra micénicos. Los tripulantes


Bien, tras el paréntesis de los misteriosos caños de arambre, prosigamos con el parque móvil de Micenas. Por el número de unidades disponibles y dejando aparte los 33 carros que, según las tablillas de Cnosos, se sabe que estaban destinados a la nobleza o como vehículos ceremoniales, se da por sentado que el uso táctico que los aqueos hacían de sus carros era el convencional: ataques en masa para romper las líneas enemigas, hostigamiento y acoso a la infantería que optaba por salir echando leches del campo de batalla y, finalmente, aprovechar su velocidad para llevar a cabo repentinos ataques por las alas para rodear o mermar las fuerzas del enemigo. No obstante, y tal como vimos en la entrada anterior, la morfología del carro micénico fue cambiando, y con ello el armamento de sus tripulantes e incluso el despliegue de los mismos en batalla ya que, como todo en cuestiones militares desde tiempos inmemoriales, los conceptos tácticos variaban constantemente en función de las fuerzas disponibles, de las armas en uso y del enemigo a batir, que no era lo mismo hacer frente a una horda de cuñados ávidos de zumo de uva que a un cuarto de millón de persas cabreados. Así pues, veamos como fue la evolución de las tripulaciones de estos vehículos.

Probo ciudadano recreacionista armado con una
réplica de la panoplia de Dendra
Los primeros carros que entraron en servicio hacia el 1550 a.C. estaban tripulados por dos hombres, un conductor y un combatiente. Esta pareja era denominada según el Lineal B como EQWETAS o seguidores. Hay bastante controversia acerca del armamento defensivo del combatiente desde que, allá por 1960, se descubrió la famosa panoplia de Dendra, habiendo teorías para todos los gustos: desde los que opinan que era una armadura al uso en todos los tripulantes-combatientes a los que afirman que solo la empleaban personajes de cierto rango. Se han hecho infinidad de pruebas y ensayos intentando demostrar que era posible usar la famosa armadura combatiendo a pie y, de hecho, su peso, de apenas 18 kilos, no supondría ningún impedimento. Sin embargo, sus engorrosos faldones, sus abultadas hombreras y el exagerado protector para el cuello hace que muchos piensen que estaban concebidas para los tripulantes de carros, entre ellos Connolly, cuya opinión es sin lugar a dudas un referente que siempre se debe tener en consideración

Por otro lado, la creencia de que su empleo era válido solo para los carristas se basa ante todo en el armamento que usaban: una larga lanza o EKESI de dimensiones similares a la sarisa macedónica, de unos 5,5 metros de longitud, y armadas con una impresionante moharra de bronce de alrededor de 60 cm. de largo. Como es obvio, semejante trasto solo podía ser manejado con ambas manos agarrándola casi por el centro del asta, lo que dejaba unos 2,5 o 3 metros por delante para ofender a la infantería enemiga antes de que los caballos estuvieran a su alcance y pudieran herirlos. La necesidad de tener ambas manos libres para manejar la lanza era lo que habría obligado a proteger al combatiente de pies a cabeza con una sofisticada armadura de bronce y un casco de colmillos de jabalí, unos peculiares yelmos fabricados con tiras de cuero formando una sólida base que , finalmente, era recubierta por una capa a base de hileras formadas por láminas de colmillos de estos suidos combinadas con tiras de bronce. Las carrilleras y los cubrenucas, según los ejemplares hallados, podían estar también forrados de láminas de colmillos o estar fabricados enteramente de bronce. A la derecha vemos una reconstrucción realizada por Connolly basada en el yelmo hallado en Dendra. 

Así pues, aceptando que el tripulante combatiente fuese armado con esta armadura y obviando si además era empleada para combatir a pie ya que esa opción no viene al caso, bajo el arnés vestía una túnica de lino para proteger la piel de los roces del metal. El conductor iría vestido con una túnica similar y con la cabeza protegida por un casco del mismo tipo que su compañero, al parecer adornados en ambos casos con penachos de crines de caballo seguramente con fines identificativos. El conductor no iba armado, o al menos no con armamento destinado a combatir desde el carro, por lo que la panoplia del vehículo se limitaba a la lanza del combatiente y a una PHASGANA o espada especialmente concebida para herir de punta y con la rigidez necesaria como para penetrar en los escudos y corazas enemigos como la que vemos en la lámina superior. Para ello, la fina y larga hoja de 65 cm. de largo tenía una gruesa nervadura en toda su extensión, talmente como los estoques usados en el siglo XVI para vulnerar las armaduras de placas. Esta espada no la ceñía el combatiente, sino que iba envainada en un costado del carro, de forma similar a los arcos de los egipcios.

En resumidas cuentas, los EQWETAS de estos primeros carros tendrían un aspecto similar al de la lámina inferior, donde vemos como el combatiente clava su lanza en un cuñado. Recordemos que para afianzarse en el carro y no salir despedido, la caja del vehículo contaba con un separador unido a la barra de refuerzo superior, donde el combatiente podía apoyar la pierna. Así mismo, en la ilustración se puede apreciar que los brazos los tiene también cubiertos por dos guardabrazos, piezas estas que incluso podrían complementarse con una especie de guanteletes bastante parecidos a los que se usaban en Europa en el siglo XIV si nos basamos en algún ejemplar aparecido en ajuares funerarios y que hemos recreado en la imagen de la derecha, donde vemos la réplica y el original. Estos guanteletes o como queramos llamarlos protegían el dorso de la mano y se fijaban mediante una correa que unía dos botones. Los orificios que se aprecian encima del pulgar y el índice podrían servir para coser en su interior algún tipo de relleno de tela o fieltro.



Por lo demás, conviene mencionar un dato que puede despistar a alguno que otro. En una tumba de Micenas apareció un sello, o sea, un anillo, en el que figuraba un carro tripulado por un conductor y un arquero. Este anillo, datado hacia el siglo XVI a.C. sería pues el primer testimonio de un carro micénico, lo que hizo pensar que los arqueros habían sido en algún momento tripulados por un combatiente armado con arco en vez de la lanza de empuje mencionada anteriormente. Sin embargo, la realidad se trataba de una representación de un noble dedicándose a la caza, concretamente de un ciervo, algo semejante a lo que vemos en la ilustración superior y que forma parte de la decoración de una arqueta de marfil hallada de Chipre.

Con el paso del tiempo, la panoplia del combatiente varió de forma substancial, probablemente debido a la evolución del uso táctico del carro. Hacia el siglo XIII a.C., cuando entraron en servicio los carros de barras como el que vemos a la derecha, el combatiente aligeró su armamento defensivo de forma notable. Como vemos en la ilustración, trocó su engorrosa armadura por una rodela forrada de piel y provista de un umbo de bronce. El cuerpo estaba protegido por una THORAKES, una coraza también de bronce que cubría el dorso y la espalda, pero no los hombros. La larga espada fue sustituida por otro tipo más corto y ancho, apto para herir tanto de filo como de punta. Las piernas las protegía con unas grebas bajo las cuales se colocaba unos perniles o una especie de calcetines de lana para protegerse de las rozaduras. Finalmente, la cabeza la cubría con un casco más simple, posiblemente de cuero hervido y reforzado con algunas tiras de bronce. En cuanto al conductor, su indumentaria era similar, pero desprovisto de armamento. 

Esta nueva panoplia, mucho más adecuada para combatir pie en tierra que su predecesora, ha hecho pensar que, probablemente, en muchos casos se usó el carro como un mero transporte para infantería, como ya se anticipó en la entrada anterior. De ese modo, en caso de necesitar desplazar con prontitud tropas a puntos en los que el enemigo amenazase con romper las líneas, un grupo de guerreros selectos podrían acudir rápidamente donde fuera necesario, rechazar a los enemigos y, si su presencia ya no era necesaria, replegarse para quedar a la espera de ser nuevamente llamados. Para ello, una vez apeados los conductores se retirarían a una distancia prudencial aguardando el momento de volver a recogerlos. Un testimonio de este cambio en el uso táctico del carro lo tenemos en la imagen de la derecha, correspondiente a un fresco hallado en Pilos donde vemos un carro con su conductor y un guerrero caminando junto al mismo armado con una lanza corta propia de la infantería. 

Poca vida operativa tenían ya por delante los carros de guerra. La cultura micénica estaba ya en total descomposición, y los aqueos que les siguieron en el tiempo tuvieron claro que la infantería era el arma más fiable y, sobre todo, más barata que los costosos carros a los que debían dedicar grandes sumas de dinero para su fabricación y mantenimiento. 

Bueno, criaturas, con esto terminamos por hoy. La malvada musa se está portando bien, así que omitiré la opinión que me merece por sus repentinos e inopinados abandonos.

Hale, he dicho

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Recreación de un noble micénico junto con varios cuñados haciéndole la pelota y diciéndole lo guapo que está con su
piel de león. El personaje, armado con una panoplia como la de Dendra, va sobre un carro más lujoso, con incrustaciones
de marfil y demás chorraditas, de los que tenían destinados al uso personal de estos nobles

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