domingo, 12 de agosto de 2018

Curiosidades: los cartuchos cónicos


Aunque durante la Guerra de Secesión la caballería seguía haciendo uso de sus sables, cada vez se iban imponiendo más
los revólveres y las carabinas, y no ya para combatir pie a tierra contra la infantería, sino entre jinetes. Al cabo, siempre era
más seguro aliñar un enemigo de un balazo en la caja del pecho a una distancia prudencial de que un sablazo en mitad del
cráneo estando excesivamente cerca.

Cartucho Burnside de calibre .54. En el detalle vemos la bala, provista
de dos bandas de engrase
Al hilo de la entrada anterior y ya que un amable lector, el Sr. Carlos Fernández Barba, me ha dado la idea, no estaría de más comentar algunos de los más peculiares diseños de entre los muchísimos inventos que surgieron a raíz del impetuoso afán por dar con sistemas de retrocarga eficientes. No deja de ser curioso que, a pesar de que antes del ecuador del siglo XIX ya había en funcionamiento armas de retrocarga bastante eficaces más las que fueron surgiendo en la década siguiente, los ejércitos de la época aún tuvieran que ir al campo de batalla con fusiles de avancarga en su inmensa mayoría, como ocurrió en la guerra de Crimea o la de Secesión de los Estados Juntitos, siendo ambas naciones unas potencias industriales de primera clase y más en el segundo caso, un país donde las armas son una religión y de donde han salido los diseños más eficientes hasta la fecha.

Como ya explicamos en su día, los fusiles Sharps con o sin visor fueron
el arma preferida por los francotiradores durante la guerra civil. Su
precisión y su potencia en manos de los sharpshooters los convirtieron
en armas absolutamente temibles
Así pues, hubo una verdadera tromba de ideas más o menos extravagantes que, en su inmensa mayoría, no pasaron del mero proyecto. Otras se quedaron en curiosos prototipos que hoy son piezas de museo, unas cuantas llegaron a entrar en producción si bien en escaso número y con una vida operativa muy corta, y contadas excepciones fueron las que acabaron imponiéndose a la miríada de sistemas de retrocarga ideados a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX: el de cerrojo en sus múltiples variantes, preferido por los militares debido a su solidez y que por ello les permitía usar cartuchería muy potente; el de palanca, que aunque arrasó entre los yankees no tuvo ni remotamente el mismo éxito en Europa y que estaba un poco limitado de potencia, y el de corredera, que en este sentido corrió la misma suerte que el de palanca. Un caso aparte serían los cierres basculantes que, desde prácticamente el primer momento, fue relegado a las armas de caza, siendo aún hoy día el que corta el bacalao en este sector. El rolling-block, el sharps, el trapdoor, etc. acabaron sucumbiendo en el mismo instante en que, además de sistemas de retrocarga, surgió la demanda de armas de repetición para matar más y mejor a los enemigos.

Ambrose Burnside (1824-1881) durante la guerra civil.
Es evidente que sus patillas eran dignas de darles nombre.
Por cierto, y aunque no viene al caso, obsérvese la
magnífica calidad de la foto, que sin tanto píxel ni tanta
chorrada ya quisieran muchas cámaras modernas
Pero mientras se aclaraban los conceptos y las ideas del personal, la premura por disponer de armas modernas permitió, no solo incentivar los magines de los inventores, sino también el que muchas de ellas entraran en producción no porque fueran la solución al problema, sino porque, dentro de lo que había, eran las soluciones más viables, al menos para cubrir el expediente. Estas circunstancias se dieron sobre todo cuando los malditos rebeldes esclavistas del sur decidieron tomar camino por su cuenta, lo que sentó como una patada en el bazo a sus compatriotas del norte que dijeron que nones, que de allí no se iba nadie, así que tomaron la decisión de iniciar un intenso debate a tiro limpio para ver quién tenía la razón. Y precisamente a raíz de este conflicto surgió el curioso cartucho que, junto a su carabina, ideó un probo ciudadano llamado Ambrose Everett Burnside, al que, además de inventor, militar y político, le cabe el incuestionable honor de haber dado nombre a esas peculiares patillas que se pusieron tan de moda en aquella época. Sí, ya saben las patillas unidas al bigote manteniendo la barbilla afeitada. Sideburnes, o sea, su apellido al revés, era como motejaban a nuestro hombre sus compañeros de West Point, y tanto éxito tuvo el apodo que acabó dando lugar a un nuevo palabro. Por cierto que en su forma normal, o sea burnsides, también significa patillas a lo bestia. Bueno, en cualquier caso, basta ver la imagen del ciudadano Ambrose para corroborar que, en efecto, sus patillas eran magnificentes.

Mary Richmond Bishop. fautora de su amado
y patilludo cónyuge para convertirlo en un
auténtico y verdadero cuñado
No hace falta extendernos demasiado en el personaje ya que hay bastante información en la red, de modo que nos bastará una breve semblanza para ponernos en situación. En realidad, no se puede decir que el ciudadano Ambrose fuese alguien que brillase con luz propia. Tras graduarse en West Point en 1847, apenas seis años más tarde se largó del ejército para dedicarse a inventar armas chulas, que era lo que le gustaba. En 1855 montó su propia empresa para poner en el mercado sus diseños, creando la Bristol Firearms Company radicada en la ciudad homónima, en Rhode Island, y financiada por cierto por la familia de su mujer, que desde aquel día nombraron al ciudadano Ambrose cuñado CVM LAVDE. Como los malditos rebeldes esclavistas sureños aún no se habían puesto en plan borde, su intención era fabricar una carabina de uso deportivo equipada con su sistema de retrocarga, una especie de híbrido que usaba cartuchos metálicos pero, inexplicablemente, sin pistón. 


Pistola de chispa modelo 1836 reconvertida al sistema
de empistonado automático Maynard. En la foto superior
vemos el alojamiento de la tira de papel abierto, y en
la inferior cerrado y listo para abrir fuego
La deflagración de la pólvora se llevaba a cabo golpeando un fulminante tipo Maynard, un sistema de empistonado automático basado en una tira de papel enrollada en la que se alineaba una determinada cantidad de fulminantes. Cada vez que se amartillaba el arma, una leva empujaba la cinta, colocando uno delante el martillo. Los que peinen canas abundosas o su densidad capilar esté bajo mínimos quizás recuerden aquellos revólveres de juguete cuyo armazón basculaba y albergaban en su interior un "rollo de mixtos", como decíamos en aquel entonces. Al apretar el gatillo la leva empujaba la tira de papel y situaba un mixto delante del martillo, haciendo un mínimo simulacro de disparo que no asustaba ni a la abuela mientras hacía ganchillo a una velocidad endiablada. Bueno, pues eso era el sistema Maynard, pero con mixtos de mucha más potencia y, por supuesto, colocados con precisión tras cada amartillamiento. No obstante, por problemas de patentes Burnside hizo una adaptación del mismo estrechando la ranura por donde salía la tira de papel de forma que solo podrían usarse los que él fabricaba y no los de Maynard.

Carabina Burnside de primera generación. En este modelo, el bloqueo del
cierre se accionaba con la palanca lateral que señalamos con la flecha. En
los modelos militares se sustituyó por la palanca situada en el guardamonte
Por lo demás, el arma estaba muy bien fabricada, con acabados francamente buenos tanto en el mecanizado de las piezas como en el pavonado y el barnizado de la madera. Estaba provista de un cañón cilíndrico de 24 pulgadas rematado por un punto de mira encastrado en una cola de milano. Las carabinas civiles no disponían de guardamanos, por lo que el apoyo se hacía directamente bajo el cañón. Esto no supone un problema con las armas deportivas ya que la cadencia de tiro es muy baja y no da tiempo a calentarse el cañón, pero en un arma militar sí, por lo que las versiones producidas para el ejército sí disponían de un guardamanos de madera de 9,5 pulgadas sujeto con una anilla de acero. Por otro lado, a la versión militar se le acortó el cañón en 2 pulgadas, permaneciendo el mismo tamaño en las restantes versiones que se produjeron durante su vida operativa. Su peso oscilaba por los 3,2 kilos, y digo oscilaba porque el ejército admitía tolerancias entre las 7 libras y ¼ y las 7 libras y ⅟₈.


Fotograma de la película "Cold Mountain" que recoge el momento en que
la mina detona. A pesar de aniquilar unos 45 metros de trinchera enemiga,
los malvados esclavistas rebeldes sureños le dieron para el pelo a Burnside
Cuestiones técnicas aparte, parece ser que nuestro hombre era especialmente meticuloso, y no ya en lo referente a la manufactura de sus armas, sino que era su forma de ser. Esto quedó patente cuando, tras estallar la guerra civil y volver al ejército con el grado de mayor general para someter a los malvados rebeldes esclavistas sureños, le fue poco menos que impuesto el mando de diversas unidades, al parecer más por su entonces exitosa carabina que por sus cualidades como estratega, llegando a presionarle el mismo Lincoln. Curiosamente, él mismo se negaba a hacerse cargo de semejante responsabilidad porque reconocía su escasa capacidad como estratega, pero al final no le quedó otra que aceptar. Por citar uno de sus sonados fracasos, ¿recuerdan la peli esa de "Cold Mountain", protagonizada en 2004 por Judas Ley y Nicolasa Hombreamable? ¿Recuerdan su espectacular comienzo, cuando una mina a lo bestia detona bajo las líneas confederadas formando un cráter enorme donde al final los unionistas son derrotados? Pues fue cosa del ciudadano Ambrose, que se cubrió de gloria base de bien. La batalla del Cráter la llamaron, y se libró el 30 de julio de 1864. En todo caso, su excesiva meticulosidad le hizo cosechar más derrotas que victorias, y muchas voces se alzaron protestando vehementemente contra el ciudadano Ambrose, que tras la guerra echó el cierre a la fábrica de armas y optó por dedicarse a la política y a ser el primer presidente de la controvertida Asociación Americana del Rifle.

Como conclusión a este introito, comentar que durante la guerra civil se produjeron 55.567 carabinas Burnside de cinco modelos diferentes, si bien las diferencias entre unos y otros eran mínimas, y que al llegar la paz mandó a hacer puñetas al ejército para dedicarse, como hemos dicho, a la política, donde se trinca más y se trabaja menos. Bueno, no nos engañemos, no se trabaja nada. Pero, ojo, que nadie piense que la carabina Burnside fue uno de tantos bodrios puestos en servicio por las premuras que impone una guerra ya que, si tenemos en cuenta el total de carabinas adquiridas por el ejército de la Unión, que ascendieron a un total de 407.734 unidades de 19 fabricantes distintos más las adquiridas en el extranjero, las servidas por Burnside supusieron algo más del 13%, que no es cosa baladí en una época en que la necesidad obligaba a comprar lo que fuera y donde fuera siempre y cuando funcionase razonablemente bien. Si alguien no logra hacerse una idea de lo que supone ese número de armas, sirva como referencia el hecho de que con ellas se armaron a 43 regimientos de caballería, o sea, que no fueron cuatro gatos. De hecho, solo fue superada en número de unidades por la carabina Sharps en calibre .50-70 Government (foto A) y la Spencer en calibre .56-56 Spencer de percusión anular (foto B).


Obsérvese el impecable acabado y el ajuste entre las piezas. Nadie diría
que se trata de un arma de guerra fabricada además en plena guerra
Y si no se vendieron más fue porque sus demoras en el servicio de los pedidos llegaron a ser clamorosas, lo que no es nada recomendable cuando las tropas andan faltas de armamento y el enemigo no para de dar guerra. En resumen, que si el ciudadano Ambrose se hubiese dado un poco de prisa, seguramente habría vendido muchas unidades más ya que, en puridad, su carabina fue sin duda el modelo mejor fabricado de la contienda, llegando en ocasiones incluso a ser ajustadas a mano, por lo que en muchos casos las piezas de distintas carabinas no eran intercambiables, condición sine qua non y actualmente obligatoria en cualquier arma que quiera pasar a formar parte del arsenal de cualquier ejército por aquello de la posibilidad de canibalizar piezas en caso de necesidad al no disponer de repuestos. 


Tornillo para muelles. Ese útil tan simpático es el que impide
que a uno se le escape el puñetero muelle, te acierte en un ojo
y el alarido se escuche a 1 km. No imaginan vuecedes la
enorme potencia que tiene un muelle real
El precio de las armas difirió enormemente de un contrato a otro. No se sabe exactamente por qué motivo, pero la cuestión es que osciló entre los 35,75 $ de un pedido de 7.000 unidades realizado el 19 de junio de 1862 (fue el precio más alto que alcanzaron salvo dos del año anterior que debían incluir bayoneta y que no se llegaron a suministrar) y del que por cierto solo se llegaron a servir 520 solo cinco días después, lo que indica que ya estaban fabricadas, a los solo 19$ de otro pedido de 3.000 unidades cursado el 6 de julio de 1864. Por norma, en el precio iban incluidos una serie de accesorios, a saber: un cordón de limpieza con su baqueta, una feminela, un escobillón cónico para limpiar la recámara, un destornillador y una llave por arma. Aparte debían adjuntarse un tornillo para muelles y una turquesa por cada diez carabinas. El tornillo era un accesorio imprescindible para desmontar y montar los potentes muelles reales de estas armas, ya que hacerlo con unos alicates o unas tenazas no solo era increíblemente trabajoso, sino que además podía a uno saltarle el muelle a la jeta y darle un disgusto (doy fe, mucha fe).

Bien, con todo esta relación imagino que ya estarán vuecedes en situación, así que vamos al grano...

Paquete de 10 cartuchos de munición que, además, contiene
una docena de pistones por si con los nervios de la batalla
se le perdía alguno.
Como ya comentamos en la entrada anterior, el tema de la fuga de gases se había convertido en una verdadera obsesión a raíz de la proliferación de sistemas de retrocarga. Recordemos que incluso el famoso revólver Mosin-Nagant se concibió precisamente para eliminar este efecto que, hoy día, se sabe que es despreciable en lo referente a la hipotética merma de precisión y alcance y, de hecho, cualquier revólver moderno no tiene en cuenta la fuga que se produce entre el tambor y el cañón, pero en aquellos tiempos quitaba el sueño a armeros e inventores. Y precisamente la genialidad del ciudadano Ambrose fue que, ciertamente, logró una obturación total con su carabina y el peculiar cartucho cónico que usaba. De hecho, y ya que hemos mencionado el Nagant, de la misma forma que su cartucho fue ideado para ese revólver y toda su vida operativa transcurrió unidos el uno al otro, en el caso que nos ocupa pasó exactamente lo mismo: el sistema de cierre de Burnside se concibió para usarlo con el cartucho cónico Burnside, y ni la carabina usó nunca otro tipo de munición, ni el cartucho fue usado jamás en otra arma. 


El sistema de cierre ideado por Burnside consistía en un bloque basculante que, al descender y girar hasta situarse en posición casi perpendicular al arma, dejaba libre la recámara, pero por su parte delantera. Entonces se introducía el cartucho "al revés", es decir, por el culote, quedando la bala fuera del alojamiento. Al accionar la palanca el bloque volvía a su posición original, siendo introducido el proyectil en la boca del ánima. Finalmente se cebaba colocando un pistón en la chimenea y se abría fuego. En el gráfico tenemos una vista en sección del arma y el cartucho para entender mejor este sistema. En la figura superior vemos la carabina ya cargada. Al producirse el disparo, la presión dilataba la boca de la vaina que hemos marcado de rojo, obturando totalmente el ánima y aprovechando hasta la última atmósfera de presión para impulsar una bala de calibre .54 que hacía algo más que cosquillas al que alcanzasen con ella. 


¿Que por qué hacer la vaina cónica y no cilíndrica? Eso debió guardárselo el ciudadano Ambrose, pero no aparece en ninguna parte, pero colijo que la intención era facilitar la recarga. Un culote de un diámetro sensiblemente inferior al de la recámara permitía literalmente "dejar caer" el cartucho en su interior, operación esta que agradecerían bastante sus usuarios, jinetes que en muchas ocasiones tendrían que manejar el arma cabalgando en sus briosos pencos. En la foto de la derecha vemos el aspecto de la recámara abierta con un cartucho ya introducido. En el costado izquierdo del arma se ve la típica argolla corrediza usada en las tercerolas de caballería para engancharla en el fiador de la bandolera que usaban los jinetes para tal fin.


Pero, como contrapartida a este sistema en apariencia tan cómodo, a nuestro hombre no se le ocurrió colocar un pistón en el culote de su curiosa vaina. Aquí no habría problemas de patentes ya que muchos otros cartuchos usaban ese método, por lo que también nos quedamos in albis al respecto. Así pues, la toma de fuego la llevaba a cabo un pistón convencional de avancarga que, de paso, actuaba como tapón para que tampoco hubiera fuga de gases por la chimenea. En la foto podemos ver el aspecto del culote con su orificio de toma de fuego, de un diámetro que impedía que los granos se pólvora salieran por el mismo sin necesidad de sellarlo. 


El generoso anillo de la vaina tenía una finalidad muy concreta: actuar como un tapón e impedir que se introdujera más de la cuenta en el ánima, haciendo de tope para no dificultar su extracción. Una vez bloqueado el cierre, la mitad delantera quedaba alojada en un ensanchamiento situado al final del ánima del cañón (foto A), mientras que la mitad trasera hacía lo propio en un ensanchamiento similar en la recámara (foto B). Si a esto unimos la dilatación de la boca de la vaina, ya vemos que producirse una fuga de gases era tan improbable como encontrar a un político honrado. 


Para abrir el cierre bastaba pulsar la palanca situada dentro del guardamonte, la cual liberaba el bloque de la uña que vemos señalada con una flecha. Se tiraba hacia abajo y todo el conjunto descendía mientras giraba hacia atrás, dejando como ya hemos dicho la boca de la recámara mirando hacia arriba, lista para recibir el cartucho. Lo que vemos en el detalle es la única pieza que sujetaba el cierre al cajón de mecanismos. Solo era necesario presionar el pasador que la bloqueaba, girarla y extraerla, liberando así el cierre. Esta pieza se introdujo en el tercer modelo. Si observamos la foto ampliada podremos ver el elevado nivel de calidad del arma, sin señales de mecanizado y con un ajuste impropio de un arma militar de hace más de siglo y medio.


Además, el sistema ideado por Burnside era de una simplicidad increíble ya que incluso carecía de extractor. Para facilitar la extracción de la vaina, operación que se efectuaba a mano, se empujaba hacia adelante la pieza donde se alojaba la chimenea. Obsérvese en la foto de la izquierda como la flecha roja señala la separación de esta pieza respecto al bloque donde se encuentra la recámara. Al empujarla hacia adelante actuaba sobre la vaina, y esta separación quedaba disminuida a la mitad. De ese modo se eliminaban problemas de extracción en caso de que se hubiese producido una dilatación excesiva por la temperatura o un pico de presión y, por otro lado, era más fácil de agarrar con los dos dedos que el  escaso espacio disponible permitía usar para completar la extracción. En cuanto a la pieza señalada con la flecha verde, fue un añadido que se hizo también a partir del tercer modelo para mejorar la basculación del cierre y lograr una substancial mejora en la alineación de la recámara con el cañón en el momento de cerrarla.


Por citar algunos detalles más sobre el soberbio acabado de esta carabina podemos mencionar que el cajón de mecanismos no estaba pavonado, sino jaspeado, un proceso mucho más laborioso y caro, totalmente impropio de un arma militar. Disponía de un alza tangencial regulada a 100 yardas más una  hoja abatible en la misma para 300 y 500 yardas, si bien su alcance máximo conservando una precisión razonable no iba mucho más allá de las 200, que para un arma con un cañón tan corto era una cifra más que aceptable. Pero lo más reseñable es la muesca del alza que hemos marcado en rojo, aunque ese acabado es idéntico en las otras dos. Si observamos la misma, vemos que dicha muesca tiene un abocinamiento, siendo más ancha por detrás que por delante. Esto permite una mejor toma de miras ya que elimina reverberaciones por la temperatura del cañón y disminuye la posibilidad de cometer errores angulares al hacer puntería, y es norma en cualquier alza de cualquier arma de competición moderna, así que no me extraña que dedicando horas de mecanizado a tanta virguería el ciudadano Ambrose no cumpliera los plazos de entrega. Por otro lado, poner estas exquisiteces en manos de paletos yankees se me antoja similar a vestir una mona de seda, pero en fin...


Soldado de caballería de la Unión posando con su
carabina Burnside. Al carecer de guardamanos
debemos suponer que se trata de un ejemplar
anterior al inicio de la contienda
Bueno, esta es grosso modo la historia de este curioso cartucho y la carabina que lo disparaba. No se podía contar el desarrollo de uno sin avanzar de forma paralela en el de la otra, pero con lo explicado es suficiente para  dejarle la jeta a cuadros al cuñado sabihondo que cuenta hasta los botones que perdieron los confederados en Gettysburg, donde ambos bandos se dieron las del tigre. Por cierto que no podemos concluir sin mencionar a George P. Foster, un maestro armero de Massachusetts que entró como superintendente en la fábrica de Burnside porque, en realidad, el ciudadano Ambrose era muy imaginativo, pero de cuestiones mecánicas no andaba excesivamente puesto, y de como acometer una producción en masa menos aún. Foster fue el que llevó a cabo las modificaciones para obtener el máximo rendimiento del arma, así como sus proverbiales acabados, hasta el extremo de pulir las cabezas de los tornillos.

En fin, s'acabó lo que se daba.

Hale, he dicho

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