viernes, 7 de septiembre de 2018

Las primeras espoletas modernas. Espoletas de tiempo


Batería formada por dos cañones Parrot de 30 libras en Fort Putnam, en Carolina del Sur, durante la Guerra de Secesión.
Junto a las piezas vemos grandes cantidades de proyectiles ojivales diseñados para sus ánimas rayadas, que en aquel
conflicto empezaron a desbancar a las tradicionales balas esféricas. En la punta de los mismos se pueden ver los tapones
que preservaban la carga de la humedad, y que se retirarían en el momento de montar las espoletas una vez que empezaba
la fiesta. La ausencia de viento en este tipo de piezas obligó a desarrollar espoletas que se iniciasen con mecanismos
más modernos.


Este tipo de espoleta tan rudimentario perduró
no obstante hasta bien avanzado el siglo XIX
mientras que los cañones y obuses usaban
modelos mucho más avanzados
En su día, cuando hablamos de la artillería de plaza y sitio, salieron a relucir los rudimentarios métodos con los que se fabricaban las espoletas de tiempo, o sea, espoletas capaces de hacer detonar un proyectil transcurrido un determinado tiempo desde que eran disparados. Para ello se recurría a algo tan simple como un tapón de madera perforado de un extremo a otro, y en cuyo interior se colocaba una paja de centeno rellena de una substancia incendiaria llamada mixto que ardía a una determinada velocidad. Sabiendo cuánta cantidad ardía por segundo, el artillero solo tenía que cortar la paja a la longitud deseada para que el proyectil detonase en el momento que estimase oportuno, todo ello basándose en unas tablas en las que figuraban los tiempos en función de la distancia recorrida. De ese modo se podía hacer estallar una bomba de mortero encima de los defensores de un baluarte y convertirlos en comida para peces, o bien retardar la detonación más tiempo para esperar a que, gracias a su peso, penetrase por la techumbre de un cuartel o un almacén y explotase en el interior del recinto. En las imágenes de la derecha tenemos en primer lugar una vista en sección de una bomba de mortero con su carga de pólvora y la espoleta ya colocada y lista para ser iniciada antes del disparo. En la foto inferior vemos una espoleta original cuyo cuerpo de madera tenía grabada una escala de tiempo que el artillero usaría como referencia a la hora de cortarla con la pequeña sierra que vemos junto a ella (ojo, no están a escala. La hoja de la sierra medía unos 25 cm. de largo, y la espoleta la mitad aproximadamente). El motivo de hacerlas con forma cónica era para impedir que, debido a la inercia en el momento del disparo, el mixto saliera despedido hacia el interior del proyectil, produciendo su explosión y matando a los servidores de la pieza. 

La ignición de estas espoletas podía llevarse a cabo de dos formas distintas. En el caso de los morteros, cuyo proyectil quedaba asentado sobre la carga de proyección a pocos centímetros de su enorme boca, se prendían sin más con un botafuego para, a continuación, iniciar la carga y disparar. En el caso de los cañones y obuses, en los que por razones obvias eso era imposible ya que la granada estaba en lo más profundo del ánima, se aprovechaba el viento para que la deflagración de la pólvora que pasaba por el mismo adelantase al proyectil y prendiese la espoleta. ¿Qué no se acuerdan de qué era el viento? Pues además del aire en movimiento, era el espacio que quedaba entre el proyectil y el ánima del cañón ya que los primeros se fundían con una tolerancia de aproximadamente dos milímetros para facilitar la recarga cuando la suciedad empezaba a acumularse en el ánima y por la dilatación producida por los disparos. Y como una imagen vale más que tropocientos discursos, veamos el gráfico de la derecha, donde seguramente lo comprenderá de inmediato hasta un cuñado hasta las cejas de orujo de garrafón. En la figura A tenemos un fabuloso obús Gribeauval de 6 pulgadas de los usados por la artillería del enano corso (Dios lo maldiga hasta que se congele el infierno, amén). Ha sido cargado, en la recámara podemos ver el saquete de pólvora y, justo delante, una granada provista de su taco de madera. El oído, previamente cebado con polvorilla, ha sido prendido con un botafuego, pudiendo ver en la ilustración como esta se va quemando para iniciar la carga del saquete que, antes de cebar, el artillero perforó con su aguja para romper la tela y permitir que el fuego del cebado llegase a la carga. Figura B: la llama del cebado acaba de llegar al saquete, cuyo contenido empieza a arder. Figura C: la carga de proyección se inicia, empezando a generarse gases a una enorme presión que impulsarán el proyectil. Figura D: la deflagración de la pólvora pasa entre el mínimo espacio que queda entre el proyectil y las paredes internas del ánima, prendiendo la espoleta colocada en la parte delantera del mismo. Figura E: el proyectil inicia su avance por el interior del ánima. El mixto de la espoleta empieza a consumirse mientras que los gases incandescentes producidos por la deflagración de la carga salen por la boca de fuego, precediendo al proyectil. A partir de ese momento, este saldrá disparado hacia el objetivo mientras que el mixto de la espoleta se consume hasta que, una vez quemado, alcance la carga del proyectil, provocando su explosión y fragmentándose para matar a cuantos más enemigos mejor. Bien, así de simple era todo el proceso, que en sí mismo no duraba más de unos escasos segundos desde que se prendía el cebado hasta que el proyectil explotaba. ¿Por qué escasos segundos, no más de 4 o 5 por lo general? Porque el alcance de los cañones de principios del siglo XIX y la velocidad de sus proyectiles no requerían de más tiempo, nada más. Era lo que necesitaban para detonar a la distancia máxima que alcanzaban, que dependiendo del calibre y el tipo de munición podía oscilar entre los 300 y los 1.000 metros.

Cañón Rodman de 15 pulgadas (381 mm.) emplazado en una cureña giratoria.
Estas monstruosidades artilleras eran impensables a principios del siglo XIX.
Era capaz de lanzar un proyectil de 192 kg. a casi 5 km. de distancia
Pero tras las guerras del genocida corso, la artillería fue experimentando una notable evolución. De ser un arma de apoyo a pequeña escala se convirtió en una formidable maquinaria destinada a ablandar de tal modo las defensas y los efectivos del enemigo que, en teoría, la infantería propia tendría muy fácil avanzar una vez que sus cañones habían machacado bonitamente al personal. Como es lógico, una cosa era la teoría y otra la práctica ya que nadie se quedaba mirando al infinito mientras llovía metralla a su alrededor, pero lo cierto es que las piezas de mediados del siglo XIX vieron como aumentaban tanto su alcance como su poder destructivo, y los ejércitos de la época pasaron de disponer unos pocos cientos de bocas de fuego en el mejor de los casos a contar con miles de ellas. La artillería de campaña empezó a fabricarse con cañones de ánima estriada que les daban un alcance y una precisión impensables apenas 30 o 40 años antes, y el perfeccionamiento en las técnicas de fundición permitía fabricar cañones mucho más eficientes y sólidos.

Bien, puestos más o menos al corriente de como estaba el patio a mediados del siglo XIX, veamos como fue la evolución de las espoletas que más difusión tuvieron, en este caso las de tiempo ya que permitían sacar el máximo partido a cada disparo debido a que el artillero podía elegir el momento más adecuado para su explosión. Y como para que haya avances notables es necesario que haya una guerra decente, ya que de lo contrario los magines del personal se atocinan al no tener que devanarse la sesera para idear formas de matar más y mejor, fue a raíz de este conflicto cuando se sentaron las bases para los diseños que se irían desarrollando durante la segunda mitad del siglo hasta llegar, ya en la Gran Guerra, a los sofisticados mecanismos de relojería ideados a finales del XIX que permitían una precisión absoluta. Así pues, al grano que el camino es largo...

Uno de los avances más significativos consistió en algo tan simple como sustituir la madera por el cobre o el latón a la hora de fabricar las espoletas. Las típicas espoletas cónicas como la que mostramos en el primer párrafo eran introducidas a martillazos con un mazo de madera, y su principal inconveniente radicaba en que, al cortarlas, se solía derramar la pólvora que contenían a pesar de estar prensada, lo que daba lugar a fallos notables con explosiones prematuras o, simplemente, no llegaban a producir la detonación. Así pues, la solución a este problema vino de la mano de varios sesudos ciudadanos que, en realidad, se basaron en lo mismo para fabricar espoletas que se diferenciaban solo en la forma, porque su funcionamiento era el mismo: Hotchkiss, Dyer o Parrot serían las más significativas en este caso. En la foto de la derecha tenemos varios ejemplares que, como salta a la vista, tienen una morfología y unas dimensiones similares. El diámetro oscilaba alrededor de los 2,5 cm., y la longitud entre los 3 y 6 cm. aproximadamente. 

Lo habitual era que los proyectiles llegaran a los repuestos o las baterías con la espoleta ya montada pero sin la carga, que solo se colocaba en el momento del disparo. Mientras tanto, se sellaba el orificio con un tapón para preservar el interior de la humedad. Como es lógico, una espoleta metálica provista de un paso de rosca de 12 hilos por pulgada era más sólido que un taco de madera introducido a golpes y que, además, no precisaba de más manipulación que, llegado el momento, colocar la carga con el retardo deseado. En la foto de la derecha vemos varios paquetes de mixtos calibrados en origen con diferentes retardos, que aquí mostramos de 5 a 30 segundos en fracciones de 5. El texto que vemos en el paquete nos informa, aparte del arsenal de fabricación, la fecha y el tiempo de retardo, de que para extraer los mixtos había que abrir la tapa del envase- obvio-, tirar de una de las cintas- también obvio- y, finalmente, ayudarse empujando con el dedo por la parte inferior del paquete como si se tratase de una cajetilla de cigarrillos. Menos mal que añadieron esas instrucciones porque, de no ser así, igual el ciudadano Abraham pierde la guerra contra los malditos rebeldes esclavistas sin que sus tropas, analfabetas la mayoría como era habitual en aquella época en todas partes, hubiesen podido dar un solo cañonazo por no saber como sacar los puñeteros mixtos de su envase. 

El motivo de alargar tanto dichos retardos no se debía más que al aumento en el alcance de las piezas de la época, que podía llegar a los 5 km. sin problemas. A modo de ejemplo, a la derecha tenemos una tabla de tiro de un cañón Parrot de 20 libras (93,2 mm. de calibre real) para una carga de 2 libras de pólvora de mortero. En la primera columna vemos la elevación, en la segunda el tipo de proyectil- bote de metralla o granada- y su peso, el alcance en yardas y, finalmente, el retardo. Como vemos, en el caso de los botes de metralla (case-shot) se disparaba con la pieza prácticamente horizontal ya que se trataba de batir tropas cercanas, a menos de 800 metros, por lo que el retardo era muy rápido. Para el caso de granadas disparadas a grandes distancia con una trayectoria parabólica, en este caso hablamos de un máximo de 17,25 segundos. 

Los mixtos consistían en simples conos de substancia incendiaria envueltos en una tira de papel que, como se puede ver en la foto, tenía impreso el tiempo de retardo y una escala en la que cada raya equivalía a un segundo. De ese modo, el artillero podía afinar aún más el tiempo de la detonación. O sea, que si consideraba que esta debía producirse a los 23 segundos, tomaba un mixto de 25 y cortaba dos rayas. 25 - 2= 23, ¿no? Pues eso. La longitud era la misma independientemente del retardo, que se acortaba o alargaba variando la composición del mixto.

Para ilustrar su funcionamiento hemos tomado como ejemplo una espoleta Hotchkiss. En la figura superior tenemos una vista en plano y en sección de la misma. En la parte superior tenía dos ranuras para atornillarla al proyectil ayudándose de un útil, y una vez bien apretada se colocaba el tapón hasta que llegaba el momento de abrir fuego. A la derecha vemos el retardo una vez extraído del paquete siguiendo las complejas instrucciones que describimos antes y que hasta un cuñado podría intuir sin mucho desgaste neuronal. En la figura inferior vemos el mixto ya colocado en la espoleta. Para ello se recurría a un pequeño mazo de madera, pero sin pasarse golpeando para no chafarlo sino, simplemente, asentarlo bien en su alojamiento. Como vemos, aún se conservaba la forma cónica tradicional que, como comentábamos al principio, impedía que la inercia empujase el mixto hacia el interior del proyectil, detonando la carga antes de tiempo. El sistema de ignición era el tradicional: la llamarada producida por la deflagración de la pólvora pasaba a través del viento del ánima e inflamaba el mixto. Una vez que la combustión llegaba al final del mismo se transmitía a la carga del proyectil y este explotaba. No obstante, conviene concretar que este sistema no valía con los modernos proyectiles para cañones de ánima rayada que, al carecer de viento, no dejaban pasar el fogonazo de la carga de proyección, por lo que había que practicarles unas acanaladuras longitudinales, tres por lo general, para que el fuego adelantase al proyectil y pudiese iniciar el mixto. Pero de esos entresijos ya hablaremos otro día, que sino nos liamos.

Sin embargo, los modelos que hemos visto hasta ahora no se diferenciaban de los más antiguos más que en los materiales con que estaban fabricados y, obviamente, su mayor precisión y mejor acabado. Seguían dando un buen servicio y eran más fiables que las viejas espoletas de madera o de paja de centeno, pero se seguían viendo afectados por los agentes meteorológicos, la humedad, y su manipulación siempre debía efectuarse con cuidado para no romper los mixtos que, al cabo, estaban envueltos con una tira de papel mondo y lirondo. Debido a ello, la espoleta que verdaderamente marcó un antes y un después fue la inventada por Charles Bormann, un capitán del ejército belga que ideó la que sin duda fue la espoleta más satisfactoria del conflicto y que, aunque introducida por el ejército de la Unión antes de la guerra, en 1852, fue copiada por el de la Confederación si bien no llegaron a alcanzar los baremos de calidad de sus enemigos. 

En la ilustración de la derecha podemos ver su aspecto, que era básicamente como la chapa de un botellín de zumo de cebada. Pero que nadie se confunda, porque a pesar de su aparente simpleza era de una eficacia probada y, más importante aún, segura de manipular. De hecho, podía incluso estar montada en el proyectil sin problemas antes de que llegara el momento de abrir fuego, como veremos a continuación. Sus dimensiones eran de 41 mm. de diámetro y apenas 11 mm. de grosor, y estaba fabricada con una aleación de plomo y estaño. Como vemos en las dos imágenes de la derecha, tenían una escala que iba desde 1 a 5,25 segundos en fracciones de ¼ de segundo. La de la derecha correspondería a la copia del ejército de los malvados rebeldes esclavistas, que las fabricaban con un retardo de hasta 5,5 segundos. Las dos muescas cuadradas que vemos en su superficie eran para ajustar el útil de apriete.

A la derecha podemos verlo, si bien había distintos modelos con empuñaduras diferentes. En este caso se trata de una llave de bronce obtenida mediante fundición en cuyo extremo tenemos la "copia en negativo" de la cara superior de la espoleta. Ojo, esta herramienta no era para regular el tiempo de retardo, sino solo para atornillarla al proyectil, haciendo que quedase firmemente asentada en una arandela de cuero que hacía de separador con el orificio por el que se comunicaba el fuego de la espoleta a la carga del proyectil una vez consumido el tiempo deseado.

Para marcar el tiempo de retardo bastaba con perforar la escala de la espoleta en la marca del tiempo que se considerase oportuno. Para ello se hacía uso del punzón que vemos a la derecha, al que bastaba un simple golpe en el champiñón de bronce del extremo para abrir una pequeña hendidura en la carcasa de la espoleta. Recordemos que al ser de una aleación de plomo y estaño era un material dúctil y fácil de penetrar, y más con un punzón de acero como el que mostramos. El orificio en cuestión solo se practicaba con el proyectil a punto de ser cargado para evitar accidentes y despistes que podían costar un disgusto aún más gordo que si un cuñado nos localiza la colección de películas cochinas que guardamos como Yahvé guardó al pueblo de Israel de la ira del faraón.

Bien, una vez perforada la escala en la marca del tiempo deseado, veamos la secuencia de ignición paso a paso. En la figura A vemos el interior de la espoleta, que consistía simplemente en una acanaladura con forma de herradura que contenía la substancia incendiaria. En un extremo el canal comunicaba con el orificio central que daba paso al interior del proyectil. En la figura B tenemos la chispa que acaba de prender en el mixto a través de la hendidura que se ha practicado en la carcasa de la espoleta, en este caso 2,5 segundos de retardo. La figura C muestra como la substancia incendiaria empieza a arder en ambas direcciones. Por el lado derecho llegará al final de la acanaladura sin mayores consecuencias, pero por el lado izquierdo podrá alcanzar el orificio central tal como vemos en la figura D. En ese momento, el fuego del mixto pasará por el mismo y prenderá la carga del proyectil, provocando su explosión.

Este tipo de espoleta fue empleado sobre todo en proyectiles esféricos ya fuesen granadas o metralleros como el que mostramos a la derecha, así como en botes de metralla. Podemos ver la carcasa del proyectil con el alojamiento en la parte superior para la espoleta con un paso de rosca de 12 hilos por pulgada. A continuación, en color marrón, aparece la arandela de cuero que actuaba como separador y, finalmente, la arandela con el orificio de comunicación que, además, actuaba como tapón para la carga y la metralla. Se trata de un simple tornillo de ojo de serpiente con su orificio en el centro sin más historias. La carga consistía en un tubo de estaño relleno de pólvora, y la metralla eran balas de fusil de calibre .65. Para inmovilizarlas se llenaba la carcasa de asfalto que, una vez solidificado, mantenía las bolas en su sitio. Finalmente se introducía el tubo con la carga y se sellaba con el tornillo. A partir de ahí solo restaba montar la espoleta.

Como conclusión, añadir solo que se fabricaron también unas espoletas más sofisticadas con mecanismos combinados de retardo e impacto, concretamente la Sawyer y la Schenkl, pero de esas ya hablaremos otro día. Así mismo, dejamos para otra entrada la evolución que siguieron las espoletas tipo Hotchkiss, Parrot, etc. en los años siguientes, que para ser viernes ya me he enrollado bastante.

Bueno, criaturas, ahí queda eso. Espero que sorprendan a sus cuñados cuando les den la murga con el último vídeo que han colgado en Youtube sobre la Guerra de Secesión.

Hale, he dicho


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