jueves, 13 de septiembre de 2018

Tropas obsoletas de la Gran Guerra. Dragones franceses


Destacamento de dragones del ejército francés cruzando una población belga a comienzos de la guerra

Dragones de finales del siglo XIX dedicados a sus prácticas cotidianas
con el sable y la lanza
Hace unos meses iniciamos una serie de entradas dedicadas a las tropas obsoletas que combatieron en la Gran Guerra, sin haberse enterado al parecer de que los tiempos en que las guerras eran gloriosas y el personal siempre palmaba casi sin enterarse de un aséptico tiro en el corazón habían pasado a la historia para siempre jamás. Como vimos en dicha entrada, los brillantes regimientos de coraceros marcharon al frente dando por sentado que los malvados tedescos saldrían echando leches con solo atisbar en la distancia el fulgor de sus corazas y sus cascos bruñidos destelleando al sol matutino. Pero los tedescos no solo no salieron echando leches, sino que hicieron uso de sus más de 12.000 ametralladoras para convencerlos de que se bajaran de sus gallardos pencos, se despojaran de sus suntuosas armas y se enterraran en las asquerosas trincheras llenas de fango y ratas, como todo el mundo. Aquello supuso un trauma gordísimo  para los gabachos (Dios maldiga al enano corso), que jamás podían imaginar que las grandilocuentes arengas de sus mandamases eran más falsas que las promesas de un político, y que ya nadie se batiría en retirada por muy guapos que acudiesen al campo del honor. Incomprensiblemente, la lección que debían haber aprendido en la breve pero intensa guerra Franco-Prusiana debería haberles hecho prever que las cosas estaban cambiando a una velocidad inquietante, pero ellos seguían en sus trece con sus corazas bruñidas, sus vistosos uniformes pantalones rojos incluidos y sus cascos como los que se usaban en tiempos del tiránico enano pichicorto. En resumen, estaban más trasnochados que Drácula. Y no solo conservaban sus regimientos de coraceros, sino también de húsares, cazadores y, por supuesto, dragones, que son de los que hablaremos hoy.

Dragón de la Guardia Imperial del enano. Obsérvese
que por aquella época no usaban sable, sino la espada
mod. Año XII la caballería de línea. Así mismo, en vez
de tercerola porta un fusil Año IX como el de
la infantería más su bayoneta para combatir a pie
Grosso modo, los dragones eran, por decirlo de una forma simple y sin complicaciones, infantería a caballo. Su origen, que se remontaba al siglo XVII- algunos autores lo adelantan al siglo XVI- se debió simplemente a la necesidad de desplazar unidades de infantería con la máxima rapidez posible a los puntos en que era necesario apoyar a las tropas que mostraban síntomas de empezar a flaquear. Así pues, cuando el enlace del mandamás les hacía llegar la orden, montaban en sus pencos y salían a toda pastilla a echar una mano al regimiento tal o al batallón cual, porque desde la colina donde el jefe atisbaba el panorama se veía claramente que serían arrollados de un momento a otro. La llegada de tropas de refresco no solo podía servir para rechazar a los enemigos, sino para hacer subir la decaída moral de sus compañeros, que veían que no los dejaban tirados. Pero los dragones no se limitaban a actuar como refuerzos y, una vez consolidada la posición, largarse con viento fresco sino que, llegado el caso y si lograban poner al enemigo en fuga, explotar el éxito y, aupándose en sus caballos, echar mano a la espada y perseguirlos para acuchillarlos bonitamente y que no dieran más guerra o, si era necesario, incluso cargar contra la infantería enemiga como cualquier unidad de caballería.

De arriba abajo: modelo 1807, modelo 1812 y modelo 1823
En tiempos del enano se habían convertido en una caballería ligera con misiones similares a los húsares, pero con la salvedad de que, además de la espada y el fusil con que iban armados, a cuatro regimientos de dragones se les añadió una lanza con lo mirada puesta en Rusia, donde su Grande Armée de saqueadores de tumbas y violadores de monjas no tenía tropas adecuadas para ofender a los fieros cosacos. El arma entregada inicialmente era la lanza modelo 1807, destinada en realidad a los lanceros polacos al servicio del enano. Era un lanza provista de una moharra de 25,5 cm. de largo y de sección cruciforme con un tope en su base con forma de champiñón para impedir una penetración excesiva, pero fue sustituida en 1812 por un modelo un poco más corto pero más pesado que superaba los 3,2 kg y una moharra de 21 cm. Como dicho modelo no acababa de convencer al personal, en 1823 se diseñó un nuevo modelo más corto y ligero con una moharra de sección triangular de solo 12,7 cm. de longitud, pero con unas barretas de enmangue mucho más largas para proteger el asta de los tajos de las armas enemigas. 


Dragón de finales del siglo XIX. En la mano
lleva la lanza modelo 1890 con asta de bambú
Finalmente, hacia el último cuarto del siglo XIX la tendencia era fabricar las astas de bambú macho, mucho más resistente y flexible que las maderas tradicionales, pero las dificultades para disponer del dichoso bambú alargaron la implantación de dicho modelo hasta nada menos que 1890. En este caso, su moharra de 15 cm. volvía a recuperar la forma cuadrangular de sus antecesoras pero, como ya sabemos, el bambú no se puede perforar para introducir remaches, por lo que dicha moharra estaba atornillada a un cubo de enmangue provisto de un pequeño tope de forma discoidal y los botones para sujetar la banderola. No obstante, y ante la permanente dificultad para obtener el bambú necesario para dotar a sus brillantes regimientos de caballería, a los gabachos no les quedó más remedio que optar por algo tan vulgar y chabacano como el acero, que sus ancestrales enemigos, los malvados prusianos y los españoles anclados en la Edad Media y el Santo Oficio ya usaban. Así pues, llorando amargamente porque las lanzas de bambú eran muchísimo más elegantes, no les quedó más remedio que diseñar un nuevo modelo cuya asta estaba fabricada con tubo sin soldadura y armada con una moharra de sección triangular de apenas 12,4 cm. de largo, quizás con la caballerosa intención de hacer poca pupa al enemigo. Al final de la misma llevaba un disco de tope como su elegante antecesora y, por aquello de darle un toque de distinción, la empuñadura consistía en una envuelta o funda de cuero en cuya parte superior tenía una anilla para abrochar en la misma el porta-lanza. En la foto inferior podemos ver el modelo 1913 en toda su extensión de 297 cm.  Su peso era de 2,17 kilos y la fabricaba la Manufactura d'Armes de Châtellerault. No obstante, y a pesar de su aspecto más bien birrioso, algunos la consideraban como un arma temible si se sabía manejar. Sea como fuere, lo cierto es que se dejó de fabricar en 1915, y el resto de la contienda transcurrió con las unidades servidas hasta la fecha.


En el detalle podemos ver claramente la moharra de este modelo. La eficacia del disco tope fue rápidamente cuestionada
por su pequeño tamaño, que de poco servía ante el empuje de un caballo lanzado al galope


Foto tomada en París el 4 de agosto de 1914, apenas comenzada la fiesta. En
la misma vemos un escuadrón de dragones camino del frente luciendo su
anacrónico aspecto. Cuatro regimientos estaban acantonados en la capital
Bien, la cuestión es que, como hemos visto en este largo introito, a partir de los conflictos del enano corso con el resto del planeta se acabó por armar a los dragones con lanzas, teniendo en ellos una herramienta todo uso para desempeñar cualquier cometido en el campo de batalla: cargas convencionales, misiones de exploración, escolta, escaramuceo, apoyo a otras unidades de infantería combatiendo tanto a pie como a caballo y persecución del enemigo. Y así llegamos al pacífico y apacible siglo XX, con los gabachos pensando que las guerras seguían siendo unos debates un tanto exaltados entre dos bandos pero, eso sí, manteniendo la caballerosidad en todo momento y, por supuesto, no desperdiciando la ocasión para deslumbrar a las damas con sus vistosos uniformes, con cascos bruñidos, charreteras de hilo de oro o plata y hebillas y botonaduras de latón que destellaban a kilómetros de distancia.


Curiosa postal coloreada que muestra la sección de ametralladoras de un
regimiento de dragones haciendo prácticas de tiro. Se hace un tanto extraño
ver a unos probos ciudadanos vestidos como sus bisabuelos en
Waterloo manejando armamento moderno
Al estallar la contienda, el ejército gabacho disponía de la, en teoría, mejor y más nutrida caballería de los ejércitos en liza. En el caso que nos ocupa, nada menos que 32 regimientos de dragones distribuidos en distintas divisiones de caballería. Debido al problema con las lanzas de bambú, de los 32 regimientos solo seis estaban equipados con el modelo 1890, mientras que los 26 restantes usaban el nuevo modelo 1913 de acero. Cada división estaba formada por tres brigadas que, por lo general, combinaban unidades de dragones y coraceros salvo en el caso de las divisiones 2ª, 5ª, 8ª y 10ª, cuyos efectivos eran enteramente de dragones. Una brigada estaba formada a su vez por dos regimientos más una sección de ametralladoras. Además, cada división contaba con su propia brigada de artillería formada por dos baterías, un grupo ciclista formado por tres secciones de cazadores y una de ingenieros y, finalmente, un destacamento de comunicaciones. 


Patrulla de dragones explorando en busca de enemigos. Esta foto nos permite apreciar el aspecto del casco con la
funda protectora. Por detrás asoma el penacho de crin. En este caso van desprovistos de lanzas

En cuanto al resto del armamento podemos verlo a la izquierda. Aparte de la dichosa lanza, lo componían el sable de caballería ligera modelo 1822 que, como vemos, tenía ya casi un siglo a cuestas y aún estaría en servicio varios años más. Como todas las armas blancas del ejército francés, además de bonita y elegante era sólida y bastante eficiente. A su guarnición de bronce se añadía una hoja levemente curvada de 93 cm. de largo y 3,1 cm. de ancho. A partir de 1840 se le añadió un guardapolvo de piel de búfalo. La vaina, fabricada de acero niquelado, disponía de una única anilla para prenderla tanto del fiador como de la silla, tal como vemos en la foto, mediante un gancho. Para evitar destellos y un excesivo deterioro de la misma se protegía con una funda de cuero color avellana. Y como arma de fuego, la misma carabina de caballería Berthier modelo 1892 calibre 8×50R Lebel que ya vimos en la entrada dedicada a los coraceros, pero lógicamente sin el rebaje que hubo que hacerle en la culata para disparar con la coraza puesta. A eso, añadirle la bayoneta que vemos debajo de la carabina para cuando había que pringarse como la infantería. Se trata del modelo 1892, una robusta arma provista de una hoja de 40 cm. con anchas acanaladuras y el galluelo habitual en muchas de las bayonetas de su época. Para los que lo desconozcan, el galluelo servía para trabar y, llegado el caso, partir la hoja de la bayoneta enemiga durante el cuerpo a cuerpo. Eso de que era para hacer de tope y no pringar de sangre el cañón es la enésima chorrada más falsa que el curriculum de un político. La longitud total del la misma era de 51,4 cm. Los cornetas y oficiales usaban el revólver modelo 1892 en lugar de la carabina.


Patrulla de dragones escoltando prisioneros de guerra a retaguardia, una de las labores habituales de este tipo de tropas.
La foto debió tomarse en las primeras semanas de la guerra ya que, según podemos observar, aún conservan las hombreras
trenzadas y los distintivos de las mangas muy vistosos


Como vemos, no iban precisamente desarmados al combate si bien pronto tuvieron que comprobar que los tiempos de los sables y las lanzas estaban quedando obsoletos a una velocidad preocupante, para no hablar del resto del equipo, que estaba más anticuado que los pantalones de campana. A la derecha vemos el casco modelo 1874 que, en aquel momento, era el mismo para coraceros y dragones. En la foto A lo podemos ver sin los aditamentos propios que tanto contribuían a darle realce: el penacho sobre la cresta de la foto B y el plumero que se colocaba en el portaplumas situado en el lado izquierdo. Dicho plumero (foto C) era escarlata excepto para el coronel del regimiento, que usaba plumas blancas de garza, el personal del cuartel general, que lo llevaban tricolor, y los músicos, en cuyo caso era de color rojo y blanco. Como vemos en la imagen, se fijaba al casco mediante un clip a presión de forma que podía colocarse para paradas y demás eventos militares, eliminándose a la hora de irse a pegar tiros. El penacho del crestón fue definitivamente eliminado. Solo permaneció inalterable la larga crin de caballo que pendía de dicho crestón y que asomaba por un agujero practicado en la cubierta de tela de la foto D, puesta en servicio en 1901 más que nada para preservar el casco del deterioro propio del uso cotidiano. Además de la color caqui que vemos en la imagen se fabricó una en azul oscuro. Con todo, ya en tiempos del enano se fabricaron cubiertas protectoras de este tipo con el mismo fin salvo que, durante la Gran Guerra, su uso se hizo obligatorio al revés, o sea, se quitaba cuando se estaba en retaguardia y se ponía cuando se marchaban al frente porque un casco semejante se convertiría en objetivo de los tiradores enemigos nada más presentarse en las trincheras. Aparte de todo lo comentado, el interior tenía la típica guarnición de cuero formada por siete lengüetas que se regulaban de la forma tradicional mediante un cordón. El ala que cubría la nuca también estaba forrada de cuero en su interior.


El uniforme era igualmente anacrónico porque a la guerra había que ir vestido como Dios manda. De izquierda a derecha vemos en primer lugar el uniforme de tropa y suboficiales que constaba de guerrera azul, los consabidos pantalones rojos sin los cuales Francia dejaría de existir y botas de montar. Del cinturón pende una cartuchera para la munición de la carabina, que, como recordaremos, se alimentaba con peines de tres cartuchos. La correa que cruza el pecho era para la cantimplora, y el casco va cubierto con la funda protectora. El fulano del centro pertenece al grupo ciclista que, como no tenía penco en el que cargar los chismes, tenía que llevar un macuto y el capote enrollado cruzándole el pecho. En vez de botas de montar lleva calcetines altos y botas de media caña, y la cabeza se la cubre con un gorro cuartelero. Finalmente, a la derecha vemos a un dragón con su elegante capote con esclavina prácticamente igual que el que se usaba en tiempos del enano. La tradición y la elegancia ante todo, qué carajo...


Escuadrón de dragones cruzando una población, obviamente en retaguardia ya que tanto los oficiales como la tropa lleva
el plumero lateral en el casco y las charreteras en los hombros. Había que dar buena imagen ante el paisanaje, supongo...

Los oficiales vestían de forma similar pero variaba el color de la guerrera, que en este caso era negra. A la derecha podemos ver en primer lugar a un capitán con uniforme de diario que, en este caso, sí lleva el plumero lateral en el casco ya que no había peligro de que le volasen los sesos ante una referencia de tiro tan vistosa. En los hombros lleva las tradicionales charreteras a las que tan aficionados han sido siempre los gabachos- aún las usan en desfiles y demás saros-. El de la derecha es un ayudante que, en vez de botas, calza unas polainas. La ilustración nos permite además apreciar la apariencia de la vaina del sable con su cubierta de cuero y los correajes que, así como la funda de la pistola, eran de cuero bruñido y teñido de negro. Como prenda de cabeza alternativa podían usar un gorro cuartelero o un quepis, si bien a la vista del escalofriante número de bajas producidas en las trincheras por heridas en la cabeza se dejaban de chorradas y se calaban el casco, que aunque no era tan sólido como un Adrian, al menos evitaba más de un chichón.


Naturalmente, en cuanto el personal se percató de lo desagradable que podía ser que a uno lo vieran desde la gran puñeta, se tomaron medidas drásticas para reducir al máximo la visibilidad de las tropas. En la figura izquierda podemos ver a un soldado de 1ª clase que, si lo comparamos con los anteriores, ya ha experimentado substanciosos cambios si bien estos no afectaron de forma uniforme a todas las unidades de dragones, más que nada en función del destino que tuvieran. En este caso vemos que a nuestro hombre le han quitado sus pantalones rojos que, como ya dijimos, sin ellos Francia se vaporizaría en un nanosegundo y, a cambio, le han proporcionado unos espantosos calzones de pana marrón. Las polainas han sido sustituidas por vendas y las hombreras de hilo plateado han desaparecido. Así mismo, el distintivo de rango se ha visto reducido a la mínima expresión, una pequeña barra roja terciada en la bocamanga, y los botones de latón han sido descosidos para poner en su lugar una botonadura civil de color oscuro. También el casco ha sufrido una notable modificación ya que su elegante y emblemático crestón de bronce ha sido desmontado. Estos cambios se llevaron en una época tan temprana como finales de 1914, así que podemos imaginar que las cosas no estaban para lucirse mucho en la línea del frente. En cuanto al de la derecha, se trata de un suboficial que prácticamente ya no conserva casi nada de su antiguo uniforme. Viste la guerrera azul horizonte de la infantería, los pantalones rojos que aún estaban vigentes en 1915 y sin los cuales, como era de todos sabido, Francia sería aplastada por un meteorito o algo similar, y su carabina Berthier de caballería ha sido cambiada por un fusil Lebel con su bayoneta Rosalie. Del mismo modo, el correaje es el propio de la infantería. Así fue como se uniformó a las unidades de dragones que fueron definitivamente apeadas de sus pencos, o bien cuando debían pasar largas temporadas en el frente combatiendo como infantería monda y lironda.


La inutilidad del uniforme tradicional en un campo de batalla moderno y la necesidad de unificar al máximo la indumentaria por meras cuestiones de tipo logístico y económico hizo que los dragones acabaran, tal como vemos en la foto de la derecha, con la misma indumentaria que la infantería casco incluido. Salvo las botas, que se conservaban si había que montar a caballo, el resto era igual al resto del ejército. Puede que alguno se pregunte qué sentido tenía conservar la lanza a esas alturas, y la verdad es que no tenía mucho lógica ir cargando con ese chisme salvo en caso de toparse con alguna patrulla enemiga y que se abalanzasen sobre ellos con rapidez fulgurante para convertirlos en pinchitos morunos. Lo cierto es que, a pesar de todo, las lanzas y los sables siguieron en activo hasta el final de la contienda.


Un testimonio gráfico lo tenemos en la foto de la izquierda, tomada a principios de abril de 1918. Se trata del 9º Rgto. de dragones camino a su retaguardia tras haber intervenido en Roye, en el contexto de la Operación Michael. No fue una simple escaramuza, porque en apenas quince días palmaron o fueron heridos casi medio millón de hombres, que no es moco de pavo. No obstante, en esta acción las unidades de caballería francesas combatieron como infantería aunque los vemos de vuelta con sus pencos y sus lanzas. 

En fin, criaturas, ya vemos que estas tropas obsoletas dieron guerra como pudieron o les dejaron. Pero a pesar de que la Gran Guerra supuso el fin de sus vistosos uniformes, sus gallardos jacos, sus lanzas y sus sables, muchas de estas unidades perduraron en el tiempo de la misma forma que vemos en el ejército español regimientos de caballería que, eso sí, solo les queda el nombre y las hazañas del pasado, porque van montados en carros de combate, que ciertamente son más seguros que ir paseándose por el frente en la grupa de un caballo por mucha lanza y mucho sable que se lleve encima.

Bueno, ya seguiremos con más antiguallas bélicas.

Hale, he dicho

Entradas relacionadas:

Tropas obsoletas de la Gran Guerra. Coraceros franceses


Debía ser desolador para tan aguerridos jinetes verse relegados a combatir en una trinchera en vez de encontrar una
muerte heroica en una gloriosa carga de caballería, pero nadie dijo que en el mundo reinase la justicia

No hay comentarios: