jueves, 29 de noviembre de 2018

El cañón de órgano Vandenberg


Cañón de descarga Vandenberg con 121 cañones de calibre .451
¿Me creerán si les digo que he tenido que invertir un buen rato solo para decidir cómo titulaba esta entrada? Porque el chisme que veremos a continuación era algo así como una primitiva ametralladora de avancarga pero que se cargaba por detrás y que, en base a su diseño y uso táctico, eran denominados en su época como volley gun, que podríamos traducir como "cañón de descarga" en el sentido de que, como ocurría con la batería Billinghurst-Requa que vimos hace unos días o las proto-ametralladoras Reffye o Montigny, la descarga de todos sus cañones era simultánea o efectuada de forma escalonada pero en un lapso de tiempo muy breve. Así pues, y como básicamente eran reminiscencias de los cañones de órgano bajo-medievales que ya hemos mencionado alguna que otra vez, pues al final he optado por llamarlo así aunque su denominación original era la de "sistema de artillería para disparar grupos o racimos de proyectiles", lo que además de lioso y ambiguo es demasiado largo para un simple título. Este cañón o como queramos llamarlo es quizás una de las armas más desconocidas de entre la gran cantidad de artefactos diseñados en su época y, por otro lado, la más extravagante en el sentido de que, dependiendo del calibre y/o los deseos de sus hipotéticos usuarios, podía tener entre 85 y 451 cañones. Sí, no es una errata, cuatrocientos cincuenta y un cañones. Bestial, ¿que no? Bien, veamos su historia porque es bastante curiosa.

Reffye de 25 cañones. Inicialmente diseñada para disparar cartuchos de
papel, posteriormente se adaptó a cartuchería metálica de 11 y 13 mm.
No se sabe gran cosa de su inventor, el general de la milicia del estado de Nueva York Origen Vandenberg (también lo llaman Vandenburg según las fuentes). Antes de que estallara la guerra civil entre los unionistas del norte y los malvados rebeldes esclavistas del sur, nuestro hombre ya se había largado a Inglaterra con la intención de vender su invento al gobierno del gracioso de su majestad (Dios maldiga a Nelson). La manufactura del mismo fue confiada a la firma Robinson and Cottam, de Londres, una empresa dedicada a la fundición y demás labores metalúrgicas que, por cierto, debía tener bastante fama porque trabajaron entre otras cosas en la fundición de las estatuas de Wellington ubicada en Manchester, la de Newton en Grantham y, posteriormente, las enormes secciones cilíndricas destinadas a la base del Puente Alberto en Londres, que tenían nada menos que seis metros de diámetro. De hecho, es posible incluso que uno de los socios de la firma, Edward Cottam, estuviera implicado no solo en la fabricación, sino también en el diseño del arma que nos ocupa hoy ya que antes de meterse a empresario se había licenciado como ingeniero.

Otra perspectiva del Vandenberg. Como se puede ver, era una pieza más
bien rechoncha, de apenas 91 cm. de largo. Su peso en este modelo de
121 cañones era de 181 kilos sin contar el afuste
Como sabemos, a  partir de la segunda mitad del siglo XIX tuvo lugar una verdadera explosión en lo tocante a la inventiva del personal para sustituir la artillería convencional por piezas que disparasen andanadas de proyectiles de fusil a modo de metralla, pero con más precisión y efectividad. Este tema lo hemos comentado alguna que otra vez, y fue Vandenberg el que expuso claramente esta teoría en una conferencia que impartió en Londres el 9 de mayo de 1862, cuando la guerra civil ya llevaba una buena temporada nivelando el control demográfico en el norte del continente americano. Dicha conferencia fue publicada en 1863 por el Journal of the Royal United Service Institution. En realidad, los conceptos de Vandenberg no eran precisamente desatinados si consideramos el rendimiento de la artillería de la época, en la que ya empezaban a hacer sus pinitos las ánimas estriadas pero, eso sí, siguiendo el mismo proceso de carga por la boca de sus antecesores. Básicamente, la cuestión que planteaba nuestro hombre consistía en que, con los medios técnicos del momento, era imposible saber cuándo estallaría una granada armada con una espoleta de tiempo y en cuantos fragmentos se dividiría. Ya vimos en la entrada que dedicamos a las primeras espoletas de tiempo medianamente fiables que su nivel de precisión y fiabilidad no eran ninguna maravilla, así que Vandenberg planteaba que algo tan simple como tres balas de mosquete de 530 grains que volasen formando un triangulo a unos 30 cm. una de otra serían tan eficaces como una granada de un cañón de campaña de 12 libras, pero con un gasto de metal y pólvora muy inferior. De hecho, había calculado que la proporción era de 1 a 57. 


Vista trasera de un Vandenberg de 85 cañones en la que
podemos observar su pesado cierre
Por otro lado, el artefacto resultante de unir esos cañones sería teóricamente más ligero, manejable y barato de producir, por lo que consideraba que la artillería debía ser empleada solo en el caso de piezas de grueso calibre para destruir fortificaciones o refugios del enemigo, dejando a estas nuevas piezas la tarea de aniquilar a las tropas que atacaban en campo abierto. Su sistema de artillería, como lo denominaba, dispararía una andanada cuya dispersión sería mucho más letal tanto en cuanto alcanzaría a más hombres y con proyectiles cuya contundencia estaba más de demostrada, mientras que muchos de los fragmentos de los botes de metralla o las granadas explosivas pasarían entre el personal si causar daño alguno. En resumen y para no alargar más este tema, que el tal Vanderberg largó al personal una filípica como para dormir a un elefante de guerra con brotes psicóticos, la idea era disparar un peso similar en metralla al de una granada de calibre entre 12 y 20 libras, pero previamente fraccionado en forma de balas de mosquete. Para ello, optó por dos calibre al uso en la época, la bala de .451" y 530 grains y la europea del Enfield en calibre .577 y dos onzas ( 34'3 y 56'7 gramos respectivamente). Además, apoyaba su teoría en el hecho, que además era cierto, de que el alcance efectivo de un mosquete era similar al de un cañón de campaña de 12 libras, unas 3.000 yardas aproximadamente ( unos 2.750 metros).


Aspecto de la parte delantera del cañón mostrado
en el párrafo anterior. Las cosas como son: saberse
enfilado por esa cosa con 85 cañones debía ser
enormemente inquietante
Bien, durante la conferencia, Vandenberg no presentó más que unos gráficos para explicar el funcionamiento del arma, así como dos maquetas de tamaño natural en madera de dos armas, una de 91 cañones de calibre .577 y otra de 85 cañones de calibre .451. En un principio, la armada británica pareció mostrar cierto interés para usarla como arma de borda para batir las cubiertas de los buques enemigos, pero la cosa no pasó de ahí. La realidad era que, aunque los conceptos teóricos expuestos por Vandenberg eran bastante razonables, el uso práctico del arma era harina de otro costal. Aunque aseguraba que la dispersión de los proyectiles era aceptable, 7,6 metros a una distancia de 365 metros y unos 15 al doble de distancia, la cosa es que en una prueba real efectuada con un arma de 91 cañones un 90% de los disparos impactaron en un blanco de 6 pies cuadrados (183 cm²) situado a apenas 90 metros. Esto se traducía en algo muy simple: en una hilera de enemigos situados a esa distancia apenas alcanzaría a uno o dos aunque, eso sí, los dejaría literalmente convertidos en sendos coladores, alcanzados por unos 40 o 50 disparos cada uno. 


George D. Ramsey (1802-1882)
A la vista de que los british no se acabaron de decidir a comprar el arma y aprovechando que sus paisanos se estaban masacrando bonitamente, nuestro hombre decidió ofrecer su cañón al gobierno de la Unión. El 18 de febrero de 1864, cuando quedaba apenas poco más de un año para que concluyera la contienda, escribió al general de brigada George Douglas Ramsey, jefe del departamento de suministros que había sustituido al ogro de Ripley, del que ya hemos tenido ocasión de hablar y redundar en la urticaria que le producía todo lo que fuera innovar el armamento tradicional. Por el contrario, Ramsey era un hombre afable y abierto a cualquier idea que mejorase el rendimiento de las tropas pero, naturalmente, eso no quería decir que tragase ruedas de molino sin más. En la carta en cuestión, Vandenberg ofrecía el envío de tres armas para que fueran probadas como una ofrenda a su amado país y a su gobierno. De hecho, incluso pagó él mismo los costos del transporte con tal no no aceptar una negativa, y quedó a la espera de que las pruebas resultasen satisfactorias. A su modo de ver, un arma semejante podría abreviar la guerra que ya había costado cientos de miles de muertos, cosa esta que, por cierto, también pensaban el resto de los inventores de armas del momento.


Otro ejemplar del Vandenburg montado sobre una cureña distinta
Cuando las armas llegaron a destino fueron probadas por el capitán Benton, del Departamento de Suministros del ejército de la Unión, tras lo cual emitió el informe preceptivo en el que afirmaba que aquellos trastos no eran válidos para el servicio, y que necesitaban muchas mejoras para obtener de ellos un rendimiento adecuado en campaña. De hecho, incluso se molestó en cronometrar el tiempo que se tardaba en limpiar uno de los cañones tras las pruebas (recordemos que la pólvora negra deja cantidades masivas de restos y mugre), y el pringado de turno al que se le ordenó dejarla en estado de revista tardó la friolera de 9 HORAS en terminar limpiar los 85 cañones, las recámaras y la parte exterior del arma. Como es lógico, un chisme que precisaba de 9 horas de mantenimiento solo en limpieza cada vez que se usaba era totalmente inviable en campaña. El informe le sentó a Vandenberg como una patada en la aorta, afirmando que las declaraciones de Benton obedecían a una "actitud puramente negativa" hacia su invento. Así pues, exigió que se realizara una nueva prueba por otro oficial o que se le abonara el importe íntegro de cada arma que, a la vista de lo que costaba un Requa mucho más simple, debía ser bastante elevado. Pero la palabra del capitán Benton pesaba más que las protestas de Vandenburg, así que se limitaron a sacarles brillo, dejarlas en perfecto estado y enviárselas de vuelta a Inglaterra.


Retrato obra de William Randall realizado en 1904 en
el que aparecen los tres coroneles que tuvo el 26 Rgto.
de Carolina del Norte. De izda. a dcha. tenemos a John
Lane, Henry Burgwyn y a Zebulon Vance
Muy cabreado por el rechazo, el patriotismo y el interés mostrado por Vandenberg por favorecer a su amado gobierno se evaporó en un periquete, y como las libras esterlinas que pagaría a la Robinson and Cottam por su fabricación debían pesarle más que las barras y las estrellas, pues no dudó en ofrecerlas al gobierno de la Confederación que, debido a su escasez endémica de armas modernas y ante la imposibilidad de fabricarlas porque su capacidad industrial era una birria, aceptaron comprar los tres ejemplares si bien fueron remitidos con el nombre de la empresa británica estampada en los cañones, que no era plan de que ahorcasen por traición a Vandenberg si se sabía había vendido armas al enemigo. Poco se sabe de ellas durante su periplo en manos de los malvados rebeldes esclavistas del sur, e incluso es posible que adquieran más de tres unidades. En todo caso, se tiene constancia de una que fue enviada a defender Petersburg y otra que fue comprada a título personal por el coronel del 26 Rgto. de Carolina del Norte y, al mismo tiempo, gobernador de dicho estado, Zebulon Baird Vance. El cañón recibió por parte de las tropas el mote de "Vance folly", "La locura de Vance", con lo que ya podemos imaginar la impresión que causó el invento de Vandenberg incluso entre los malvados rebeldes esclavistas del sur. En abril de 1865 este ejemplar fue capturado en Salisbury (Carolina del Norte) por una unidad de caballería de la Unión al mando del mayor general George Stoneman, y se conserva actualmente en el Tredegar Iron Works de Richmond (Virginia) (es el que aparece en la foto de cabecera).

Bien, esta fue la breve pero controvertida vida operativa del sistema de artillería de Vandenberg, que tuvo menos éxito que un vendedor de impermeables en el Sáhara. Veamos a continuación como funcionaba.


El primer problema con que se topó nuestro inventor fue con el hecho de que no resultaba viable tomar un cilindro de acero y hacerle tantos orificios como cañones debía tener el arma. Este método podría servir para cuatro o seis cañones, pero no para los 85 mínimos y ni hablar de los 451 máximos. Así pues, optó por formar un haz de cañones soldados entre ellos e introducidos en una carcasa de bronce en cuya boca habría tantos orificios como cañones y con la parte trasera abierta para alojar el cilindro de las recámaras y el cierre. Pero el siguiente problema se presentó cuando comprobó que las vibraciones producidas en cada descarga se transmitían de uno a otro cañón, por lo que la precisión era una verdadera birria. Por lo tanto, probó con diversos tipos de soldaduras que actuasen como amortiguador, llegando a rellenar con la misma el espacio de forma triangular que quedaba entre los cañones hasta formar una especie de panal macizo. La soldadura empleada era una aleación de plomo con otros metales que no mencionó en su conferencia, así que vate a saber... En función del calibre y del número de cañones, la carcasa tenía un diámetro determinado que iba desde los 17,78 cm. de un arma con 85 cañones de calibre .451 hasta los casi 40 cm. de una de 451 cañones del mismo calibre. En el cuadro superior podemos ver las dimensiones por arma, así como el peso de la munición por descarga. Estos cuadros los elaboró Vandenberg para comparar el poder letal de su invento con la artillería de campaña y demostrar así que sus cañones disparan la misma cantidad de proyectiles que metralla los cañones convencionales.


El arma en sí estaba formada por la carcasa y su haz de cañones, y en la parte trasera llevaba un cierre de tornillo basculante sobre el que se colocaba un cilindro (sombreado en rojo) con tantas recámaras como cañones. Una vez colocado bastaba girar el cierre tal como marcan las flechas rojas, empujar hacia dentro el conjunto sustentado por el raíl-guía que hemos sombreado en azul, atornillarlo en sentido horario y disparar el arma mediante un único pistón de percusión colocado en el centro del cierre. Una vez efectuada la descarga se abría y se procedía a recargar el cilindro que contenía las recámaras o bien se sustituía por otro previamente cargado mientras que la recarga del recién usado se llevaba a cabo aparte.


Como es lógico, cualquiera pensará que ponerse a recargar uno por uno 200 ó 300 cañones sería motivo de baja por depresión, pero Vandenberg ya había contado con ese detalle ya que era más que evidente que el tema de la recarga sería la primera pega que le pondrían. Así pues, ideó una polvorera con dosificador como las usadas habitualmente en las armas de avancarga (foto de la derecha), pero a lo bestia. O sea, algo similar a lo que vemos en la imagen, pero del mismo diámetro que el cilindro de carga y con tantos dosificadores como recámaras. Según Vandenberg, había diseñado un recipiente de latón  con un reborde que se ajustaba perfectamente al cilindro, de forma que todos los dosificadores quedaban situados exactamente en su lugar. A continuación bastaba con accionar un resorte que liberaba la cantidad de pólvora, determinada en el tubo dosificador. Luego se accionaba otra palanca y esta caía en las recámaras, quedando todas cargadas al mismo tiempo. Como es evidente, el sistema en sí era incluso más rápido que en el caso de un cañón convencional al que había que introducir la pólvora en un saquete, atacarla y perforar el envase por el oído del arma. 


Para cargar la munición se recurría a un proceso similar. Este cañón usaba un tipo de bala denominado por los yankees como "double end" (fig. C), o sea, que tenían forma ojival por ambos lados como si fueran una cápsula de un medicamento moderno. Su diámetro era ligeramente superior al calibre real del cañón- alrededor de 0,01"- ya que, al no ser cargada por la boca, no era necesario subcalibrarlas para que luego se dilatasen con la presión para tomar las estrías, como ocurría con la Minié habitual en este conflicto. En la figura A vemos el "cargador" por llamarlo de algún modo. No era más que un simple disco de madera con tantos orificios como cañones en el que se colocaban las balas previamente envueltas en una tira de papel y selladas con una mezcla de cera y sebo para mantenerlas en su sitio. La parte inferior de cada orificio del disco estaba abocardada para colocarlas sobre el cilindro de carga sin problemas ni tener que perder el tiempo alineando una cosa con otra. Una vez colocado el disco sobre las recámaras se empujaban todas las balas de golpe con la ayuda del chisme que vemos en la figura B, otro disco provisto, como está mandado, de tantas baquetas o empujadores como balas. La longitud de estas baquetas estaba calculada para que las balas fuera introducidas en las recámaras de forma uniforme a la misma profundidad. Aunque inicialmente era necesario empujar a mano, luego ideó una máquina que hacía el trabajo simplemente accionando una palanca. Con esto quedaba completado el ciclo de carga que, en manos de personal entrenado, podía ser bastante rápido, las cosas como son, y más tratándose de un arma con cientos de cañones.


La madre del cordero estaba en el cilindro que alojaba las recámaras. Era, como su nombre indica, un cilindro de acero con tantas recámaras como cañones. Los conos de bronce que vemos en la parte superior eran una idea de Vandenberg para obturar perfectamente el arma en el momento del disparo. Consideraba que los gases producidos por la deflagración de la pólvora que se escapaban por el espacio, por mínimo que fuese, que quedaba entre el plano del cilindro y los cañones, sería perjudicial no solo para el rendimiento del arma, sino que incluso podían destruirla. Básicamente es lo mismo que pasa cuando disparamos un revólver, con la diferencia de que en este caso se trata de una sola recámara y en el cañón que nos ocupa eran cientos. En la figura A vemos el cilindro con sus manguitos cónicos, los cuales encajaban en la recámara de cada cañón cuando se accionaba el cierre. La toma de fuego, marcada con la flecha roja, era un disco con una serie de canales por donde circularía el fuego del único pistón que disparaba el arma y que entraban por el orificio que vemos marcado con la flecha blanca, el cual tenía su salida entre las palancas del cierre. Este disco, según el inventor, podía estar unido al conjunto principal mediante tornillos, que es como lo hemos representado, o soldadura. Cabe suponer que optaría por los tornillos ya que de ese modo sería más fácil solventar un atasco por suciedad o para simples labores de mantenimiento. La figura B muestra el cilindro ya cargado y preparado para ser introducido en la recámara del arma.


El disco donde se alojaban los canales que transmitían el fuego a cada recámara podemos verlo a la derecha. Era un ingenioso sistema compuesto por seis ramales en los que vemos los pequeños orificios que comunicaban con cada recámara. Daba igual que el arma tuviera 85 o 451 cañones, porque siempre serían seis ramales que solo se irían extendiendo hacia fuera de forma radial. Incluso ideó un sistema mediante el cual podían cerrarse los canales por secciones para no efectuar una única descarga, por lo que podía dispararse ⅟₆, ⅟₃ o la mitad del total de cañones, quedando el resto de la carga disponible a punto con solo abrir los canales cerrados y reponer el pistón. No hay planos ni imágenes del sistema de disparo, por lo que cabe suponer que se le instalaría algún tipo de llave de percusión accionada por un cordel. En la conferencia de Londres, Vandenberg hizo mención a los pistones inventados por el general Jacob, un militar británico que sirvió en la Compañía de las Indias Orientales que, además, diseñó diversos tipos de armas y una bala explosiva que detonaba gracias a una cápsula de fulminato de mercurio que llevaba en su interior y explotaba simplemente por el impacto de la bala contra el blanco. Imagino que usaría algo similar, pero no dejó escrito qué tipo de cápsula concreta empleó y cómo se detonaba.

(Nota: cabe la posibilidad de que el pistón estuviera alojado entre el disco que acabamos de ver y el cierre, y que su detonación se efectuase al llegar al tope de presión las palancas del cierre. Lo hago constar así porque la realidad es que no figura en ninguna parte, y solo abriendo alguna de las armas existentes se podría comprobar, cosa que al parecer nadie se ha preocupado aún de hacer)


Y, finalmente, a la izquierda podemos ver el cilindro ya cargado y colocado en su sitio listo para abrir fuego. Las recámaras de los cañones, como ya se dijo antes, tenían forma cónica para alojar los manguitos de bronce o, en un momento dado, acero, que obturaban el arma. Estos manguitos eran el punto flaco del sistema ya que eran susceptibles de sufrir deformaciones tras tanto apretar y aflojar el cierre, pero Vandenberg también había contado con ello y estaban diseñados de forma que era muy fácil sustituir los estropeados por otros nuevos, costando cada unidad solo dos peniques. La sustitución no albergaba ninguna dificultad, bastando un útil que se acompañaba con el arma para sacar el manguito deteriorado y colocar otro nuevo. En cualquier caso, el hecho de que algunos cañones no obturasen tampoco impedía al arma seguir en servicio ni le supondría ningún daño irreparable.


Por último, en el gráfico de la derecha tenemos dos vistas en sección del arma. La figura superior presenta el aspecto de la carcasa de bronce con los cañones, el cilindro de carga y el cierre en su interior. A fin de reforzar la citada carcasa, la parte trasera tenía un grosor de entre 2'5 y 6'3 cm. en la culata (la parte más gruesa era donde se alojaba el cilindro de carga) y 0'6 cm. en el extremo opuesto de la carcasa. En sí, el cañón Vandenberg tenía el mismo número de piezas que un chupete ya que, aparte de la carcasa con los cañones, solo contenía el cierre y el raíl deslizante que permitía extraerlo y que pivotaba sobre sí mismo con la ayuda de una horquilla y un pasador. En caso de tratarse de un arma de muchos cañones, lo que daría como resultado un cierre mucho más pesado, dicha horquilla sería sustituida por dos piñones que darían más robustez al conjunto.


Esta foto de la parte trasera del arma nos permite ver algunos detalles más de sus mecanismos. De abajo arriba tenemos la flecha naranja que marca la rueda que regula la elevación del arma. La celeste, el hueco de la carcasa por el que se desliza el raíl del cierre tanto para abrirlo como cerrarlo. La verde, el orificio donde se alojaba el pistón. La amarilla, el alza tangencial que se regulaba con el tornillo marcado con la flecha roja, que estaba embutido en el puente de bronce atornillado a la carcasa. Finalmente, en blanco vemos el punto de mira. Para desmontar el arma, al igual que los cañones convencionales, bastaba remover las sobremuñoneras que la fijaban a la cureña y santas pascuas.


Esta imagen en detalle nos permite ver las diferentes piezas del alza, así
como el tornillo regulador, así como el sólido y masivo cierre del arma
En resumen, el cañón Vandenberg llegó, como tantas otras armas, tarde. En 1864 ya había mucho material que superaba a nivel tecnológico a esta peculiar arma y, seguramente, si no hubiese sido por la constante penuria de armas modernas entre los malvados rebeldes esclavistas del sur jamás habría llegado a entrar en servicio. Aunque en sí era un arma mucho más potente que la batería Requa, también era más cara y compleja de manejar y, sobre todo, tenía su principal defecto en la enorme concentración de fuego que, paradójicamente, lo que hacía era restarle eficacia, porque de poco sirve un arma que mata una bestialidad, pero mata a uno o dos en cada descarga. Recordemos que la Requa disponía, precisamente para favorecer la dispersión, de un mecanismo que abría en abanico los cañones, pero en el Vandenberg o no era posible o, simplemente, dio por hecho que no sería necesario.

Bueno, criaturas, con esto concluimos por hoy. Y una advertencia a los que sean especialmente aficionados a este tipo de artefactos decimonónicos, porque la información que hay en español sobre el tema era, hasta hoy, simplemente inexistente, y la que hay en la abominable lengua de los anglosajones escasa y copiada los unos de los otros, así que tienen una primicia muy especial ya que, además, esta es la entrada número MIL. 

BENEDICO VOBIS y esas cosas que se dicen, amén de los amenes.

Hale, he dicho

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Impresionante vista en tres cuartos de un Vandenberg de 85 cañones. Es una pena que no se llegase a producir o, al menos,
a realizar un grabado del modelo de 451 cañones, porque sería espectacular ver un cilindro de casi 40 cm, de diámetro (más del doble del modelo de la foto) lleno de agujeros de calibre .45. En cuanto a sus efectos contra cualquier blanco lo podríamos imaginar como una perdigonada bestial, capaz de reducir a un caballo a una pulpa sanguinolenta si lo alcanzaba de lleno. Si en vez de a un caballo alcanzaba a un cuñado lo convertiría en comida liofilizada para peces de colores

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