jueves, 20 de diciembre de 2018

Disciplina, delitos y castigos en el ejército romano 1ª parte


Ya quisieran muchos ejércitos modernos tener el concepto de disciplina que tenían originariamente las legiones de Roma.
Esta disciplina, unida a un espíritu de cuerpo y de sacrificio nunca visto hasta entonces fue la llave que les permitió
hacerse los amos del cotarro durante siglos

Tito Manlio Torcuato condenando a muerte a su propio
hijo. Su delito: combatir y derrotar a un enemigo
por decisión individual y sin haber sido autorizado
para ello. Faltó a la disciplina.
Como es de todos sabido, la disciplina es la base de una sociedad respetable y decente. Pero tratándose del ejército, no es que sea la base, es que es la esencia en su forma más pura. Un ejército sin disciplina es un cachondeo, las tropas se tornan rebeldes y ociosas, nadie aspira a palmar en combate como un auténtico y verdadero héroe, nadie obedece las órdenes y, por todo ello, no ganarían jamás una batalla ni aunque el enemigo fuese un regimiento de cuñados dados de baja por depresión aguda y con menos ímpetu que un caracol anémico. Sin embargo, el concepto de la disciplina de nuestros días no es exactamente el mismo que se tenía antes de los tiempos de Cristo. Mientras que actualmente la disciplina tiene unas connotaciones un poco chungas relacionadas con el cumplimiento de unas normas estrictas con las que generalmente no estamos conformes, los romanos tenían una visión diferente, más espiritual y más enjundiosa. Para el legionario romano, la disciplina era el conjunto de costumbres y pautas de comportamiento que estaba obligado a aprender y respetar, pero no porque nadie se lo exigiera, sino porque se consideraba que era por el bien de todos. En la mentalidad del hombre romano, la comunidad estaba por encima del individuo, y la disciplina, que según el visigodo Isidoro proviene del término DISCERE (aprender), era, como se ha dicho, el comportamiento que debían observar para formar un cuerpo cohesionado y diestro en todas las virtudes, artes marciales y oficios relacionados con la milicia, siendo la más importante de todas la obediencia absoluta a la órdenes porque la desobediencia podía perjudicar a los compañeros. Y, al igual que la obediencia ciega era importante, no lo era menos el afán de superación en el constante entrenamiento con las armas que les permitirían vencer al enemigo con el esfuerzo de todos y no con acciones individuales que estaban incluso mal vistas porque podían poner en peligro a los demás. 

Áureo de Adriano en cuyo reverso se ve al emperador seguido de tres
abanderados. Bajo ellos vemos la inscripción DISCIPLINA AVG (...VSTORVM).
la Disciplina del emperador
Pero, en su origen durante la época arcaica, el concepto de la disciplina iba más allá tanto en cuanto se consideraba que las normas de que se componía eran voluntad de los dioses, por lo que el hecho de contravenir una orden o de no acatar un augurio ya se consideraba como una falta a la disciplina desde el momento en que la orden dada por un superior se consideraba, al igual que los augurios, un mensaje de las divinidades. En resumen, que faltar a la disciplina era comparable a un pecado. De hecho, la Disciplina fue deificada por Adriano como una diosa menor, se llegó a acuñar moneda con su efigie e incluso se elevaron altares en su honor en algunos campamentos, como los hallados en la Britania, en el CASTRVM de CILVRNVM, en el Muro de Adriano y en el norte de África. Las virtudes de la diosa Disciplina eran la frugalidad, la severidad y la fidelidad, las cuales debían ser la guía a seguir por cualquier legionario como Júpiter manda. Esto se traduce en que un legionario debía ser frugal en su forma de vida- alimentación, gasto de dinero, etc.-, serio y cumplidor y, por encima de todo, fiel a su juramento de lealtad, a sus compañeros, sus mandos y al pueblo de Roma.

Mario Vs. Sila, César Vs. Pompeyo, Octavio Vs. Antonio.
Las ambiciones de estos probos ciudadanos dieron pie al
fin de la República, el comienzo del Principado y la
decadencia de la DISCIPLINA
No obstante, como suele pasar en casi todo en este palpitante mundo, ese prístino concepto de la DISCIPLINA MILITARIS fue degenerando a raíz de las guerras civiles de finales de la República, primero entre Gaio Mario y Lucio Cornelio Sila y, posteriormente, Gaio Julio César y Gneo Pompeyo, la cual dio lugar a la última de todas entre Octavio Augusto y Marco Antonio y la posterior aparición del Principado. En estos casos no hablamos de romanos enfrentados con bárbaros, sino de romanos contra romanos, lo que dio paso a un ambiente en que las fidelidades se compraban con dinero y no con juramentos porque el enemigo era en este caso ellos mismos, por lo que la amenaza de motines y deserciones en masa obligó a los mandos a relajar la ancestral disciplina que había caracterizado al ejército de la República, no recuperándose en parte hasta que César logró que sus legiones de la Galia aceptasen de nuevo las buenas costumbres, más que nada gracias a su incuestionable carisma y su espíritu de liderazgo que lo llevó a convertirse en el hombre más poderoso de Roma. No obstante, el concepto primigenio de la disciplina ya no se recuperaría más. Los generales y emperadores se vieron ante la disyuntiva de tener que administrar el rigor con un indisimulado peloteo a base de donativos, permisos y privilegios con tal de conservar la fidelidad de sus legiones, que llegado el caso podían negarse a combatir si no se les prometían jugosas recompensas. Ya sabemos como incluso los pretorianos llegaban a quitar y poner emperadores a base de dinero, y como los nuevos césares estaban obligados por una costumbre adquirida de años y años a "comprar" a su propia guardia personal y la fidelidad del ejército untándoles a base de bien. 

Marco Licinio Craso, un ferviente partidario de aplicar la
disciplina más férrea que llegó incluso a diezmar a sus
tropas durante la revuelta de Espartaco. Su forma de
actuar logró que la disciplina se impusiera más por miedo
a su persona que por respeto a las mismas normas
Así, Roma, que consideraba la disciplina como algo inherente a su cultura en contraste con la falta de auto-control de los pueblos bárbaros, se vieron con que sus emperadores tenían que ir dando una de cal y otra de arena para que el personal no se pusiera borde y los dejasen en la estacada. Esto no quiere decir que hombres como Augusto o Vespasiano no fueran capaces de imponer severos correctivos a legiones enteras en casos de motín, pero el simple hecho de que esos motines se tornasen en la regla en vez de la excepción era algo impensable un siglo antes. Por otro lado, incluso los mismos emperadores tenían que controlar que determinados generales más ambiciosos de la cuenta no se pasasen recompensando a sus legiones porque sabían que, llegado el caso, esta conducta no era más que una forma de asegurar la fidelidad de sus tropas de cara a un posible intento para derrocarlos. Un ejemplo bastante conocido fue el de Gneo Calpurnio Pisón, acusado de tramar la muerte del gran Germánico, heredero de Tiberio, que llegó a entregar suntuosos donativos al ejército en su propio nombre y concedió innumerables licencias para ganarse al personal. La jugada no le salió bien porque acabó auto-degollado antes de verse convertido en reo de muerte y con el estado confiscándole hasta a su cuñado, pero es una clara muestra de como un tipo con dinero y las influencias necesarias podía alcanzar el poder a base de comprar la fidelidad de un ejército cada vez más corrupto.

Mi ilustre paisano, Marco Ulpio Trajano, al que su
prestigio como militar condujo primero al poder, y
luego a lograr la máxima expansión del Imperio,
siendo considerado al día de hoy uno de los mejores
emperadores que tuvo Roma
Otros emperadores optaban por la vía psicológica para ganarse a las tropas, como fue el caso de Trajano que, durante su carrera militar y para demostrar a sus legiones que era uno más, participaba en los agotadores entrenamientos cotidianos, asumía tareas impropias de su rango e incluso aparecía ante sus hombres sin afeitarse, como dando a entender que padecía las mismas penurias propias de la vida militar. Con todo, aunque esta conducta le permitía ganarse el respeto y la fidelidad de las tropas que estaban directamente bajo su mando, las que estaban en Hispania, en Mauritania, en la Galia o en Egipto podrían ser influenciadas por sus respectivos mandos por lo que, llegado el caso, muchos podrían aspirar a alcanzar la guirnalda real, lo que tendría como resultado una guerra civil. Con todo, la virtuosa disciplina de antaño quedó prácticamente relegada al comportamiento en combate, mientras que en los campamentos el personal sobornaba a corruptos centuriones para obtener permisos o verse eximidos de hacer guardias o determinados servicios desagradables, mientras que el trato con la población civil era más bien una interminable relación de abusos y arbitrariedades imposibles de controlar incluso por los generales más estrictos. Porque, curiosamente, en un ejército tan reglamentado como el romano, que en casi todo es comparable a uno moderno, carecía de un código de justicia militar propiamente dicho. 

La disciplina impuesta por los centuriones era más bien una
mezcla de terror ante sus arbitrariedades y la posibilidad de
comprar sus favores a base de sobornos
Faltas como un motín, la deserción, la cobardía o dormirse en una guardia eran tan evidentes que, en realidad, no precisaban de ningún tipo de reglamento para condenarlas con el máximo rigor, pero había muchas otras que quedaban al arbitrio de los mandos, y la aplicación de un determinado castigo a su antojo. Aunque generalmente se solía tener en cuenta el historial de cada hombre porque, en justicia, no se debía castigar de la misma forma a un buen legionario por una chorrada que a uno que no paraba de incordiar por la misma falta, era al final la voluntad del centurión o el tribuno la que se acababa imponiendo. Recordemos al desmedido e iracundo centurión apodado "CEDO ALTERAM" ("Dame otro"), especialmente aficionado a moler los lomos del personal por cualquier chorrada con su VITIS, que a la vista del mote debía estrenar uno todas las semanas. Por otro lado, también se recomendaba ser más indulgente con los novatos que, al cabo, aún estaban aprendiendo la disciplina, pero eso también quedaba a juicio de su centurión que, por cierto, se podía tornar de extremadamente severo a increíblemente bondadoso y comprensivo en cuanto sentía en la mano el peso de unos denarios. 

La mejor fórmula para que el personal no se detuviera a pensar era tenerlos
a diario al borde del agotamiento a base de instrucción, trabajos físicos y
marchas cargados como mulas. De hecho, esa era una de las pautas en las
que Millán Astray hizo especial hincapié cuando fundó la Legión Española 
Así pues, la disciplina concebida como una filosofía o una forma de vida se iba quedando relegada poco a poco al mantenimiento de una excelente preparación militar- no se conserva un imperio durante siglos sin tropas bien adiestradas- que los mandos intentaban imponer, como se ha dicho, a base de combinar donativos, permisos o pagas extras con demostraciones de severidad rotundas en casos de delitos flagrantes como golpear o matar a un superior, desertar, etc., y combatiendo el peor enemigo de la disciplina militar: el OTIVM, el ocio. Por norma, al entrenamiento cotidiano se añadían trabajos de todo tipo, y si no eran necesarios se inventaban. Una legión acantonada durante meses o incluso años en un campamento pasaba de ser una grupo de cinco o seis mil hombres perfectamente adiestrados y dispuestos para la batalla en una caterva de vagos, rebeldes, chorizos, disolutos y pendencieros que, llegado el caso, se ponían chulos con su legado exigiendo más privilegios o se liaba parda, y al legado solo le quedaban dos opciones en ese caso: o le echaba tremendas dosis de testiculina y ejecutaba ipso-facto a los instigadores del motín aún sabiendo que se la estaba jugando, o cedía a las peticiones de los rebeldes, en cuyo caso tenía asegurado otro motín en cuanto el aburrimiento hiciese de nuevo acto de presencia. 

Solo la disciplina que supieron mantener en lo referente al adiestramiento
militar fue lo que permitió a Roma prolongar su imperio durante siglos.
Quizás si esa filosofía se hubiese mantenido intacta en todos sus valores
a lo largo del tiempo hoy día aún hablaríamos latín en Europa Occidental
y en toda la ribera del Mediterráneo
Aunque parezca increíble, esa fue la tónica general en el ejército más poderoso del mundo hasta el final del Imperio, y solo prácticamente al término del mismo hubo quien se molestó en elaborar una serie de normas respecto a los delitos militares y los castigos en función de cada uno de ellos. Aunque Polibio ya daba cuenta de lo que se consideraba delito y los castigos habituales para reprimirlos, no fue el emperador Mauricio el que en su STRATEGIKON, un tratado de 12 volúmenes basado en su experiencia militar, contempló por primera vez algo parecido a lo que hoy es un IVS MILITARE, un código de justicia militar que, por cierto, no le libró de ser derrocado y asesinado a raíz de un motín encabezado por un centurión llamado Flavio Nicéforo Focas, que a su vez fue también cesado de forma radical por Flavio Heraclio diez años más tarde. En resumen, que la disciplina se fue al carajo o, mejor dicho, se fue al carajo el imperio a medida que la disciplina que sirvió para construirlo se fue diluyendo en las malas costumbres, los vicios y la ambición desmedida que contradecían sus principales dogmas ya mencionados: FRVGALITAS, SEVERITAS ET FIDELITAS

Bueno, criaturas, con esto lo dejamos por hoy porque uno de mis adorables dolores de cabeza se ha enseñoreado de mi persona, así que toca nolotilizarme y esperar a que pase. En la próxima entrada hablaremos con pelos y señales de los delitos, faltas y castigos con que los invictos romanos metían en cintura a los díscolos, los rebeldes, los malsines y a los cuñados, naturalmente.

AVE ATQVE VALE, CIVIS

Hale, DIXIT EST

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