domingo, 30 de diciembre de 2018

El Cañón de París entra en acción



Dilectos lectores, el 2018 está a punto de irse al carajo. Pero lo horripilante es que parece que empezó ayer, así que miedo me da pensar cómo pasará de rápido el 2019 para, en un año más, empezar con la tercera década del siglo XXI. Bueno, ya sabemos que el tiempo es el enemigo inexorable del hombre y tal, así que ajo y agua. Dicho esto, comencemos.

Postal que muestra la única plataforma hallada intacta por los aliados en
Chateau-Thierry. Obsérvese que la clasifican como el emplazamiento
de un Bertha porque, simplemente, no tenían conocimiento del monstruo.
De hecho, esa en concreto no fue usada por un Wilhelm-Geschütz, sino
por un Langer Max de 380 mm. Ambos cañones usaban el mismo modelo
Aprovechando esta época gozosa en que los pequeños orcos del vecindario se dedican a alterar mi delicado biorritmo contraviniendo la normativa municipal respecto a los fuegos de artificio ante la total pasividad de la policía municipal, que en vez de mandar a sus abominables progenitores encadenarlos en algún sótano les ríen las gracias, nada mejor para finiquitar el 2018 que un petardo a lo bestia, el Lange 21 cm. Kanone Wilhelm-Geschütz, más conocido como Paris Gun o confundido por los aliados con el Langer Max e incluso con alguna nueva versión del Bertha, del que ya hablamos en su día. Porque la realidad es que el Cañón de París fue quizás el secreto mejor guardado de la Gran Guerra, hasta el extremo de que no se sabe con exactitud cuántos ejemplares se fabricaron, ni se pudo encontrar ni rastro de ellos tras el Armisticio, ni planos, ni documentación sobre su diseño, movimientos, etc. La única prueba tangible de su existencia, aparte de los testimonios fotográficos, fueron los tendidos ferroviarios que las unidades de ingenieros del ejército imperial construyeron para poner a tiro nada menos que la capital del enemigo, París. Pero la cosmopolita urbe gabacha (Dios maldiga al enano corso) no estaba a los 47 km. del frente que la pondría dentro del alcance de la artillería pesada tedesca, sino un poco más lejos. Concretamente, la distancia entre París y la zona más cercana de las posiciones alemanas era de unos 120 km. hasta el centro de la ciudad. Lejos de cojones, ¿que no?

Uno de los protagonistas de esta historia en su emplazamiento con parte del
personal necesario para ponerlo en orden de combate, que eran
unos 90 hombres
En aquella época, hablar de una pieza de artillería con un alcance semejante sería como si, de repente, todos los políticos de España se volviesen honrables y decentes y todos los cuñados buenas personas, o sea, una quimera, algo imposible, impensable. Pero, por lo que llevamos visto en las diversas entradas en las que hemos mencionado la capacidad de los tedescos para idear chismes enormemente dañinos, no era ninguna invención de la propaganda, sino una implacable realidad: la capital de la república gabacha estaba al alcance de la artillería enemiga, y ya no les hacía falta arriesgar sus valiosos aeroplanos para sembrar muerte y destrucción + IVA entre el atribulado vecindario que, inicialmente, no podía ni imaginar de qué iba la cosa. Así pues, y conforme a mi sacrosanta costumbre de hacerlo todo al revés, de forma caótica y sin método alguno, pues en vez de contar en primer lugar cómo se fraguó el puñetero cañón daremos cuenta de su puesta en escena, que ciertamente fue bastante ruidosa, casi tanto como los malditos petardos que esos malvados orientales venden a los pequeños orcos para dar el coñazo de forma inmisericorde. Pero que nadie se angustie, que el 2019 lo inauguraremos con los entresijos del Wilhelm-Geschütz, el cañón del káiser con el que el otrora poderoso ejército imperial puso las peras a cuarto a los aliados y, a pesar de estar ya extenuado y casi al borde del colapso, aún tuvo energías para acojonar sobremanera a los poilus y los british (Dios maldiga a Nelson) con aquel chisme salido de la nada y que, llegado el caso, podría incluso provocar un vuelco en el desarrollo de la contienda. 

El ataque inaugural se llevaría a cabo con tres piezas que serían emplazadas en el bosque de Saint-Gobain, concretamente en la ladera de Mont-de-Joie, cerca de la vía ferroviaria de Rheims-Amiens, al norte de un villorrio llamado Crépy-en-Laonnois. El motivo de elección era bastante simple: Mont-de-Joie, que paradójicamente significa monte de la alegría, estaba en el saliente más cercano a París tras el retroceso de las líneas tedescas después de la batalla del Somme. Durante el verano de 1917 el Oberste Heeresleitung (Alto Mando del Ejército) ordenó la construcción de tres ramales ferroviarios que partirían desde la estación de Crépy hacia Mont-de-Joie, donde se construirían las  plataformas giratorias que permitirían orientar cada pieza. Para ello había que desbrozar una superficie rectangular de unos 20 metros de ancho por 45 de largo. En el mapa superior vemos los tres emplazamientos debidamente numerados. El nº 3, el situado más abajo, era el más cercano al objetivo elegido como referencia, la catedral de Notre Dame, en la Île de la Cité, situado exactamente a 119,082 km. El nº 2, más arriba, en el centro, estaba a 119,845 km., y el más lejano, a la derecha, el nº 1, a 120,109 km. En el círculo azul señalamos la estación de Crépy. El manejo de los cañones se encomendó a la artillería naval, concretamente el 1100 Fußartillerie Bataillon al mando del contra-almirante Maximilian Rogge. El entorno boscoso permitiría camuflar sin problemas las instalaciones de forma que quedaran fuera de la vista de la aviación enemiga que, de vez en cuando, se daba un garbeo por la zona haciendo más fotos que un turista coreano a la Giralda.

Una de las tablas de cálculo de tiro donde aparecen
el alcance, la presión, la temperatura del propelente,
etc. El alcance máximo se obtenía con una elevación
de 55º. Como vemos en la tabla era de 128 km.
Trabajando a marchas forzadas, se decidió que la plataforma nº 1 debía ser terminada en primer lugar para empezar la fiesta lo antes posible y hacerla coincidir con la Kaiserschlacht, dando guerra mientras que los zapadores concluían las otras dos. Montar aquellos chismes no era ninguna tontería porque, aparte de las tropas de ingenieros, debían intervenir los técnicos de la Krupp- los fabricantes de las armas- para organizar el montaje de los cañones, más los expertos en cuestiones de balística al mando del comandante Kinzel. Disparar aquellos monstruos requería cálculos mucho más complejos que los de un simple obús de campaña ya que había que considerar multitud de factores en los que intervenía desde la temperatura de la pólvora al efecto Coriolis o la curvatura de la corteza terrestre, que hacía que la diferencia de distancia de un objetivo situado en plano a 120 km. fuese de unos 800 metros más. De hecho, tuvieron incluso que recurrir a geógrafos del ejército para señalar en cada emplazamiento el punto cero orientado exactamente al norte para poder calcular los datos de tiro con la brújula con que se equipaba a cada uno de ellos. Incluso se proveyó a los cañones de medidores de presión con los que, gracias a unas tablas, podían calcular con bastante precisión el lugar de impacto ya que con ellas obtenían la distancia recorrida por el proyectil. Vamos, que no era un tema apto para párvulos o políticos.

Uno de los emplazamientos perfectamente
camuflado entre los árboles de Mont-de-Joie
A comienzos de marzo de 1918, el emplazamiento nº 1 estaba listo para entrar en acción. Como complemento, se habían distribuido en toda la zona frontal de Mont-de-Joie tubos lanza-humos para ocultar la sorpresa que estaban preparando, aparte de distribuir baterías antiaéreas para proteger los cañones y artillería de grueso calibre, esta con dos intenciones: una, protegerlos de un ataque enemigo en caso de ser descubiertos, y dos, abrir fuego al mismo tiempo que el Wilhelm-Geschütz  para que el enemigo no fuese capaz de identificarlo entre el fragor artillero. Para coordinar el fuego con la artillería de apoyo se habían previsto líneas telefónicas de forma que todas las baterías estarían conectadas con el emplazamiento nº1, desde donde partiría la orden de abrir fuego para hacerlo al unísono. Y a todo ello sumaron un cuidadoso camuflaje tanto de las piezas como de los emplazamientos, los barracones e incluso de los ramales ferroviarios que debió funcionar a la perfección, porque el 6 de marzo sobrevolaron la zona varios aviones gabachos sacando fotos y no fueron capaces de detectar absolutamente nada. El personal se escabulló bajo las redes de camuflaje, y nadie movió ni un pelo del bigote hasta que el ruido de los aparatos se alejó de la zona. 

El padre de la criatura, el profesor Fritz Rausenberger
(1868-1926), jefe del departamento de artillería
de la Krupp 
El 23 de marzo estaba todo listo para el disparo inicial. La Kaiserschlacht había comenzado dos días antes y la dotación del L/21 llevaba ya un par de semanas entrenándose en su manejo. Aunque por sus dimensiones pueda parecer que recargar semejante trasto podía ser enormemente engorroso, la realidad es que su calibre era inferior al de muchas piezas de artillería naval, y el proyectil pesaba solo 106 kilos con una carga explosiva de 7,7 kilos de trinitrotolueno. La pólvora era envasada en bolsas que se introducían en vainas de latón que, en teoría, podrían ser reutilizadas tras cada disparo. O sea, que la capacidad destructiva del Wilhelm-Geschütz no se aproximaba ni remotamente a la de un cañón naval de 380 mm. como los usados en la marina tedesca, por no hablar del obús Gamma de 420 mm. pero, a cambio, tenía un alcance casi tres veces mayor que el Langer Max, lo que permitiría a los belicosos germanos tener a tiro cualquier instalación, base de aprovisionamiento, puerto, etc. sin que los enemigos pudieran contrarrestarlo con su propia artillería, teniendo como única opción llevar a cabo incursiones aéreas que, lógicamente, podrían ser rechazadas con los cazas y los cañones antiaéreos desplegados alrededor de los emplazamientos. Por lo tanto, aunque no fuera un arma especialmente destructiva, el impacto psicológico sobre el enemigo y, en especial, entre la población civil, podía ser demoledor como hoy día lo es un misil balístico. Una de las cosas que más atacan a la moral es saber que se está dentro del radio de acción de las armas enemigas, y que en cualquier momento puede uno verse convertido en comida para peces como si tal cosa.

Maqueta de un emplazamiento con plataforma giratoria. Obsérvese que,
además de la vía para transportar el cañón, había que colocar una a cada
lado para poder mover la grúa empleada para su montaje
El día 23 amaneció con una ligera niebla que actuaría de pantalla protectora al cañón. Contrariamente en París, 120 km. al suroeste, empezaba un maravilloso día primaveral con el cielo despejado y un sol esplendoroso. A las 7 de la mañana el personal salía de sus casas para emprender la última jornada laboral de la semana, y las calles empezaban a atestarse de gente, vehículos de todo tipo, y el metro se ponía en marcha para trasladar a los currantes a sus respectivos trabajos. Recordemos que en aquella época aún no se había inventado esa maravilla de dar de mano, al menos la mayoría, los viernes por la tarde. Y mientras que los parisinos, que en aquella época andaban por los tres millones, leían en el periódico las últimas novedades acerca de la nueva ofensiva alemana iniciada dos días antes, en el emplazamiento nº 1 de Crépy se efectuaban las últimas comprobaciones para proceder a cargar el monstruo. Se ajustaron los aparatos de medición, se revisaron por enésima vez los mecanismos de disparo y elevación y, finalmente, se procedió a iniciar la carga, que se dividía en dos partes: una de 70 kilos en el fondo de la vaina contenedora y otra superior que se calculaba en base a la temperatura de la pólvora y del arma. En este caso, al estar demasiado fría, se pesaron y envasaron 50,5 kg. como carga secundaria, por lo que la vaina contendría nada menos que 120,5 kilos de nada.

Otra postal que muestra los misteriosos restos del "emplazamiento de un
Bertha que disparó sobre París
". En este caso se trata del foso de una de
las plataformas de Crépy usadas durante el bombardeo inicial.
Obsérvense el descomunal tamaño de los tornillos y las tuercas que
fijaban la plataforma a la base de hormigón
Una vez preparada tanto la carga como el proyectil, ambos fueron colocados en una vagoneta que los llevaría hasta la grúa elevadora. Mientras tanto y en base a que el parte meteorológico indicaba que la niebla matinal se iría disipando a medida que avanzase el día, se ordenó activar los tubos lanza-humos para que en ningún momento pudieran ser visibles por la aviación o los globos de observación de la artillería enemiga. Recordemos que París estaba en la gran puñeta, pero la línea de frente se encontraba a menos de 20 km. al sur, por lo que el enemigo podría localizarlos llegado el caso. En cuanto el proceso de carga concluyó se ajustó un medidor de presión en la culata del arma, se procedió a orientarla hacia el objetivo y, finalmente, se contactó por teléfono con las baterías de apoyo para abrir fuego todos a una. A las 07:17 horas, un estampido bestial acompañado de una enorme llamarada anunciaba al mundo que, en breve, caería sobre el planeta el primer objeto fabricado por el hombre a la mayor altura desde el comienzo de los tiempos. Es decir que, salvo los meteoritos, nunca antes había caído nada sobre la Tierra desde una altitud semejante.

Secuencia del disparo durante la fase de ensayos. La llamarada debió alcanzar
los 40 metros de largo. Fíjense en el personal tapándose las orejas para no
verse con los tímpanos vaporizados
El proyectil de 106 kilos había salido camino de París a una velocidad de 1.603 metros por segundo o, lo que es lo mismo, 5.772 km/h., generando una presión en recámara de 3.709 atmósferas. Para hacernos una idea de lo que significa eso podemos compararla con la presión a la que someten en los bancos de pruebas a las escopetas de calibre 12, entre 700 y 1.200 atmósferas. El oficial de tiro no apartaba la vista del cronómetro para saber cuándo habría llegado a destino el proyectil, que a los 25 segundos de producirse el disparo se había elevado ya a una altitud de unos 19 km. La densidad del aire había reducido su velocidad hasta los 900 m/seg., pero a medida que se elevaba dicha densidad desaparecía ya que estaba previsto que alcanzase una altitud máxima de unos 38 km., donde se puede decir que volaba en el vacío. En ese momento, su velocidad era de apenas 685 m/seg. que, no obstante, es el doble de la Vo. de un proyectil de 9 mm. Parabellum. A partir de ahí comenzaría el descenso en el que volvería a ganar velocidad hasta recuperar los 900 m/seg. El vuelo duró casi tres minutos. Concretamente, 176 segundos fue lo que el proyectil tardó en recorrer los 120 km. que lo separaban de su objetivo tras elevarse a casi 40 km. de altura. Una bestialidad, ¿que no?

El nº 6 de Quai de la Seine donde estalló el primer proyectil
A las 07:20 el proyectil cayó en Quai de la Seine, una calle situada en el barrio de Villette, al NE de la ciudad, y que transcurre paralela al Sena a lo largo de 850 metros. La explosión tuvo lugar concretamente a la altura de la casa nº 6 de dicha calle abriendo un pequeño cráter y haciendo saltar los cristales de las ventanas de las cercanías. En una enorme ciudad en plena actividad como París solo escucharon la detonación la gente que estaba relativamente cerca y la mayoría no le dieron mucha importancia ya que varios días antes se había producido un percance en la fábrica de granadas de mano de La Courneuve, y las autoridades habían dado aviso de que habían quedado unidades sin estallar. Por ese motivo, desde el día del suceso se venían escuchando explosiones aisladas cada vez que localizaban una y los artificieros la detonaban, así que una explosión más pasaba prácticamente desapercibida. Solo los que estaban cerca del lugar de la explosión se dieron cuenta de momento que aquello era algo más gordo, así que la idea que saltó en sus magines de forma automática era que se trataba de un ataque aéreo. Todas las miradas se elevaron al cielo en busca de aviones o dirigibles, pero en el luminoso cielo parisino solo había gorriones y vencejos, y esos no solían lanzar bombas.

Así más o menos debieron verse los parisinos tras las explosiones, mirando
al cielo y dando por hecho que se trataba de una incursión aérea
Y mientras los parisinos se percataron de que algo raro estaba pasando, en el emplazamiento nº 1 ya habían colocado el cañón en posición para recargarlo. Al abrir la recámara vieron que la vaina se había fundido excepto el culote, así que de reutilizarla nada de nada. Por otro lado, se comprobó que la presión generada había sido inferior a la que habían calculado, lo que fue achacado a que el arma estaba aún fría. Como comentamos anteriormente, la presión registrada fue de 3.709 atmósferas cuando debería haber sido de 4.068, por lo que se añadieron 3,4 kilos de pólvora a la carga del segundo disparo. El oficial de balística hizo sus cálculos y dedujo que el proyectil había recorrido una distancia total de 113,05 km., aterrizando precisamente en Quai de la Seine salvo que el viento hubiese desviado en exceso el proyectil. Para cargar el siguiente, el oficial de tiro tenía que medir con un instrumento especial el calibre del ánima tras el primer disparo porque el desgaste que padecía era tan bestial que el valor de introducción del proyectil variaba de uno a otro. Es más, en previsión de este desgaste tenían preparados proyectiles de diversos calibres debidamente numerados para introducirlos a medida que fuera necesario por el aumento de calibre del cañón. Y mientras los parisinos seguían mirándose unos a otros sin entender de dónde había salido aquella cosa, a las 07:37, veinte minutos después del primer disparo, tuvo lugar el segundo.

Efectos de la segunda explosión: un pequeño cráter y un kiosko de prensa
destrozado que vemos a la derecha. Sin embargo, sí hubo que lamentar
las primeras víctimas por ser un lugar con gran afluencia de gente
En París, el vecindario ya había empezado a dar aviso a la policía, que acudieron a tomar nota de lo ocurrido. Algunos probos ciudadanos les entregaron restos de la carcasa que, por su grosor de unos 5 cm., era improbable que fuesen de una bomba de aviación. Pero como era impensable que fuesen de un proyectil de artillería, el estupor fue en aumento porque nadie tenía ni puñetera idea de qué era aquello ni de dónde habían podido lanzarlo. Lo único que se les ocurrió pensar es que se trataba de algún tipo de proyectil arrojado desde un dirigible a una altura tal que se quedaba fuera de la vista del personal. Las dudas aumentaron cuando estalló el siguiente proyectil a las 07:40 en el Boulevard de Strasbourg delante de la Gare de l'Est, la Estación del Este de París, que a aquellas horas era una zona atestada de personas que iban a sus trabajos y tal. A menos de 30 metros del lugar de la explosión había además una entrada al metro, así que esta vez sí hubo mogollón de testigos. La onda expansiva reventó los cristales de toda la zona y, por desgracia, en esta ocasión si hubo bajas civiles. Ocho personas resultaron muertas y trece heridas de diversa consideración, y esta vez la gente se acojonó y salieron echando leches en busca de refugio, pensando también que se trataba de un ataque aéreo. Porque la cuestión es que, debido a la escasa carga de explosivo del proyectil, al lejano fragor de la batalla que tenía lugar y a que hablamos de una gran ciudad en plena actividad, solo los que estaban cerca de la explosiones podían constatar que estaba ocurriendo algo fuera de los normal. Según algunos poilus que pudieron escuchar las detonaciones, las compararon con las de un proyectil alemán de alto explosivo de 7,7 cm.

Reconstrucción de uno de los
proyectiles con los fragmentos
aportados por la población
Y a pesar de que todo el mundo seguía pensando que se trataba de un bombardeo aéreo, entre los fragmentos que la población fue entregando a los gendarmes había un trozo de cobre muy caliente y lleno de acanaladuras. Era una banda de forzamiento, o sea, lo que obliga al proyectil a tomar las estrías del ánima, por lo que era evidente que solo un cañón podía haberlo disparado pero, ¿dónde leches se encontraba el cañón si el frente estaba a 100 km. de distancia? Y, por otro lado, las 21 bajas producidas ya no eran ninguna tontería. La noticia empezó a correr de boca en boca y los periodistas se acercaron a la Estación del Este a recabar testimonios para lanzar ediciones especiales (era habitual en la prensa de aquella época sacar ediciones extra cada vez que ocurría algo fuera de lo normal. No había un internet que te permite saber que un esquimal tiene urticaria al cabo de dos minutos de sentir el picor por el cuerpo). Se dio aviso al cuartel general del ejército en Provins para preguntar por qué no se había dado aviso de que aviones alemanes habían pasado por allí camino de París, pero en Provins no sabían una papa de nada. De inmediato despegaron varios aviones en busca de los supuestos atacantes, pero por mucho que ascendieron para dar con un dirigible o una escuadrilla de bombardeos no encontraron nada. Y, para rematar la cosa, la censura militar estaba de los nervios porque algunas ediciones extras ya estaban en circulación contando tropocientos bulos sin confirmar y las autoridades sin saber aún lo que estaba pasando. Los fragmentos entregados por el vecindario fueron enviados a toda prisa al Servicio de Defensa de París para que fueran examinados por expertos en artillería a ver si lograban averiguar algún dato fiable. En fin, la cosa se estaba poniendo emocionante porque, ante la duda, no se atrevían a ordenar que se hicieran sonar las sirenas de las alarmas aéreas. Tres millones de personas aterrorizadas dando carreras de un lado a otro en busca de refugio sin saber de qué se debían refugiar era para pensárselo detenidamente, así que optaron por esperar.

Proyectil de 210 mm. del Cañón de París. Su longitud era de 113 cm.
Ya hablaremos a fondo de sus entresijos en la próxima entrada
A las 08:02 tuvo lugar la tercera andanada, que cayó en la calle de Château-Landon tres minutos más tarde. En esta ocasión pasó prácticamente desapercibida porque el proyectil aterrizó en un edificio de reciente construcción fabricado de hormigón. Tras atravesar la techumbre, la enorme velocidad del proyectil hizo que la espoleta de contacto se activara cuando ya estaba dentro del segundo piso, que quedó arrasado mientras que en de la planta baja ni se rompieron los cristales. Solo los que vivían en los alrededores tuvieron constancia de esta tercera explosión. A las 08:14 se disparó por cuarta vez, y en las mediciones de desgaste se comprobó que el valor de introducción había aumentado hasta los 7 cm. nada menos, lo que permitió calcular que la vida operativa de la caña sería de unos 60 disparos, tras los cuales debería ser sustituida por otra nueva. La cuestión que planteaba este tipo de artillería monstruosa estaba precisamente ahí, en si era verdaderamente viable la relación costo/eficacia, y si la destrucción producida compensaba los enormes gastos, inconvenientes y trabajos que suponía extraer una caña desgastada de 30 metros de largo para sustituirla por otra. Además, el desgaste que se producía tras cada disparo obligaba a tener que recalcular todos los datos de tiro, desde la carga de pólvora a la elevación, deriva, etc., por lo que pretender obtener una precisión aceptable era cuasi imposible.

Foto comparativa que permite apreciar
las dimensiones del proyectil, la
vaina contenedora y las cargas de pólvora
Este cuarto disparo cayó a las 08:17 sobre una vivienda de la calle Charles V, matando a una persona que había en su interior y aumentando a nueve el número de bajas mortales. Finalmente, y tras varias explosiones más, las autoridades decidieron actuar. A las 09:15 se hicieron sonar las alarmas, y ya nadie en todo París puso en duda que algo verdaderamente extraordinario estaba ocurriendo porque aún se creía que se trataba de una incursión aérea, pero nadie había visto aviones o dirigibles ni se tenía noticia de que los cazas que partieron en su busca hubieran vuelto con alguna información al respecto. Ningún aparato alemán había sido avistado. A las 09:30 los artilleros hicieron saber a las autoridades que, en base a los restos que había estudiado, pertenecían indudablemente a proyectiles de artillería disparados por un arma que les imprimía una altísima velocidad inicial. Eso estaba ya fuera de toda duda, pero lo que aún era un misterio era desde dónde les estaban disparando. Por otro lado, y en base a la trayectoria de los impactos, calcularon que debían provenir de alguna zona cercana a Crépy, a más de 100 km., porque era el punto más cercano con las líneas tedescas, pero no porque la lógica indicase que pudiera ser así. Y como algo había que decir a la población para serenar los ánimos, se decidió emitir el siguiente comunicado:

A las ocho y veinte de esta mañana, algunos aviones alemanes que volaban a gran altura lograron cruzar las líneas y atacar a París. Fueron inmediatamente perseguidos, tanto por los aviones de la Defensa de París como por los del frente. Varios de los puntos de caída de sus bombas han sido reconocidos y hay algunas víctimas. En un comunicado posterior se especificarán los resultados y los detalles del ataque.”

Además, se secuestraron todas las ediciones extra que pudieron, pero con magros resultados porque nada más salir a la calle volaban literalmente de manos de los vendedores por una población ávida de noticias sobre aquel extraño suceso.

Imagen del bosque de Saint-Gobain actualmente. Los círculos señalan los
lugares de los emplazamientos en Mont-de Joie. La flecha señala la estación
de Crépy, y la línea roja el trazado del ferrocarril. Compárese con el mapa
anterior en el que se muestra la misma zona en 1918
A las 10:52 se habían realizado ya quince disparos. El cañón estaba muy caliente y el punto de asentamiento del proyectil había avanzado hasta los 30 cm. nada menos, lo que suponía un 25% de desgaste del ánima. El jefe de la pieza ordenó cesar el fuego para que los técnicos de la Krupp pudieran examinar a fondo el cañón y permitir que se enfriara. Mientras tanto, un enlace llegó hasta el emplazamiento para informar que el mismísimo káiser visitaría la posición a las 13:00, lo que suponía todo un acontecimiento como es lógico. El monarca llegó un poco antes y tras las salutaciones y peloteos de rigor, a las 12:57 se reinició el fuego. Tras presenciar varios disparos más, el káiser se largó muy sonriente de ver como aquella monstruosa pieza de artillería con su nombre pegaba unos petardazos bestiales. A las 13:30 la niebla había desaparecido, a lo lejos se atisbaban los globos de observación de los gabachos así como varios aparatos dando vueltas en busca del cañón misterioso, por lo que se decidió cesar el fuego hasta el día siguiente. El último disparo se realizó a las 14:42.

En total se efectuaron 25 disparos que causaron 45 bajas, 16 muertos y 29 heridos, y además le dieron el día a una pareja de novios que, justo cuando salían de la iglesia la mar de contentitos, les cayó uno justo enfrente sin que afortunadamente causara bajas entre los presentes, lo que no dejó de provocar cierta pesadumbre al novio, que veía como su flamante cuñado escapaba ileso. La ciudad quedó paralizada durante dos horas desde que se hizo sonar la alarma, que cesó a las 16:30. Tuvieron que pasar dos horas más para que la gente se atreviese a salir de sus refugios- a muchos hubo que echarlos de los túneles del metro porque decían que no salían de allí ni a tiros-, y todos se quedaron bastante mohínos cuando se emitió un nuevo comunicado que decía así:
El enemigo ha disparado sobre París con un arma de largo alcance, comenzando el ataque a las ocho de la mañana con intervalos de un cuarto de hora. Los proyectiles, de 240 mm. de calibre (obviamente era un cálculo basado en los restos hallados), han caído sobre la capital y sus suburbios. Hay alrededor de una docena de muertos y unos quince heridos. Se están tomando medidas para contrarrestar el arma. 
Mapa de París con los lugares donde cayeron las bombas. La línea roja marca
la trayectoria de donde procedían los disparos. La cruz blanca señala la
posición de Notre-Dame, el punto de referencia del blanco, y la flecha
negra señala el lugar de Quai de la Seine donde cayó el primer proyectil
Esto quería decir que ya no solo debían temer a la aviación tedesca, que unos meses antes, en la noche del 30 al 31 de enero, les habían hecho una desagradable visita en forma de 144 bombas, sino también a sus cañones. Con todo, tras aquel primer día de bombardeo hubo un detalle que llamó poderosamente la atención a los gabachos, y es que, a la vista de las zonas alcanzadas, parecía que no buscaban acertar en puntos concretos, ni en ningún momento se habían aproximado a objetivos de valor militar. Simplemente habían sembrado un reguero de explosiones en dirección nordeste sudoeste que, eso sí era innegable, habían producido un impacto notable en la población civil. Pero la fiesta acababa solo de empezar. Al día siguiente se retomó el ataque, que se prolongó hasta el 1 de mayo con un total de 206 proyectiles de los cuales 97 cayeron en el núcleo urbano y el resto en los suburbios. Posteriormente, los emplazamientos se trasladaron a Beaumont y a Bruyères para, finalmente, volver a Crépy, donde prosiguieron bombardeando París hasta el 9 de agosto. En total, el Wilhelm-Geschütz causó 256 muertos y 625 heridos que, en sí, fueron unas cifras ridículamente bajas para un ataque que duró 44 días, pero a nivel psicológico sus efectos fueron abrumadores. El día más negro fue el 29 de marzo, que encima caía en Viernes Santo, cuando un proyectil acertó de lleno en la iglesia de los Santos Gervasio y Protasio en plena misa, matando a 91 personas e hiriendo a 68.

Interior de la iglesia de los Santos Gervasio y Protasio. El proyectil atravesó
las bóvedas y estalló dentro del recinto atestado de fieles
En fin, así fue el estreno del Cañón de París. Como vemos, sus efectos no fueron precisamente apocalípticos, pero lo cierto es que los tedescos hicieron un verdadero alarde de tecnología al ser capaces de fabricar semejantes monstruos que, a pesar de su relativa eficacia a nivel militar, sentó un precedente que fue posteriormente retomado durante el rearme alemán y la siguiente contienda mundial con piezas monstruosas como el Leopold, el mortero Karl o el Dora, el cañón más grande jamás fabricado. Por cierto, todos los intentos por parte de los gabachos para neutralizar los emplazamientos de Crépy-en-Laonnois fueron inútiles. Ni su artillería ni su aviación fueron capaces de causarles ni una sola baja. 

Bueno, criaturas, ya'tá. El año que viene proseguiremos con esta historia, amén y esas cosas que se dicen.

Hale, he dicho

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