domingo, 10 de marzo de 2019

YELMOS VIKINGOS (Los de verdad)


Probos ciudadanos recreacionistas haciendo de cuñados vikingos cabreados. Como salta a la vista, en la imagen se
atisban menos cuernos que en un monasterio trapense

Bien, prosiguiendo con los protectores craneales de estos legendarios nórdicos dedicados al latrocinio como si de políticos se tratara, hoy veremos las diferentes tipologías de yelmos que usaban para impedir que las armas enemigas les dejasen la bóveda craneana severamente perjudicada. Como pudimos ver en la entrada anterior, las alas y los cuernos brillaban por su ausencia, y los yelmos al uso no diferían demasiado de los que se empleaban en otras zonas de la Europa altomedieval. Pero antes de entrar a fondo en la cuestión, hagamos un breve introito que nos permitirán entender mejor el motivo de algunos de los tópicos más propalados acerca de esta gente.

Rapiña, secuestro y asesinatos eran el resultado de
una visita de un félag de vikingos
Puede que muchos vean a los vikingos como una especie de raza aparte que surgieron de las tenebrosas tierras septentrionales de Europa movidos con el único fin de robar a mansalva para, tras rapiñar hasta el tuétano a sus víctimas, retornar en sus elegantes naves para repartirse el botín y gastarlo bonitamente a la espera de organizar otra incursión al año siguiente. A FURORE NORMANNORVM LIBERA NOS DOMINE, de la furia de los hombres del norte líbranos, Señor, salmodiaban los frailes en sus beaterios, los curas en las misas y la gente cuando veían que llegaba la primavera y, con el cambio de estación, una más que probable visita de mangantes embarcados deseosos de dejarlos en pelota picada. Pero la cosa es que, en realidad, antes de que vieran que el pillaje era una buena forma de trincar pasta, los vikingos ya se dedicaban a comerciar entre ellos y con las poblaciones situadas en las zonas costeras del Atlántico. Porque los vikingos no eran una nación en sí mismos, ni un estado gobernado por un monarca. Eran un amasijo de grupos tribales de raza nórdica dirigidos por régulos que habitaban en lo que hoy son Suecia, Noruega y Dinamarca. O sea, que antes del comienzo de la conocida como Era Vikinga ya habían establecido contacto con otras culturas con las que establecieron relaciones comerciales que, como es lógico, les llevó también al intercambio de conocimientos de tipo militar, así como de armas y demás pertrechos adecuados para discutir con el vecino teniendo más probabilidades de salirse con la suya.

Recreación de la costa de Lindisfarne en el siglo VIII, cuando quedó
inaugurada la Era Vikinga con su concienzudo saqueo
Esta Era Vikinga fue el resultado de una explosión demográfica que obligó a los pueblos escandinavos al noble arte de repartir la riqueza en base al conocido aforismo de "lo tuyo es mío y lo mío también". A finales del siglo VIII, concretamente en junio de 793, es cuando muchos historiadores marcan el comienzo de esta peculiar era histórica con el ataque y saqueo de un monasterio situado en Lindisfarne, una pequeña isla situada a kilómetro y medio de la costa nordeste de la brumosa isla de Albión (Dios maldiga a Nelson). A partir de ahí y durante algo más de dos siglos y medio se expandieron como una puñetera plaga, apoderándose de muchas tierras de la citada isla además de Islandia y parte de Vilandia, la actual Terranova, e Irlanda. Pero, además, aumentaron su radio de acción saqueando a destajo por toda la costa atlántica e incluso llegaron al Mediterráneo. Por tierra migraron a través de la actual Rusia hasta Bizancio, donde incluso formaron una unidad de élite como guardia personal del basileus, la Guardia Varega, que perduró hasta la extinción del Imperio de Oriente. El final de esta era tuvo lugar a raíz de la derrota de Harald Harhraada en la batalla del puente de Stamford en 1066, derrotado y muerto por el ejército anglosajón al mando de Harold Godwinson. Así pues, como ya podemos imaginar, a lo largo de ese tiempo tuvieron ocasión de comprar, robar o copiar yelmos de muchos tipos hasta el extremo de que, al día de hoy, no se puede decir con exactitud que hubiese diversos modelos o incluso que creasen una tipología autóctona y exclusiva de ellos. 


Aspecto que tendrían la gran mayoría
de los vikingos que saquearon las costas
de Europa. Lo más que se podían pagar
para protegerse era un simple escudo
Bien, con esta breve exposición podemos ir haciéndonos una idea del cómo y el por qué esta gente se puso tan belicosa. Pero debemos además tener en cuenta que esa imagen de guerrero armado hasta los dientes también es un tópico bastante extendido y, como es lógico, más falso que el currículum vitæ de un político. En realidad, la panoplia del malvado saqueador nórdico era bastante básica: un escudo, sin el cual sus probabilidades de supervivencia eran más bien escasas, una espada y/o un hacha, un scramasax y una lanza. De hecho, esta mínima panoplia se ve retratada tanto en las representaciones artísticas de la época como en crónicas de probos historiadores nada dudosos de parcialidad como el persa Ibn Miskawayh (932–1030), que afirmaba que “luchaban con una lanza y un escudo, y llevaban una espada, una lanza y una daga", o sea, lo mínimo que se despachaba.


El yelmo era una pieza relativamente escasa, y aún más las cotas de malla, cuyo uso estaba prácticamente reservado a faltriqueras rebosantes de monedas de oro de buena ley. Por un códice legal franco, la LEX RIBVARIA  (c. siglo VII), se sabe que un yelmo costaba lo mismo que el escudo, la espada y la lanza juntos, y que una loriga costaba el doble que un casco, por lo que es más que evidente que pocos podrían pagárselos. Una loriga costaba 12 SOLIDVS, un yelmo, 6 SOLIDVS; una espada con su vaina, 7 SOLIDVS, el mismo precio de un caballo, mientras que un escudo y una lanza solo costaban 2 SOLIDVS. El SOLIDVS era una moneda de oro creada por el emperador Diocleciano que, en la época y el territorio que nos ocupa, tenía en un valor equivalente a una vaca. La mayoría de los vikingos eran sujetos que, por su condición de hombres libres, podían usar armas tanto para defender sus posesiones como para arrebatar las de otro, pero se las tenía que pagar él. Y si era, como lo eran la mayoría, hombres dedicados a la ganadería y la agricultura en unas tierras de por sí bastante asquerosillas que no daban mucho rendimiento que digamos, pues tenemos que pocos se podían costear un armamento de postín salvo los más ricos, o sea, los reyezuelos, los régulos tribales y sus allegados, los llamados jarls, que constituían una especie de nobleza nutrida por los hombres más ricos, terratenientes con medios para organizar incluso una pequeña flota y un hirð, una mesnada  a sueldo formada por hirðmenn (en singular, hirðmaðr), hombres pertenecientes a lo que entendemos como casta de guerreros, militares profesionales que vivían del oficio de las armas sirviendo a los mandamases de su territorio.

Y esta sería la apariencia de un vikingo pudiente
Por todo lo dicho podremos entender por qué han llegado a nosotros tan pocos ejemplares, y por qué en los ajuares funerarios que han aparecido suelen brillar por su ausencia. En resumen, que llevamos la torta de años imaginando hordas de vikingos con sus cascos alados o astados y resulta que, de todos los componentes de un félag o hermandad- nombre que recibían los grupos de vikingos que se apuntaban a una incursión-, solo el caudillo y los hirðmenn iban con sus cráneos debidamente protegidos. El resto se tenía que conformar con llevar la cabeza descubierta o, a lo sumo, con gorros de cuero o pieles salvo que en alguna movida anterior hubiesen tenido suerte y trincasen alguno del enemigo o, al menos, los dineros necesarios para adquirirlo al volver a casa. Debido a esto es por lo que no es fácil hablar de un yelmo vikingo propiamente dicho ya que debía ser bastante frecuente que usaran los procedentes de botines obtenidos en los lugares más variopintos, aparte de que en el resto de Europa no es que hubiese una variedad abrumadora de modelos, sino todo lo contrario.

El que a mi modo de ver es el germen de lo que conocemos como yelmo vikingo es el conocido como casco de Valsgärde, una singular pieza de la Era Vendel datada entre los siglos VI y VII. Valsgärde es una granja situada a escasa distancia de Upsala, en Suecia, que desde el siglo XVI ocupa lo que antaño fue un importante centro político y religioso de la zona. El yelmo apareció en los años 20 del pasado siglo formando parte del ajuar funerario de una de las tumbas que se excavaron en aquel momento y que se supone debió pertenecer a un personaje de cierta importancia o incluso de la realeza local. Aunque no es posible saber quién fue su propietario, basta contemplar la réplica que vemos en la imagen de la derecha para deducir que no era de un pelagatos cualquiera.

Probo ciudadano recreacionista con una réplica de otro de los
yelmos hallados en Valsgärde
Este casco estaba formado por una estructura de bronce en la que se añadieron láminas de hierro repujado con escenas de guerreros que, curiosamente, llevan en la cabeza unos cascos con algo que pueden parecer cuernos pero que, en realidad, representan las alas de Hugin y Munin, los cuervos del dios Odín. La parte superior del rostro estaba protegida por un visor rematado en su parte superior por unas "cejas" de bronce con forma de serpientes que, cabe suponer, además de la mera función ornamental buscaba aumentar la protección contra los golpes de armas tanto cortantes con contundentes. En la parte superior del yelmo vemos una pronunciada cresta, también de bronce y destinada a impedir que un hacha enemiga se hundiese el cráneo del dueño. Como complemento, un camal de malla envolvía todo el yelmo, protegiendo de ese modo la nuca, la parte inferior del rostro y el cuello de su portador de los golpes de filo. No se sabe cómo era ni de qué estaba fabricada la guarnición de este tipo de cascos, pero se supone que podía ser algo similar a lo que usaban los romanos, una especie de forro interior de grueso fieltro o cuero pegado directamente a las paredes internas del yelmo; otra posibilidad es que no llevasen guarnición, y que el ajuste a la cabeza se hiciera con una cofia acolchada que, además, serviría para amortiguar los golpes. 


Otro yelmo de la Era Vendel contemporáneo al Valsgärde podemos verlo en la réplica de la derecha. En este caso, el camal de malla estaba sustituido por dos carrilleras que algunos autores proponen que son una herencia de los últimos yelmos usados por los romanos. En la parte trasera y a modo de cubrenucas tiene tres anchas láminas metálicas unidas mediante argollas o bisagras a la banda circular del yelmo. En este caso se trataría también de un diseño que no sería precisamente barato, y que estaría reservado a los nobles o hirðmenn con medios económicos suficientes para pagarlos. Por cierto que una de las formas con que los nobles tenían contentitos a sus hirðmenn era a base de regalarles joyas y armas, objetos que los vikingos valoraban especialmente y que no solo les permitía gozar de una posición económica superior, sino también de marcar su estatus propio de guerrero, que eso siempre venía bien para tener a raya al personal. Por otro lado, los régulos obtenían así una fidelidad monolítica, que nunca estaba de más disponer de tropas fieles para quitar a posibles aspirantes al mando las ganas de conspirar, y aumentar su fama de generosos, por lo que nunca le faltarían hombres a la hora de organizar una de sus incursiones.

Por lo tanto, y tomando como posible origen el ejemplar de Valsgärde, el único que ha aparecido hasta ahora razonablemente completo y que está considerado como de origen vikingo es el yelmo de Gjermundbu, hallado en 1943 en un túmulo funerario en Ringerike, Noruega. La tumba debía haber pertenecido a un tipo adinerado, seguramente un noble, ya que en el ajuar de la misma aparecieron además dos espadas, dos hachas, dos moharras de lanza (las astas vete a saber cuándo se pudrieron), unos estribos y una loriga. El yelmo, fabricado enteramente de hierro, apareció apareció fragmentado en nueve piezas que pudieron ser unidas, más o menos, para reconstruir la pieza añadiendo los cachos que le faltaban. El casco, datado hacia el último cuarto del siglo IX, era, como podemos ver en la foto, una versión "económica" del ejemplar de Valsgärde. Al igual que este, un visor protegía los ojos y la parte superior del rostro de su dueño, y la parte posterior de la cabeza quedaba cubierta por un cubrenucas de malla unido al yelmo mediante los orificios que lo bordean. En la foto de la derecha podemos ver una de las tropocientas réplicas que se han hecho del mismo y que nos permiten ver mejor cuál debía ser su aspecto antes de caerse a pedazos por el óxido.

El yelmo estaba formado por un cerco que actuaba como soporte de todo el conjunto. Por la parte interior se fijaban dos tiras formando una cruz, cubriendo los huecos entre ellas con chapas triangulares debidamente curvadas para adaptarse a la forma del casco. Estas chapas se fijaban mediante remaches con otras cuatro tiras, estas remachadas por la parte exterior al cerco base y a las tiras interiores. Finalmente se añadía el visor y la malla trasera. La parte superior se cerraba mediante un pequeño disco al que se le añadía una espiga puntiaguda que, en algunos casos, podría ser hueca para añadirle un penacho de crin de caballo. En cuanto a la decoración, queda reducida a la mínima expresión con una hilera de incisiones en la parte superior del visor. Así pues, grosso modo podemos decir que, hasta el día de hoy, esta tipología es la única que se considera como genuinamente vikinga o, al menos, vikinga tanto en cuanto no han aparecido restos o ejemplares completos en otras zonas que nos hagan suponer que también podría tomarse como un préstamo de otras culturas. 

A partir del siglo X se generaliza el uso del yelmo cónico fabricado en una sola pieza. Estos yelmos, con una bóveda bastante alta y pronunciada para desviar con más facilidad los tajos y golpes de las armas enemigas, podían estar provistos de una barra nasal que formaba parte solidaria del mismo o bien añadida. Este último caso es el que vemos a la izquierda, concretamente el conocido yelmo de San Wenceslao. Este yelmo, que actualmente se expone en el castillo de Praga, perteneció al duque Wenceslao de Bohemia, que fue alevosamente apiolado por su malvado hermano Boleslav en septiembre de 938. Por ser un hombre extremadamente devoto fue canonizado y elevado nada menos que a la categoría de patrono de Chequia. El yelmo, como vemos en el detalle central, estaba formado por un casco sacado de una sola pieza al que se le añadió una fina banda en el borde, siendo su pieza más relevante la barra nasal formada en forma de cruz. En ella tiene grabado un Cristo crucificado. A la derecha tenemos una réplica que puede valernos para tener una visión más general de esta tipología, que se llevaría con una cofia acolchada para proteger la cabeza o incluso un almófar.


En la foto de la derecha tenemos otros dos yelmos habituales entre los vikingos. El primero es el yelmo de Poznan, datado hacia el siglo XI y construido en una sola pieza incluyendo la barra nasal. Obsérvense los orificios en el borde inferior del yelmo, lo que hace pensar que estaban destinados a sustentar una guarnición de lengüetas o quizás un reborde de cuero que llevaría unido un camal. Debemos también reparar en su acentuada conicidad, que es habitual de ver en las representaciones artísticas de la época. A la derecha podemos ver una réplica de un Spangenhelm formado por varias piezas que lo hacían más fácil de fabricar y, por ende, más barato. El sistema es similar al yelmo de Gjermundbu: una banda circular sobre la que se remachaban las demás piezas, en este caso cuatro tiras exteriores a las que se unían por el interior cuatro chapas triangulares. En el frontal tiene su correspondiente barra nasal que, aunque por su nombre pueda inducir a pensar que solo protegían la nariz, en muchos casos, por su longitud, protegían todo el rostro.


Una variante típicamente nórdica la podemos ver a la izquierda. En este caso se trata de un Spangenhelm con las abultadas cejas en forma de serpientes. En esta réplica podemos ver como un reborde de cuero servía para ajustarlo mejor a la cabeza, que está cubierta por un almófar. Estas cejas permiten atribuir a los vikingos yelmos que, aunque de tipologías habituales en Europa, eran propias de ellos. De hecho, se han encontrado barras nasales formando una sola pieza con estas piezas que en su día estaban unidas a yelmos que han desaparecido. Una de ellas fue hallada en el cofre de herramientas de un herrero danés de Tjele, y datada entre 950 y 975. Cabe pensar que se trataba de una pieza ya terminada y pendiente de añadir a un casco. Está fabricada de hierro con una fina lámina de bronce incrustada en las cejas. Otro hallazgo aislado tuvo lugar en Lokrume, en la isla de Gotland, datado entre 950 y 1000. Esta pieza tenía un acabado más suntuoso, con incrustaciones de plata formando lacerías y con tiras de cobre transversales. En realidad, su mal estado de conservación no permite saber si eran solo unas cejas con su barra nasal o parte de un visor pero, en cualquier caso, al menos nos da una pista para, como dijimos anteriormente, situar determinados hallazgos. Con todo, a partir del siglo XI las decoraciones empezaron a reducirse hasta la mínima expresión, con estriados levemente marcados y no mucho más. 


El tipo más básico es el yelmo de Giecz, datado en el siglo XI y formado por cuatro chapas triangulares remachadas directamente unas con otras, sin tiras ni nervaduras, de manera que formaban el casco una vez unidas. A continuación se remachaban a su vez a una banda circular que, como en los casos anteriores podía estar provista de un camal. Recordemos que la malla era una buena protección contra un arma de corte como hachas o espadas, pero no contra el golpe que propinaba, así como contra armas contundentes como las mazas. Es decir, que el camal impedía que le rebanasen la jeta o, simplemente, que le separasen la cabeza del cuerpo. Pero de lo que no le libraba era de que le partiesen la cara en mil cachos de un mazazo o, peor aún, que lo dejaran en el sitio con las cervicales hechas puré de un hachazo en la nuca. En cuando al cierre en la parte superior se efectuaba con el disco y la espiga puntiaguda que vimos antes, o bien con un fino cilindro que permitiese fijar un penacho de crin. Hay quien sugiere que esta tipología podría ser una importación procedente de los pueblos eslavos y que por su facilidad de construcción y bajo precio bien pudo ser adoptado por vikingos menos pudientes. 


Por añadir una variante más, a la izquierda tenemos un Spangenhelm al que se le han añadido dos carrilleras. El cubrenucas de malla está fijado en la mitad trasera del casco y de las carrilleras, una forma económica de obtener una protección más eficaz. Es más que probable que este añadido fuera una simple mejora, un "extra", como diríamos actualmente, que se le ocurrió a algún herrero para aumentar la protección de los poseedores de este tipo de yelmos. Para fijar las carrilleras bastaba unirlas con unas anillas al casco, tal como aparece en la foto, o si se quería un acabado más fino ponerle unas bisagras. Debajo del casco, como en sus hermanos, tendría su rudimentaria guarnición formada por un relleno de piel que, junto a la cofia que vestía el guerrero, le daría una buena protección contra los brutales testarazos con recibiría en la cabeza. Debemos recordar que un golpe propinado con una maza o un hacha tenían una energía cinética sobrada para hundir la chapa del yelmo, por lo que si no se llevaba una capa acolchada debajo se tenían todas las papeletas para verse tirado con una fractura de cráneo y medio cerebro desmigajado. 


Hirðmaðr provisto de un armamento defensivo de lujo si lo
comparamos con el de sus colegas pobretones. Estos serían los
que tendrían más probabilidades de volver enteros para el
reparto del botín
Bueno, dilectos lectores, con esto terminamos. Como hemos visto, los yelmos vikingos no se diferenciaban en gran cosa, cuando no decir que en nada, de los usados por los francos, los anglosajones y en otras partes de Europa. Del mismo modo, hemos podido enterarnos de que estos sujetos no disponían mayoritariamente de una panoplia medianamente amplia, y quizás por ello preferían atacar poblaciones en las que sabían que no había tropas capaces de hacerles frente. Ya sabemos que en algunas de sus incursiones les dieron para el pelo y tuvieron que batirse en retirada, incluyendo a los que alcanzaron Terranova. Estos, tras intentar establecer un asentamiento estable, tuvieron que optar por levar anclas y largarse de vuelta a Islandia debido al constante acoso de los nativos, que supongo no disponían de un armamento especialmente sofisticado sino más bien del paleolítico. Pero poco se puede hacer cuando la mayor parte del félag estaba nutrido por hombres que solo disponían de un escudo para protegerse de las lluvias de flechas y las hachas y cuchillos de sílex de los indios o como queramos llamarlos. 

En fin, no creo que se me olvide nada importante, así que se acabó lo que se daba.

Hale, he dicho

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